«Como el perspicaz lector de El Mal Menor habrá advertido, lo que se echa de menos en los versos recién citados de Nicolás Meneses es justamente aquello que entendemos como poesía, dado que en el primer caso nos hallamos ante una descripción narrativa sin mayor brillo ni profundidad y, en el segundo, ante un testimonio similar al que podría mostrar un reportaje televisivo, sin que existan elementos retóricos que den resonancia a lo dicho, es decir, que amplíen los márgenes de sentido del texto, más aun tratándose de un tema clave -los residuos, lo residual- tanto en la estética contemporánea como en el ambiente socio-ecológico actual.»
Publicado en 2019 por editorial Overol, Manejo integral de residuos, de Nicolás Meneses (Buin, 1992), es un poemario que se propone exponer la situación de aquellos trabajadores que se dedican a recoger la basura -nuestra basura- en la ciudad de Santiago de Chile. Desarrolla, para este objetivo: “una exploración de carácter documental”, como nos indica una voz anónima en una de las solapas del libro. En tal sentido, la estructura de la obra se ajusta -literariamente hablando- a este género audiovisual, ya que contiene poemas escritos en tercera y en primera persona, que se pueden asimilar, respectivamente, a la cámara (lo visual) y a las voces de los protagonistas (el audio). Como ejemplo del primer caso -lo visual- uno de los poemas (que carece de título, como todos los que componen la obra) consiste en el siguiente plano general: “El camión recolector / dobla la esquina / en sordina macabra / hacia el pasaje”. Para el caso de poemas asimilables al “audio”, se pueden hallar versos como el que sigue: “Tomamos desayuno en el camión / almorzamos en el primer parque / que nos pilla, pasamos el mes / gracias a las peguitas extra / y dicen que somos irresponsables.”
Como el perspicaz lector de El Mal Menor habrá advertido, lo que se echa de menos en los versos recién citados de Nicolás Meneses es justamente aquello que entendemos como poesía, dado que en el primer caso nos hallamos ante una descripción narrativa sin mayor brillo ni profundidad y, en el segundo, ante un testimonio similar al que podría mostrar un reportaje televisivo, sin que existan elementos retóricos que den resonancia a lo dicho, es decir, que amplíen los márgenes de sentido del texto, más aun tratándose de un tema clave -los residuos, lo residual- tanto en la estética contemporánea como en el ambiente socio-ecológico actual. En algunos textos, esta falta de “poeticidad” se intenta suplir recurriendo a un lirismo gastado, convencional, tradicionalista, como ocurre en el siguiente poema: “Entra en el minúsculo pasaje / con más autoridad que la yuta / más alboroto que el repartidor de gas / buscando el alma de los perros / la luz de quien barre su lugar en el mundo / el niño que juega con tierra / y sonríe mirando una nube.” Los tres primeros versos de este poema funcionan en clave visual, mostrándonos tanto el alboroto como la naturalidad de la llegada del camión recolector a un sector determinado de la ciudad, cosa que todos hemos experimentado alguna vez. Los cuatro versos restantes apuntan, sin embargo, en otra dirección, dando la idea -sin asidero- de que la llegada del camión recolector representa poco menos que la aparición de un ente de carácter espiritual, algo así como un redentor a la población, usando para esto, como se dijo, un lenguaje lírico gastado, agotado, que se aleja, además, del estilo documental de la obra.
La construcción del recolector de basura, por otra parte, se mantiene en un plano más bien superficial, construyendo un personaje popular genérico bastante cliché. Así, Meneses nos informa que estos trabajadores desempeñan su labor: “Clavados colgando del camión / equipados con la camiseta de fútbol / y el buzo arremangado.” O que tienen que: “Mear sobre ella [la basura] / por no tener un baño cerca”, como si estas pésimas condiciones laborales fuesen una novedad para el lector. Sitúa, en otro poema, las siguientes palabras en boca de un recolector: “Juntamos los cartones / que pillamos en las rondas / sólo a veces los dejan apartados. / El Torombolo nos paga con chirlitos / pero igual nos alcanza para unas chelas / que tomamos mientras suena la radio / y nuestras voces se mueven como moscas / sobre la maleza”. En estos versos, donde el alcohol funciona como atenuante de una labor que se asume con conformismo, los trabajadores víctimas se expresan mediante un lenguaje coloquial plano, como si fuesen incapaces de reflexionar con mayor profundidad acerca de su situación en el mundo. Los dos versos finales, en tanto, están formulados mediante el mismo lirismo gastado del que se habló en el párrafo anterior, cayendo en el facilismo, en lo gratuito, en la “demagogia poética”, generando una poesía que recuerda al realismo socialista, una poesía que se quedó pegada en el pasado. Ante esto, cabe citar lo señalado por el poeta mexicano José Emilio Pacheco en su poema “El centenario de Gustave Flaubert”, específicamente aquellos versos donde señala que todo escritor “debe honrar / el idioma que le fue dado en préstamo, no permitir / su corrupción ni su parálisis, ya que con él / se pudriría también el pensamiento.”
Se agradece, finalmente, la intención del autor al exponer las condiciones en que trabajan los recolectores de basura mediante la poesía, puesto que representa un intento de integrar este lenguaje y esta forma de conocimiento al debate nacional. Los poemas contenidos en Manejo integral de residuos, sin embargo, no logran despegar, son avionetas sin motor, puesto que no escapan de los estereotipos que se han construido en torno a estos personajes, funcionando apenas como simples esbozos realistas que, probablemente, quisieron ser textos de corte objetivista. Influye en esto, quizá, el hecho de que Meneses, como se señala en el poemario, es un narrador y no todo el mundo tiene la capacidad para expresarse en ambos lenguajes. La poesía, se le recuerda al autor, debe aspirar a producir epifanías que generen nuevas sinapsis al lector, no funcionar como un reportaje intrascendente e inofensivo que mantiene todo en su lugar. Para eso está la tele, para eso está el poder económico y su ejército de charlatanes sonrientes.




