«La poesía de Miyó Vestrini, en último término, es la de quien no logra comulgar con la existencia y las formas que esta adquiere en la llamada “vida en comunidad”, sintiendo el peso profundo de la soledad que esta sensación provoca. “Alguien descubrió el mundo por mí / y me dejó tirada a mitad camino / entre el sol / y la niebla”, escribe en uno de sus poemas póstumos, dando cuenta de la impresión de abandono que la abrumaba hacia el fin sus días.»
Nubes blancas y negras se alternan en el cielo mientras escribo, en pleno invierno, esta nota acerca de la poeta venezolana Miyó Vestrini, cuya obra -poco difundida en Chile- se encuentra fuertemente emparentada con la llamada “poesía confesional”, esa vertiente surgida en la década de los cincuenta que aborda de manera directa -sin hermetismos ni enmascaramientos- las experiencias, reflexiones y emociones de sus autores y autoras, muchas veces de carácter íntimo, rompiendo la barrera entre ficción y realidad. Se trata de una poesía franca, a menudo con elementos surreales, que para muchos parece sacada de la consulta de un psiquiatra. Representantes destacadas de la poesía confesional son las estadounidenses Sylvia Plath y Anne Sexton, así como la argentina Alejandra Pizarnik. Con ellas, Miyó Vestrini no solo comparte su acercamiento a esta corriente, sino también un paralelismo de carácter generacional, una contemporaneidad, ya que todas ellas vinieron al mundo en torno a la década del treinta del siglo veinte, viviendo una adultez marcada por los grandes conflictos ideológicos y socioculturales que estallaron durante la segunda mitad de tal centuria, incluyendo las luchas feministas que develaron el desmejorado rol de la mujer en el mundo del patriarcado, siendo la poesía confesional una especie de testimonio de tal situación.
Respecto de la poeta que nos convoca, debemos señalar que Miyó Vestrini nació en 1938, en Francia, emigrando su familia a Venezuela cuando ella aún era una niña. En el país de las arepas y el petróleo, la poeta, cuyo nombre de nacimiento fue Marie-José Fauvelle Ripert, desarrolló una carrera como periodista, guionista de televisión y narradora, además de participar en diversos grupos literarios y crear una obra poética cuyo primer fruto fue Las historias de Giovanna (1971). Posteriormente daría a conocer los poemarios: El invierno próximo (1975) y Pocas virtudes (1986), dejando además dos libros póstumos: Valiente ciudadano y Es una buena máquina, el primero de los cuales, junto con sus anteriores publicaciones, fue compilado por Monte Ávila Editores en 1994. Es una buena máquina, en tanto, fue publicado recién en 2014, es decir, hace menos de una década. Cabe señalar, también, que en 2019 la editorial norteamericana Kenning publicó un primer volumen de su poesía en el idioma de Whitman: Grenade in Mouth: Some poems of Miyó Vestrini, es el nombre del libro que fue traducido por Anne Boyer y Cassandra Gillig.
Ahora, yendo a la poesía de Miyó Vestrini, que es de carácter cosmopolita y con intentos de innovación en lo formal, se puede señalar que desarrolla una mirada provocadora, cruda y desencantada acerca de la condición humana, en este caso femenina, cual si “todas las furias juntas”, como anota en uno de sus poemas, estuviesen confabuladas en su contra. En esta lógica, da a conocer -sin ambivalencias y con algún grado de delirio- los conflictos internos y contradicciones que la hablante mantiene con su madre, su descendencia, sus amigues y sus amores, es decir, con su círculo íntimo, tocando de manera descarnada temas como la sexualidad, la infancia, el (des)entendimiento mutuo y la salud mental. Pero no se queda allí, puesto que detrás de esta corriente se aprecia una mirada nada alentadora acerca de la realidad que le tocó vivir, cuestionando aspectos como las prácticas políticas y la violencia de la guerra. En este contexto, en su poema “Los paredones de primavera”, escribe: “No enseñaré a mi hijo a trabajar la tierra / ni a oler la espiga / ni a cantar himnos”, añadiendo más adelante: “Lo llevaré a Hiroshima. A Seveso. A Dachau. / Su piel caerá pedazo a pedazo frente al horror / y escuchará con pena el pájaro que canta, / la risa de los soldados / los escuadrones de la muerte / los paredones en primavera.”
La poesía de Miyó Vestrini, en último término, es la de quien no logra comulgar con la existencia y las formas que esta adquiere en la llamada “vida en comunidad”, sintiendo el peso profundo de la soledad que esta sensación provoca. “Alguien descubrió el mundo por mí / y me dejó tirada a mitad camino / entre el sol / y la niebla”, escribe en uno de sus poemas póstumos, dando cuenta de la impresión de abandono que la abrumaba hacia el fin sus días. Un mundo oscuro como las nubes negras que ahora copan el cielo (esfumáronse las blancas) y que en 1991 la llevaron a cometer suicidio, tal como antes lo habían hecho Sylvia Plath, Anne Sexton y Alejandra Pizarnik. Miyó Vestrini, en particular, se quitó la vida ingiriendo una dosis letal de Rivotril. Siguió, así, el camino de las poetas confesionales.
SELECCIÓN DE POEMAS
LAS HISTORIAS DE GIOVANNA (fragmentos)
*
Hacíamos votos por una dulce muerte
y hoy,
continente de flores claras,
sofocadas por el humo de los hornos,
sabemos que cierta forma de morir más
ruda nos espera.
¿Lo sabías tú, Giovanna?
Después de ti,
tantas otras han muerto,
pero ninguna de ellas por razones
tan buenas como las tuyas.
Sonabas los dedos al cruzar la esquina,
para que te trajera buena suerte,
decías,
gritando no se sabe qué cosa,
la chaqueta azul,
los cuatro botones dorados,
los zapatos de lona y el viento
revolviéndote los cabellos.
Todo mezclado, Giovanna,
como esa neblina que enturbia la fuente
de la plaza
y nos llama a la dulzura de una sola estación.
Pequeña trampa cotidiana,
para echarnos
de cara al cielo,
para no advertir
sangre y agua y frutas,
temblor en los ojos de los vivos,
prisa en los ojos de los muertos.
He andado el país, Giovanna,
de nada sirve haber amado tanto la lluvia,
el olor del mar,
los revolcones en la hierba,
flores claras del continente,
idioma brutal,
these things you don’t forget,
insoportable, Giovanna,
aquello que golpea desde adentro
largo dolor jamás concluido
descubierto un día,
hace mucho,
mucho tiempo.
*
Conocíamos bien el desorden de las
mañanas de octubre,
la rigidez en la nuca, que comienza al
levantarse,
espantoso signo ele que nos vamos a morir,
tiesos y enérgicos,
incapaces de hacer un gesto para evitar
el síncope.
Creíamos que la costumbre de recordarlo todo
era razón suficiente
para no hacer sino lo indispensable.
Si de memoria se trata,
no seamos cómplices, Giovanna.
No es la fresca sombra del Luxemburgo,
ni el callejón de la vieja linterna,
ni Dálmata, ni Praga,
ni el taburete que gira,
ni el olor a fritura.
Como ahora tú
—y no estoy recordando, podría jurarlo—,
escucho el jadeo,
aspiro el olor de aguas ácidas,
olor que permanece después de las risotadas,
retumbando contra las paredes del reservado
llenas de letreros obscenos.
Como ahora tú, Giovanna,
canto una balada,
miro los vasos que van de mesa en mesa
y hago el amor sobre banquetas de raso rojo.
*
Que nadie lo dude:
él amaba a Giovanna, después de
una noche con ella,
borracho,
inclinado sobre la cubeta,
dejándose sostener la cabeza por Giovanna,
Giovanna con el vestido desabrochado y
un solo zapato puesto,
“ragazzo triste come me, ieri ti ho visto al bar”,
y ahora le tiembla el vaso en la mano
sobre el mostrador lleno de porquerías
él, aún avergonzado de no haber podido
hacerle el amor a Giovanna,
de haberla tendido desnuda sobre el piso,
tratando de penetrarla con gestos locos de
alguien
que le ha pagado cuatro dólares a una puta.
Todo el tiempo pasado en el sofá.
Esa manera de contemplarlo,
como si ambos estuvieran a punto de morir.
Nunca te vio, Giovanna, años más tarde,
tendida sobre la camilla
gimiendo a propósito con monotonía,
apretando la mano de la enfermera,
con aquella estupefacción en los ojos claros,
flores claras del continente,
sangre que huye desde el vientre,
último temblor de las ciudades visitadas
alguna vez,
frágil,
concisa visión de los árboles que rondan,
madre dulce para tocar y oler, gritaba,
¿qué habrá tras las montañas donde día y
noche cantan los pájaros?
Sin recordar a Giovanna,
preveía la nostalgia de la noche,
el lento olvido de los días siguientes.
Le hablo del sur y no comprende,
hace ya varias horas
que me sostiene sin moverse,
se ve cada vez más agotada,
cree que me voy a quedar con ella,
y mira el titular- “le blanc,
la bombe atomique lui pétera au cul”,
y se confunde de nuevo en el hilo de una
historia,
que nada tiene que ver con Giovanna,
ni con el mar.
(De Las historias de Giovanna)
EL INVIERNO PRÓXIMO
XII
a Luis Camilo
Me levanto
no me levanto
me detestan
me ligo
atropello a un motociclista con alevosía y premeditación
me entrego al complejo de Edipo
deambulo
estudio con sumo cuidado las diferencias entre dirritmia-
psicosis- esquizofrenia-neurosis- depresión-síndrome-pánico-
y me arrecho
quedo sola en la casa cuando todos duermen
compro una revista que cuesta seis dólares
le roban la cartera a mi mejor amiga
me agarran
amo a mi amigo
lo empujo
lo asesino
recuerdo el paraguas de Amsterdam
y la lluvia
y el gesto airado
me dedico a la bebida para evitar el infarto
mastico la comida cincuenta veces
y me aburro
y me aburro
adelgazo
engordo
adelgazo
me transo
no me transo
me quedo quieta y lloro
alguien me toma en sus brazos
y me dice quieta quieta estoy aquí
dejo de llorar
escucho el viento que sopla cerca del mar
solamente cerca del mar
acepto que existan cucarachas voladoras
descubro que todas mis amigas tratadas por psicoanalistas
se han vuelto totalmente tristes totalmente bobas
me leen el oráculo chino y me predicen larga vida
vida de mierda digo
subo al carro
bajo del carro
comprendo de un solo viaje cuánto petróleo hay en un barril
me dicen apaga la luz
la apago
me preguntan ¿ya?
me hago la loca
me acojo a la pacificación
me joden
duermo apoyada en la barra
oigo la voz del español de siempre que se caga en diez
alguien llora otra vez a mi lado
me pegan
me pegan duro
hay luna llena
corro por la carretera que bordea la montaña,
saco la cuenta,
no me sale,
me duele el pecho,
se hace de día,
el rojo gana
rien ne va plus.
(De: El invierno próximo)
NO HAY RAZÓN PARA ENVEJECER JUNTOS
A William Irish
SORTILEGIO
No hay razón para envejecer juntos.
Ya no hay sitios para el desasosiego
para el temor.
Mientras pasan por ti,
todos los caminos del verano
desasidas tus manos y las mías
hay en el pórtico de la casa
pájaros atentos al momento de tu estupor
a lo perturbado de tu alegría.
Es la carretera empinada
la que nos lleva a Caulfield.
¿Me crees, amada?
No te detengas:
las canciones son malditas
algún sortilegio quebrará tu traje blanco.
Ya no estaremos juntos
y quiero morir antes de tiempo
tiempo de Caulfield.
Seré lo que tú quieras
penitente y amado
pero cerraré los ojos
para no envejecer juntos.
LOS PAREDONES DE PRIMAVERA
No enseñaré a mi hijo a trabajar la tierra
ni a oler la espiga
ni a cantar himnos.
Sabrá que no hay arroyos cristalinos
ni agua clara que beber.
Su mundo será de aguaceros infernales
y planicies oscuras.
De gritos y gemidos
de sequedad en los ojos y la garganta.
de martirizados cuerpos que ya no podrán verlo ni oírlo.
Sabrá que no es bueno oír las voces de quienes exaltan el color del cielo.
Lo llevaré a Hiroshima. A Seveso. A Dachau.
Su piel caerá pedazo a pedazo frente al horror
y escuchará con pena el pájaro que canta,
la risa de los soldados
los escuadrones de la muerte
los paredones en primavera.
Tendrá la memoria que no tuvimos
y creerá en la violencia
de los que no creen en nada.
(De: Pocas virtudes)
ANIMAL DE OCASIÓN
He tenido que compartir mi lugar.
Nadie me ha raptado
para llevarme al suyo.
No tengo África mía a mis espaldas,
ni olas,
ni ollas,
ni una calle en el centro de Dublín.
Sólo he estado allí,
con pocas palabras
y pobres gestos
y pobre cuerpo.
Aprendí al mismo tiempo La Marsellesa
y el Himno al árbol.
Tuve que leer a Rimbaud y a Andrés Eloy.
Tomé scotch y beaujolais,
con tequeños y caracoles y borgoña.
Alguien descubrió el mundo por mí
y me dejó tirada a mitad camino
entre el sol
y la niebla.
Mis hijos fueron blancos
y los hombres que amé,
negros.
Ahora descubro que mientras estaba interna
mi madre escribía cuentos eróticos
y mi hermana entraba en trance con un mecánico.
La plaza del pueblo todavía espera por mí
y me contempla
asomada a la ventana
tratando de apurar la noche.
Mis dedos tienen el color del cebo
y soplo para aliviarlos.
Me leen a Víctor Hugo en voz alta
para que aprenda francés
y todavía no sé quién es Ismael Rivera
y Luis Alfonzo Larraín.
Vete a la mierda,
me dijo mi madre
cuando le reclamé todo esto.
Se dio vuelta hacia la pared y murió.
Ocupé su sitio
detrás de la mesa
y dejé que peinaran mi cabello.
ZANAHORIA RALLADA
El primer suicidio es único.
Siempre te preguntan si fue un accidente
o un firme propósito de morir.
Te pasan un tubo por la nariz,
con fuerza,
para que duela
y aprendas a no perturbar al prójimo.
Cuando comienzas a explicar que
la-muerte-en-realidad-te-parecía-la-única-salida
o que lo haces
para-joder-a-tu-marido-y-a-tu-familia,
ya te han dado la espalda
y están mirando el tubo transparente
por el que desfila tu última cena.
Apuestan si son fideos o arroz chino.
El médico de guardia se muestra intransigente:
es zanahoria rallada.
Asco, dice la enfermera bembona.
Me despacharon furiosos,
porque ninguno ganó la apuesta.
El suero bajó aprisa
y en diez minutos,
ya estaba de vuelta a casa.
No hubo espacio dónde llorar,
ni tiempo para sentir frío y temor.
La gente no se ocupa de la muerte por exceso de amor.
Cosas de niños,
dicen,
como si los niños se suicidaran a diario.
Busqué a Hammett en la página precisa:
nunca diré una palabra sobre tu vida
en ningún libro,
si puedo evitarlo.
BEATRIZ
Con pene o sin él,
hay cosas que no se pueden hacer
cuando se comienza a sudar
o cuando duele la próstata.
Por eso se suicidó Beatriz
a los cincuenta y tres años.
No quiso participar en la grotesca ceremonia
del elogio a la decadencia.
Cubrió todos los espejos
y colocó sábanas de satén en la cama.
Se suponía que moriría allí,
pulcra y perfumada,
desoyendo al roedor que le mordía la respiración.
Pero prefirió el sofá,
donde había hecho el amor anoche,
con un fiestero profesional,
alquilado para la ocasión.
Dejó una lista
de equivocaciones y aciertos.
La escritura es lo de menos, anotó,
y estampó su firma con letra pequeña,
para que creyeran que era apócrifa.
(De: Valientes ciudadanos)
__________
Textos tomados de: Todos los poemas. Miyó Vestrini. Primera Edición. Monte Ávila Editores. Caracas, Venezuela. 1994




