Retrovisor | Recuerdo


“¿Por qué busco justamente el poema ´Recuerdo´ y no cualquier otro? Porque, me parece, es el último que Figueroa publicó antes de morir, siendo además una especie de repaso de su existencia, algo así como una mini autobiografía, y al mismo tiempo una despedida.”


Hace calor, caen los patos asados y mientras reviso los ejemplares de la primera época de El Mal Menor buscando el poema Recuerdo de Héctor Figueroa, tomo vino con melón heladito, fumo unos milígramos de juanita y rememoro la época -primera década de los dos mil- en que ambos fuimos parte de la perdedora revista Esperpentia. Yo escribía la columna La Morgue, donde hacía la autopsia (sin anestesia) a diversas publicaciones literarias, por lo general poemarios, y Héctor estaba a cargo del Ecualizador, sección donde DJ Tito, su atrevido alter ego, se daba el lujo de denunciar un plagio de Nicanor Parra o de corregir los versos de poetas para muchos intocables como Jorge Tellier o Pablo de Rokha, esto bajo la premisa de que todo autor sufre de altibajos. 

Revuelvo el vino, los cubos de hielo entrechocan entre sí y con el vidrio verdoso de la jarra acinturada y barata que los contiene -un artículo de feria libre- formando una rítmica y delicada música que Figueroa, el Chico, amante del alcohol y del jazz hubiese encontrado maravillosa, motivadora, hipersensible, comparándola -esto ya es pura imaginación- con las cristalinas notas de vibráfono que Milt Jackson aportó durante décadas a las composiciones del Modern Jazz Quartet.

¿Por qué busco justamente el poema Recuerdo y no cualquier otro? Porque, me parece, es el último que Figueroa publicó antes de morir, siendo además una especie de repaso de su existencia, algo así como una mini autobiografía, y al mismo tiempo una despedida. El poema fue publicado originalmente en El Mal Menor número 9, en junio de 2017, en la sección Taberna, espacio que Héctor mantenía en nuestro medio. “Hola amigo, acá te envío (archivo adjunto) un texto, un ejercicio literario para ser publicado en la revista, si es que te tinca. Ojalá.”, señalaba el mail que lo acompañaba. El poema, que ahora entregamos a los lectores, por cierto, nos tincó y lo publicamos. También fueron las palabras con que lo despedimos en ese lugar que los inocentes llaman camposanto. 

Iniciamos, así, la publicación de una serie de artículos y material inédito en homenaje a nuestro amigo y colaborador a tres años de su fallecimiento, ocurrido el 14 de enero de 2019. Vuela alto, se ve a menudo escrito en los autos que componen los cortejos fúnebres. Lo mismo le deseamos a Héctor. Vuela alto, toca las estrellas, embriágate con el éter fina reserva del cosmos.

 

 

RECUERDO

por Héctor Figueroa

 

Recuerdo una mañana junto al olor del pasto tras el riego en una cancha de fútbol durante mi adolescencia. 

Recuerdo el casete “Now’s the time” que sonaba todo el día y toda la noche y que me duró años en varias casas viejas hasta que me lo hurtaron.

Recuerdo el triciclo rojo y el de color azul de mi hermano gemelo.

Recuerdo el guión de un personaje de película de Woody Allen, quien dice "No sabía si un recuerdo es algo que tienes o algo que has perdido".

Recuerdo que más que nada en el mundo quería ser futbolista cuando grande.

Recuerdo el rostro de la primera puta con la que me metí, en la calle Lira 240.

Recuerdo a la Tatiana Zurita (amor platónico) y a la Claudia Correa (primer amor carnal).

Recuerdo las jugadas y los goles de Carlos Caszely con Severino Vasconcelos, pases y goles que vi presencialmente con entrada pago de niño en el Estadio Nacional.

Recuerdo que Sócrates dejó dicho que el recuerdo es la memoria del alma.

Recuerdo la muerte por Sida en 1996 de mi hermano gemelo, Nelson Figueroa Muñoz, del quien nadie se acuerda.

Recuerdo el Súper-Tanker.

Recuerdo cuando me llevaban preso por beber, como Rubén Darío, en la vía púbica. 

Recuerdo cuando anduve con un pellet puesto en el estómago durante todo un año.

Recuerdo la primera vez que dejé de tomar. De la segunda y de la tercera vez, también me acuerdo.

Recuerdo cuando llevé a mi amigo de infancia José Millanao para que se descartuchara en un lenocinio. Me acuerdo de una puta linda pero de pies hediondos.

Recuerdo el “I remember” de Joe Brainard y los “Yo me acuerdo” o “Je me souviens” de Georges Perec.

Recuerdo a mis hermanas lindas hijas de mi padre de su segundo matrimonio.

Recuerdo siempre Cartagena, sus casas y calles, la tumba del poeta, la Playa chica y la Playa grande.

Recuerdo las voces y los gritos de los niños al salir de la escuela.

Recuerdo cuando perdí ebrio un cuaderno de tapa negra donde iban todos mis poemas manuscritos de juventud. Recuerdo que también perdí ebrio las obras completas del loco Hölderlin.

Recuerdo los libros que presté y no me los devolvieron jamás.

Recuerdo cuando leí por primera y única vez Crimen y Castigo en el patio de la casa de mis abuelos.

Recuerdo cuando leí completo El Quijote de la Mancha y me maté de la risa, a los 33 años.

Recuerdo las empanaditas de queso, el pastel de choclo y las humitas que cocinaba mi mamá.

Recuerdo cuando conocí a mis hermanas y a mi hermano de la playa.

Recuerdo cuando el poeta Jonás me invitó a publicar en sus ediciones Alta Marea, ahí en El Tabo, donde conocí a mis hermanas y a mi hermano de la playa.

Recuerdo cuando éramos cabros chicos ahí en Victoria Subercaseaux con la Alameda y nos leíamos poemas con Germán Carrasco.

Recuerdo mi primera revista literaria (la “Laberinto”) que fundamos en el Colegio Excelsior en 1986.

Recuerdo cuando parimos (parto difícil) la revista Esperpentia con Sergio Sarmiento y Maximiliano Díaz Santelices.

Recuerdo la cuestión fantástica de lo metaliterario. Recuerdo a Borges y sobre todo El mal de Montano. Hay huevones a los que no les gusta Vila-Matas. Allá ellos.

Recuerdo los rostros fugaces y hermosos de las mujeres bellas en el metro que se me olvidan. Pero aún no se me olvida el rostro de una morena chilena que vi al lado mío en una Van en un trayecto entre Niebla-Corral y Valdivia. Aún no la olvido. 

Recuerdo todos los días a mi novia Delia Antonia con la que estoy enyuntado hace más de nueve años.

Recuerdo los tres días en que pasé hambre y no comí nada. Cuestión que se solucionó cuando mi primo Miguel Ángel me comenzó a explotar en su Fábrica de Electromecánica, todo sucio y lleno de grasa, sacándole cobre a los motores pero almorzando a la hora.

Recuerdo que el huevón (mi jefe) se demoraba hasta la noche del día viernes para pagarnos el sueldo semanal. Pero también recuerdo que nos invitaba al Pipeño de Bío-Bío con Franklin y nos curábamos raja.

Recuerdo cuando trabajé como chispita (lector de medidores de luz) durante cinco años.

Recuerdo que mi hermano mayor me dice a cada rato que no le he trabajado un día a nadie. Recuerdo que debo mandarlo a la chucha, el problema es que ahora me hace un pequeñito sueldo por hacerle el aseo en su departamento. Puedo pololear, pero lo más importante es que puedo fumar y tomar cerveza con esa plata. 

Recuerdo cuando mi padre tuvo tres Peugeot 404 al mismo tiempo, uno azul, uno blanco y otro rojo. Yo pensaba, como niño, que éramos ricos.

Recuerdo cuando el diario La Tercera, en titulares rojos, publicó que un soldado chileno valía por tres soldados argentinos.

Recuerdo los grandes apagones en la época de Pinochet. Las velas agotadas en los almacenes del barrio.

Recuerdo cuando mi padre me llevó a un restaurante a comer para decirme que se iba de la casa. Que qué iba a sentir yo.

Recuerdo que a mi padre lo iba a visitar todos los días durante sus últimos días.

Recuerdo cuando anduve perdido tomando cerveza en pueblitos vascos abandonados para lo de las Torres Gemelas, sin saber que estaba ocurriendo lo de las Torres Gemelas.

Recuerdo todos los días que estoy en la quiebra, en la bancarrota por mis bolsillos y por la billetera.  Recuerdo que el futuro es un currículum por hacer.

Recuerdo que vivo en el país de los pololitos y el pituto.

Recuerdo a los poetas y narradores anónimos que nadie publica. A la gente que habla y se queja en la calle.

Recuerdo a Rafaella Carrá, a Beatrice Dálle, a Scarlett Johanssen y a Sofía Loren cuando jóvenes.

Recuerdo cuando me llegó por primera vez el teléfono y años posteriores Internet a la casa.

Recuerdo los primeros televisores que llegaron a Chile.

Recuerdo a mis editores y los maldigo.

Recuerdo el color de la cajetilla de los cigarros Hilton, Life, Windsor, Viceroy azul, Advance, Belmont, Phillip Morris, recuerdo todas las cajetillas de cigarrillos unidas a mi boca y pulmón nicotinoso.

Recuerdo…

 

 

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