Signos vitales | Kilómetro cero


«Casi en el centro de la plaza me encontré con el “Monumento a la libertad americana”, obra en mármol blanco del italiano Francesco Orselino, instalada allí hace casi doscientos años (específicamente en 1836, mediante la autorización del procaz y turbio y cabrón Diego Portales). En ella una mujer de rasgos europeos libera a una indígena latinoamericana, también de rasgos europeos, que se encuentra de rodillas.»


Habitualmente paso por la Plaza de Armas de Santiago. Por lo general a la hora del almuerzo, cuando arranco del casino de mi lugar de trabajo y busco un lugar diferente donde comer, donde existir, donde respirar, donde ser algo más que un simple factor productivo; o cuando tengo que hacer -apurado- algún trámite en el centro. Atravieso, en esas ocasiones, las calles interiores del lugar que acá, en la Colonia Chile, marca el kilómetro cero. Y me encuentro con una fauna plurinacional compuesta por prostitutas de culos gigantes, cafiches vestidos con nike, converse o adidas, predicadores de la biblia, desempleados, vendedores ambulantes, trabajadores mal pagados y perdedores varios, sentándome a veces en algún escaño a revisar el teléfono, a escribir algunas notas, a hojear un libro, a tomar fotos o simplemente a contemplar el entorno del sitio y su fauna. 

La semana pasada estuve allí. Específicamente el jueves. Había almorzado pollo mongoliano y wantán viendo -en una pantalla gigante- las noticias que los grandes empresarios y los suyos fabrican intentando que la gente -el pueblo- se haga autogoles o el harakiri, favoreciendo así su autoritarismo narcisista, su egoísmo patológico, su visión funcional del hombre común y su cultura de mierda. Una mentira que se repite mil veces se transforma en verdad, recordé que proclamaba Goebels, el publicista de Hitler. Los grandes empresarios, los Luksic, los Matte, los Angelini, los Ponce Lerou, los Piñera -que son los que de verdad gobiernan el país- lo tienen totalmente claro. Y jornada tras jornada sus bots y los medios de prensa que estos cabrones financian -que son casi todos- dejan caer gota a gota el veneno que termina matando una buena cantidad de cerebros nacionales e importados. ¡Cuántas neuronas asesinadas!

Andaba con algo de tiempo y un libro de poesía brasileña ese jueves, así que tras salir del restaurante chino fui a la plaza a reposar el almuerzo y leer un rato. Necesitaba purificarme del noticiario y su dosis de atontamiento orientado, hoy en día, completamente al rechazo de la nueva constitución, a impedir la democracia, a reprimir la autonomía, a imponerles la chilenidad a pueblos que no son chilenos. Me acomodé en una banca y durante un rato contemplé a los transeúntes que, al caminar, espantaban a las palomas. A mi lado una pareja degustaba un par de completos del portal Fernández Concha. Tomé el libro, lo abrí y me encontré, de inmediato, con un magnífico poema de Carlos Drummond de Andrade: “En medio del camino”. Es un poema que me encanta y lo leí como corresponde un par de veces. Enseguida, a modo de venganza con los grandes empresarios, hice el ejercicio de leerlo cambiando la palabra “piedra” por “oligarca”: 

“En medio del camino había un oligarca / había un oligarca en medio del camino / había un oligarca / en medio del camino había un oligarca. // Nunca me olvidaré de ese acontecimiento / en la vida de mis retinas tan fatigadas. / Nunca me olvidaré de que en medio del camino / había un oligarca / había un oligarca en medio del camino / en medio del camino había un oligarca.”

Estuve en eso unos cinco minutos. Luego me dediqué a mirar el entorno. Los árboles de la plaza, que como los animales del zoo lucen cartelitos con su nombre, estaban otoñando. En la esquina frente al municipio “el caballo”, nombre popular de la estatua ecuestre del invasor español Pedro de Valdivia -que fundase la ciudad apoderándose de un tawantinsuyo o centro urbano inca- estaba repleta de turistas fotografiándose. ¿Será derribada alguna vez? ¿Será vejada, humillada, violada? ¿Le pondrán la peluca de Sandy Mc Donald? ¿Será pintada de rojo o de negro? ¿Será cabalgada por post punkies borrachos? ¿Morderá el polvo? Tal vez, me dije. En todo caso, los calcetineros de las tradiciones y el orden hueco no tienen nada que temer, pueden estar en paz, pues, de sufrir algún daño, lo más seguro es que el monumento será objeto de una reparación integral, completa y minuciosa, tal como ocurrió con la estatua del general Baquedano, aunque no con los mutilados de Piñera. Sí, porque en Chile un mamotreto de metal parece tener más derechos que una persona.  

Miré después hacia el vértice opuesto a la estatua de Pedro de Valdivia. Allí, a pasos de la entrada al Paseo Ahumada, el noventero “Monumento a los pueblos indígenas”, obra de hormigón y granito de Enrique Villalobos, tenía poco público. Sólo unas gringas desabridas -que imaginé con olor a pollo frito- se fotografiaban junto a la colosal cabeza. Después giré la vista. Y casi en el centro de la plaza me encontré con el “Monumento a la libertad americana”, obra en mármol blanco del italiano Francesco Orselino, instalada allí hace casi doscientos años (específicamente en 1836, mediante la autorización del procaz y turbio y cabrón Diego Portales). En ella una mujer de rasgos europeos libera a una indígena latinoamericana, también de rasgos europeos, que se encuentra de rodillas. La liberación, vista así, consiste en someterse y dejar de ser indígena y volverse blanco o blanca, volverse “civilizado o civilizada”, abandonando la cultura propia y usando artilugios como L´Oréal de París para luchar contra la tozuda biología. Los rasgos de ambas mujeres me recordaron, además, a los de la norteamericana estatua de la libertad, valor fundamental que en eeuu -como irónicamente escribiese Nicanor Parra- es una estatua. 

Consulté la hora. El tiempo había pasado rápido y era momento de volver a la pega y seguir aburriéndose en los monótonos cuadritos del organigrama. Mientras caminaba de regreso recordé que durante la dictadura circularon monedas doradas con la imagen de la libertad, que también era una mujer de rasgos europeos, una mujer afrancesada -con alas- que levantando los brazos mostraba sus cadenas rotas. Más que una imagen idealizada de la libertad -me parece- era una especie de diosa de la oligarquía y los oligopolios, una mujer violenta, sin escrúpulos, capaz de torturar y asesinar con el objetivo de apoderarse de los fondos de pensiones de los pobres. Tuvimos también, por décadas, ardiendo frente a la Moneda la famélica llama de la libertad de Pinochet y sus socios de la UDI y RN. Todo eso dejó de existir. Por suerte. Persiste -eso sí- el más que centenario “Monumento a la libertad americana”, que es un vínculo entre la oligarquía de antaño y la actual, la potenciada por la dictadura, pues no hay que olvidar que Portales fue uno de los referentes de Pinochet. En la Plaza de Armas de Santiago -kilómetro cero de Chile- entre putas explotadas por sus cafiches, entre seguidores de religiones primitivas y autoritarias, entre cesantes y trabajadores mal pagados, entre perdedores chilenos, peruanos, haitianos, colombianos, venezolanos, argentinos, bolivianos, se yergue este monumento que conmemora algo que en el ayer y en el hoy neocolonial es solo una ficción, una obra del género fantástico. 

 

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