Pablo A. Monroy Marambio

Tiempos verbales | Chilexit o el triunfo de la «ley de miedos»

«Hoy, en que podemos leer lo recientemente publicado por Ciper y otros medios de investigación periodística, relativo a las razones por las cuales parte de la población perteneciente a comunas populares terminó votando por desaprobar el proyecto de Nueva Constitución, da clara y triste cuenta de que la mayoría no leyó el texto y que se formó las ideas que llevó a las urnas por medio de lo que le decían los comandos en la calle o en las ferias, por medio de memes o campañas “reel” en las redes sociales más traficadas, por una amplia sucesión de comentarios desinformativos o deliberadamente “enredados” a la hora de explicar lo contenido en el texto del borrador constitucional, que ni las radios ni los canales de televisión dudaron en difundir, ni mucho menos cuestionaron fuertemente al momento de hacerlo». “Cuando hay que hacer un cambio verdadero un cambio por mejor vida más digna pal pueblo entero Por una sociedad más justa oculta en busca de emancipación ¡Maldición! Al pueblo le asusta la revolución.”   Portavoz   El 23 de junio de 2016, Britania decidió abandonar la Unión Europea, para lo cual convocó a unos comicios en los que el 51,9% de los votantes optaron por dicha resolución, lo que significó que, en marzo de 2017, el gobierno británico invocó el artículo 50 del Tratado de la Unión Europea, con lo que iniciaría un proceso de 2 años, que finalmente culminaría con la salida definitiva de la comunidad por parte del reino, el 29 de marzo de 2019. Debido a disputas intestinas, dicho plazo no se cumplió y debió reprogramarse hasta 3 veces más, teniendo lugar de manera definitiva, el 31 de enero de 2020. Esta polémica iniciativa fue propiciada principalmente por políticos de derecha (aunque también se contó entre sus filas a algunos partidarios de izquierda) denominados euroescépticos, movimiento político y social caracterizado por su rechazo, en mayor o menor medida, a la Unión Europea y sus implicancias (como el libre tránsito transfronterizo del que pueden gozar todos los miembros de la comunidad), a quienes se oponían los proeuropeos, comprendidos por todo el resto del espectro político, quienes sostienen las virtudes de la membresía, la unión aduanera y el mercado común.    Entre las primeras víctimas de la iniciativa, estuvo el mismísimo primer ministro que llamó a las elecciones de 2016, David Cameron, quien no obstante aquello, propiciaba la permanencia, mientras que su coalición abogaba por la salida. Cameron fue sucedido por Theresa May, con quien se concretó finalmente la dimisión. Durante el periodo comprendido entre la firma del tratado y la separación definitiva de Reino Unido con el resto de sus vecinos, tuvo lugar un periodo de “gracia” o de “transición” que se extendió hasta el último día del mismo año 2020, en el que siguieron formando parte del mercado europeo y ni los ciudadanos ni las empresas acusaron grandes cambios. Los problemas comenzaron a hacerse visibles cuando el reino definitivamente ya no tenía lazos comunes con sus pares y empezaron a enfrentarse comercialmente (y también en todos los demás aspectos). Desde cuestiones complejas como establecer regímenes y tasas aduaneras convenientes para ambas partes (sobre todo para Inglaterra, que poco a poco despertaba así a las consecuencias de su propia decisión), hasta otras que se pueden considerar más frívolas, como el estado y condiciones de permanencia de los jugadores extranjeros de futbol, que componían la nómina de los más afamados equipos, fueron haciendo que la población comenzara a dudar de qué es lo que habían votado realmente.    En febrero de este año, un informe del Parlamento Europeo dio cuenta de que los votantes, concurriendo a las urnas claramente desinformados o, incluso, en algunos casos intencionalmente mal informados, dieron origen a un resultado que, de haberse llevado a cabo una efectiva campaña de información, probablemente habría sido distinto. “Los ciudadanos británicos tenían escaso conocimiento sobre la Unión Europea (…) fueron engañados y no se les advirtió de las consecuencias de dejar la unión”, señala lapidariamente el documento, agregando que uno de los aspectos más críticos de la situación es la que guarda relación con que a la ciudadanía nunca se le informó cuál, cómo, y qué costo tendría la relación de su país con el resto de la Unión Europea, una vez que abandonaran el pacto. Siendo el epítome de estas negativas consecuencias (en cuanto al impacto de la decisión, significando diferencias sustanciales dentro de un mismo territorio) lo relativo a Irlanda del Norte, que, siendo parte del Reino Unido, quedó en una situación de “ventaja” respecto del resto del reino, al compartir frontera terrestre con la República de Irlanda, que sí es parte de la Unión. En el informe se condena la escasa participación y compromiso tanto de los medios de información, como de parte del parlamento proeuropeo, quienes reaccionaron muy tibiamente frente al gobierno de turno, el que se limitó a declarar que “el pueblo británico votó a favor de abandonar la Unión Europea y el gobierno cumplió con ese resultado. Iremos más lejos y más rápido para cumplir la promesa del Brexit y aprovechar el enorme potencial que traen nuestras nuevas libertades”.   Medios conservadores o ligados a ideas de derecha, como The Sun, cuyo titular para el día de los comicios fue el de Independence Day, o la supuesta petición hecha por la hoy fallecida Reina, quien según su propio biógrafo solicitaba tres buenas razones para la permanencia, y que fue publicada por The Daily Beast, tuvieron un fuerte impacto en la población. Todo lo anterior terminó decantando en una ley de medios y privacidad, en agosto del año pasado, fuertemente centrada en lo relativo a la información digital, pero a la inversa de lo que comúnmente se podría pensar sobre regulación a los medios de información (sobre todo considerando lo informado por el Parlamento Europeo). Según Oliver Dowden, secretario de Estado en lo Digital, Cultura, Medios de Comunicación y Deporte del cuestionado gobierno de Boris Johnson, de lo que se trataba era de “terminar con la

Tiempos verbales | Una deficiente performance

«Si algo aún le sigue haciendo mucha falta a este país, es sentarse a conversar; no solo de todo lo que está sucediendo y que se resuelve, o comienza a resolver, el próximo fin de semana; conversar de todo esto pendiente, de lo que no hablamos nunca y que surge solo cuando alguien remueve la muy delgada dermis nacional, bajo la cual seguimos escondiendo (o algunos pretenden que sigamos escondiendo) todas las huellas de nuestras llagas, todas las heridas, todos nuestros temores y prejuicios, como si no existieran, como si nunca hubiesen pasado.» Por supuesto, lo acontecido el pasado fin de semana en Valparaíso, en el cierre de campaña del Apruebo, ha sido uno de los temas obligados de los últimos días. El gobierno ya anunció que pondrá en curso las acciones legales pertinentes (sin que a la fecha se específique por qué tipo de delito, porque si fuera por “ultraje a la bandera”, se debería invocar la Ley de Seguridad del Estado, misma que el gobierno ya descartó esgrimir), mientras que el Ministerio Público de todas formas ya inició una investigación de oficio por ultraje público a las buenas costumbres. Sin embargo, más acá de lo que suceda o no a nivel judicial, es en cómo hemos percibido nosotros, los comunes y silvestres, los “de a pie” como se dio en llamarnos hace algún tiempo, toda esta cotidianeidad en la que estamos. Y para hacer eso, se me hace pertinente establecer un “estado del arte” respecto de nuestra relación pública/social con las performances, más allá del atractivo que pueden significar figuras gigantes ubicándose en distintos puntos de la ciudad, cada cierto tiempo.   La performance, propiamente tal, trasciende el significado literal del anglicanismo, que lo traduce como “rendimiento”. En el arte, la performance se entiende como la ejecución de una acción que pueda ser apreciable y admirable, vale decir entendida, y aún, resignificada, en tanto transformadora de la percepción de quienes sean los espectadores (tanto más impactante y potente el objetivo si dicha acción se atestigua en vivo, pero no es condición sine qua non). Su objetivo es cuestionar los límites “tradicionales” de lo que se entiende por “obra de arte”. Su historia en nuestro país nos remite a Vicente Huidobro y Pablo de Rokha, quienes con una actitud vanguardista que buscaba romper con las convenciones del lenguaje artístico, dan pie a lo que mas tarde sería profundizado por el Colectivo de Acciones de Arte (CADA, que tuvo a Eltit y a Zurita entre sus más insignes exponentes) o el trabajo de Enrique Lihn y Rodrigo Lira.   También por los ‘50, con los “happenings” (manifestaciones artísticas multidisciplinarias, que tienen como centro la provocación, la participación y la improvisación) y acciones diversas, un joven Alejandro Jodorowsky ya trazaba las líneas de lo que casi inmediatamente después fue el movimiento Pánico (autodefinido como movimiento de postvanguardia), que fundó en concomitancia con el francés Roland Topor y el español Fernando Arrabal. Tener presentes todas estas referencias a la hora de abordar el tema es necesario, a juicio de este expositor, para entender la preponderancia que tiene el cuerpo (del propio artista, o de quien “encarne” la obra) en tanto medio de expresión, pero también como una estética en sí misma. Si hablásemos de un cuadro, una pintura, en el sentido más estricto, el cuerpo podría ser tanto el lienzo como los colores, así como también la imagen de dicha composición, cuestión que más tarde dejó más que claro el dúo de Lemebel y Casas, Las Yeguas del Apocalipsis, quienes hacia finales de la dictadura llevaron a cabo varias intervenciones, en las que cuestionaban los estereotipos de sexualidad imperantes y su relación con la contingencia cultural y política.    Dígame, usted, si no le suena actual.   Con todo, lo hasta aquí dicho es apenas una descripción somera en cuanto a performance se refiere, así como a su desarrollo en nuestro país, cuyos alcances y exponentes superan con creces lo contenido en estas líneas. Y es que el objetivo aquí no es el examen de un determinado movimiento y sus influencias, pero si establecer, porque es innegable, que a lo largo de su desarrollo a nivel nacional la performance ha cumplido cabalmente con el fin de no dejar indiferentes a los espectadores. Oportuna revisión, pienso, porque si algo hemos oído en las horas recientes son preguntas relativas a los límites de lo que consideramos arte, obviamente alusivas a lo que fue la participación de la banda Las Indetectables en el marco del cierre de la ya mencionada campaña producida por Apruebo Transformar.    La defensoría de la Niñez fue una de las primeras instancias en exigir una investigación sobre la performance del colectivo de disidencias sexuales, bajo la denuncia del delito de ofensas al pudor. Pero ¿qué es lo que molesta realmente? Si bien no fue este el único órgano que, consecuentemente, planteó la impertinencia de tal show frente a menores de edad, el hecho es que la mayoría de las voces persecutoras de lo que han hecho mayor eco es de cuestiones alusivas a la moral y las buenas costumbres, así como al respeto irrestricto que merecen ciertos símbolos, más que a la infancia vulnerada.   El acto en sí mismo, de manera gráfica, consistió en la actuación de la banda durante unos cuantos minutos (cabe aclarar, porque algunos medios han presentado la nota señalando que el show consistió casi exclusivamente en los hechos que tanto se condenan). En el referido acto se simuló un “aborto” en el que una de sus integrantes extrajo una bandera chilena desde su ano. La calidad y profundidad de la “metáfora” respecto del nuevo país que se supone que queremos construir, sumado a la crítica que les es propia a las disidencias sexuales frente a un sistema cultural preponderantemente patriarcal, machista y héteronormado, es todo lo discutible que usted quiera, pero, en este clima de las últimas semanas (¿y años? Desde 2019 a la fecha), en donde un sector determinado ha extremado sus esfuerzos

Tiempos verbales | Con verdadero amor

«Las violencias de género no desaparecerán por mucho que su persecución sea garantizada por una nueva institucionalidad, ni porque la causa feminista sea una de las más potentes en los últimos años (…) ni con las correcciones que sobre las leyes haga el nuevo texto constitucional para convertirse en delimitante de la acción entre personas (…) porque en un país preeminentemente machista como este, aun la mayoría de las encarnaciones de esas instituciones y de esas leyes recaen sobre nosotros, los hombres, y aunque a algunos nos pese, no podemos omitir el hecho de que los aberrantes hechos aquí detallados fueron cometidos por nuestros pares, esa clase de hombres somos.» Sigue siendo uno de los temas recurrentes, que cada poco tiempo abordo en estas entregas, porque, lamentablemente, siguen siendo atrozmente recurrentes las nuevas víctimas que nosotros, los hombres, continuamos aportando al negrísimo número que cuenta a las compañeras que ya no están. De acuerdo a los datos de la Red Chilena Contra la Violencia Hacia las Mujeres (http://www.nomasviolenciacontramujeres.cl/), van 31 femicidios en lo que va de año (cuyo número incluye un lesbofemicidio y dos transfemicidios). El último de ellos, ocurrido hace menos de diez días, tuvo por víctima a una joven de 27 años asesinada por su ex pareja en la comuna de Lo Espejo. Sobre el hombre (como en tantos otros tristes casos, dígame usted cómo no sentir impotencia) regía orden de alejamiento vigente.   Siempre es terrible -ciertamente- hacer el recuento utilizando ese “van”, como si con ello se aceptara como algo normal, dado que somos la sociedad que somos, sumar algunos casos más antes de que se acabe el año. ¡Es inaceptable!, decimos todas y todos, pero ahí está el número, trágicamente creciendo, de indesmentible manera. Nuestras prácticas gritan más fuerte que nuestras consignas, según se ve.   Al mes de agosto de los últimos dos años anteriores a 2022, se contaban 30 femicidios, 3 suicidios femicidas y 6 asesinatos por violencia femicida; decesos, estos últimos, que no necesariamente implican la ultimación de una mujer, resaltando entre ellos, tristemente, el caso de un niño de 11 años, apuñalado por su padre para castigar a la madre, por el hecho de que esta había decidido vivir con una nueva pareja, o el caso del hombre asfixiado luego de “violación correctiva”, por el solo hecho de haberse identificado como varón trans.   2021, en particular, no fue más esperanzador. Todo lo contrario; 31 femicidios a agosto de ese año, incluidos dos casos que además se cuentan también dentro de la figura de asesinatos por violencia femicida (cuyo número fue de 6, para el mismo mes y año), puesto que las víctimas, don niñas de 11 y 3 años, fueron asesinadas por su padre para vengarse de la madre, de 23 años, por el hecho de que ella había decidido separarse de él. Y si usted sacó bien sus cuentas, sí, el hombre embarazó a la joven cuando esta tenía 11 años, vale decir, que él era a la vez pedófilo, violador y filicida. El victimario se suicidó luego de ultimar a sus hijas. Carabineros tenía la orden de llevarse a las niñas donde su madre la noche anterior a ocurridos los hechos, cuestión que no se llevó a cabo porque la policía deliberadamente no cumplió esa orden.   Tres fueron los suicidios femicidas a esta fecha el año pasado.   El Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género (MMEG) cuenta, por su parte, hasta la semana pasada, 25 femicidios consumados y 91 femicidios frustrados en lo que va de este año. Esta “diferencia” respecto del conteo de casos que hace el órgano especializado, la Red Chilena contra la Violencia Hacia las Mujeres, es algo que parece tener su fundamento en la manera en que la cartera gubernamental entiende y ejerce lo que dicta la ley 21.212 o “Ley Gabriela”, pues si bien es cierto que esta ley, mediante la incorporación de tipos penales específicos que amplían el concepto de femicidio a los casos en que ocurre fuera de una relación afectiva, pasando de su versión anterior del concepto de femicidio, que lo entendía como “el asesinato de una mujer ejecutado por quien es o ha sido su cónyuge o conviviente, o con quien tiene o ha tenido un hijo en común, en razón de tener o haber tenido con ella una relación de pareja de carácter sentimental o sexual sin convivencia”, a considerarlo como “el asesinato de una mujer en razón de su género, pero solo si la muerte se produce en alguna de las siguientes circunstancias: Ser consecuencia de la negativa a establecer con el autor una relación de carácter sentimental o sexual; ser consecuencia de que la víctima ejerza o haya ejercido la prostitución, u otra ocupación u oficio de carácter sexual; haberse cometido el delito tras haber ejercido contra la víctima cualquier forma de violencia sexual, sin perjuicio de lo dispuesto en el artículo 372bis.; haberse realizado con motivo de la orientación sexual, identidad de género o expresión de género de la víctima; haberse cometido en cualquier tipo de situación en la que se den circunstancias de manifiesta subordinación por las relaciones desiguales de poder entre el agresor y la víctima, o motivada por una evidente intención de discriminación.”   Si bien es cierto pareciera que las reformas a esa ley, propias de las necesidades de estos tiempos, incluyen en su cuerpo a las nuevas sexualidades, no es menos cierto que al hablar de “víctimas” no establece con claridad rotunda si entran dentro de esa consideración quienes, habiendo nacido hombres, hayan decidido ser adultas mujeres. Entonces, al no considerar femicidio el delito de asesinato cometido en contra de una persona trans, por ejemplo, tiene lugar esa diferencia en los totales.   Si uno realiza una revisión de cohorte (estudio que observa un determinado fenómeno y su evolución en un determinado grupo social, a lo largo de un determinado lapso de tiempo), se dará cuenta además que esta diferencia es observable en el tiempo,

Tiempos verbales | Pubertad

«Ese afán escolarizador de quienes pretenden erigirse como la solución y la guía, no sería tan malo si la preocupación por nosotros fuera genuina, pero el hecho (entre otros) de que para lograr su fin nos mientan tanto y de tan descarada manera, deja en inmediata evidencia que lo que en verdad pretenden es mantenernos cautivos, útiles a sus fines, indignos de nuestra libertad y albedrío, inhábiles para dirigir nuestro destino.» Nos hace falta cariño. Como país necesitamos hacernos cariño.    Hemos sido testigos, a lo largo de estas últimas semanas, de cómo los egos de ciertas lumbreras denostan este cariño, que por estos días tiene la forma de un libro que se ha transformado en la obra más vendida de los últimos tiempos. Este fenómeno, que en palabras del periodista y escritor Juan Cristóbal Peña “no se había dado jamás en Chile”, es sobre todo un indicador ¿De qué? De que todo eso que dicen sobre “nosotros” no es otra cosa que una calumnia, un falso testimonio, una mentira que a ellos les encantaría que fuera verdad. Porque no se trata solo de las falsedades que se imparten sobre este libro, sino de la mentira más grande, o primigenia, que esconden esas mismas mentiras; esa que quiere insistir en que nosotros los necesitamos, que sin ellos nos perdemos, que sin la luz de su sabiduría y experiencia no sabríamos que hacer, que simplemente terminaríamos tomando pésimas decisiones.   Es buena la analogía sobre la manera en la que entendemos y practicamos la fe cristiana que hace Daniel Matamala en su última columna, sin embargo, no solo en nuestro “ethos” pechoño es en dónde – o desde dónde-, se puede rastrear el origen de esta forma relacional nacional que parecemos (o un sector parece) tener tan profundamente arraigada; para de este modo, buscar una posible salida que dé cuenta de la edad que tenemos en este presente como sociedad (parafraseando a Kant); que posibilite que aquellos que insisten en que deben guiarnos -como si fuésemos párvulos- terminen de entender que estamos en una suerte de adolescencia (tenemos apenas 212 años, nada en términos sociohistóricos); que, como es propio de esta etapa del desarrollo humano, nos obliga a convulsionar y desasosegarnos mientras terminamos de acomodarnos al nuevo estadio.    Ese afán escolarizador de quienes pretenden erigirse como la solución y la guía, no sería tan malo si la preocupación por nosotros fuera genuina, pero el hecho (entre otros) de que para lograr su fin nos mientan tanto y de tan descarada manera, deja en inmediata evidencia que lo que en verdad pretenden es mantenernos cautivos, útiles a sus fines, indignos de nuestra libertad y albedrío, inhábiles para dirigir nuestro destino. Y es que, no es tan problemático el ninguneo que un pseudo intelectual hace de nuestro triste sistema de educación pública, porque efectivamente es triste, y la más vergonzosa muestra de aquello es que en este país existen establecimientos -y no pocos- en los cuales sus propios alumnos hacen colectas y beneficios para tener salas mínimamente habitables en las que educarse. El verdadero problema reside en que, en ese ninguneo, de fondo lo que se hace es apuntar a quienes padecemos precisamente ese mal sistema. Pero poco dice el personaje, por ejemplo y hablando de analfabetismo funcional, que a nivel gerencial este vicio se muestra en una preocupante cuantía, sobre todo si consideramos que se esta hablando de personas cuyas decisiones inciden directamente sobre el personal que tengan a su cargo.   Hablar de clase gerencial, hoy en día, tal vez no apunte estrictamente a un sector específico de la sociedad, considerando la forma en que se han ampliado las posibilidades de la mayoría de la población para acceder a la educación superior, no obstante, si tomamos en consideración que en el año 1998, cuando Chile participó en un estudio internacional para medir la compresión lectora en el territorio, y en que las hoy populares ingenierías comerciales no eran tan conocidas ni accesibles, el 15% de los profesionales que se sometió a dicho estudio fue catalogado derechamente como analfabeto funcional. 1998 poco puede decirnos de lo que somos como país hoy por hoy, dirá usted, y algo de razón tendrá, pero si consideramos que en el año 2013 el Centro de Microdatos de la Universidad de Chile volvió a realizar el mismo estudio, cuyos resultados fueron prácticamente iguales a los de finales del siglo pasado, comienzan a caer los determinismos relativos a nuestros avances como sociedad. Del 2013 hasta ahora algo habremos avanzado, puede usted insistir, pues déjeme decirle que, según todas las mediciones actuales, la pandemia solo contribuyó a empeorar los indicadores de comprensión lectora, que ya eran malos en 2019, y esto es un hecho que se aprecia de manera transversal. Las clases más acomodadas, que eran las que más pujaban porque los jóvenes volvieran pronto a las aulas, no lo hacían precisamente porque estuviesen preocupadas de que sus hijos no alcanzasen a recibir todo el contenido curricular conforme al nivel en que se encontraban.   Es innegable, Chile tiene, a nivel internacional, uno de los peores índices de comprensión lectora, pero no es este déficit, insistimos que transversal, el que preocupó al escribiente al momento de redactar su infame columna. Ni ese patricio, ni ninguno de los de la clase con la que dice identificarse, que son los que pregonan ese horroroso derrotero al que el país podría dirigirse (y con él todos nosotros), tiene un interés genuino en nuestras particularidades, bienestar y formas relacionales. No es cariño, si no desdén lo que hay ahí, porque lo que realmente quieren esconder sus peroratas y falsedades, es el miedo a una concepción de la vida en comunidad que no es la que ellos querrían, y más allá, un rechazo a una episteme distinta que la propia. Episteme entendida, justamente aquí, como este anhelo de reinterpretar el entorno inmediato y lo que de él nos afecta, de una manera que sea mucho más amable para, entre y con nosotros