«Lo que ella hace al desear su placer sexual, tocándose, perdurando sobre el cuerpo del hombre hasta llegar al orgasmo, desinhibe la relación de la mujer con su cuerpo. Transgrede la propiedad privada y la común, generando una relación que rompe con la diferencia de clase y aparece la búsqueda mutua del placer sexual y el erotismo del tacto.»
La novela El amante de Lady Chatterley de D.H. Lawrence generó un escándalo cuando se publicó en Inglaterra por Penguin en 1960, pero ya había sido editada de forma privada en 1928 en Florencia, hace casi un siglo. Lo que mencionan sus detractores es lo directo de las descripciones de las relaciones sexuales entre los amantes. Las escenas explícitas expuestas en el libro en la que el guardabosques y la señora de la casa Chatterley se encuentran para tener sexo, no son solo provocativas por lo que una época veía y sigue viendo como algo que no debe mostrarse en público. La provocación tiene varias aristas. Una de ellas, me parece una arista englobante, es la relación entre dos clases sociales cuyo encuentro está en el cuerpo, el placer y la ternura. Ahí no hay clase que valga, el deseo transgrede esa diferencia que es norma y ley de un orden. El erotismo femenino como aspecto que está imbricado en lo anterior, es incluso, más escandaloso y central en la novela con respecto a la sociedad burguesa y sus valores dominantes. Porque, en el relato, el eros es la fuga del dominio y propiedad del capital que respira y organiza de fondo su perpetuación y jerarquía. La directa búsqueda de placer y realización sexual de la mujer como un ser activo en el erotismo, es notorio y explícito en la novela. Por otro lado, está la clara distinción de clase incluso en el modo de pronunciar las palabras de la clase obrera y la molestia que esto provoca en la clase alta.
El guardabosques aunque ha logrado, como piensa el burgués Chatterley, superarse llegando a teniente en su servicio al ejército de Inglaterra, vuelve a la jerga rudimentaria de su pueblo. Eso le molesta en un principio a Lady Chatterley. Fuerte demarcación de la línea de diferencia entre la burguesía y la clase trabajadora. De fondo la maquinaria de trabajo de la industria y sus dueños avanzando y explotando a los trabajadores que desprecian por sus costumbres. Los acogen de modo hipócrita por su conveniencia y esperan agradecimiento por brindarles la posibilidad de trabajar y ganar una miseria. A este respecto cuando la hermana de Lady Chatterley se entera de los encuentros eróticos, le advierte que el guardabosque es un hombre de clase trabajadora. Lady Chatterley le recuerda su adherencia al socialismo y, por ese motivo, a los trabajadores. Con ello muestra la simpatía hipócrita de una burguesía que demarca una distancia con los trabajadores y expresa su diferencia compasiva, envenenada en el origen por su autocontemplación jerárquica. Llevan la sensación de superioridad impregnada, aunque defiendan las ideas políticas de emancipación de los trabajadores.
Los trabajadores no pueden organizarse, ellos dependen de los dueños y son ellos, los dueños, quienes deben guiar a las masas humanas, piensa Chatterley, la igualdad no es posible porque todos seríamos pobres. Este aspecto se muestra, además, en el requerimiento de obtener de ella un hijo, aunque no sea suyo. Esto, porque Chatterley al estar lisiado no tiene relaciones sexuales con su esposa. Sin embargo, debe reproducir la continuidad de su imperio de minas de carbón, le preocupa la continuidad de la propiedad que se extiende más allá de su vida. En este sentido el matrimonio es el mecanismo de la propiedad privada que subordina a la mujer y su deseo. En ese escenario el erotismo desplegado por los amantes en una casita del bosque no responde a nada, solo al impulso de un deseo auténtico y transgresor.
Lo que ella hace al desear su placer sexual, tocándose, perdurando sobre el cuerpo del hombre hasta llegar al orgasmo, desinhibe la relación de la mujer con su cuerpo. Transgrede la propiedad privada y la común, generando una relación que rompe con la diferencia de clase y aparece la búsqueda mutua del placer sexual y el erotismo del tacto. Los sentidos son ese encuentro que tampoco genera una propiedad común sino una huida que encuentra una relación genuina y hundida en la ternura. La ternura expone lo masculino a una apertura enigmática con la proximidad de la caricia. No obstante, la figura masculina burguesa aparece como una figura egoísta, de auto placer, lisiada y llena de mandatos de apropiación.
El deseo hoy cooptado por el estereotipo de los cuerpos, controla la posibilidad de fuga y limita esas vidas y sus imágenes a un determinado valor de exposición en el mercado del éxito. El deseo tiene un paisaje y un relato que ingresa por el brillo de la pantalla en el ojo de manera simultánea, acrítica y determina lo que debemos desear. Lo que no genera poca frustración, pero aúna los esfuerzos y la búsqueda de satisfacción en lo que se parece a ese algoritmo. Hace casi un siglo atrás la novela ve la posibilidad del eros y la ternura en la recurrencia a la piel y al tacto como lo común, no conquistado, sino cuyo placer está en el encuentro que ha desarmado todo refugio. El «estar» expuestos el uno al otro sin agotarse mutuamente. O cuyo refugio es una frágil casucha de caza en el bosque. Esa casa produce la impresión de la inminencia, de la mirada inquisidora, de que están afuera expuestos al juicio de la sociedad jerarquizada. De que siempre que están juntos, en la intimidad de sus cuerpos, están a la intemperie. Expuestos a su destrucción por todas las costumbres que vienen a reclamarlos y por no hallarse en ninguna más que en la piel.




