Víctimas anónimas | Corte militar

Pertenezco a una generación que fue violentada duramente en su infancia. Tal abuso -lo digo responsablemente- fue perpetrado por peluqueros de mente obtusa, aliento añejo y manos criminales. Vestidos con delantales blancos y premunidos de tijeras, navajas y máquinas siniestras, aplicaron en nuestras cabezas el antiestético e inhumano corte tipo militar. Cierto es que el ministerio de educación era un ente despótico que imponía (e impone) normas disciplinarias tipo establo, cierto es que estábamos en la peor dictadura que ha sufrido este país, cierto es que los putos milicos se dedicaron a cortarle el pelo -y muchas veces el cuello- a hippies y neofolcloristas, pero nosotros éramos niños, no hippies ni neofolcloristas, y si nos gustaba el pelo más o menos largo no era por un rechazo a la sociedad de consumo -en Chile por ese tiempo no habían creditcards– o porque quisiéramos dar un giro al folclore nacional orientándolo hacia lo social, sino por cubrir nuestras orejas del frío matinal y sentirlas calientitas; por tener la capacidad de mover la cabeza de lado a lado y marearnos sintiendo cómo nuestro cabello, que éramos nosotros mismos, era libre y flexible; por echarnos el pelo a la cara y tener la idea de que nos habíamos convertido en el hombre invisible, es decir, por jugar a ocultarnos y tener nuestra propio mundo interno. Todo esto, sin embargo, fue eliminado de raíz por los siniestros peluqueros, aniquilando, en primer lugar, nuestra individualidad, al homogeneizarnos unos niños con otros y todos los niños con milicos, aviadores, marinos y pacos. ¿Cuántos frío tuvieron que soportar nuestras orejitas de niños? ¿Cuántos intentos de sentirnos libres girando la cabeza de lado a lado capotaron por la ausencia de cabello? ¿Cuánta de nuestra intimidad de hombres invisibles se pasmó ante la incapacidad de ocultarnos tras una chasquilla apropiada para tales efectos? Nuestro derecho a la libertad ciertamente fue violado. Lo peor: nuestros padres lo aceptaron como algo normal, volviéndose cómplices del aparato represor. ¿Cuánta creatividad popular fue arrasada por esta medida? ¿Cuántos poemas y canciones y pinturas y bailes y esculturas murieron antes de nacer? En mi caso particular, recuerdo que cuando niño soñaba con convertirme en dibujante de cómics. Tenía decenas de cuadernos con esbozos de los personajes e historias que creaba. Corte a corte militar, sin embargo, fui abandonando este sueño sin reemplazarlo por nada decente hasta que, en la adolescencia, únicamente aspiraba a tener un cartón que me diera dinero. Lo peor: decidí estudiar peluquería y ahora ejerzo en una unidad militar que no daré a conocer. Corto el pelo con placer, a veces con sadismo, especialmente cuando se trata de nuevos reclutas, los que muchas veces se van con la cabeza sangrando. Con el auspicio del estado, los milicos golpistas y mis padres cobardes me convertí en un sádico. ¿Habrá algún tipo de reparación para gente como yo?

Comentarios
Compartir:

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *