Noticias de la nada | Un colchón indigente
Lo encontramos en un basural clandestino de Rungue. Estaba lleno de manchas de vino tinto, cagadas de pájaros, quemaduras de cigarrillos y rajaduras en el forro. Se trataba de un viejo colchón de plaza y media de espuma plástica. Le preguntamos cómo había llegado a ese lugar. Nos contó, entonces, que hace un par de semanas había sido arrojado a la calle. Me trajeron en una camioneta hasta este sitio terrible, lleno de desperdicios, escombros, mal olor y ratas, sitio donde una patota de borrachos me usa para beber, fumar pasta base, escuchar reguetón y practicar sus horrendas perversiones. Los vagos se recuestan o se sientan encima mío y abren una caja de vino o encienden un mono y comienzan a matarse las neuronas. A veces hasta se masturban colectivamente, o tienen relaciones de tipo sodomita, mientras se lanzan pullas entre ellos. Mi experiencia ha sido traumática, no se la doy a nadie, no estoy acostumbrado a las puteadas, ni al trago, ni a la suciedad, ni a cargar sobrepeso, ni a vivir a la intemperie. No, mi vida ha sido muy distinta. Estuve más de diez años en la pieza de una mujer preciosa. Una chiquilla a la que cobijé su armonioso y liviano cuerpo desde los trece hasta los veintitrés años, cuando se convirtió en una estudiante de leyes a punto de egresar. La sentí crecer, la sentí desarrollarse, percibí cómo se formaban sus redondeces, contuve sus sueños y sus suaves orgasmos nocturnos, delicados como los de un colibrí. Pasamos miles de noches juntos estudiando códigos, constituciones, ordenanzas y otros textos legales, estuvimos juntos los dos con su primer novio, el Camilo, un morenito medio pobre que trabajaba en el campo con su padre sembrando hortalizas y que la mami de la colibrí no quería, no le gustaba, no tenía futuro, y fue reemplazado por el Phillip, un burguesito que estudiaba ingeniería hidráulica y hablaba con voz grave y tenía auto y poca capacidad de observación, pues nunca se enteró de que la pequeña colibrí ya había volado, que había lanzado su primera pluma al viento con el Camilo y se creyó poseedor exclusivo de su cuerpo delicado. A regañadientes tuve que soportar las visitas de Phillip los fines de semana. Y escuchar sus críticas hacia mis resortes cada vez que tenían sexo. Tantos fueron sus reclamos que la madre de la colibrí decidió que yo ya no servía, que tenían que cambiarme por uno nuevo. Y partieron al mall a endeudarse para dejar tranquilo al burguesito, quien se consiguió con un tío la camioneta que me trajo a este tiradero que se parece demasiado al infierno. Cuenten ¡por favor! mi situación a sus benevolentes lectores, nos pidió en ese momento, con una angustia que nos conmovió a concho, díganles que vengan por mí, que no estoy tan dañado, que aún puedo contener a quien quiera tener un buen descanso nocturno, da lo mismo que no sea hermoso, ni armonioso, da lo mismo que no gima cual colibrí como la estudiante de leyes. Ya me conformé de su pérdida, no me escucharán llorar, no me verán deprimido ni han de oír mis quejas; sepan además que aún estoy blandito, que soy ultra cómodo, que mis resortes no están tan malos, que me pueden hacer un forro y que quedaré como nuevo, que más encima soy gratis. Por último, señaló, si ya no me quieren ocupar como colchón me pueden desmenuzar y convertir en lindos cojines, da lo mismo que sea con la cara de Mickey u otro bobo. La cosa es que me saquen de este lugar, la cosa es volver a estar bajo techo, la cosa es salir de la situación de calle y volver a ser un colchón decente, un colchón de casa.









