Panóptico | Escribir como utopía

«¿Le pagaran a alguien en este país por hacer Literatura? ¿Cuántos escritores podrán vivir solo de lo que escriben, aquí en Chile? Estas preguntas podrían hacerse también en otros ámbitos artísticos ¿Cuántos artistas pueden vivir, en este país, solo de su arte, sin tener que trabajar en otros empleos?»

Hoy es viernes por la tarde, comienzo de otro prometedor fin de semana, en el cual tendrás tiempo para escribir. Toda la semana has esperado este momento. A esta hora estás en tu dormitorio descansando del trabajo, con la luz apagada, tratando de sacudir de tu cabeza la acumulación de correos, órdenes (desde arriba y hacia abajo), de reuniones, de lugares comunes, de ese lenguaje escalofriante de “la pega”, en fin, tratando de poner la mente en blanco para poder generar alguna “idea luminosa”, algo de que escribir. Pero te quedas dormido, pasa el tiempo, ya es hora de comer y te llaman; la página en blanco podrá esperar otra hora (como ya ha esperado toda la semana). 

Luego de la comida y el lavado de platos, se hace el silencio y es hora –te dices- de escribir, leer o pensar, pero al refugiarte en ese cuarto lleno de libros que llamas “biblioteca” y encender el computador, no se te ocurre nada que poner en la pantalla, ninguna cosa, ni siquiera una frase relativamente decente. Para buscar inspiración empiezas a recorrer los sitios de noticias, pero es la misma bazofia de siempre, con los mismos comentarios incendiarios o descerebrados de individuos que se parapetan tras un pseudónimo. Mejor quizá revisar tus redes sociales, tal vez haya un milagro, un chispazo, pero entre tanta foto insulsa de gente celebrando, mensajes llenos de esperanza o de “memes” para niños de 5 años, te pierdes. Entonces revisas tu  correo personal, pero, claro, no hay nada nuevo, no te has ganado ninguna beca, ni ningún concurso literario últimamente; el resto, notificaciones de tu banco ofreciendo o quitándote algo. Así que decides que lo mejor es apagar el computador y, si viene algo a tu cabeza, lo que sea,  lo escribirás a mano. ¿Qué tal si te ayudas con algún libro de tu biblioteca y buscas allí inspiración? Tienes tantos ¿Cómo allí no vas a encontrar nada? Y te transformas en un personaje ciego de Borges, buscando una respuesta inútilmente. ¿Por qué inútilmente? La respuesta es simple, porque después de 15 horas de estar despierto y de 12 horas de trabajo es más cómodo, vegetar que tener que idear alguna frase medianamente original y pretender redactarla.  Además, cualquier libro a esa altura del día te resulta ininteligible, sobre todo para un cerebro exprimido toda la semana, como el tuyo, a lo más, podrás leer los subtítulos de alguna mala película o de una serie. Entonces, claro, escribir es una utopía.

Esto es así porque en lugar de dedicarte solo a escribir “literatura”, para sobrevivir, tuviste que “elegir” trabajar, usar la parte más valiosa del día en un trabajo bien o mal remunerado. Bueno, por lo menos si está bien remunerado, puede servirte de consuelo. Me pregunto ¿Le pagaran a alguien en este país por hacer Literatura? ¿Cuántos escritores podrán vivir solo de lo que escriben, aquí en Chile? Estas preguntas podrían hacerse también en otros ámbitos artísticos ¿Cuántos artistas pueden vivir, en este país, solo de su arte, sin tener que trabajar en otros empleos? Es así como este caso, se puede extrapolar también a otras áreas.

Pongamos un ejemplo que quizá coincida con el caso de alguien que conozcas (si esto es así se trata de una mera coincidencia). Supongamos que ese alguien es o se cree un escritor “profesional”, escribe, publica en revistas o pasquines y que, luego  de decidir que quería agregar a la gran lista de “obras maestras”, la suya, permitiendo que un grupo de inocentes (los lectores) lo leyeran, hizo una autoedición o edición provinciana, luego “lanzó”  su libro, hubo discursos de algunos amigos y esperó la recepción de la crítica y el llamado de las librerías (a las que él mismo llevó su libro) pidiendo más ejemplares de su obra.  Pero, como siempre, no pasó nada, muy pocos pagaron por su “master piece”, la mayor parte de sus libros se quedó en su casa. Nadie lo “descubrió”. Así que no pudo cumplir el sueño de vivir como artista, tener su refugio frente al mar con conchitas y mascarones de proa. Es más, aún vivía con sus papás, para quienes ya no era “la gran promesa” que solía ser. 

Así que llegado a este punto, pues no tuvo ni apoyo familiar (pues debe aportar con dinero en la casa) ni el mecenazgo de algún partido o el “pituto” de alguna beca de creación, en fin, en estos tiempos neoliberales, decidió vender su alma, o sea,   decidió trabajar y desempolvar el cartón universitario que había guardado, porque no quería ser un pequeño burgués, un triste funcionario; pero tuvo que trabajar, así que buscó algo más o menos adecuado a su estatus de escritor y postuló a varias empresas que pudieran usar su ingenio y creatividad. Un trabajo limpio que le permitiera, piensa, acceso todo el tiempo a un computador, donde podrá seguir escribiendo en esos “tiempos muertos” que se dan en todas las pegas. Finalmente y luego de varios portazos o de esperar llamadas que nunca llegaron, “decidió” hacer clases. La docencia nunca ha sido enemiga de la escritura. Hay tanto escritor que ha sido profesor, además. Claro un escritor tiene tanto de que hablar, puede entonces trabajar en alguna unidad educativa (como se le llama hoy) hay muchas: colegios, institutos profesionales, centros de formación, universidades, por qué no. Ni siquiera es necesario haber estudiado pedagogía, mucha gente relacionada con la educación, incluyendo los ministros, no han estudiado pedagogía. Descartó los colegios, pues no se veía haciendo clases a un grupo de adolescentes a los cuales nada les interesa, así que optó por la educación superior, pues la gente que lucha por ser profesional debería ser más responsable, más enfocada, así por lo menos lo cree.

Todos saben que el sueldo de un profesor no es un monumento a la opulencia, ni le permitirá (claro, con ciertas excepciones) disfrutar de lujos, pero es un sueldo digno, mensual, que le posibilitará pagar deudas, llenar el carrito a fin de mes, ganarse el respero en su casa e incluso le dejará tiempo para pensar, leer o escribir (eso por lo menos en teoría). Imaginemos que ve un aviso de un IP (Instituto Profesional) que calza con lo que quiere, pocas horas, no muy lejos de donde vive. Manda su currículum, no el literario (ese es sospechoso, narrador, poeta, dramaturgo, siempre son subversivos y creen tener la razón, por lo cual es mejor ocultar que escribe), lo llaman a varias entrevistas y luego de contestar varios cientos de encuestas, revisar manchas e interpretarlas, responder las grandes preguntas de sus posibles benefactores,  le dan el trabajo soñado que incluye su horario, sus cursos, incluso la lista de los alumnos a los que tendrá que enseñar (por lo menos por un semestre). 

Y allí están ellos el primer día, enchufados a sus celulares, con grandes audífonos de colores, tatuajes y esos “raros peinados nuevos”, como decía García, todos esperando que hable, que diga algo. Es el centro de todas esas miradas, algo inteligente debería salir de su boca, además algo entretenido. Los jóvenes de hoy deben ser seducidos (“persuadir, conmover y deleitar” diría un antiguo orador), no basta con solo saber, también hay que actuar, ser un showman, un facilitador. Incluso prefieren el show, a la lata de una clase llena de conocimientos, pero densa, difícil, por algo pagan -agregan algunos-, para que les den un “buen servicio” y esto incluye clases entretenidas. Claro, hoy un profesor de educación superior tiene que luchar contra una competencia muy desleal: internet y el celular que son mil veces más atractivos. Así deberá recurrir a la inspiración, estar a la moda del lenguaje inclusivo, power point, películas, documentales, anécdotas e incluso piruetas para alcanzar sus objetivos y evitar las bromas políticamente incorrectas o las ironías (que le gustan tanto) de lo contrario sus alumnos le dejarán en pausa, mirarán el vacío y se irán navegando hacia otros sitios más placenteros, con mejor música o, simplemente, dejarán de ir a sus clases para qué, si todo está en la red. Pero lo peor, vendrá a final de semestre cuando lo evalúen, los adictos al celular, con una encuesta de “evaluación docente” creada por su jefatura, para ver qué tal profesor ha sido y si se le debe renovar el contrato el próximo semestre; claro, porque el contrato es semestral y de acuerdo a las matrículas y a su evaluación se le asignarán nuevos cursos o no.

Otro tema aparte, para este funcionario, es el trabajo burocrático: las planificaciones que hay que entregar, los programas que hay que cumplir, las capacitaciones creadas por un oscuro burócrata kafkiano y la gran cantidad de jefes que este docente tiene, todos pidiendo algo en mails que hay que responder antes de las 8 de la mañana. Además, hay que evaluar, poner notas (aunque sean solo un trámite, pues todos los clientes deben aprobar) promedios, exámenes, pruebas y trabajos que hay que corregir, que se reproducirán y crecerán exponencialmente de acuerdo con la cantidad de cursos y alumnos que tenga. Sé que en algunos IP o CFT, los cursos son hasta de 80 alumnos, y allí un profesor podría tener hasta 10 cursos, es fácil el cálculo; así en clases donde hay que leer redacciones (en 3 horas de permanencia a la semana) esto terminará con la pasión de cualquiera y con las ganas de llegar a casa a leer algo. Como el sueldo es escaso y las cuentas son altas (al personaje del ejemplo, se le ocurrió irse a vivir con su pareja, pues ya no era opción seguir viviendo con sus papás) necesita más dinero, por lo cual tiene que generarlo haciendo clases en otros institutos en horario vespertino, incluso nocturno. Con trabajos para ser revisados, entre clase y clase o en la casa el fin de semana y sin “tiempos muertos”, nos da un panorama poco alentador para el que quiere llegar, después de un día de trabajo, a leer, pensar o escribir. Es un limón exprimido, sin jugo, en la última gaveta de un refrigerador descompuesto. A esa hora escribir es una utopía.

El trabajo docente es solo un ejemplo, lo que quiero decir es que cualquier trabajo parece incompatible con el hecho de escribir, pero qué hacer si alguien tiene familia que mantener y deudas, muchas deudas, pero igual necesita escribir. En fin, veamos algunos contra ejemplos: el soltero y poeta Fernando Pessoa trabajó toda su vida en un puesto de funcionario oscuro, un puesto que nada tenía que ver con la literatura. Incluso pocos de sus colegas sabían de su producción literaria. Luego de su trabajo escribía, o sea, vivía y dejó un baúl del que hoy se siguen sacando textos, para publicar. Otro gran trabajador fue Bukowski (el narrador del patio trasero del imperio), por lo menos de eso se jactaba en sus textos, trabajador de empleos menores, siempre luchando por escribir a pesar de todo; decía que si alguien quería escribir lo haría, aunque trabajara 14 horas y no tuviera ni una mesa en su casa. También Nicanor Parra trabajó muchos años como profesor, tuvo que mantener varios matrimonios e hijos y, a pesar de eso, escribió.  Otro caso es el de Sylvia Plath, la poeta que separada y con dos hijos, según su propia confesión, escribía a eso de las 4 de la mañana, antes que sus hijos se despertaran, pues era el único momento del día en que tenía tiempo. Hasta Cervantes tuvo que trabajar como recaudador de impuestos, ya que no podía vivir de lo que escribía. Si tomamos estos pocos casos, entonces aún tenemos una esperanza.

Porque si, como escritor, huyendo de la indigencia, has decidido tener un trabajo con imposiciones y seguro de salud, pues tienes familia e hijos que mantener y, aunque,  “la pega” te consuma y debas corregir por las noches los aburridos trabajos de tus alumnos o cansado de todo, vegetes, antes de dormir, frente a las noticias o a tus redes sociales; a pesar de todo si quieres  o debes escribir, lo harás y el no tener tiempo solo será una excusa. Lo harás, arriba del transporte público o en tu casa encerrado en ese rincón donde están tus libros, lo harás en papeles sueltos, en un cuaderno, en tu celular o en un computador, en medio del bullicio o del silencio, a cualquier hora, escribirás. Lo harás en el poco tiempo que te quede. Porque si tienes algo que decir, lo dirás contra todo aquello que te lo impida, lo demás serán solo excusas. La “pega” pagará tus cuentas, pero la escritura te permitirá vivir. Así el hacer literatura, el escribir, incluso en estos tiempos neoliberales, en estos tiempos de oferta y demanda, dejará de ser una utopía.

 

 

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