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Retrovisor | «Box Poetry», cinco poemas inéditos de Héctor Figueroa

«Lo que muestra “Box Poetry”, finalmente, son los alegatos o “rounds” de un desencantado y erizado poeta púgil ante una sociedad, como la chilena, donde la cultura y la poesía valen hongo y personas como Figueroa, que solo necesitan “-aparte de tiempo y espacio, / una cerveza, café y cigarrillos- / un lugar para escribir / y comer de vez en cuando” no tienen cabida en los utilitarios y banales planes de “desarrollo” de este país sin espíritu que muchos consideran ejemplar.» “El mundo no es redondo./ La vida es un cuadrilátero.” H.F.M.   Me encuentro ahora ante el mar. Corre un viento fuerte y las nubes se mueven como ganado blanco y vaporoso contra el cielo azul. Abro una silla de playa, abro una cerveza, abro mi computador y mientras recuerdo una mañana resacosa de los noventa en que junto a Figueroa recorrimos -en mi agónico Subaru sin patente ni revisión técnica- la costa azul escuchando una y otra vez Planet Claire de los B52´s, busco entre los documentos el archivo del poemario “Box Poetry”. Se trata de uno de los dos libros inéditos (el otro es el proyecto de novela “Vendimia”) que mi amigo y colega dejó antes de que un cáncer al pulmón se lo llevara de este y de todos los mundos. Digo esto porque Figueroa no era de aquellos que apuestan por el paraíso o por el infierno, simplemente -y sin aspavientos- no creía en la otra vida, no creía en la eternidad. El “aquí y ahora” nietzscheano lo marcó a fuego, dedicándose por tanto a intensificar las experiencias del presente -y a hacer ejercicios de memoria- en vez de seguir el camino que, supuestamente, conduce a la salvación o a la condena perpetua. Encuentro el archivo y lo abro, afuera una nube gigante pasa ensombreciendo el océano. Me pregunto dónde íbamos con Figueroa esa mañana resacosa escuchando la música pop de los B52´s. Y no me acuerdo. “Box Poetry” -constato mientras reviso sus páginas- es un libro más bien breve, dado que reúne un conjunto de treinta y cinco poemas, la mayoría de carácter inédito, así como algunos textos que fueron dados a conocer años atrás en Esperpentia y en otros medios de bajo tiraje. En cuanto a su concepción, se puede señalar que sigue una idea similar a “Groggy”, único poemario que dio a conocer en vida (publicado en 2003 por Ediciones Esperpentia y en 2007 por Ediciones Tácitas bajo el título “Intemperancia”), pues también consiste en una “recolección de textos sueltos”, tal como indica la bajada de título de su estreno literario. Con esto, Héctor pretendía dejar en claro que no trabajaba bajo el concepto de “obra” que se aprecia en autores como Raúl Zurita o Diego Maqueira, lo que requiere crear una estructura y luego textos que materialicen tal estructura, conllevando no solo un cierto artificio en la escritura, un forzamiento como el que ocurre cuando se recurre a la rima, sino también la inclusión de poemas “de relleno”, necesarios para levantar el edificio poético. Para Héctor, vate ciento por ciento vitalista, la poesía no debe forzarse, sino responder al momento. Sus poemarios, así, son sumas de momentos vitales que, paradójicamente, también funcionan como una obra, dado que presentan una coherencia interna dada por las preocupaciones, vivencias e intereses de su autor.  En cuanto a los temas tratados, “Box Poetry” también encuentra gran parentesco con “Groggy”, dado que no solo mantiene el paralelismo entre el poeta y el boxeador o el título en inglés, sino que los tópicos recurrentes siguen siendo similares: la relación del hablante con el alcohol, el registro crudo de la cotidianeidad, de la amistad, del “circuito” literario y de la vida familiar, una crítica profunda y mordaz al mundo laboral, el interrogarse cínicamente en torno a las relaciones de pareja y las mujeres, el cuestionamiento del sistema político y social chileno neoliberal, así como el uso constante, para algunos excesivo -que en “Box Poetry” se hace más excesivo aún- de recursos como la intertextualidad y la metaliteratura, ya que Figueroa debe ser el poeta chileno que más autores y citas de autores menciona por centímetro cuadrado de poema, lo que algunos interpretan como una especie de exhibicionismo, de ostentación o cachiporreo intelectual, aunque quienes lo conocimos de cerca sabemos que esta especie de “barroquismo metaliterario” no es más que una prolongación de su obsesivo vínculo con la literatura, de sus múltiples lecturas, reflexiones y búsquedas, en resumen, de su sapiencia intelectual. En cuanto a las diferencias, en “Box Poetry” se puede apreciar un mayor desparpajo que en los textos que componen “Groggy», incluyendo un mayor uso del lenguaje coloquial, de la prosa, de materiales extraídos de la cultura pop y de las chuchadas, contando además con poemas bastante atrevidos, con delirio de grandeza dirán algunos, en los que Héctor cuestiona frontalmente a algunas de las vacas sagradas de la poesía chilena, tratando, por ejemplo, de “impotente” a Enrique Lihn o de “irregular poeta” a Vicente Huidobro. Los poemas, además, se presentan “más despeinados”, más rebeldes gramaticalmente, que los de antaño, siguiendo, como señala Figueroa en el poema Malcolm Lowry, “el estilo sucio y de guiones que interrumpen la / concatenación de las frases-párrafos / como en Marcel Proust y sus oraciones subordinadas.” Se observa, también, en algunos textos “un acuso recibo” de los poetas objetivistas y su estilo telegráfico que escribas como Andrés Anwandter han seguido al pie de la letra, así como una fuerte presencia de elementos de carácter autobiográfico, exhibiéndose la vida personal de forma inclemente, desnuda, apenas dentro de las fronteras de la autoficción. En este sentido, se puede decir que su poesía se encuentra en las antípodas del lirismo o el hermetismo, siguiendo más bien la idea de Ezra Pound de “tratar la cosa directamente, ya sea subjetiva u objetiva”. En este contexto, lo que muestra “Box Poetry”, finalmente, son los alegatos o “rounds” de un desencantado y erizado poeta púgil ante una sociedad, como la chilena, donde la cultura y la

Retrovisor | Recuerdo

“¿Por qué busco justamente el poema ´Recuerdo´ y no cualquier otro? Porque, me parece, es el último que Figueroa publicó antes de morir, siendo además una especie de repaso de su existencia, algo así como una mini autobiografía, y al mismo tiempo una despedida.” Hace calor, caen los patos asados y mientras reviso los ejemplares de la primera época de El Mal Menor buscando el poema Recuerdo de Héctor Figueroa, tomo vino con melón heladito, fumo unos milígramos de juanita y rememoro la época -primera década de los dos mil- en que ambos fuimos parte de la perdedora revista Esperpentia. Yo escribía la columna La Morgue, donde hacía la autopsia (sin anestesia) a diversas publicaciones literarias, por lo general poemarios, y Héctor estaba a cargo del Ecualizador, sección donde DJ Tito, su atrevido alter ego, se daba el lujo de denunciar un plagio de Nicanor Parra o de corregir los versos de poetas para muchos intocables como Jorge Tellier o Pablo de Rokha, esto bajo la premisa de que todo autor sufre de altibajos.  Revuelvo el vino, los cubos de hielo entrechocan entre sí y con el vidrio verdoso de la jarra acinturada y barata que los contiene -un artículo de feria libre- formando una rítmica y delicada música que Figueroa, el Chico, amante del alcohol y del jazz hubiese encontrado maravillosa, motivadora, hipersensible, comparándola -esto ya es pura imaginación- con las cristalinas notas de vibráfono que Milt Jackson aportó durante décadas a las composiciones del Modern Jazz Quartet. ¿Por qué busco justamente el poema Recuerdo y no cualquier otro? Porque, me parece, es el último que Figueroa publicó antes de morir, siendo además una especie de repaso de su existencia, algo así como una mini autobiografía, y al mismo tiempo una despedida. El poema fue publicado originalmente en El Mal Menor número 9, en junio de 2017, en la sección Taberna, espacio que Héctor mantenía en nuestro medio. “Hola amigo, acá te envío (archivo adjunto) un texto, un ejercicio literario para ser publicado en la revista, si es que te tinca. Ojalá.”, señalaba el mail que lo acompañaba. El poema, que ahora entregamos a los lectores, por cierto, nos tincó y lo publicamos. También fueron las palabras con que lo despedimos en ese lugar que los inocentes llaman camposanto.  Iniciamos, así, la publicación de una serie de artículos y material inédito en homenaje a nuestro amigo y colaborador a tres años de su fallecimiento, ocurrido el 14 de enero de 2019. Vuela alto, se ve a menudo escrito en los autos que componen los cortejos fúnebres. Lo mismo le deseamos a Héctor. Vuela alto, toca las estrellas, embriágate con el éter fina reserva del cosmos.     RECUERDO por Héctor Figueroa   Recuerdo una mañana junto al olor del pasto tras el riego en una cancha de fútbol durante mi adolescencia.  Recuerdo el casete “Now’s the time” que sonaba todo el día y toda la noche y que me duró años en varias casas viejas hasta que me lo hurtaron. Recuerdo el triciclo rojo y el de color azul de mi hermano gemelo. Recuerdo el guión de un personaje de película de Woody Allen, quien dice "No sabía si un recuerdo es algo que tienes o algo que has perdido". Recuerdo que más que nada en el mundo quería ser futbolista cuando grande. Recuerdo el rostro de la primera puta con la que me metí, en la calle Lira 240. Recuerdo a la Tatiana Zurita (amor platónico) y a la Claudia Correa (primer amor carnal). Recuerdo las jugadas y los goles de Carlos Caszely con Severino Vasconcelos, pases y goles que vi presencialmente con entrada pago de niño en el Estadio Nacional. Recuerdo que Sócrates dejó dicho que el recuerdo es la memoria del alma. Recuerdo la muerte por Sida en 1996 de mi hermano gemelo, Nelson Figueroa Muñoz, del quien nadie se acuerda. Recuerdo el Súper-Tanker. Recuerdo cuando me llevaban preso por beber, como Rubén Darío, en la vía púbica.  Recuerdo cuando anduve con un pellet puesto en el estómago durante todo un año. Recuerdo la primera vez que dejé de tomar. De la segunda y de la tercera vez, también me acuerdo. Recuerdo cuando llevé a mi amigo de infancia José Millanao para que se descartuchara en un lenocinio. Me acuerdo de una puta linda pero de pies hediondos. Recuerdo el “I remember” de Joe Brainard y los “Yo me acuerdo” o “Je me souviens” de Georges Perec. Recuerdo a mis hermanas lindas hijas de mi padre de su segundo matrimonio. Recuerdo siempre Cartagena, sus casas y calles, la tumba del poeta, la Playa chica y la Playa grande. Recuerdo las voces y los gritos de los niños al salir de la escuela. Recuerdo cuando perdí ebrio un cuaderno de tapa negra donde iban todos mis poemas manuscritos de juventud. Recuerdo que también perdí ebrio las obras completas del loco Hölderlin. Recuerdo los libros que presté y no me los devolvieron jamás. Recuerdo cuando leí por primera y única vez Crimen y Castigo en el patio de la casa de mis abuelos. Recuerdo cuando leí completo El Quijote de la Mancha y me maté de la risa, a los 33 años. Recuerdo las empanaditas de queso, el pastel de choclo y las humitas que cocinaba mi mamá. Recuerdo cuando conocí a mis hermanas y a mi hermano de la playa. Recuerdo cuando el poeta Jonás me invitó a publicar en sus ediciones Alta Marea, ahí en El Tabo, donde conocí a mis hermanas y a mi hermano de la playa. Recuerdo cuando éramos cabros chicos ahí en Victoria Subercaseaux con la Alameda y nos leíamos poemas con Germán Carrasco. Recuerdo mi primera revista literaria (la “Laberinto”) que fundamos en el Colegio Excelsior en 1986. Recuerdo cuando parimos (parto difícil) la revista Esperpentia con Sergio Sarmiento y Maximiliano Díaz Santelices. Recuerdo la cuestión fantástica de lo metaliterario. Recuerdo a Borges y sobre todo El mal de Montano. Hay huevones a los que no les gusta Vila-Matas. Allá

Retrovisor | Rilke, Cézzane y el objetivismo

Paul Cézzane murió en octubre de 1906. Un año después el Salón de Otoño de París -donde dos años antes se habían dado a conocer los fauvistas- dedica dos salas a la exposición de las pinturas del autor postimpresionista. Uno de los visitantes más asiduos a esta muestra del precursor del cubismo -y de la pintura moderna en general- es el poeta Rainer Maria Rilke, conocido ampliamente por los textos que dieron origen a su obra más difundida, “Las cartas a un joven poeta”, que dirigiese al cadete Franz Kappus.  Atraído por la estética del pintor francés -a quien denomina “el viejo”- Rilke concurre casi a diario a la exposición, anotando sus reflexiones en las cartas que le enviara a su mujer, la escultora Clara Westhoff, que se hallaba en Alemania.  Además de coincidir con Cézanne respecto de la importancia de ver el arte como un trabajo vital, idea que adquirió siendo secretario del escultor Auguste Rodin, el principal motivo de admiración de Rilke hacia al pintor -nacido en Aix en 1839- gira en torno a su capacidad para distanciarse emocionalmente de aquello que pintaba: “es natural que se ame cada uno de esos objetos cuando se los hace, pero si se expresa ese amor, se los hace menos bien: se los juzga en lugar de decirlos. Se deja de ser imparcial…”, escribe en una de las cartas. Le cuenta a su mujer, además, que Cézanne se sabía de memoria el poema “La carroña”, de Baudelaire, texto que para Rilke era fundamental puesto que “sin ese poema toda la evolución hacia el decir objetivo que ahora creemos reconocer en Cézanne, no habría podido comenzar; antes debía estar allí ese poema, implacable”.  La importancia que la obra de Cézanne adquiere en Rilke es significativa, viéndose reflejada en sus “Nuevos poemas”, o “poemas cosa” (Ding-Gedicht), que publica en dos series, la primera en 1907 y la segunda al año siguiente. Se trata de poemas a los que Rilke intenta dotar de las cualidades de un cuadro o de una escultura, siguiendo la influencia del pintor francés y también, por cierto, de su antiguo maestro, el escultor Rodin. Algunos de estos textos, especialmente aquellos despojados de las referencias mitológicas y religiosas que abundan en su obra, como “Ciega incipiente”, “Hortensia azul”, “El ciego” y “La dama ante el espejo”, se acercan bastante -desde mi perspectiva- a lo que hoy entendemos como objetivismo.  En una nota del texto “Flint on a Bright Stone” (2006), libro donde Kirsten Blythe Painter explora a diversos poetas modernistas gringos, alemanes y rusos, Phelan señala que Ezra Pound -piedra fundamental del objetivismo- no dio muestras de tener “demasiado aprecio por el trabajo de Rilke, asociándolo, en cambio, con la ´sentimental´ generación previa de poetas, sin estar consciente del énfasis en el trabajo y el rigor de Rilke en el período de sus ´Nuevos poemas´”. Rilke, que era austrohúngaro como Joseph Roth, se vio de este modo desconectado de la nueva poesía que surgiría por esos años, siendo visto por muchos como un autor tan anticuado como el mismo imperio que lo vio nacer. En este escenario resulta inoficioso, pero altamente tentador, preguntarse qué hubiese ocurrido en el caso de haber existido “comercio” entre ambos autores. Lo cierto, sin embargo, es que pese a no ligarse con el modernismo ni ser parte de las vanguardias, las reflexiones y la poesía de Rainer María Rilke -destacada por intelectuales como Heidegger- permanecen vivas hasta el día de hoy, se siguen leyendo en diversos círculos a pesar del rudo dictamen de Pound, pues más allá de su carácter neorromántico se refieren a aspectos esenciales de la existencia humana y su espiritualidad, así como al arte y el ejercicio del oficio poético.  “La pintura es algo que ocurre entre los colores (…) El tráfico entre ellos: eso es la pintura.”, escribió Rilke al analizar los cuadros de Cézzane. Esta sentencia, también aplicable a la poesía y a las palabras, es parte de los fragmentos de las cartas -editadas en 1978 por Goncourt bajo traducción de Andrea Pagni- que el poeta fallecido en 1926 dirigiese a su mujer, Clara Westhoff, respecto de la exposición de Paul Cézzane, fragmentos que ahora presentamos para conocimiento y análisis del insigne público de la también insigne revista “El Mal Menor”. Fragmentos seleccionados Manzanas y botellas de vino Tú sabes que en las exposiciones siempre me resultan mucho más interesantes las personas que las recorren, que los cuadros. También sucede lo mismo en este Salon d'Automne, salvo en la sala de Cézanne. Allí toda la realidad está de su parte: en ese azul suyo, denso y algodonado, en su rojo y su verde sin sombras y el negro rojizo de sus botellas de vino. Cuánta pobreza tienen en él todos los objetos: las manzanas, son todas manzanas de cocina y las botellas de vino parecen hechas para los bolsillos deformados, agrandados de abrigos viejos. (7 de octubre, 1907) La réalisation Hoy quisiera hablarte un poco sobre Cézanne. En lo que se refiere al trabajo, aseguraba haber vivido como un bohemio hasta los cuarenta años. Recién entonces, al conocer a Pissaro, se le habría despertado el placer por el trabajo. Pero de tal modo, que durante los últimos treinta años de su vida no hizo más que trabajar. Sin alegría en realidad, según parece, con saña constante, en desacuerdo con cada una de sus obras, porque ninguna le parecía alcanzar aquello que era para él lo más imprescindible. La réalisation lo llamaba, y lo encontraba en los venecianos que había visto antes en el Louvre una y otra vez, y a los que incondicionalmente había reconocido. Lo contundente, el devenir cosa, la realidad llevada hasta lo indestructible a través de su propia experiencia del objeto: esa era para él la meta de su trabajo más esencial. (9 de octubre, 1907) El viejo estrafalario Y el viejo soportaba sus disensiones, recorría de un lado a otro su atelier que no tenía buena luz, porque el constructor no había considerado necesario atender

Retrovisor | Huidobro en la inopia

Vicente Huidobro -se sabe- nació en una familia adinerada. Su padre era heredero del
marquesado de Casa Real, además de tener negocios vinculados a la banca y participar de
la vida política nacional (otro buen negocio), en tanto su abuelo fue el dueño de la viña
Santa Rita. En estas condiciones, ciertamente no tuvo grandes problemas financieros para
iniciar su aventura europea y ligarse a las vanguardias de la época…