Aparecen de repente en el metro, entre un punto y otro de la ciudad. Sentados o de pie en los carros, subiendo escaleras o al lado de las puertas, sordos y ciegos a la apabullante realidad. "Absortos en su lúcido sueño” como diría el poeta, viajan practicando una antigua ceremonia, pues aún tienen fe en las palabras impresas, y no se rinden ante el imperio de las imágenes pasajeras, que caen líquidas de las pantallas.
El mundo ha cambiado, pero ellos no, son especies en peligro de extinción. Perduran, obstinados, sin hacer caso a las modas, refractarios a las redes corporativas de signo vacío y fácil. Iluminan el transporte público con su gesto y te hacen creer que no todo está perdido, que aún hoy, sobrevive la esperanza, que nos quedan restos de dignidad, practicando este buceo esencial, libre y solitario.
Sus mentes divagan y estallan, en diálogo constante con alguien, a través del espacio ilimitado que les entrega un libro, aliviando en algo esta pesadilla de la que no podemos despertar.


















