Signos Vitales | La fallida (des)aparición de una galería

Hace unos días, mientras caminaba por la Alameda de las Mutilaciones, me encontré con una especie de bolsa de vino gigante que ocupaba parte de la vereda norte. El descomunal objeto obstaculizaba tanto el trabajo de los vendedores ambulantes -que ofrecían audífonos, papelillos, aritos, pipas, pañoletas- como el paso de los transeúntes y sus pandémicas mascarillas. Pensé, primero, que se trataba de una acción publicitaria -fome- de una empresa vitivinícola. Luego, al mirar el frontis del edificio desde donde surgía el artilugio, supuse que me hallaba ante una instalación artística -esa ocurrencia de tipos como Marcel Duchamp y Kurt Schwitters-, dado que su origen remitía a la Galería Gabriela Mistral, única galería pública de arte contemporáneo en Chile, como informa el diario La Tercera, sin lamentarse, como lo haré yo, por tan triste récord. 

(Momento para el lamento).

El objetivo de la instalación, que estará abierta hasta fines de octubre, consiste en conmemorar el trigésimo aniversario de la galería mediante lo que Javier González, su curador (actividad esnob de moda) definió (con expresiones también esnob) como un “acto de desaparición que funciona no como una ilusión, sino en términos materiales”. La idea de fondo de intervención (llamada “Museo en campaña”) consiste en ocultar la galería con un globo inflable de veinte por diez metros de largo, suponiendo (imagino que imaginaron) que su plateado exterior la haría invisible, permitiendo resaltar la colección de arte y la gestión de la galería, expuestas -paradójicamente- al interior de la bolsa gigante. 

Intento fallido, hay que decirlo, pues el descomunal objeto, creado por el arquitecto Smiljan Radic, no cumple con lo de la desaparición. Oculta la galería, es verdad, pero no la hace desaparecer, pues la reemplaza exhibiéndose a sí mismo como un artefacto llamativo por lo inusual y lo descomunal, aunque poco legible desde lo estético y desvinculado del leit motiv de la exposición, pues no tiene discurso, no tiene relato (es como el candidato Sichel), remitiendo, como se ha dicho, a la idea de una campaña publicitaria de vino en bolsa. Se pregunta uno, también, cuál es el sentido de hacer desaparecer una galería discreta, casi invisible, como es la Gabriela Mistral, que se ubica justo en el primer piso del ministerio de educación, organismo incompetente que sí merece esfumarse.

Eludí el gran envase plateado imaginando la reacción de varios amigos alcohólicos al encontrase, de sopetón, con tan fantástica sorpresa, los vi lamiéndose los bigotes, los vi rompiendo con los dientes su piel de plata para mamar el mosto a destajo. Pasé luego junto a un señor que vendía hermosos ramos de flores en tinetas de pasta de muro y me alejé del lugar recordando otras obras de gran formato que han brotado en el país antes y después de la pandemia: la Pequeña Gigante, el Pájaro Carpintero de la torre Entel, el Pato de Hule de la Quinta Normal, entre otras, preguntándome por el sentido de estas manifestaciones cuya principal atracción es el tamaño. ¿Será que se pretende combatir el vacío artístico-cultural de este modo? 

Si se quiere llenar un cuenco por completo, dice el sentido común, conviene echarle arena fina, no grandes piedras, pues así se evitará que queden espacios vacíos. Pero en el país del marketing da lo mismo cómo sean las cosas, lo importante es como la gente las percibe. O, más bien, como se las hace percibirlas. Disimular es fingir no tener lo que se tiene, explica Baudrillard. Simular, agrega, es fingir tener lo que no se tiene. Lo uno remite a una presencia, lo otro a una ausencia. Y si la gente sale a la calle y se encuentra con un pájaro gigante picoteando la torre Entel pensará que en Chile hay espacio para el arte, que la empresa privada y el gobierno de los empresarios están preocupados no solo de sus inversiones en el país o en paraísos fiscales, sino también de cultivar la estética en los espíritus ciudadanos. Se percibirá, entonces, una presencia donde hay una ausencia.

La bolsa gigante de vino, sin embargo, ni siquiera alcanza para constituirse como un buen simulacro. Es una instalación fallida, un fiasco, puesto que no da para percibirla como un elemento “artístico”, como lo fueron la Pequeña Gigante, el pájaro de la torre Entel o el pato de la Quinta Normal, artilugios que cumplieron su función de entretener, de dar espectáculo, de distraer, de usar el adjetivo “bonito”, de atontar. No funciona tampoco como un aviso de “acá hay una exposición”, que sería lo mínimo que se le podría pedir, puesto que no opera, para nada, como señalética eficaz. Se puede decir, finalmente, que la idea de hacer desaparecer la única galería pública de arte contemporáneo existente en Chile puede ser leída, también, como una broma macabra de la administración Piñera, un guiño malévolo a la derecha más extrema en un país donde la precarización de lo público y la desaparición de personas son temas aún sin resolver.

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