Fichero | «Turnos», de René Peri Fagerstrom: los versos de un paco que sirvió a la dictadura

«Me di la tarea de leer este libro, editado en 1971, no por masoquismo o algo parecido, sino, primero, por la curiosidad –quizá morbosa– de saber qué tipo de poesía puede escribir un uniformado (ya se sabe, los pacos no tienen fama de inteligentes ni sensibles) y, segundo, con la idea de explorar qué había en el discurso poético de quien dos años más tarde asumiría como asesor cultural de la Junta Militar –más encima ad honorem– y luego como ministro de Bienes Nacionales, cargo que ocupó entre 1979 y 1987, siendo el responsable –entre otros actos de despotismo y corrupción– de entregar las propiedades confiscadas a los partidos políticos a CEMA Chile, es decir, a Lucía Hiriart de Pinochet, quien las usaría para su propio beneficio.»

Encontré –hace unos días– en mi biblioteca un poemario que ya no recuerdo de dónde salió, no tengo idea pues soy un comprador compulsivo de libros de poesía –ojalá de autores sin prestigio– que agonizan en las cunetas de los persas, en las colas de las ferias libres, en los alrededores de La Vega y en los meandros de Internet. El libro en cuestión, volviendo al tema, es el poemario Turnos de René Peri Fagerstrom (1926–1996), general de carabineros que llegó a ser ministro durante la cabrona y sangrienta dictadura cívico militar de Pinochet. Me di la tarea de leer este libro, editado en 1971, no por masoquismo o algo parecido, sino, primero, por la curiosidad –quizá morbosa– de saber qué tipo de poesía puede escribir un uniformado (ya se sabe, los pacos no tienen fama de inteligentes ni sensibles) y, segundo, con la idea de explorar qué había en el discurso poético de quien dos años más tarde asumiría como asesor cultural de la Junta Militar –más encima ad honorem– y luego como ministro de Bienes Nacionales, cargo que ocupó entre 1979 y 1987, siendo el responsable –entre otros actos de despotismo y corrupción– de entregar las propiedades confiscadas a los partidos políticos a CEMA Chile, es decir, a Lucía Hiriart de Pinochet, quien las usaría para su propio beneficio.

Navegando en la red me pude dar cuenta, además, que Peri Fagerstrom no era un novato en las letras, pues publicó numerosas novelas, poemarios, cuentos y artículos periodísticos, incursionando también en la literatura infantil y la investigación, recibiendo elogios –muchos de ellos en plena dictadura– de tipos como Alone, Alfonso Calderón, Jaime Quezada o Andrés Sabella. El polifacético general, además de carabinero, era periodista colegiado, miembro de la SECH, administrador público y contaba con un magister en Ciencias Políticas, publicando estudios acerca de la función policial y de la negritud en Chile. Peri Fagerstrom, por tanto, no clasifica dentro del modelo de carabinero que estamos acostumbrados a ver (el hijo tonto de la familia, como dicen los mal hablados), pues se trataba de un intelectual. Con estos antecedentes comencé mi lectura de Turnos, cuya portada, obvio, es de color verde. 

Publicado en plena época de la Unidad Popular e impreso como tantos libros de ese Chile antiguo en Arancibia Hermanos, el libro está dividido en dos secciones: “El hombre” y “El hombre y su paisaje”, títulos que dan la idea temprana de que, al menos en el género lírico, no había en Peri Fagerstrom un volcán creativo en acción. Cosa contraria –hay que señalar– aducen los tres naftalínicos y pintorescos uniformados que, cada cual con su retrato fotográfico, prologan el libro: Armando Romo Boza, coronel(r) de Carabineros; Santiago Polanco Nuño, coronel(r) de Ejército y Darío de la Fuente, funcionario policial de bigote flaco y rango indeterminado que, en vez de ofrecer una presentación del autor y su obra, como hacen los dos primeros, le dedica un enrevesado –y extemporáneo aún para la época– poema donde da a entender que Peri Fagerstrom es un “labriego y caballero / que no piensa en halagos ni en caudales”. Es decir, un idealista. Armando Romo Boza, a su vez, muestra “una sincera y honda complacencia al ver cómo han surgido verdaderos valores literarios en el seno de nuestras filas…”, dando la idea de que a la institución policial no le importa tanto combatir el crimen o exterminar izquierdistas como verse a sí misma como un semillero de poetas y narradores, ser, en el fondo, una academia literaria. En eso estaría su orgullo. 

Santiago Polanco Nuño, por su parte, comienza con una semblanza de Peri Fagerstrom que pone énfasis en su versatilidad, destacando en su escritura “el impacto de sus metáforas, el regalo impagable de la emoción, la precisión y justeza de su condición descriptiva”. Tomo aire. Tanta perfección me abruma. Si le creyera al prologuista, me encontraría ante un genio literario, pero claro, nunca hay que creerle al prologuista. El prologuista es un hombre sándwich. Más aún Polanco Nuño, personaje que parece sacado de las páginas de La literatura nazi en América del difunto Roberto Bolaño. Este entusiasta coronel(r) de Ejército, por cierto, no se queda solo con la semblanza del autor, sino que se atreve también con una breve lectura de Turnos, señalando en ella que “hay algunos poemas que nos emocionan y volvemos y volvemos a leer, como ese “Carabinero del tránsito”, pequeña obra maestra; ese “Avenida La Paz”, elocuente expresión del rechazo ante la injusticia ciega, apasionada, que, de tumbo en tumbo, pretende gangrenar el alma de la ciudadanía, esos pequeños romances, “Paisanita” y “Villancico”, gráciles, esbeltos, rítmicos”. Termina Polanco profetizando que “este brillante puñado de poemas de René Peri va a dar que hablar. Y van a hablar, no versificadores, como el que escribe estas líneas, sino reales críticos o poetas de alto vuelo, quienes, por suerte y honra del terruño, no escasean en este valle de hombres libres.” Me pregunté –en ese momento– si yo era uno de esos “reales críticos” (poeta de alto vuelo no me calza para nada) y cómo podría saberlo. No había –en el texto– una lista de cotejo o algo parecido, una encuesta, una escala de Likert.    

Después de un café, me lo merecía, entré en el libro mismo, en la creación de Peri Fagerstrom. La primera sección se orienta, principalmente, a exaltar la figura del carabinero y su labor en distintos contextos geográficos, mostrándolo como un tipo noble, humanitario y esforzado –con características de infalibilidad– que se sacrifica por la comunidad, recibiendo, de vuelta, el pago desagradecido del pueblo: “–¡¿Quiénes son los asesinos?! / (…) / La pregunta parece brotar del cemento / pero luego aprisiona cordajes humanos / cuando miles de voces responden en coro / ¡¡¡los pacos!!! / –Sí… ¡los pacos! –repite el anciano / que aún siente en los brazos / el arco de apoyo de algún policía / que arriesgó el pellejo / para rescatarlo / en las lluvias de mayo. / –¡¿Quiénes son los asesinos?! / inquiere afiebrada la voz de una madre / que parió su retoño / en la amanecida de un cuartel de pacos. / (…) / ¡¡¡Los pacos!!!”. Esta pasada de cuenta al pueblo, personalizado en la figura del anciano y la madre –que prefigura el famoso “malagradecidos” que, en plena dictadura, Pinochet les gritó a los obreros que construían el Congreso y lo pifiaron– no solo da cuenta de una nula o baja capacidad autocrítica frente a los abusos que constantemente comete la policía chilena, sino que da pie a la impunidad, a la libertad de acción sin sanción ni control (¿qué control requiere alguien infalible?), deseo que se materializaría un par de años después de publicado el libro, en 1973, manteniéndose hasta el día de hoy, como quedó claro durante el estallido social. En esta primera parte de Turnos, Peri Fagerstrom –que fue candidato al premio nacional de literatura facha en 1976– no solo habla de la institución y sus hombres, sino que se refiere también a sí mismo. El hablante, que es indistinguible del autor, nos dice que la poesía, para él, es su último turno, su turno de noche, de ahí el nombre del libro, cuando “robo un minuto a la vida / y escribo mi recogida.” Más adelante, en su poema “Mi verdad” se abre a su interior y señala ser una mezcla de Cristo y de Judas, exhibiendo un ser dividido, casi sicótico, que, al advertir la escisión interna, la contradicción, la justifica con una mezcla de cinismo e inocencia prefabricada: “Tengo un evangelio de lacrimógenas / con parábolas propias / muy eficaces / y al lancero que me hiere un costado / lo salpico con agua colorante / para que se salve. / Parecerá irreverente ese quinto de Cristo / que dije al principio / pero es la verdad, / mi pura verdad / de hombre cargado con bombas y balas / para velar el sueño, / para adorar la paz”.

La segunda parte de Turnos parte con un texto –“Descubrimiento”– donde se habla, un poco a la ligera, de la historia de Chile, partiendo desde los pueblos originarios hasta Almagro, tema al que vuelve al final de la sección, cuando se refiere a la historia de Magallanes, mostrando el genocidio de los pueblos del extremo austral. Entremedio se suceden retratos y paisajes tanto urbanos como rurales, principalmente del Altiplano, del campo mismo y de la Patagonia, destacando algo que ya se advierte en los primeros poemas: la existencia de una doble mirada hacia la gente pobre y a la pobreza. Por una parte, emerge la perspectiva conmiserativa, católica y cliché que se observa, por ejemplo, en el poema “Esquina morada”, donde una niña envejecida vende, de noche, violetas “en la esquina más limpia / del sucio portal.” Por la otra, surge una mirada bastante despreciativa. Prueba de ello es el poema “A las dos de la tarde”, donde refiriéndose a una mujer pobre que va con su guagua en un bus señala: “Tan feo es el crío / como sucia es la madre”, añadiendo luego que “La gente de cuello y corbata / esconde la panza, evitando el andrajo. / El olor a pobreza trasciende y el niño raquítico / aspira feliz el hedor de su madre.” No le gustaba mucho andar en micro, entre gente común y corriente, al general. Se nota, además, que tampoco le agradaba la alegría de los pobres, lo que queda en evidencia en su poema de pretendido título irónico “Week end”, donde escribe: “La moda es la mugre, / hedionda, expresiva, / desnuda, fraterna. / La mugre en los micros en días de fiesta / se da en todas partes. Es escarapela / prendida en los codos, la ropa, el olfato, / el tacto y la vista.” Los días de trabajo, en cambio, cuando todo el mundo cumple con su deber, cuando funciona la religión, el aparato educativo y la industria, todo parece estar la raja para el autor: “La gente va a prisa / y suben señoras, que vuelven de misa, / empleados lustrosos, alumnos, obreros / y no pocas veces algún caballero de guantes y abrigo”, lo que recuerda lo dicho por Peri Fagerstrom en una entrevista, respecto del “destino patricio” de nuestro país, tarea cumplida por la dictadura. La brutalidad de tal misión –que se materializó a partir del once de septiembre de 1973– parece prefigurarse en el poema “Distracción” del bardo uniformado: “Tomo los barrios callampas / y los sacudo en el campo / como una espiga de callos / o una mazorca de harapos.”

Agotado y al borde de la tolerancia, termino mi lectura del libro –y de mi tercer café– pensando que, pese a estar escritos en verso libre, lo que presupone la idea de modernidad, de vanguardia, el lenguaje utilizado en los poemas de Turnos es convencional, con figuras retóricas agotadas, muchas veces burdas o poco eficaces. Así, en el poema que Polanco Nuño considera una pequeña obra maestra –me refiero a “Carabinero del tránsito”– se pueden encontrar imágenes como “Eres torero sin luces, / vientre hueco, recogido / esmeril de autos y buses / en el ruedo del camino.” En fin, se trata de un libro donde abunda lo conservador, lo moralizante, el ninguneo a los pobres, las alabanzas a la patria y a la institución policial, configurando una especie de proto fascismo, lo que permite entender por qué este uniformado escritor –un “idealista” según sus pares– se sumó sin problemas a la dictadura. “Yo sigo las órdenes de mis superiores”, señaló al respecto en una entrevista en la revista Cosas. De esta manera, aun siendo periodista colegiado y miembro de la SECH, terminó sirviendo a una autocracia –llena de sádicos– que no fue especialmente amable con sus pares escritores y periodistas –muchos de los cuales fueron torturados, relegados, exiliados, asesinados– e incluso hizo enormes hogueras de libros. Fue fiel, en este sentido a lo que confiesa en el citado poema “Mi verdad”: “Confieso que a veces prefiero ser Judas. / Es más respetable y vive tranquilo / en los grandes salones, / rodeado de honores, / sonrisas y aplausos.” 

 

 

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