Perfiles | Serafín

«Fue solo hace un par de meses. Lo encontré echado junto a la sede, vacía hace tiempo, de la democracia cristiana de la comuna. Me miró con sus ojos marrones y brillantes y de inmediato conectamos. Se me ocurrió, en ese momento, que era la reencarnación de mi abuela. Eso reforzó mi decisión de llevarlo conmigo sabiendo que a Lorena, mi nueva y guapa conviviente, pujante microemprendedora en el rubro de la ropa de marca falsificada, no le gustaban los animales. Dan trabajo, son antihigiénicos y no sirven para nada. Si te quieres proteger, mejor cómprate un revólver.»

Anoche mi perro comenzó a vomitar sangre. Andaba decaído. No quería comer. Como no tenía dinero para un veterinario lo llevé al consultorio municipal. Me dijeron que solo atendían personas, seres humanos, ¿me entiende?, no animales. Pregunté por el consultorio comunal de perros y la recepcionista, una morena con ojos de yaca, me explicó que no había tal consultorio, qué en que planeta vivía. Después me pidió que contestara la encuesta de calidad de servicio. Son solo cinco minutos. Así, en el futuro, podremos otorgarle una atención mucho mejor. Salí, me subí a mi maltratado y viejo auto chino, citicar cuya patente está impaga hace tres años, que no cuenta con revisión técnica ni con seguro contra accidentes, mi economía anda al tres y al cuatro, y le di una mirada a Serafín, que reposaba en el asiento trasero, todavía respiraba. Acto seguido apliqué cinta adhesiva al nylon que cubría la ventana del lado del chofer, que se había despegado en varias partes dejando entrar el frío de la tarde invernal. Lo quebró mi padre, fue durante la navidad pasada, el hombre bebió más de la cuenta y mientras cenábamos se acordó de que yo no asistí al funeral de su madre, mi abuela, y me trató de malnacido. Arrojó luego sus papayas con crema al piso, estábamos en el postre, y enardecido salió al patio, lugar donde perpetró el ataque contra la ventana del chinito usando un azucarero.

Atento -como siempre- a evadir a tiempo los posibles controles policiales, asunto en que me había vuelto un experto, conduje de regreso a casa. Serafín seguía respirando con dificultad. Lo oí jadear un par de veces y suspirar otras tantas. Lo había acomodado sobre un viejo mantel plástico con el fin de proteger el asiento en caso de vómitos, meadas, cagadas u otras emanaciones. Lo hice como escuchando a mi padre, yo lo hubiese echado así no más, era un caso de extrema urgencia, pero él me inculcó, desde pequeño, la importancia de cuidar el tapiz del vehículo, que es caro, más caro incluso que varias partes del motor, weon, cómo no estendís, sacándome la chucha cuando en mi infancia derramé unas gotas de helado en el asiento de su amado chevrolet. Helado de frambuesa, que parece sangre, ahora sí que la cagaste, quién va a querer un auto así, se fue a la mierda el valor del vehículo, dijo con los labios apretados antes de darme varias cachetadas.

Cuando recogí a Serafín ya estaba viejo. Fue solo hace un par de meses. Lo encontré echado junto a la sede, vacía hace tiempo, de la democracia cristiana de la comuna. Me miró con sus ojos marrones y brillantes y de inmediato conectamos. Se me ocurrió, en ese momento, que era la reencarnación de mi abuela. Eso reforzó mi decisión de llevarlo conmigo sabiendo que a Lorena, mi nueva y guapa conviviente, pujante microemprendedora en el rubro de la ropa de marca falsificada, no le gustaban los animales. Dan trabajo, son antihigiénicos y no sirven para nada. Si te quieres proteger, mejor cómprate un revólver

Al llegar a casa dejé a Serafín bajo el pequeño techo que protegía la puerta de entrada, inhóspito lugar autorizado por Lorena para que durmiese el cuadrúpedo, recordándome, en la ocasión, que la casa era suya, que se la ganó a su ex y no fue para nada fácil. Lo envolví en una frazada, le acerqué un tiesto con agua, le di las buenas noches y entré. Lorena estaba viendo una serie turca. Le conté lo del perro. No quiero escuchar desgracias, dijo. Y me hizo callar. Me acordé, en ese momento, de cuando me echaron de mi última pega. Me habían contratado como matón en una disco, pues no tengo estudios, no puedo aspirar a mucho, nunca entendí el teorema de Pitágoras, pero soy alto y corpulento como mi padre. Una noche, estando de guardia, por divertirse unos cuicos le sacaron la cresta a un chico gay, lo desnudaron, le dieron puñetazos, lo hicieron bailar un tema de Ricky Martin y finalmente le cortaron una oreja con un alicate.  El jefe me ordenó que no le dijera nada a los pacos, que de lo contrario me echaría, puesto que los cuicos eran sus amigos y excelentes clientes. Además, me dijo en voz baja, están dispuestos a pagar por tu silencio. Pero esa vez no me callé. Quedé cesante y Lorena se enojó conmigo, encontró tonta mi decisión, puesto que al chico ya le habían cortado la oreja, no había nada qué hacer, o me vas a decir que la justicia le va a poner una oreja, el único que de verdad perdió fuiste tú, que te quedaste sin plata y sin trabajo, tontón. 

Puse la mesa en silencio, disciplinado. Quince minutos después tomamos once con pan y jamón del economax. Era el momento ideal, según Lorena, para que nos contásemos las novedades del día. Le hablé de la oportunidad de trabajo que se me había presentado en una empresa de guardias. SEGUREX, se llama y la gente de recursos humanos es súper amable. Maravilloso, dijo ella, ojalá esta vez no lo arruines. Le aseguré que no, que esta vez le haría caso, que esta vez pensaría bien las cosas. Ella me contó que se había comprado lencería nueva, sostén y calzones, dijo. Y me miro con ojos pícaros. Yo sentí un pequeño cosquilleo en el pene. Eso duró como diez segundos. Después nos fuimos a la cama. A Lorena le gustaba mucho la cama. Es ahí donde realmente funcionas, me decía, mientras su cuerpo delgado y pequeño, siempre perfumado, parecía estremecerse. 

Cuando lo dejé en la puerta, Serafín abrió y cerró sus párpados repetidas veces y luego se quedó mirándome fijamente, tiernamente. En ese momento no entendí lo que había intentado comunicarme, pero supe que se trataba de una despedida, que iba a morir, justo cuando Lorena estaba sobre mí, con su pubis y sus axilas perfectamente depiladas, con sus senos redonditos y firmes agitándose y el rostro deformado por el goce. Fue entonces que me la saqué de encima. Qué te pasa, preguntó ella y no le contesté. Apurado fui por Serafín, que afortunadamente aún estaba vivo, aún respiraba, y tomé su enorme cuerpo de tupido pelaje negro y lo entré a casa. Enseguida encendí la estufa, estaba helado y lo acomodé sobre la alfombra frente al fuego, recostándome a su lado. Al rato me llegó el ruido del motorcito del consolador de mi mujer. Gruñía como cuando Serafín jugaba conmigo. Era su mascota y estaba viva, la mía agonizaba.

A la mañana siguiente, y rapidito porque tengo que irme a trabajar, no puedo llegar tarde, Lorena me ayudó a echar mis cosas en el chino, recriminándome constantemente por haberla dejado por un perro moribundo mientras hacíamos el amor, qué manera de rebajarme, qué manera de humillarme; y por haber entrado al perro a su casa, que ahora huele a quiltro recogido, a miseria, a comunismo, no sé con qué voy a sacar ahora ese olor repugnante de las paredes, del piso, de la alfombra; y por haberlo enterrado de madrugada en su patio, qué cara de raja, deberías haberme preguntado antes, cómo me despertaste, aunque por lo menos el animal no se ve, ojalá que no huela a podrido, ojalá que se descomponga pronto; y por mis fracasos económicos, mucho mas entendibles, weon, ahora, por lo del perro.

Eché a andar el motor y enfilé hacia la casa de mis padres, no me quedaba otra, no tenía plata para arrendar algo propio. En el camino me acordé de mi abuela. No fui a su funeral porque no quería verla muerta, no porque no la amase. Todo lo contrario, era lo mejor que había en la familia. Ella jamás me hubiese lanzado, como mi padre, un azucarero al vidrio del auto. Si lo hubiese visto, además, hubiese montado en cólera, no se hubiese quedado callada como mi madre, que corrió a limpiar el piso, a recoger las papayas y la crema, arrodillada, domesticada. Me preparaba para llegar al loquero y explicarle a mis padres que tendrían que soportarme un tiempo corto, aunque en realidad sería largo porque la posibilidad de ser guardia no era efectiva, era solo una estrategia de sobrevivencia, SEGUREX no existía, cuando me acordé otra vez de Serafín y me dije que no había sido para nada buena la idea enterrarlo en el patio de la casa de Lorena, fuese o no la reencarnación de mi abuela no se lo merecía, no era justo, así que di la vuelta y partí a rescatarlo. 

 

 

Comentarios
Compartir: