Fichero | La novela terrígena

La poesía chilena de las últimas décadas se ha encaminado por diferentes senderos. Algunos se entrecruzan entre sí y otros siguen una senda poco transitada. Tal es el caso de “La novela terrígena” de Mario Verdugo, breve poemario publicado en 2011 por Pequeño Dios Editores. 

Tomando como punto de partida un texto del narrador criollista Mariano Latorre, donde el autor de “Zurzulita” señala la importancia de la apropiación literaria del mundo rural para “la evolución de la novela netamente terrígena”, Verdugo desarrolla breves poemas, de características narrativas, que se presentan como capítulos de una novela. 

Estos capítulos, que en total son cien, se ven atravesados por un lenguaje donde materialidades ligadas a la ruralidad antigua y actual se entremezclan con una multitud de referencias provenientes del lenguaje espacial, de las ciencias sociales, de la filosofía, del arte, de la burocracia, de la misma literatura, entre otras, creando extrañas estampas -de difícil conexión argumental entre sí- de un mundo imaginario. En el poema 49, por ejemplo, se puede leer: “Las hectáreas arrendadas al Grupo de / Investigaciones Sociales. Las hectáreas / desbandadas donde solía ver caer al / Lunik 25”. 

Como vivo en el mundo rural, la imaginería de Verdugo me parece atractiva, aunque bastante fría y distante del juego semiótico que realiza Juan Luis Martínez en “La nueva novela”, poemario con el que K Ramone -en Proyecto Patrimonio- compara “La novela terrígena”. ¿Sus razones? El hecho de que se trata de “un libro presentado con la forma de poemas pero llamado novela”. Personalmente, esta idea me parece un despropósito. Es algo así como comparar -para un creyente- la biblia con un librito de oraciones. 

En cuanto a lo inconexo del contenido, Ramone defiende “La novela terrígena” arguyendo que “la buena poesía” debe “permitir tantos sentidos como sea posible.” Estoy de acuerdo con que la poesía debe tener un buen grado de ambigüedad, pero cuando esta alcanza un nivel que impide la conexión con el lector, se transforma en un ejercicio de abstracción intelectual sin mucho sentido. 

Armar el puzle que propone Verdugo, donde en cien poemas de cuatro líneas se cruzan -entre otros- artistas e intelectuales como Malevich, Bachelard, Maslow, Rafael Maluenda, tractores John Deere y Massey Harris, la tele checoslovaca, personajes populares, entidades imaginarias como Parásitos FX, eventos ficticios como la Expo-cosmos y el quinto simposio de la IRS, requiere -está claro- una buena dosis de entusiasmo. Y el libro no da para tanto.

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