Trasandino | De la escritura de un ex boxeador


«El hablante de “Groggy” es el sujeto imaginario de una emoción encarnada, la máscara del citadino angustiado, con deudas, sin futuro, que satiriza su realidad porque siempre se ve superado por los hechos, el oficio de ser escritor en Chile y no tener plata para sustentarlo, un Sísifo en cuclillas que ya no puede levantar el peñasco gigante y solo espera morir…»


"En absoluto deseo demostrar, asombrar, divertir, o persuadir,

escribo para amortiguar la realidad"

H.F.

 

Llenando un vaso de cerveza escucho un álbum de Coltrane. Vuelvo sobre “Groggy”, un poemario de Héctor Figueroa. Con el correr de la noche levanto la mirada y sospecho: ¿Quién es el sujeto simbólico que está fisurado en estos poemas? ¿Quién es este ser fragmentado y diluido en un archipiélago de emociones? ¿De qué está hecha esta poesía urbana, irónica, poesía etílica con actitud punk que le da con el martillo a la moral catolicona chilena? 

Es sabido que la poesía brota de lo incierto, que la fuerza del instinto sodomiza a la razón, y es ahí donde el artista, en su arrebato o delirio de pasión por la vida, de constante rebeldía contra sí mismo, arremete con la vitalidad del arte para herir los filamentos de la moral que lo coarta. En esta lucha sin descanso, en las páginas de “Groggy” vemos al poeta sobre el ring, desconcertado, lanzando golpes a lo loco a ese peso pesado que es la sociedad. Entre cada asalto escribe lo que siente, lo que le pasa. Repite azorado que no quiere salvarse ni salvar a nadie, tampoco responsabilizarse con el mundo, sino alcoholizarse como refugio para poder mascullar su nihilismo profundo, esa angustia que lo tulle y lo agrieta como tumbas a cementerio. Y en donde puede lamerse como perro callejero las llagas infectadas por el tiempo. En el fondo sabe que es su propia actitud punk lo que lo tiene contra las cuerdas. “No hay futuro”, replica, quizás por hastío o quizás por su fatiga ante cualquier profecía, sin embargo escribe, se esmera por aquellos materiales que solidifican su poesía y que hacen el registro de lo que siente, de lo que ve, de lo que oye, esa energía modelada de ritmo, de imágenes, colores, sonidos, silencios que devienen en unidad y le dan forma al poema; sólo para “conseguir estampar alguna bella imagen artificial.”

En este sentido la poesía en “Groggy” es pulsión vital, emoción caótica y dispersa que tensiona repentinamente, y que se libera como un golpe ante un ataque, pero que en el fondo no es más que aquel vinculo momentáneo que se hace y se desprende de la vida para volcarse en el poema, entonces cabe pensar que lo que ata al poeta y a la poesía está hecho de puro instinto. Por eso “Groggy” nos presenta el mundo como lo experimenta, una poesía emparentada con el objetivismo que recurre a dar cuenta de la ciudad: un Santiago nocturno de los 80, 90, cableado público, casas abandonadas, deudas, borracheras, amantes, velorios, jazz, gorriones, poetas, televisores, donde circulan: “punkies vegetales, aspirantes a escritores, / mujeres despechadas, absurdos trash; / cesantes, lesbianas y homosexuales, / todos amigos de algo que jamás se concretó.”

Con un jab nos enfoca la mirada para entrar en su cotidiano, a lo más cercano, ya que “el objeto natural es siempre el símbolo adecuado” decía Pound. Ausculta en lo entrañable, en lo frágil, en lo que avergüenza: "Puerta cerrada celda día / y aunque hace la cama barre la pieza / escucha música fuma; consignémoslo: / copralálico farfullante hacia dentro, su mente / es un hacinante de suicidios – imaginables de / todo tipo-."

Ahonda en temas con un humor ácido, sin temor a la crudeza de algunas situaciones: “´La única manera de apartar a alguien del suicidio es empujarlo a él´. / -en esto se equivocó Cioran, el rumano charlatán, pues / mucho antes de leer su aforismo / aconsejé suicidio a un colega de trabajo. / Lo empujé de manera seria y no en broma, / no sin antes escuchar atentamente todas sus penas / (un montón de deudas, problemas con el trago, mujeres, se sentía solo). A mí ex-compañero / le gatillaron, le sirvieron mis palabras: / a la semana siguiente se colgó de un árbol en El Tabo."

Con un swing nos interpela. Nos orilla con sus lecturas, huellas intertextuales para cartografiar su camino de lector: Williams Carlos Williams, Macedonio Fernández, Joyce, Franz Kafka, Enrique Lihn, Oliverio Girondo, Carlos Droguett, Juan Carlos Onetti, Guillaume Apollinaire, Emil Cioran, Edgar Lee Masters, Maximiliano Díaz, Sergio Sarmiento, William Faulkner, Friedrich Nietzsche, Cosntantino Kavafis, Juan Rulfo, Fernando Pessoa, etcétera, etcétera. 

No obstante, algo peculiar ocurre cuando nos habla de su pasado. Rememora sobre hechos, retazos de la ciudad que lo habita, vuelve sobre vidrios rotos para respirar: "Era el tiempo primero, / tiempo de nunca acabar, era el amor / entre la fiesta del jazz y el champagne."

Observa con melancolía las impresiones de otro tiempo, la imposibilidad de volver a bañarse en ese río. No así en su presente, ya con la experiencia de haber sido golpeado muchas veces. Vocifera imprecaciones rabiosas, hosco hasta con lo más íntimo: “¡Qué terrible ver / otro día tener / mañana y tarde por delante, / sol y color y más ser!”

Con una escritura ácida se ríe de su decadencia, de su enfermedad, del amor, del oficio de la escritura, del Chile hipócrita que no ha superado al dictador culiado, del mundillo hediondo de los poetas de facultad, que se arremolinan como moscas en la caca para sacar algún provecho literario del talento de un poeta difunto. Se mofa, se alcoholiza, lee y escribe cuando la realidad lo excede; hurga sobre sí mismo, como carnicero faenando una res, para saber de qué está hecho. Se acalambra cuando la honestidad satura. El poeta con cada poema abrevia su existencia.

En fin, el hablante de “Groggy” es el sujeto imaginario de una emoción encarnada, la máscara del citadino angustiado, con deudas, sin futuro, que satiriza su realidad porque siempre se ve superado por los hechos, el oficio de ser escritor en Chile y no tener plata para sustentarlo, un Sísifo en cuclillas que ya no puede levantar el peñasco gigante y solo espera morirsi Parra con su actitud escéptica ponía en duda los hechos que constituían la moral y reía, Figueroa ríe porque no le queda de otra, es el borracho perdedor, el poeta que está preso de sus propias palabras.

Termino el poemario y la cerveza, Coltrane se ha silenciado. Aunque no tuve la oportunidad de conocerlo en persona, pienso en Héctor como una sombra que, sobre el cuadrilátero, muestra sus mejores movimientos al ritmo de Now´s The Time de Charlie Parker, de pronto su figura cae a lona con un gesto burlón, se ha golpeado a sí mismo, pero nadie tira la toalla, nadie va a su a rescate, está solo en un estadio vacío y parece que lo disfruta, aun así intenta levantarse para terminar el round, no sin antes murmurar, recordando al poeta norteamericano W.H. Auden, que “la poesía no hace que sucedan cosas”.   

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