Fichero | «Carne de perro» de Germán Marín: Esperando la muerte sobre un techo de zinc

«Con ese lenguaje seco y gramaticalmente anguloso, desprovisto de bellaquerías líricas, delicadezas del corazón o trampas herméticas, que caracterizan la prosa de este enorme narrador chileno, en esta breve novela histórica Marín nos hace reflexionar no solo en torno a la violencia y su uso, sino también en torno al pragmatismo y su abuso, situándose en un espacio intermedio, indeterminado, que se mezcla con el frío de la noche donde Ronald Rivera y los suyos esperan el combate y la muerte.»

Estamos en 1971, Salvador Allende se encuentra en el poder y un comando del VOP (Vanguardia Organizada del Pueblo) asesina a Edmundo Pérez Zujovic, ex ministro del interior del gobierno democratacristiano de Eduardo Frei Montalva, ametrallándolo en su propio vehículo. El asesinato cometido el 8 de junio de ese año consistió en un “ajusticiamiento revolucionario a un masacrador”, según señalaron sus autores, dada la responsabilidad de Pérez Zujovic en la llamada “masacre de Puerto Montt” o “matanza de Pampa Irigoin”, como también se le ha llamado a este hecho, acaecido el 9 de marzo de 1969. Ese día de fines de verano, premunidas de fuerte armamento entre ellos fusiles SIG y carabinas Mauser fuerzas de carabineros procedieron a desalojar una toma realizada por pobladores de escasos recursos en terrenos aledaños a sectores de Pampa Irigoin que ya se encontraban tomados. En esta acción policial, justificada públicamente por Pérez Zujovic, fueron asesinados once pobladores, incluyendo una guagua de tres meses y más de veinte personas resultaron heridas de bala. El trágico suceso, que Víctor Jara denunció con la canción “Preguntas por Puerto Montt”, generó el repudio de la clase política chilena, principalmente de la izquierda, que no jugó a matizarlo como hicieron otros sectores.  

Dos años más tarde y ya con la Unidad Popular en el poder el asesinato de Edmundo Pérez Zujovic, que fue condenado también por todos los sectores políticos del país (incluyendo al revolucionario MIR), fue una mala noticia para Allende y su gobierno, pues implicaba el distanciamiento de la Democracia Cristiana y el fortalecimiento de la derecha, dado que él mismo presidente socialista había indultado poco antes a uno de los participantes del crimen. En estas circunstancias, Allende decretó estado de emergencia y toque de queda en Santiago, desplegándose un amplio operativo policial y militar para dar con los responsables y así mostrar credenciales democráticas. Cuatro días más tarde está búsqueda llega a su fin, pues los integrantes del comando que dio muerte al ex ministro del interior son ubicados en una casa de calle Coronel Alvarado, en las cercanías del Hipódromo Chile, en el sector norte de Santiago. Los efectivos dirigidos por el director de la PDI, Eduardo “Coco Paredes” rodean la casa al anochecer, preparándose para lo que sería uno más de los hechos de violencia política que caracterizan nuestra historia. 

La tensa espera entre este momento y el enfrentamiento es lo que narra Germán Marín (Santiago, 1934-2019) en Carne de perro (Random House Mondadori, 2008), novela dada a conocer por su autor en los años noventa. El protagonista es Ronald Rivera, líder del VOP, grupo que mantuvo las armas en alto durante el gobierno de Allende y que consideraba necesario integrar al lumpen a la revolución, dada la pusilanimidad del obrero en cuanto a tomar las armas. Con ese lenguaje seco y gramaticalmente anguloso, desprovisto de bellaquerías líricas, delicadezas del corazón o trampas herméticas, que caracterizan la prosa de este enorme narrador chileno, en esta breve novela histórica Marín nos hace reflexionar no solo en torno a la violencia y su uso, sino también en torno al pragmatismo y su abuso, situándose en un espacio intermedio, indeterminado, que se mezcla con el frío de la noche donde Ronald Rivera y los suyos esperan el combate y la muerte, pues no se rendirán, no está en sus planes, puesto que ellos son los únicos fieles a la revolución, esa “palabra cargada de profecías que anunciaba, tras la derrota de la burguesía, una nueva era a través de la violencia de la justicia proletaria”, como indica el líder del VOP mientras se encuentra posicionado sobre el techo de zinc donde hace guardia. El desenlace de la novela, dado su carácter histórico, no tiene ningún misterio, sin embargo Marín la dota de suspenso, crudeza, morbosidad y especulaciones diversas que tejen un texto difícil de abandonar, donde Rivera, acorralado, va y viene entre recuerdos, proclamas y pensamientos.

Como último apunte, Carne de perro permitirá a algunos recorrer ese conocido y manido adagio que señala que la violencia llama a más violencia, dado que, en este caso, los asesinos de Pérez Zujovic responsable del asesinato de los pobladores de Puerto Montt fueron asesinados a su vez como sugiere Marín por las fuerzas dirigidas por Coco Paredes, quien dos años más tarde fue asesinado por efectivos de las FFAA durante la dictadura de Pinochet y sus socios proto republicanos, proto errene y proto udi. Igual suerte siguió Víctor Jara, quien en su canción “Preguntas por Puerto Montt” señala: “Usted debe responder / señor Pérez Zujovic: / ¿por qué al pueblo indefenso / contestaron con fusil?” Encontró la muerte, también, uno de los integrantes del comando VOP que no se hallaba en la casa de Coronel Alvarado esa tarde trágica, Heriberto Salas Bello, alias “El Viejo”, quien al poco tiempo, y en un acto de venganza, atacó en solitario el cuartel general de la PDI, asesinando en este acto suicida a tres detectives. Para los más radicales, en cambio, y dados los sucesos de septiembre de 1973, donde la violencia militar se impuso e impuso el Chile en que vivimos hoy en día, Carne de perro les permitirá afirmar que la vía armada era el camino para construir una sociedad distinta, mas justa, menos idiota; que la vía chilena al socialismo, basada en mecanismos democráticos, era una pérdida de tiempo; que el VOP fue el único que no cayó en la trampa de la derecha y los gringos, que finalmente nos convirtieron a todos en esos personajes deleznables que “van juntitos al supermarket / y (…) tienen un televisor”, de los que hablaba Víctor Jara al referirse irónicamente a la burguesía.

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