50 años del GOLPE | Poesía en los campos de concentración

«Hubo quienes pasaron por esos lugares de tormento y terror y de esa experiencia, en vez de balas de vuelta, surgieron poemas. Es el caso de los fallecidos poetas Aristóteles España, quien contaba solo con 17 años al momento de su confinamiento en Isla Dawson, y de Floridor Pérez, asesor en ese tiempo de la exitosa editorial Quimantú, quien estuvo preso en Isla Quiriquina, así como del analista político, académico y periodista Sergio Muñoz Riveros -antiguo militante comunista hoy en las filas liberales- quien pasó por Villa Grimaldi, Tres Álamos, Cuatro Álamos y el centro Melinka en Puchuncaví.»

Alrededor de doscientas cincuenta mil personas fueron detenidas -en Chile- entre el 11 de septiembre y el 31 de diciembre de 1973, según datos de Amnistía Internacional y la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Si consideramos que en 1973 nuestro país tenía cerca de diez millones trescientos mil habitantes, podemos deducir que un 2,4% de la población chilena fue detenida en ese período, porcentaje no menor, muy similar al que hoy en día representan todos quienes viven en las regiones de Tarapacá y Aysén respecto de nuestra población total, lo que habla de la magnitud del tenebroso fenómeno.

 

Los lugares de detención -más de mil en toda la franja- fueron diversos: regimientos, comisarías, retenes, bases aéreas, cuarteles de investigaciones, buques, cárceles, gobernaciones, hospitales, estadios, industrias, parcelas, clubes de tenis y variados inmuebles privados. Algunos, como los campos de concentración de Isla Dawson, Pisagua, Chacabuco o Tres Álamos, por mencionar algunos, eran de conocimiento público. Otros, como Villa Grimaldi o Londres 38, eran de carácter secreto y su existencia fue negada por el oficialismo y la prensa nacional de ese entonces. En todos estos sitios, de manera sistemática, se practicaba la tortura, el abuso sexual y se asesinaba a opositores de la dictadura cívico militar.

 

Hubo quienes pasaron por esos lugares de tormento y terror y de esa experiencia, en vez de balas de vuelta, surgieron poemas. Es el caso de los fallecidos poetas Aristóteles España, quien contaba solo con 17 años al momento de su confinamiento en Isla Dawson, y de Floridor Pérez, asesor en ese tiempo de la exitosa editorial Quimantú, quien estuvo preso en Isla Quiriquina, así como del analista político, académico y periodista Sergio Muñoz Riveros -antiguo militante comunista hoy en las filas liberales- quien pasó por Villa Grimaldi, Tres Álamos, Cuatro Álamos y el centro Melinka en Puchuncaví. 

 

Leyendo sus versos, recordé que -en su Poética– Aristóteles le dio preeminencia a la Poesía por sobre la Historia, afirmando que la primera es más elevada, más filosófica que la segunda, puesto que la Historia aborda lo particular, lo concreto, mientras que la Poesía posee un carácter general, amplio, genérico, pudiendo especular sobre lo posible. Tema debatible, por cierto, pero en este caso la fórmula parece funcionar, puesto que los poemas seleccionados en esta pequeña muestra -escritos en un lenguaje coloquial, cercano, sin artificios- nos conectan de manera profunda con lo ocurrido en los demenciales centros de detención y tortura instaurados por Pinochet y sus colaboradores uniformados y civiles, convirtiéndose así en documentos imprescindibles para conocer la verdadera magnitud de lo que pasó en Chile en esos años funestos, impregnando de humanidad y sensibilidad las cifras, datos y análisis que consigna la Historia.

 

 

Selección de Poemas

 

 

ARISTÓTELES ESPAÑA / (Castro, 1955 – Valparaíso, 2011)

 

 

LLEGADA

 

Bajamos de la barcaza con las manos en alto

a una playa triste y desconocida.

La primavera cerraba sus puertas, 

el viento nocturno sacudió de pronto

        mi cabeza rapada

                    el silencio

esa larga fila de Confinados

que subía a los camiones de la Armada Nacional

                            marchando

cerca de las doce de la noche del once de septiembre

de mil novecientos setenta y tres en Isla Dawson.

Viajamos

por un camino pantanoso que me pareció

una larga carretera con destino a la muerte.

Un camino con piedras y soldados.

El ruido del motor es una carcajada,

mi abrigo café tiene barro y bencina:

nos rodean

bajamos del camión

uno              dos               tres             kilómetros

cerca 

                    del 

                    mar

de 

la

nada.

¿Qué será de Chile a esta hora?

¿Veremos el sol mañana?

Se escuchan voces de mando y entramos a un callejón

esquizofrénico que nos lleva al campo de concentración,

se encienden focos amarillos a nuestro paso,

las ventanas de la vida se abren y se cierran.

 

 

APUNTES

 

Me fotografían en un galpón

como a un objeto,

una, dos, tres veces,

de perfil, de frente,

confeccionan mi ficha con esmero:

“soltero, estudiante, 17 años,

peligroso para la Seguridad del Estado”.

Miran de reojo:

Quieren mis huellas dactilares.

Un sudor helado 

inunda mis mejillas.

No he comido.

Creo que hay una tormenta.

Me engrillan nuevamente.

Tengo náuseas.

Empiezo a ver que todo gira

a mil kilómetros por hora.

Se estrellan sus puños 

en mis oídos.

Caigo.

Grito de dolor.

Voy a chocar con una montaña.

Pero no es una montaña.

Sino barro y puntapiés,

y un ruido intermitente

que se mete en mi cerebro

hasta la inconciencia.

 

 

Y NO ERAN PERROS

 

Anoche al acostarme

escuché ladridos 

en algún lugar del campamento.

Y NO ERAN PERROS

 

 

MÁS ALLÁ DE LA TORTURA

 

Fuera del espacio y la materia,

en una región altiva (sin matices ni colores)

llena de un humo horizontal

que atraviesa pantanos invisibles,

permanezco sentado

como un condenado a la Cámara de Gas.

Descubro que el temor es un niño desesperado,

que la vida es una gran habitación

o un muelle vacío en medio del océano.

Hay disparos,

ruidos de máquinas de escribir,

me aplican corriente eléctrica en el cuerpo.

Soy un extraño pasajero en viaje a lo desconocido,

arden mis uñas y los poros, los tranvías,

en la sala contigua golpean a una mujer embarazada,

las flores del amor y la justicia crecerán más adelante

sobre las cenizas de todas las dictaduras de la tierra.

 

 

UNA ESPECIE DE CANTO

 

He aprendido a amar entre barrotes

rodeado de secretos, amenazas,

a conocer los metales del desprecio,

el valor de la unidad y la palabra, 

a sentir,

a ser valiente cuando me torturan,

a contemplar cómo crecen las semillas

en las jaulas.

He aprendido a distinguir los cánticos

del odio,

nacer, caminar entre la bruma,

y crecer,

y escuchar risas que evocan garras,

muecas, los pasos del verdugo,

el temblor bullicioso de mis venas.

He aprendido a ver las simas

transparentes de lo humano,

el helado resplandor de la ternura,

la otra dimensión de la esperanza.

 

De: Dawson, poemas escritos en el campo de concentración de Isla Dawson, septiembre 1973, septiembre 1974 – Editorial Bruguera, Santiago, 1985.

 

 

 

FLORIDOR PÉREZ / (Cochamó, 1937 – Santiago, 2019)

 

 

LA VICTORIA

 

Me pusieron contra la pared, manos arriba.

            Me registraron meticulosamente.

 

Sólo hallaron retratos con tus ojos

y una antología con mis versos.

 

Noches sobe la piedra.

Días tras la alambrada

 

No saben -nos decían- qué les espera

Pero yo sabía.                                            

 

Tras días piedra meses muro

Tú me esperabas a la puerta del cuartel

 

¡y ésa fue mi victoria!

 

 

LA PARTIDA INCONCLUSA

 

“Isla Quiriquina, octubre 1973”.

 

BLANCAS: Danilo González, Alcalde de Lota

NEGRAS: Floridor Pérez, Profesor rural de Mortandad

 

1. P4R P3AD

2. P4D P4D

3. CD3A PXP

4. CXP A4A

5. C3C A3C

6. C3A C2D

7. ………

 

Mientras reflexionaba su séptima jugada

un cabo gritó su nombre desde la guardia.

-¡Voy! -dijo

pasándome el pequeño ajedrez magnético.

Como no regresara en un plazo prudente

anoté, en broma: “Abandona”.

 

Sólo cuando el diario EL SUR

la semana siguiente publicó en grandes letras

la noticia de su fusilamiento

en el Estadio Regional de Concepción

comprendí toda la magnitud de su abandono.

Se había formado en las minas del carbón,

pero no fue el peón oscuro que parecía

condenado a ser, y habrá muerto

con señoríos de rey en su enroque.

 

Años después le cuento a un poeta.

 

Sólo dice:

¿y si te hubieran tocado las blancas?”

 

 

IN MEMORIAM

 

A un campesino de Mulchén

 

Todavía me pregunto por qué tú

-por qué tú y no yo-

por qué tú que alzabas gordos sacos

y cargabas camiones

eras fuerte, degollabas carneros

¿por qué no te aguantaste ese viaje

en un camión cargados como sacos

y te tiraron muerto junto a mí,

con tu poncho de pobre,

como un carnero blanco degollado

¿por qué tú, por la cresta, y no yo,

que ni me puedo el Diccionario

de la Real Academia en una mano?

 

De: 16 poetas chilenos. Erwin Díaz. Santiago, 1987.

 

 

 

SERGIO MUÑOZ RIVEROS / (1943)

 

 

EL LADO DE ACÁ

 

El sol me da de lleno en el rostro

mientras paseo cerca de 

los faldeos de la cordillera.

Parecen dilatarse mis sentidos.

Hay un olor de malvas en la calle.

Suena la campana de una escuela,

voces de niños.

Desde el verdor intenso de su jardín

una linda muchacha me sonríe.

 

Entonces,

despierto entumecido,

con los pies amarrados al camastro,

teniendo que mirar sin querer mirar

la sucia cara de la realidad.

Un nuevo amanecer en la celda de Villa Grimaldi.

Es invierno.

Estoy solo.

Un temblor profundo me llega

hasta los huesos.

 

El mundo se ha vuelto al revés.

La vida estaba al otro lado.

Despertar es la pesadilla.

 

 

TRES ÁLAMOS

 

Lo difícil era

sobrellevar los atardeceres como

hombres solos,

caminábamos lentamente

los pocos metros del patio

conversando en voz baja,

hasta llegar al muro y

nos devolvíamos, una

y otra vez, sombríos.

Desde la caseta alta,

un carabinero nos vigilaba inútilmente.

De todos modos, 

nos empeñábamos en sobrevivir.

Ya entrada la noche,

recordábamos a nuestras mujeres

y catábamos tangos.

 

 

SOMBRAS

 

A veces,

en la esquina menos pensada,

creo reconocer

al torturador que

aquella noche,

sin trascender a su faena,

cumpliendo solamente

sus deberes cotidianos,

fue capaz de arrastrarme

a los bordes

de la metafísica.

 

De: Araucaria de Chile N°34, Madrid, 1986.

 

 

 

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