«Con ilustraciones monocromáticas de su amigo y compañero de bohemia, Rafael Ampuero, «La bestia mágica» contiene un conjunto de 99 poemas donde Mora -usando descripciones que destacan por su luminosidad pictórica- da cuenta de aquello que lo rodea: su mujer, sus hijas, sus amigos, la ciudad de Tomé, los paisajes del sur, el mar, los pájaros, los animales, construyendo un fresco del mundo que lo vio nacer y morir. En el medio de ese mundo, además, surge un yo que reflexiona, que confiesa, que vive, mezclando sensualidad y crítica, humor y ternura, mientras de fondo -río oscuro que desemboca, atenuándose, en el celeste océano tomecino- acecha la duda existencial, el vacío.»
Hace más de medio siglo, exactamente “en la madrugada del 29 de febrero de 1960 -entre humo y café-, utilizando los modestos talleres del periódico NOTICIAS, de propiedad del autor” -como señala su detallado colofón- se terminó de imprimir el tercer poemario de Alfonso Mora Venegas: La bestia mágica. El libro está dedicado al Liceo de Tomé, ubicado en el puerto homónimo, lugar donde en 1921 nació el poeta, de profesión abogado, que, además, se desempeñó en la localidad como juez del crimen subrogante, periodista y profesor del citado establecimiento educacional.
Alfonso Mora -arraigado fuertemente a su tierra- pasó prácticamente toda su existencia en el pequeño puerto ubicado al norte de Concepción, alejándose solo para cursar estudios de Derecho en la Universidad de Chile, en Santiago, siendo uno de los actores de la potente vida literaria y artística que surgió en la sureña ciudad a mediados del siglo XX, participando como fundador, en 1947, del Círculo de Bellas Artes de Tomé, donde confluyeron pintores como Rafael Ampuero, Elías Zaror, Raúl Sanhueza y Alejandro Reyes, junto a poetas como Benjamín Silva y Alejandro Chávez.
En cuanto a lo literario, antes de La bestia mágica, Alfonso Mora publicó dos textos difíciles de encontrar en la actualidad. El primero de ellos es Litorales (1954), que se enfoca “en el canto a la naturaleza, a los seres libres y a lo simple, en oposición a lo convencional y artificial de la vida ciudadana y sus instituciones”, como indica el poeta Guillermo Quiñónez (Valparaíso 1889-1982) en el prólogo de La bestia mágica. Ideas que se mantienen, aunque esta vez en prosa, en Las semillas profundas, su segundo poemario, fechado en 1955, de acuerdo con lo expresado por el mismo prologuista.
Cinco años más tarde vería la luz el texto que nos ocupa, La Bestia Mágica, libro que rescaté en la cola de una feria libre de Recoleta años atrás y que quizá a causa de su tiraje enorme, inusual para estos tiempos, de 1300 ejemplares, logró sortear el paso del tiempo. Se trata un libro sencillo, impreso en tinta azul en papel hilo N°2 (material en que se imprimieron 1000 ejemplares, siendo 300 facturados en papel imprenta, como se señala en la misma edición). El libro, como todo lo que Mora dio a conocer en vida, fue una autoedición, viendo la luz bajo el sello Ediciones Collén justo un año antes de su última publicación, Estrellamar (1961), obra que, lamentablemente, también resulta difícil encontrar.
Con ilustraciones monocromáticas -también en azul- de su amigo y compañero de bohemia, Rafael Ampuero, La bestia mágica contiene un conjunto de 99 poemas donde Mora -usando descripciones que destacan por su luminosidad pictórica- da cuenta de aquello que lo rodea: su mujer, sus hijas, sus amigos, la ciudad de Tomé, los paisajes del sur, el mar, los pájaros, los animales, construyendo un fresco del mundo que lo vio nacer y morir. En el medio de ese mundo, además, surge un yo que reflexiona, que confiesa, que vive, mezclando sensualidad y crítica, humor y ternura, mientras de fondo -río oscuro que desemboca, atenuándose, en el celeste océano tomecino- acecha la duda existencial, el vacío; cauce, sin duda, que brota desde las primeras páginas del libro, pues el epígrafe escogido es un verso de Hölderlin que se pregunta: “¿Por qué hay un implacable aguijón en mi pecho?”.
Mora -crítico del progreso- amaba profundamente Tomé y voluntariamente hizo su vida en la localidad sureña, renunciando a hacer carrera -y a ganar dinero- como abogado en Santiago o como juez en el mismo Tomé, cargo que ejerció por poco tiempo, privilegiando, finalmente, algunas horas de docencia en el liceo local, pues la educación fue otra de las pasiones de este hombre de principios rectos e inamovibles. Su poema “Siempre sales perdiendo, Alfonso”, da luces acerca de su porfía por ser consecuente con su forma de pensar, asunto que lo transformó en un loser de la época: “Pero te han dicho todos, / Alfonso, te ha increpado el mismo Mora: / Debes cambiar. / Compra compás masónico; / Adora el agua, sé bombero; / Usa báculo, participa en los desfiles / De los escauts primaverales; / Aspira el incienso en las iglesias; / No opines cuando puedas molestar; / Concurre a ciertos clubes, / Juega cacho, pide fuerte, firma vales; / Sé político, cambia de opinión cada minuto; / Y verás cómo triunfas en todos los concursos.”
Alejado de la nostalgia de la poesía lárica, Mora retrata su pueblo, el océano y su existencia con la intensidad y la claridad plástica de quien está viviendo, in situ, lo que canta, no recordando. Así, por ejemplo, refiriéndose a la gente de mar de la zona, en uno de sus poemas escribe: “Para San Pedro, pescador, / Se meten al mar con sus mujeres / Y en medio de los huiros / Cantan, beben // Las mujeres son celestes y dulces / El oro en los trigales se atesora, / La verde fragancia en las maderas, / Amorosa la lluvia.” Poeta de carácter vitalista, en su texto “Plenitud”, como Baudelaire, pone la embriaguez en su justo lugar: “No importarme que el amor / Ni que una gran pregunta / -muerte, dolor, destino- / Me impidan dormir / En plumón de jacintos / Con tal que el mundo sea / Cáliz de rojo vino”. No se trata -hay que aclarar- de un poeta maldito, sino de alguien que ama la belleza y el goce, lo mismo que cuestiona lo que considera injusto, sin que esto implique oscurecer sus versos, rescatando la luz en paisajes y personajes anónimos como un barrendero o dedicar poemas llenos de sensibilidad a sus hijas, pues para Mora la poesía significaba “Volar sin trabas”, como escribió en las páginas de La bestia mágica.
Alfonso Mora falleció en Tomé en 1968, a los 47 años de edad, víctima de la cirrosis, como informa otro tomecino ilustre, Alfonso Alcalde, en una entrevista que en 1987 diera a Soledad Bianchi en el diario La Época. Tres años después de su fallecimiento, en un artículo publicado en El Sur, su amigo, el pintor Rafel Ampuero, se lamenta de que “los que prometimos solemnemente casi ante su tumba de la edición de sus obras póstumas y una recopilación de su trabajo publicado en cuatro pequeños libros que editara él mismo, por su cuenta, en su minúscula imprenta, tampoco lo hemos hecho mejor (…) nada se ha hecho y es como si junto con sepultar su cuerpo en esa tierra que él tanto amara, también hubiésemos enterrado su poesía, que es limpia y elevada…”. No es un asunto nuevo, ciertamente, el olvido de que gozan los poetas. “¿Soy una flecha entre dos puntos ciegos?”, se pregunta Alfonso Mora en su libro Litorales. Tal vez la respuesta sea positiva, tal vez en Chile todos los artistas lo sean.
En el sur, eso sí, el olvido no ha sido completo. En 1983, municipio bautizó con el nombre “Poeta Alfonso Mora” a una calle de Tomé. Cuatro años más tarde el sello Lar, de Concepción, publicó una antología del poeta que, curiosamente, lleva el mismo nombre del libro que ahora comento, La bestia mágica, donde se incluyen también poemas inéditos. Desde 2015 el CEIA de Tomé (Centro de Educación Integrada de Adultos) lleva su nombre. (Y bien merecido, pues el poeta fue uno de los gestores de la creación del liceo nocturno e impartió allí clases de forma gratuita.) La página de Facebook del museo de Tomé, por su parte, lo recuerda en 2021 -año del centenario de su natalicio- a través de un posteo de Román Villeg, que entrega parte de la información sobra la biografía del poeta que he usado en este artículo. Es de esperar que la poesía de Mora, escrita en un lenguaje directo, sobrio, chileno y luminoso, donde afortunadamente “no se encuentra ninguna huella del intelectualizado lirismo de las grandes ciudades”, como escribió Ricardo Latcham en La Nación (1960), sea reeditada y dada a conocer a públicos más amplios. Va, por ahora, una selección de los poemas que componen el poemario que publicase en 1960.
Selección de poemas
ALTO Y DISTANTE
Tan lejos y alto todo:
Los alambres, los pájaros, las nubes.
¿Quién encumbro las cosas
Desde afuera?
¿Quién alambró las rejas?
Perturban la siesta
Polleras ausentes, desplegadas,
Labios que besan.
Por los hilos pasan las voces
Y las risas,
El canto libre de los hombres.
Inverosímil, una calle
En el cerro -polvo y sol-
Entristece más la tarde.
Alto y distante todo.
NO DEMORES
Entre la pedrería de las murtillas,
A la sombra de los boldos y avellanos
La soledad me asfixia
Como un nudo.
La piña ostenta pechos de doncella,
Los lascivos racimos tienen
Esplendidez de boca,
El pasto blanduras deleitables…
¡Novia mía,
No demores!
EL MADRUGADOR
Vino del campo
Con una tropa de graznantes gansos
Y aquí quedó.
Ahora, madrugada a madrugada,
Cuadrado por el códgo alcaldicio,
Con mansedumbre de buey viejo, barre
Las cosas que el pueblo echa de noche:
Papeles, cadáveres de niño, botellas orgiásticas.
Las ultimas estrellas apozadas.
Barre y barre,
Se mira en el lucero
Y silba un aire antiguo, castellano,
Que recogió en el campo.
No entiende por qué limpia
Cuando en el bosque, ¡oh, aquellos tiempos!
Nadie barría
Y todo estaba pulcro.
Pasan jugando
A las palabras cruzadas
Los bohemios últimos.
Lo oigo cómo lustra la ciudad,
Cómo amontona, delicadamente, las estrellas,
Cómo cumple su deber a conciencia
Cómo madruga para saber
Si Dios ayuda.
TERTULIA CON BOTELLAS
La noche sureña es larga, oscura, elástica.
Acordeones de vientos y lluvias.
La soledad, los árboles, las sombras
En la humedad maduran…
Estrellas altas, extensas.
¡Todos los hijos nacen
En la noche sureña!
Junto al charqui y el vino
Relatan mis amigos
Las mismas anécdotas contadas.
Cantamos, reímos, bailamos
Al son de una música nuestra
Derramamos arpas y pinceles
En las mesas.
Pintores azules
Respiran en mi canto
Ellos y el mar me dieron
Este pomo cobalto.
LA FLECHA
He recorrido, palmo a palmo,
Todo mi predio cauteloso,
En donde habita el cardo
Y las abejas ciegas de oro.
Busqué la noche más tupida
Dentro del vaso de mí mismo;
Y los senderos sin salida
Y el encontrón de los sentidos.
M herí de muerte mientras iba
Contradictorio hacia el ocaso…
Pero venció la cobardía
Incontrastable de mi mano.
Ya voy saliendo del abismo,
Purificado y convergente,
Con alta luz y afán más cierto
Y el corazón de atardeceres.
Y voy lanzado hacia la rica
Arquitectura de los hombres,
Para ayudarme y ayudarlos
Con esta flecha desconforme.
AZUCENA
Hija, por ti el rocío baila en la hoja
Más despacio, y para no despertarte,
Se queda trémulo mirándote.
Azucena te llama el pitío y el lucero
Te besa con su más puro fuego.
Entre tus manos tienes, flor y niña,
El vaso centelleante de mi vida.
¿Qué tierra, qué ternura inmensa
Alimentó tu savia, alta y cierta?
Tu alegría echó a andar los carruseles,
Los columpios, el agua de las fuentes,
La risa de los ríos que te arrullan,
El corazón y el cielo de mi frente.
ENFERMEDAD DE UN DÍA
Me desperté vidrio,
Cristal de copa usada.
Moribundo, me asustaban las moscas,
Los niños, las palabras.
¡Cómo me dolían los huesos,
Los recuerdos,
El concho del alma!
¿Qué sucedió después que el vino
Apretó su tarasca?
¿Cuánto cantamos? ¿Quién lloró?
¿Alguien recordó a la amada?
¿Qué hice, si bebiendo enloquezco?
¿Oscila la vida entre el puñal
Y la guitarra?
Cristal avergonzado,
Ardiente la cabeza y la garganta.
¡Cómo me sangran los recuerdos!
¡Cómo me asustan las palabras!
LA BESTIA MÁGICA
Yace en mí, como durmiendo,
Agazapada, afilándose los dientes
De animal de presa,
Llena de negaciones y rugidos,
Puliéndose las garras de alabastro,
Oscura de designios, siniestra.
Me sigue a donde voy:
Si frecuento los barrios
En donde el hambre reina,
Si me duele la tos
De la vieja lavandera,
Si me piden papel sellado
O algún escrito gratis.
Siempre se niega,
Mostrando los dientes
Se recoge en su cueva,
Torva y salvaje más que nunca
Olvida que también la parieron
Y que hay otras bestias…
La impura, mágica, calculadora bestia
A veces me domina.
Hay noches en que no puedo
Dormir de la vergüenza.
POR QUÉ SENDERO
¿Por qué sendero vamos,
Mi dueña,
Que no lo conozco
Y me da miedo?
¿Qué flecha ardiendo,
Qué miel trajiste,
Qué relámpago?
Salgo de mí
Y te busco
Y en tu cántaro bebo,
Deslumbrado por abismo imprevistos.
¿Te da miedo?
Amada, persistamos
En el peligro amándonos.
ALEGRÍA
Por encima del mundo
Los arreboles, blandos paraguas rojos;
El canto agorero de los treiles,
Los pensamientos altos, profundos,
Las músicas de la tarde.
En la plaza, los jóvenes
Esquivan las miradas.
Las estatuas sueñas
Con un mundo de estatuas
Y ríen con el agua.
¿Quién llama desde los hospitales?
¿Cuántos miran, ahora, solos,
El cielo en las prisiones?
Mis alegrías caben en un capullo.
Son pequeñas:
Este Platero Santo,
Este rumor del agua libre,
Mi alma que en arreboles danza.
CORNUCOPIA
Que cada uno sobe su levadura,
Con miel o natre,
Con tal que sea suya.
Que el rico continúe
Y subaste mancebas
Y muebles astronómicos,
Perritos y pulseras.
¡Qué esfuerzo ser rico
Y responder a su ser íntimo!
(Ah, las esposas
Que rifan en los bailes
Sus pechos de matronas…)
Me unté de amor en los panales,
Me espolvorearon levedad las mariposas,
Mas vi también fauna distinta:
Lagartos, chacales, camaleones.
Tira el pobre sus huesos
Adonde no moleste,
En la playa o el puente,
Mas cualquier conventillo
Ostenta siempre
Una flor de porcelana
O chilco.
Y cuando vienen a buscarlo
No hace ruido.
Dalo mismo…
Cuatro tablas bastan,
Cuatro amigos
Y el quita-penas clandestino.
Así es el mundo.
Flor y pantano,
Maíz y ulte.
¡Ojalá que les dure!




