Narrativa Chilena Actual | Mujer sumergida


«Cuando llegamos a la esquina frente al metro se estacionó cerca de un negocio que tenía afuera una máquina que decía Savory. ¿Sabes interpretar sueños?, me preguntó. No contesté. Ella comenzó a contarme uno, no esperó mi respuesta. La seguían unos hombres con máscaras de lucha libre y la metían en el maletero de un auto. Ella sentía mucho terror. Así dijo, terror, no miedo ni angustia, sino terror.»


A través del parabrisas, vi la ciudad abajo. Era como un espejismo. Un agujero de humo y cemento al que volvía todos los días. Las manos sostenían el volante y una de ellas tenía una herida. Le pregunté qué le había pasado, me dijo que se había quemado con el horno haciendo pizzas. Hablamos un poco sobre las cosas que hacía con sus hijos y su familia los fines de semana. No dije mucho porque no hago cosas así. Luego entró en el terreno del trabajo de todo lo que significa para la vida. El tiempo que ocupamos todos en esto, sin mucho que ganar, pero sí, nos manteníamos.

-Estoy pensando en irme -dijo de pronto.

Me volví en el asiento y miré su cara que estaba mirando hacia la calle grande. No había mucho tráfico. No entendí a qué se refería. Pensé que me consideraba un amigo y quería decirme algo que podría ser importante para ella o quizás solo necesitaba hablar. El automatismo del viaje. 

-A veces me cansa la enseñanza. No nos valoran.

-Pero…

-No puedo llegar e irme. No hay cómo, siempre hay cuentas, la vida es cara.

-De hecho no sé cómo se vive…nunca alcanza para mucho. Pero todos sabemos que hay situaciones peores.

-Es cierto, por eso, dejar esto… por malo que pueda parecer, es siempre la posibilidad de quedarse sin nada. 

-Estamos atrapados.

-Eso parece.

Ella movió las manos rodeando el volante como acariciándolo. La herida era un relieve rojizo sobre uno de sus dedos. Imaginé el horno hirviendo y el borde de la bandeja. Santiago se veía cargado de edificios y con pocas vías. Esperaba sumergirme en ese humo de todos los días. Las calles arriba estaban arrasadas de vacío. Y el hoyo que es Santiago, parecía una emanación tóxica y alucinada.

-Una piensa que puede dejarlo todo, pero yo no puedo, tengo hijos y un marido.

Siempre pensé que lo tenía todo, se veía normal. Estaba atenta al camino y daba leves giros siguiendo las curvas.

-Hay cosas que se pueden terminar. Pero lo demás es una cadena… nunca te cases.

Dijo eso y me miró un momento. 

No pensaba hacerlo… pensé mientras miraba sus ojos muy abiertos hacia mí, dejándome entender que a la vez que me miraba presentía el camino conocido.

 

El sol de la tarde se abría en el horizonte en un pliegue que parecía como una piel abierta y recogida, enrollada hacia dentro. El fondo rojo. 

-Cuando estoy con él no sé qué decirle… no sabe lo que me molesta o lo sabe bien y no le importa.

Sus manos se enroscaron sobre el volante y la ciudad nos iba tragando en la medida que entrábamos en el plano. No podía verla desde arriba, abandonamos la pendiente, estábamos en la ciudad atochada, circulando. No sabía qué responder, pero tampoco ella esperaba que le dijera nada, creo. En un semáforo se detuvo y se acomodó. Era como ser engullidos lentamente por un ruido confuso. Voces, bocinas, pisadas, susurros, a veces gritos.

-Quisiera no llegar.

-Las cosas se arreglarán.

– ¿Cómo surge de pronto esto? 

-No podemos ver todo, a veces las cosas llegan y uno no se da cuenta.

-Una siempre sabe lo que va a pasar, otra cosa es que una se engaña para seguir.

Pensé que era como todos, que nos mentimos para poder levantarnos todos los días y pensar que somos algo más que un puñado de cifras y cuentas por pagar siempre. Sin embargo era algo un poco distinto. Era como si lo presintiera en la piel.

-Llega con todos los avisos, pero no puedo sacudirme la educación que me dieron. 

Frenó, sentí como si el auto tuviese su propio reflejo, un tiempo fantasma que se conectaba con sus piernas. Y vi el tráfico, un par de vehículos indefinidos contra la tarde, el susurro de los neumáticos en las calles. 

-Es como estar atrapada en una. Pero él también…

No dijo nada más y siguió conduciendo como si hubiese entrado en la inercia del viaje y las palabras estuvieran gastadas y enmudecidas. También me callé y miré el camino. Todo se repetía y nuestros cuerpos se acostumbraban. El mismo camino de siempre, dijo ella.

 

Cuando llegamos a la esquina frente al metro se estacionó cerca de un negocio que tenía afuera una máquina que decía Savory. ¿Sabes interpretar sueños?, me preguntó. No contesté. Ella comenzó a contarme uno, no esperó mi respuesta. La seguían unos hombres con máscaras de lucha libre y la metían en el maletero de un auto. Ella sentía mucho terror. Así dijo, terror, no miedo ni angustia, sino terror. Lo remarcó cómo se demarca la desesperación, como una atmósfera que lo invade todo, incluso nuestros movimientos. Cuando la sacaron del maletero, no sabía cómo, lograba soltarse y correr hacia una playa, se metía al mar y seguía caminando, corriendo, pero las piernas no le obedecían. Lograba quedar completamente sumergida. Gritaba. Con toda la fuerza que tenía. Una fuerza ralentizada, demorada, como en los sueños. Un grito ronco, pesado. Gritaba hasta que se le rompía el pecho. ¿Sabes qué significa?, me preguntó al final, como si no importara o solo alucinara con la imagen o algo que había en el sueño. Recordé que estaba apurado, pero luego ya no. Parecía que no hubiese tiempo y su sueño entrara de a poco en el auto, su neblina, una corriente leve y envolvente dando envites ligeros o sus restos como los susurros de los neumáticos que pasaban lejos. No quería pensarlo, o no podía creerlo, pero tampoco podía saber con certeza. Todo era muy normal en ella. Siempre me intrigaron los sueños, dijo, son algo que no logro descifrar, tienen su propia norma. En lenguaje hay una gramática establecida y significados, dijo, pero el grito no tiene gramática. La miré… y a su espejo retrovisor. Desde mi asiento reflejaba parte de ella y parte de la calle extrañamente vacía a esa hora. La línea blanca en perspectiva sobre el cemento. Cuando no encuentras lo que significa te resignas y ya no lo buscas, no te desesperas, sabes que hay un abismo. Vi la entrada al metro. Miré la herida en su mano un buen rato… pensé en los hombres de su sueño, y en que no quería volver… No te vayas todavía, dijo…  

 

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