Trastienda | La filosofía del crimen, el crimen de la conciencia

«El terror original es el miedo a quedar a la deriva de los instintos básicos y salvajes, desesperados por las necesidades del cuerpo expuesto a su materialidad básica. No obstante, la fuerza de ese terror devastador se transforma en símbolo de esperanza de una fuerza que, por nuestros medios y libremente, nos permite construirnos como si no hubiese comunidad o colectividad. El “YO TRABAJO”, como imperativo moral de mi derecho a pasar por encima de todos. El “ES MI PLATA”, como marcador de eficiencia solvente y altura moral. ¿Podríamos desmentir algo así? No para un trabajador. Pero depende del caso y las circunstancias. En la narrativa personal suena mejor así, da un valor extra a la insignificancia de la pobreza, es un orgullo.»

Entretanto, soy un maldito, siento horror de la patria. 

Lo mejor, es soñar muy borracho, sobre la arena.

Rimbaud

 

Los efectos mediáticos del crimen parecen cifrar, sin decirlo, sin afirmarlo, convenientemente, su origen, sus raíces, en una decisión personal de optar por el mal, los bajos instintos y la destrucción del tejido social. Todo eso no ha sido sino parte de una cadena de producción efectiva y con ganancias que se han expresado en la búsqueda desesperada de seguridad. La acuñación sociológica puede dar cuenta de los aspectos que tejen ese modo de ser. Lo cierto es que esa estructura responde al capitalismo que siempre busca disminuir el Estado e imponer sus normas pasando a llevar, el medio social, natural y político. Tienen su sacerdocio en la ingeniería comercial. Es toda una filosofía conservadora y liberal que se lava las manos y no busca la disminución de las acciones criminales y si las combaten es con crimen institucionalizado. Para dar paso a la violencia que los puso en el lugar privilegiado en el que están. 

 

Sabemos con Hobbes, y Spinoza, que una vida acorralada hará lo posible por seguir existiendo. Esto pone en duda el pacto social instaurado, mostrando el maquillaje, el simulacro que busca cubrir su violenta forma de imponerse, su crimen original replicado policialmente y como una ciencia neutra llamada libre mercado. Lo que ha producido un medio de demolición de la potencia vital y de conocimiento porque su marcador es siempre acumular gastando lo menos posible generando un cerco de apremio. Lo más fácil se vende mejor. Lo difícil es exclusivo, y ahora se torna solo parte de un lujo que algunos se dan por opción o lucha. Corren ríos de plata en fundaciones que defienden la estructura imperante a veces sin mucha rigurosidad o contrapunto. Enfatizan el sentido común. Lo que apunta a convencer a las masas de la naturalidad del ser conservador o liberal. Su mezcla, híbrido chilensis, su condición transgénero, o su travestismo conveniente. Es decir que el estado de cosas en el que vivimos es lo real, lo normal, lo demás es un delirio sensible de poetas e izquierdistas irredentos.

 

El hipnótico influjo de las mercancías y de la mercancía de las mercancías, el dinero, tiene como resultado el valor de la solvencia. Marx planteó En Crédito y banca que quién es solvente es bueno para el capitalismo, y de ese modo se demarca un ethos capitalista. Por lo tanto, su efecto tiene sobre el crimen una doble evaluación como sucede en Chile y en Latinoamérica, y por un eficaz movimiento real y expuesto por los medios, de creciente criminalidad. Por un lado, los efectos de los crímenes de la clase dominante se revisten de una estética de impunidad sacrosanta. Parecen intocables, por una atávica relación con el derecho del señor a imponer su deseo por sobre el resto. Lo que lo resguarda en un aura de inocencia y de error, nunca los expone a la vergüenza a la que sí se le impone al bajo pueblo. Es decir, lo sienten como un derecho propio porque son los dueños; sobre todo el robo, dado que ven la ganancia como su derecho por propiedad. Y en otro tiempo, la tortura, la mutilación, el asesinato y la desaparición, dueños de la vida y el cuerpo del otro. La evaluación mediática más popular, al menos, la que más resuena, es contra el crimen del pobre. El que no ha sido educado y recae con más fuerza sobre el extranjero, ya como una abstracción del monstruo polimorfo. No obstante, la población solo ve con odio e impotencia. El peor criminal castigado en la calle por el aparato policial es el que protesta contra el estado de cosas. Es el más temido, el más dañado. Se usa de ejemplo para generar miedo marcando en su cuerpo al vencedor o como herida psíquica. Desapariciones, mutilaciones, olvidos, abandonos, encarcelamientos injustificados.

 

Todo el escenario es parte del modo en que opera el capitalismo y que no deja de producir ganancias. El pobre percibe intuitivamente que la ganancia está en quebrar la ley. El rico exige al Estado que no le imponga normas y si lo hace las quebrará igual. El Estado, reducido a la función de la administración empresarial y a la vigilancia de los límites que mantengan a la población sujeta a la deuda, es el motivo que lo sostiene y por medio del cual habla la casta dominante. La construcción de la mirada popular se sostiene en una seducción de símbolos, más allá de las necesidades que lógicamente se le presenten. Lo que quiere decir que veremos lo que queramos creer satisfaciendo nuestros deseos. 

 

El proceso de esta filosofía construye una norma que se impone por la fuerza y con una amenaza soterrada que no hace falta tener en la conciencia ya que se ejerce. El terror original es el miedo a quedar a la deriva de los instintos básicos y salvajes, desesperados por las necesidades del cuerpo expuesto a su materialidad básica. No obstante, la fuerza de ese terror devastador se transforma en símbolo de esperanza de una fuerza que, por nuestros medios y libremente, nos permite construirnos como si no hubiese comunidad o colectividad. El «YO TRABAJO», como imperativo moral de mi derecho a pasar por encima de todos. El «ES MI PLATA», como marcador de eficiencia solvente y altura moral. ¿Podríamos desmentir algo así? No para un trabajador. Pero depende del caso y las circunstancias. En la narrativa personal suena mejor así, da un valor extra a la insignificancia de la pobreza, es un orgullo. La fuerza del símbolo y su seducción permite por ese efecto hacernos aceptar inmediatamente que una determinada mercancía adquirida es prueba suficiente de ese actuar bien: El esfuerzo. No obstante, no siempre es así. No es que me importe el caso a caso. Sino que lo veo como réplica del modo de ser de la estructura. Su exigencia. En el capitalismo, es la excepción la que impone la norma. La importancia de la historia de su instauración muestra el modo en que destruir es producir. Lo que ha dejado atónito a los ideales de humanidad, porque se derrumban y solo operan como mecanismos de opresión. 

 

Por un lado, no hay transformación radical sin alojamiento de diversas fuerzas o modos de producción. Y por otro, la suspensión, interrupción que abre el panorama en su justicia y no cambia nada, solo nos permite ser tocados por aquello que no se somete a la máquina, pero tampoco la cambia. Es bello, pero sigue siendo aguantado por los que viven en la urgencia, aplastados. Cómo salir de ahí. 

 

Marx, en El elogio al crimen, un pequeño texto periodístico expone de modo irónico como el criminal produce abogados, manuales de abogados, leyes, y hoy podríamos decir una cantidad importante de materiales técnicos de protección pública y particular, como una cárcel concesionada. El crimen es de interés. Para Sade, el crimen es una energía de ruptura. En él ve la capacidad anárquica dominante. Este mecanismo opera en el capitalismo. Como una fuerza de producción abstracta que se concreta en la maquinaria de producción/destrucción y producción. Es decir, que no responde a ningún principio y se manifiesta como reducción del Estado en Chile, para la población general, porque sigue siendo eficiente como caja de pago a las empresas y sosteniendo el aparato policial/militar. 

 

Los que cargan la urgencia de existir acorralados por los medios de producción y ponen a las personas en un peligro inminente no son los individuos sueltos. Es una máquina gigantesca cuya aparición muestra el fracaso estrepitoso de la ilustración. Cosa antigua a esta altura. ¿A qué acudir, sin pensar en un quién? (Aunque los quienes deben aparecer y responder, aunque se replican sin fin)1. La fisura ramificada de lo que fue la izquierda está siendo fustigada por un fantasma al que no puede responder sino en el discurso que se cae en cada acción concreta. No obstante, esta misma condición anárquica expone la multiplicidad de fuerzas en pugna que se resisten a la totalización. 

 

Cómo se articula la transformación. La potencia es incesante, lo que exige un trabajo histórico y crítico que se hace consciente en la relación con el tiempo, el trabajo, el valor, y la propia existencia en ese tiempo. No tiene acabamiento, pero requiere ingresar en ese flujo como cruce de posibilidades. Solo ahí es posible. De otro modo quedamos atrapados en la totalización. La tensión del mismo modo es múltiple. Si la codicia busca totalizarse, la urgencia también espolea sin evasión porque es lo que apremia en el oprimido. El uso es su virtud moral. Resabio del cristianismo agónico.

 

El cuerpo en su necesidad no puede ser desmentido. El puritanismo cultural y la urgencia ve, como un lujo ajeno a su ser, las formas distintas de habitar el mundo, identidades sexuales diversas, no identidades, ecología, animalismo, artes visuales, posmodernismo. Sólo la casta dominante puede darse placeres excéntricos y banales. Y a la vez por ello mismo los rechazan. 

 

La necesidad y su virtud reside en el uso para vivir, lo demás está viciado. No ven en la mercancía ese vicio fetichizado, ya que el merecimiento la purifica. Nos mantenemos inmersos en una hipnosis culposa. Cuando la casta dominada, oprimida, adquiere estos elementos se pone en cuestión la virtud de la acción, una compra seducida, inmoral. Sin la exclusividad que lo remite al lugar que le corresponde ordenado por la distribución económica. La diferencia jerárquica está ahí para demarcar el gusto dominante exclusivo del masivo. Entendiendo que ahí se juega la estética del estatus. Pretende un valor superior ontológico que no existe. Reproduce con debilidad y penuria el anhelo de ser distintos en sentido superior sin lograrlo con todo el oro del mundo. Solo movilizan el escenario de una farsa, forzando a los actores a inclinarse por unas monedas. Bien necesarias por lo demás y a satisfacer el placer sexual que compra la imagen. Lo que pretende su realidad irrefutable.

 

Sin embargo, destinados a un olvido sin fin. Como los desechos anónimos acumulados en las riberas turbias.

 

Producir la urgencia como necesidad ante la tranquilidad, paciencia y prudencia de los emisarios de su solución se hace cómplice concomitante del salto popular requerido de un golpe para conseguir ese fin. Lo que ocurre solo como aliciente de los objetivos de la máquina que nos exprime. La máquina seguirá procesando, absorbiendo y produciendo los objetos del deseo. Ante eso, desaprender las imágenes, exponer el crimen que le es propio es un desafío que no logra ser puesto en la jerga popular de modo claro, sino al revés aceptándolo como una verdad natural. Porque opera masivamente.

 

No obstante, por condicionados que estemos, por abrumadores que sean los mecanismos que nos conectan por todos lados a este proceso de acumulación y vaciamiento, podemos responder. Pensar es poner la distancia, sin poder, cuando lo abierto se hace sensible, momento en que se hace visible el pliegue disimulado por los mecanismos. Nos percibimos como un campo de tensiones; el cuerpo, las fuerzas en disputa lo componen y lo desbordan. Cómo responder. Qué nos queda, hacernos cargo. 

 

Es un trabajo lento, meticuloso. Una demora que no puede esperar la bajada del Estado, los partidos o la academia. Sin consignas, sino en la mayor exigencia, donde las cosas se presentan en una enmarañada complejidad y, a la vez, donde los nombres, la cultura, las costumbres nos reclaman para actuar bajo su mandato. El pueblo es un ideal que señala aquello que debiese desbordar la norma de sumisión. Pero está disuelto, ha sido consumido o hecho multiplicidades, puro desacuerdo. Se presenta como una proyección de la que no sabemos, muchas veces, sus motivaciones. O las conocemos perfectamente y no hay pueblo sino la respuesta automática que la urgencia cree resolver con el placebo fascista del neoliberalismo.

 

Las disoluciones han sido efectivas este último tiempo. Sobre todo con la magnitud de la tecnología y el extractivismo. Pero algo resiste. En las palabras, en los rostros inquietos. En el sarcasmo hiriente. A veces parece claro, prístino. 

 

Ese reflejo prístino nos hace pensar que el contenido del Estado claro que marca una diferencia. Quien lo domine determina su dirección. Que por nada es definitiva o deja de ser crítica. Pero de qué modo se instaura, cómo pivota, flexiona y se sostiene. Nuestra inocencia nos haría llorar. ¡Farsa continua!

 

 

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(1) Creo que por eso existe la fantasía conspirativa, paranoica de que los dirigentes no mueren o son reemplazados por androides o clones o son alienígenas. Lo que demuestra ese imaginario es que lo otro, algo que está por fuera de la máquina impone la máquina y no responde a la sensibilidad de las comunidades humanas. Se traspone popularmente lo que en abstracto es un incondicionado que está en todos lados y del que no podemos escapar porque impone sus condiciones y nos acorrala. 

 

 

 

 

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