Narrativa Chilena Actual | Los retrovisores

La primera vez que lo vi no entendí lo que hacía. La gente hace muchas cosas en la veredas, gestos y movimientos raros, que ni tomamos en cuenta. Pero este chico siempre daba vueltas por el barrio. Siempre viví ahí. Me fui un tiempo, pero cuando estuve cesante volví a vivir al barrio de casas viejas que habían soportado algunos terremotos e inviernos con maderas hinchadas y los muros que se iban descascarando y mostraban el adobe que de alguna manera resistía el paso del tiempo, pero ya eran construcciones mezcladas con ladrillos pesados y de techos altos. Esa altura permitía pensar. Lo veía por la ventana y pasaba seguido, se comenzó a repetir a diario, en la ventana aparecía la escena, enmarcado por el living viejo y polvoriento, sus gestos raros como tratando de esconderse sin poder hacerlo. Empecé a ponerle atención y luego vi que las personas que en la tarde iban a buscar sus autos estacionados al borde de la vereda les faltaba un espejo o los dos retrovisores. Entonces lo asocié, esta vez lo esperé y lo vi. Se acercaba y hacía un movimiento brusco, un pequeño crujido que no quebraba nada. Solo lograba desprenderlo del caparazón negro. Luego daba un par de zancadas, se subía a una bicicleta y desaparecía. A veces venía a pie. 


En ese tiempo las constructoras andaban ofreciendo plata, para comprar el conjunto de casas y levantar sus guetos verticales para disimular la pobreza.  Mi vecino que siempre me hablaba o intercambiaba información a veces comida o libros, me contaba que habían pasado por su casa. Me fui a vivir ahí porque era una casa familiar, la única y así no tenía que pagar arriendo, era imposible vivir con un sueldo pequeño y pagar arriendo. Esperaba encontrar trabajo pronto porque los ahorros iban desapareciendo. Pero a veces vendía algunas cosas, el vecino era colero en la feria y me pedía ropa que ya no usaba u objetos, para vender. En ese periodo hacía algunos trabajos por el computador y miraba por la ventana la vereda sucia y llena de autos. La gente tira cosas insólitas y uno no sabe si se les caen o simplemente les da lo mismo como si en la calle todo diera lo mismo y otro, que nadie ve, se lo lleva o lo limpia. Desde condones pegados en el suelo, cabezas de pescado o un sillón de auto, no creo que eso se les haya caído del auto. Es un poco difícil. Seguí mirando por la ventana todo eso. Vi que el chico venía a diario y tenía horario. El mismo en el que estaban los autos. A veces me asomaba a la calle por la puerta y miraba las esquinas y lo veía de refilón retroceder por el muro rojo y oblicuo de la casa de la esquina y desaparecer. La casa estaba ocupada por unos actores jóvenes. Por un momento creí que vivía ahí. 

Hice mi rutina y no pensé más en él, como si fuera parte del paisaje del barrio. Un día se robó el espejo de una camioneta cotota, rang rover, algo así, nunca he sabido de autos porque no me interesan y además no tengo como para comprarme uno. Era una grande y firme. Al dueño no le sería muy terrible el robo, porque debía tener mucha plata, pero si le daría rabia que un piruja lo vacile. La robó frente a mí y me di cuenta que sabía que lo miraba porque se volvió hacia la ventana. Yo me moví hacia otro lado de la pieza y me puse de espaldas para que creyera que no lo miraba. Me volví, pero debió ser muy rápido porque estaba ahí con su capuchón, no le distinguía el rostro, y miraba al visillo como diciéndome esto lo hice por todos. Una sonrisa que apenas se le notaba. No quería delatarlo. Nos marcaba y ya no podría tener nada seguro. Una señora un par de casas más allá soltó el dato, una vez al mes, le revientan alguna ventana. Cuando miró hacía la ventana también me marcó. Me dijo en el fondo, sé que sabes. No lo diría así, pero entendí el mensaje. Se metió el espejo en un bolso pequeño y se fue. 


La casa estaba en mal estado y no tenía plata para meterle. Entre los vecinos nos apoyábamos lo que podíamos. Los muros se iban descascarando. Los inmigrantes se hacinaban en algunas casas cercanas modificadas. Las piezas eran separadas por tabiques para meter más gente y sacar mejor ganancia. En la tarde cuando ya estaba oscureciendo y yo estaba sentado en el patio sonó el timbre. Era mi vecino. Venía un poco agitado, creí que le podía haber pasado algo en la cola de la feria, alguna pelea o algo así. Pasó y se sentó. Le fui a traer un vaso de agua. Quería que se calmara, pero quería hablar y lo escuché.


Vecino, no sé, ¿ha visto a un cabro que roba espejos acá en la vereda… tomó aire…y viene casi todos los días? Todos los días, pensé. Lo vi hoy y lo seguí y espero que no esté muerto. Le dije que se sentará y se sentó. No supe qué decir, más que eso y supongo que mi cara era de alguien que no entiende lo que le dicen. Espero que no esté muerto, repitió. Lo seguí. Caminé y casi corrí detrás de él hasta San Diego y Av matta. Atravesó hacia el sur. Cruzó un pasaje de travestis y se metió en una casa. La entrada era una venta de repuestos. La puerta estaba abierta y estoy seguro que entró ahí. Así que me metí. Puta qué valiente, pensé mientras intentaba decirle algo para calmarlo o para que viera que estaba atento a lo que me iba contando. Se paró un momento y miró por la ventana y me di cuenta que era muy delgado o que en este rato se había adelgazado mucho.


Cuando entré nadie me dijo nada. Caminé por una alfombra sucia y había un living o algo así porque en un sofá había una familia que miraba la televisión. Un par de niños y dos adolescentes, eran haitianos, porque hablaban en un idioma que no conocía. Hacia adentro había una galería de ventanas típica de estas casas, pero en este lugar me sorprendía la extensión era super grande y se achicaba en algunos lugares. Fui hacia ese pasillo. Había varias piezas y en una de ellas me quedé pasmado, había una mujer negra muy hermosa con un pecho afuera dándole leche a su guagua. Me quedé ahí y ella me miró. Estaba sentada en el borde de un colchón en una pieza muy chica. Y atrás había ropa en un ropero improvisado. Creo que la incomodé y me fui. 


Seguí hasta el patio, había tres piezas de madera. En la última estaba el ladrón. En realidad era una silueta que tenía la misma contextura. Un tipo un poco más alto que yo, pero que parece que sabía quienes habitaban la casa me atajó. Me dijo: oye pa donde vai. Ando buscando a alguien. A quién, no podí llegar y entrar. Del patio se veía que conectaban con otras casas a los lados. Busco a un cabro que anda en bici y va a robar pa mi barrio, le contesté. Entonces le cambió el rostro. Le dijo a los tipos que estaban en el patio en un círculo alrededor de algo que no vi, que me sacaran, le dije que no. No sé, vecino, de donde saque esa fuerza. Sáquenlo nomás. Ese es, grité y apunté a la silueta. Los tipos me agarraron, de los brazos, el cabro salió corriendo por una puerta que conectaba con la casa del lado, ahí quedó un viejo que apenas respiraba y me miró con una pena que nunca había visto. Me desarmó y ya no me pude resistir. Me sacaron a tirones hasta la calle, los haitianos miraban, no podían hacer nada. Cuando me tenían afuera, uno me tiró un puñetazo en la guata. Y cuando quedé boqueando, se acercó y me dijo: cagó ese pendejo. Y por eso pienso que le deben haber hecho algo. 


Quizás, le dije, solo era para dejarte tranquilo. 

Puede ser, dijo. 

Fui a buscar té. Estaba más tranquilo, pero a momentos miraba por la ventana y el ojo se le quedaba quieto o ciego. Era como si no viera o estuviese repasando cada momento de lo que vivió en esa casa. 

¿Alrededor de qué estaban? dijo en voz alta, pucha no pude ver. 


Quizás, le dije, solo conversaban. 


Le dio un sorbo al té y dejó la taza encima de la mesa. 

Pero de ese modo es sospechoso, si los hubiese visto, vecino. Era como si taparan algo. Y no conversaban, murmuraban o cantaban. Me imaginé, cuando los vi, un rito de magia negra o algo así, se rió, y fue una risa nerviosa desencajada, pero además era como si al vecino comenzara a rondarlo un halo de locura.  Pero la cosa es que lo vi escapar, ese cabro siempre safa, pero había alguien… el viejo… quizás quién será… si al final en este país uno anda tratando de sobrevivir. Pero ese caballero me llenó de pena. Se veía muy desprotegido y desecho. Bueno a uno lo botan como basura. Raro todo esto y ágil el chico. Igual los que me sacaron tenían fuerza y no eran tan altos.


Pasaron semanas sin que lo viese por la ventana robando. Incluso lo esperaba. A veces venían otros chicos pero se robaban las tapas. O se metían debajo y sacaban algo que no sabía lo que era. No hablé con mi vecino durante esa semana, pero lo vi pasar a la feria para hacer de colero. Llevaba su carro de supermercado que le costaba arrastrarlo porque igual era flaco y en el carro llevaba hartas cosas. Cuando mi vecino pasaba lo saludaba o le pasaba cosas que podría vender. Durante esa semana no le pasé nada, no lo vi mucho, andaba apurado, ni miraba por la ventana. Cuando miraba hacia mi ventana, sabía que podía salir a conversar con él, pero durante esa semana anduvo cabeza gacha, me imagino que muy ocupado.  Junté algunas cosas, libros y unas zapatillas que pensaba mencionarle el fin de semana. Tampoco me tocó el timbre. Pensé que podía estar conmocionado por lo que le habían hecho y si había visto al chico debía sentirse culpable.


El último viernes lo vi pasar, iba corriendo, lo que me preocupó. El sonido de un cuerpo que pasa corriendo es singular. En la ventana se empieza a oír desde antes. Es como si se anunciara en el espacio que algo se modifica, pero es el roce de la ropa o de la piel, las pisadas fuertes y rápidas. Inmediatamente uno deja de hacer lo que tiene enfrente y se pone a escuchar. Me detuve y miré por la ventana y lo vi pasar. Esperé alguna palabra, esperé un grito o alguna respuesta a lo lejos. ¿Lo estaban persiguiendo? El roce, los pies chocando con la vereda, dejó de oírse a lo lejos. Me asomé a la puerta, alguien que observaba todo desde arriba, en la ventana del edificio, se escondió. Miré hacia donde iba corriendo. No había nadie. Habría doblado en la esquina, supuse. Miré hacia el otro lado, por si venía alguien, pero no pasó nadie. El árbol estaba lleno de colillas y un envase de chocolate. Eso nunca lo veo hasta que salgo. No podía hacer nada en ese momento, no tenía a quién recurrir para preguntarle por el vecino. En las tardes el barrio se iba quedando en silencio y vacío y a veces se escuchaba algún grito inquietante o una botella que se quebraba. Los pasos lentos y alguien que esperaba a otro. Me dormí temprano como si me hubiesen golpeado en la cabeza. Soñé con mi vecino corriendo por unos pasillos, pero era yo o veía por sus ojos y sentía lo que él sentía, intentaba mirar al interior de un grupo que rodeaba un cadáver, quería ver quien era, pero se me doblaban las piernas de pena, era alguien que quería. Y cuando la vi me desperté, pero no recordé quién era. Tenía los ojos mojados como si hubiese llorado. La puerta estaba siendo golpeada, azotada. Eran como las cuatro y media. Me acerqué a la puerta, golpeaban como si la fuesen a echar abajo y decía, vecino soy yo. Abrí y le dije que pasara. Se sentó, estaba un poco alterado. 

¿Qué pasó?, le dije

¿Se acuerda de la chica, la chica que robaba espejos?

Me acuerdo del chico ¿Hay una chica?

No, nunca hubo un chico, era una chica, nunca le vimos la cara. Está en mi casa.

¿Ella? ¿Y qué hace ahí?


Está escondida porque su pareja se escapó con la plata que tenían, pero no era para ellos, era de un grupo que roba por otros lados. Cree que la van a matar, pero no son los tipos que te dije que había visto en la casa, son otros, según ella. No quiere decirme quienes, pero tiene miedo, está tiritando. Tiene una mochila y en ella hay unos espejos de auto. Me confesó que ella lo hace. Tiene la contextura y el poleron con el capuchón. Está asustada. No creo que sepan que está conmigo. Necesita comer algo, yo no tengo nada en este momento. 


Fui a la cocina y saqué un pan, le eché mantequilla, era lo que me quedaba y le pasé un tarro de atún. Salí con él a la calle, todavía me parecía que estaba dormido, pero hacía frío y no había ruido en la calle. Entramos en la casa y fuimos hasta su pieza. No había nadie, la chica no estaba. Me miró con angustia. Creí que soñaba, pero no. Había un poleron con capucha sobre la cama, pero lo vi reflejado en una ventana de la puerta. 

Se fue, dije.

No creo, deben haberla encontrado. 

O solo huyó por miedo. 


En la mañana lo vi pasar, con su carro, iba a la feria. Salí a su encuentro con algunas cosas. Le dije que le podían servir para venderlas y las aceptó, luego arreglamos, me dijo. Le pregunté por la chica, vi que llevaba su poleron. Me miró con una cara rara, como si no entendiera de lo que le hablaba. Mientras me miraba se acercó un tipo que nos dijo: me acaban de robar las cosas del auto, así no se puede, es la raza la mala, gente de mierda, se subió a su auto, sabía que los pacos no harían nada. Le dijimos que no le convenía estacionar en este sector, que siempre pasaba. Tomé a mi vecino del brazo y lo miré preguntándole. Solo miró mis cosas, un par de libros y unas zapatillas y dijo: luego arreglamos. 


En la noche al otro lado del muro escuchaba un gemido, un par en realidad, eran ellos, estaba seguro. Él tenía escondida a la chica, pero no quería que nadie supiera. Los escuchaba chocar  el muro con la cama o algo y ella gemía, pero intentaba tragarse sus gemidos. Yo abría los ojos en la oscuridad, sentía que mi rostro no tenía bordes y tampoco sabía qué hora de la noche era, solo imaginaba la piel de ella. Y todos los sonidos cubiertos parecían estirarse subterráneamente y me tocaban de algún modo. Cuando despertaba con la luz del día, no sabía si lo que había oído era real. Así pasaron semanas en que una vez que me dormía, despertaba en la oscuridad desorientado en el tiempo y escuchaba doblar autos en la esquina, pasaban lento frente a nuestras casas o gente que caminaba muy despacio como si quedaran suspendidos. Era un sonido raro como cuando una hoja de papel se cae, o cruje el techo, como si dieran pasos sin gravedad. Un tiempo después abrí los ojos y solo hubo silencio, ningún ruido. Cada una de las noches abría los ojos y no oía nada, ya no había autos ni pasos como susurros, ni crujidos sin gravedad, solo la oscuridad. Soñé con ellos, los veía caminar de espalda, iban juntos e intentaba alcanzarlos, pero me alejaba como en un espejo retrovisor, despertaba llorando como si me hubiesen quitado algo muy valioso. Durante el día mi vecino ya no pasaba por la vereda con su carrito. Nadie preguntó por él durante semanas, no quise ver noticias ni mirar internet. Imaginé que habían huido juntos. Solo eso, de la muerte no quería saber. 


Me subí al techo de mi casa a leer, llevaba una silla plegable y un libro. Pero en realidad quería asomarme al patio de mi vecino. Puse la silla y dejé el libro sobre ella. Me asomé a su patio. El carro estaba cubierto de hojas y las zapatillas que le di, figuraban encima, tenían moho. Era como si hubiese dejado todo ahí y se hubiese ido. Del techo veía toda la cuadra. Recordé una librería que había en la esquina, y ya no estaba, dónde fotocopié un libro sobre la revolución francesa para disertar en séptimo básico. Una de las imágenes que usé, era la de un escenario y una guillotina en medio, un cuerpo sin cabeza acostado sobre su torso. Un hombre sostenía la cabeza mostrándola al público. Goteaba sangre. Debajo de la imagen, que era una pintura, decía: Reinado del terror. Me senté y me puse a leer, comenzó a hacer frío y al rato decidí bajar. 



________________________________

Mauricio Rojas (Santiago de Chile, 1978).

En 2012 publicó el volumen de relatos “La pedagogía del vacío” (Ediciones Esperpentia).

“Retrovisores” es un relato inédito.

Comentarios
Compartir:

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *