Poesía chilena actual | A la vuelta de la esquina, once poemas de Sergio Miranda

ÉPICA DEL BARDO

 

Me despedí de mi tierra 

la abandoné 

aún siendo un pájaro

sin plumas, 

surqué el Paso del Caracol 

con la verborragia de un mochilero

la vena aorta del Cono Sur 

la lengua pétrea, me dije

yo nunca había visto el sol nacer

el Pacífico es un recipiente 

que lo humedece hasta apagarlo

todo un esfuerzo existencial 

para escribir

para lanzarme vagué 

como lazarillo por Córdoba 

buscando maestros para conversar 

buscando comida para comer 

buscando trabajo para trabajar

pero la locura, el jazz, los mirlos 

en la cabeza siempre pueden más

me dije: “la poesía te vulnera 

como al rebaño   

y no es cosa de asustarse 

ni de crear figuraciones 

tan horripilantes como bellas

a semejanza de las Aguafuertes 

de Goya 

para ejemplificar”

quizás tenía razón, quizás no

pero la formalidad en mi escritura 

me desagradaba, escribía 

como si fuese el fregador de pisos de la torre de marfil

los poemas no son tulipanes y si lo son 

tienen que oler al lugar donde nacen

yo sólo escribía en gladiolo 

palabras que olían 

como agua estancada de cementerio

algo andaba mal en mi escritura 

por alguna razón 

que ignoraba 

algo fallaba

pedí consejos a libreros en el Paseo de las Artes,

pero sólo me respondían en libros

en epitafios, en apotegmas, en epigramas 

y ya estaba hartado

fastidiado 

de tomar vino toro hasta el amanecer 

cagado de frío con rolingas y punkies 

que veían el horizonte como vertedero

que tomaban parafraseando a Bukowski, 

tarareando a Los Piojos y a Charly 

queriendo verse en una fotografía como Artaud

o como el niño con el arma de Klein 

un poco de estoicismo al anochecer

me vendría bien, pensé después de meses 

¡Basta de ser copias de Caicedo y Pizarnik! 

Vuelve sobre la ruta, me dije 

a lo que vinimos, recalqué 

entonces tomé valor y entré en la UNC

sentía la aridez de su tierra en mi cara

la sombra de Atenea con su risa macabra 

sobre mi cabeza, al poco tiempo conocí 

a los Saussure, a los Bajtin, a los Adorno y Horkheimer 

a los Melendéz Pelayo, a las Kristeva, a las Butler, a los Benjamin

a los Pierce, a los Genette, a los Barthes, a los Derrida

y a una infinidad de autores que me llevaban 

al límite del ACV

agotado como Atlas sobre el escritorio

pero con un cuerpo esquelético

me soñé como uno de los ladrones 

en el Gólgota, vituperado por conceptos 

dañado por la punta de lanza del Logos

diciéndole al Hijo de Dios lascivamente:

“dile a tu padre, sólo si es cierto, que la cagó 

al crear el lenguaje el con che su ma re” 

la facultad olía a mayo francés

y yo que sólo quería encontrarme 

con Sanchos Panzas y Quijotes

no te impacientes me dije: “la poesía 

pernocta en los anales de cualquier tiempo feroz”

pero la sensualidad burguesa fue mucho más fuerte

muchos Dionisos prestaban las casas

y hablábamos complicado, como rindiendo exámenes 

los suaves citando a Rilke de memoria

los ásperos rasguñando el Tractatus Logico-Philosophicus 

pero con marihuana y ácidos de calidad 

vino de calidad, con cuerpos de calidad 

por momentos me sentía en Delfos

lleno de sátiros y bacantes danzando en la pintura de Matisse

pero tantas caretas pesan en la cara 

en un mundo lleno de deseos

hasta el espíritu se vende 

y yo no tenía ni la cara ni la plata para tanto goce

yo debía morderme los labios de cuando en cuando

hasta hacerme sangrar

para despertar de ese ensueño

para recordarme que vivía 

en una pensión oscura 

en Ayacucho al 2200

que venía de la clase obrera,  

que me quedaba un poco de arroz 

dos cebollas y un ajo para comer

entonces 

armé una pared con libros  

y me encerré a leer a leer y leer.

 

 

 

EL NARANJITA DE LA PLAZA ALBERDI

 

Me contó de las calles 

de lo difícil de conseguir laburo 

de que hay que rebuscárselas en donde sea

que no queda de otra, que no hay más

me contó de los pájaros

de los perros, de lo difícil

que es ponerles nombres 

de la gente que no cree en Dios 

y de la inutilidad 

de no creer en nada

me contó que con el vivir no alcanza 

que la muerte es sólo de ida  

que desengañarse del mundo es el camino

que tiempo al tiempo

que hay que mirarse las manos 

para no olvidar nada

me contó de sus miedos 

de adentro hacia afuera

palabras pesadas como la vida 

pero inmóviles como cementerio

me contó del frío en los huesos

de las operaciones a la cadera 

de la cicatriz que no le cura

de un accidente de borracho en la línea del tren

me contó de la comida que no come

y de la que nunca comerá

me contó de sus amores siempre fugaces

siempre intensos pero vulnerables

me contó de las peripecias de su vida 

de Lazarillo que no quiso escribir  

me contó que a veces 

viene gente a rezar con él

que pide por él

pero no logran conmoverlo 

me contó de su diabetes 

que le comió el pie, que por eso la muleta  

que la vergüenza se pierde con el vino

que los amigos sirven para hacer historia

que el mundo está lleno de sabiduría desgraciada. 
 

 

 

UN DERSU UZALA DEL VALLE CENTRAL 

 

De madrugada termino

“Dersu Uzala” de Kurosawa

pienso en ese bosque 

colosal de coníferas 

la expedición de los rusos

en una zona sibilina 

 

y escucho a mi viejo 

que se levanta 

a las 5am como de costumbre 

se queja como puerta vieja

le pregunto si está bien

pero no contesta

prende el televisor

hace zapping en el living

 

hemos conversado poco últimamente  

lo comprendo, me comprende 

su vida ha sido dura

a diferencia de mí

él habla lo necesario 

 

lo imagino como un Dersu 

Uzala del valle central 

que camina a través 

del puente Marambio 

silbando al son 

del viento raco  

que azota

las aguas grises

del extenso río Maipo. 

 

 

 

DESDE EL SEGUNDO PISO 

 

el sonido de la sierra eléctrica cortando fierro 

la voz metálica del megáfono ofreciendo comprar 

lavadoras, heladeras, motores

el viento agitando los árboles en la calle

suaves nubes blancas en el cielo azul se deshacen 

crecen flores amarillas del árbol

un benteveo sobre los cables negros 

la voz grave del hombre que vende paños de cocinas

el agua subiendo por la tubería hacia los tanques

el vecino canoso afuera de su casa barriendo

las sábanas blancas tendidas están secas

un avión pasa por el cielo

una moto roja acelera tocando la bocina 

un perro negro con manchas canela huele la basura 

alguien dice “chau, gracias, nos vemos” 

el ruido de un portón oxidado abriéndose y arrastrando tierra 

“sé multiplicar” dice alegre la niña a su madre   

tres pájaros danzando en el aire se pierden detrás de una casa

el ruido de un auto antiguo que sube la marcha 

una camioneta verde lleva cajones con tomates, naranjas, lechugas

un hombre pasa comiendo una banana y tira la cáscara al suelo  

alguien silba, me distrae, me ofrece bolsas de basura

le digo que no, algo para aportar, me pregunta

hojas secas verdes y amarillas se acumulan en la vereda 

“hola negro”, “¿cómo estás hermano?” 

“bien”, dice el otro, un gran silencio después

una mujer gorda en bicicleta pedalea con fuerza 

lleva la rueda de adelante desinflada

un anciano arrastra un carro con frascos de vidrio que hacen clin, clin, clin

el sonido vibrante de un bus pasando me distrae

“lleva papa, cebolla, zapallito, fideos” enumera una madre a su hijo 

otra vez el sonido de la sierra eléctrica cortando fierro

al frente comienzan a soldar una reja entre dos

un hombre robusto en moto scooter negra pasa silbando

dos abejas se posan sobre las flores amarillas 

el soldador golpea fierro contra fierro

un whatsapp de mi madre me distrae 

un hombre pasa hablando solo 

“yo le dije”, dice, “¡la puta madre!”

una anciana no sabe con qué pie bajar la vereda

“voy a la verdulería Ana”, “¡qué cara está la fruta!”

el sonido de la sierra eléctrica cortando el fierro.  

 

 

 

ENCIERRO

 

Este encierro me duele madre

muerde como rata padre

la piel me delata madre

el odio y la rabia padre

la droga no me calma madre

la envidia que ojea padre

con la muerte no me alcanza madre

los sueños se me perdieron padre

sácame este silencio madre

esta pieza es una tumba padre

hace rato que no estoy madre

el mundo y sus palabras padre

el Rin de la Violeta madre

los Monólogos de Lihn padre

el Aullido de Ginsberg madre

la Madriguera de Kakfa padre

la rebeldía de Rimbaud madre

la sagacidad en Baudelaire padre

la jaula de Pizarnik madre

la naturaleza en L. Ortiz padre

la añoranza de Mistral madre

la sensualidad de Juan de Yepes padre

un ungüento al espíritu madre 

los poetas sin nombre padre

los que se perdieron leyendo madre

la gente pasa hambre padre

los que no saben dónde ir madre 

escribir no ayuda padre

un poco de cementerio madre

la fatalidad del poema padre

la realidad hasta los huesos madre.

 

 

 

DESPUÉS DE LA ESCUELA

 

Los viernes salíamos de la escuela al mediodía 

y con Oñate nos íbamos hasta la plaza de Armas

hablando de Dragon Ball Z, de Slam Dunk

sólo para llamar de un teléfono público

en cobro revertido al popular y miserable 

prostíbulo del pueblo: American bar 

Oñate marcaba alborozo

con luz primaveral limando su cara 

yo hablaba

ponía voz ronca, pedía tarifas

pedía un cuerpo extasiado de caderas prominentes

pero simular experiencia dura poco

y ellas nos descubrían, nos injuriaban

y nosotros corríamos con el jolgorio en las bocas

cruzábamos hasta la catedral, y con un palo de helados 

recogido de la vereda

le sacábamos monedas 

de una rendija

a la virgen maría

la del gesto marmóreo 

y mirada craquelada 

detrás de un ventanal

la adornada en ramilletes 

de rojas rosas plásticas

en blancas macetas

yo le sacaba los ojos de encima a la beata

y vigilaba con vergüenza y risa cruel

nuestra infantil perversidad.  

 

 

 

UNA VIEJA EN LA VENTANA

 

Una vieja ceba mates para sí misma

gesticula rabia 

detrás de la ventana

no le interesan 

los nubarrones grises que oscurecen el cielo

ni el vecino que barre 

su vereda y la saluda amistoso 

ni la gente que baja y sube del trole

ni la mujer loca que grita viva Perón 

desparramando basura en 

cada esquina buscando 

restos de comida

ni le intereso yo

que paso raudo y saco una foto 

con el celu 

al gesto de ese monólogo demencial

detrás de ese vidrio 

que se empaña 

de vapor de pava

y el vaho del habla 

en la soledad modesta 

de una pieza geriátrica. 

 

 

 

NOVIEMBRE APARECIÓ CON SU SOL

 

Noviembre apareció con su sol 

en la ventana

un violeta que raya

al despuntar el alba                

el ventilador restriega 

humedad en el cuerpo,   

pero no las preocupaciones:

ya no me queda plata

sigo durmiendo poco 

como escribiendo, me digo                                                                 

prendo una tuca apacigua asperezas

bajo el volumen de “Soiree”

de Bill Evans ella aún 

duerme torsionada sobre sábanas blancas 

una luz natural, suave, de pronto vuelve dorado       

su vello púbico, caótico rubio pelo en cara           

                                                     ave manceba

recién venida de Mar del Plata  

es la tercera vez que nos vemos

anoche nos unió un ensayo, el faso, la cerveza

el pensarnos sobre un escenario, un evento 

de poesía, de fotografía, algo                         

que nos hunda en un terreno confuso 

a ella le encanta como 

recito las palabras

ese balbuceo que escapa de mi boca

a mí me seduce (su intensidad), la levedad

de su danza, como dibuja emociones 

negra gaviota 

a ras del atlántico mar

hasta orillas

donde rompe

la oleada y hace espuma

danza verde hoja 

que se desata

cae

y traza líneas 

en el espacio    

por los golpes                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                              del viento

me encanta como estamos cogiendo, dice

moviéndose y dejando al descubierto sus senos

yo sólo sonrío, pero pienso igual 

siempre tiene que haber algo 

una frase

una imagen

una droga

un sexo 

algo que nos exalte

calme o turbe

en soledades que tabican

en desvelos que saturan. 

 

 

 

11 DE SEPTIEMBRE   

 

A mi tío Luis Alberto 

lo desaparecieron los milicos

nunca se vio su cuerpo

ni sus heridas

ni sus marcas imborrables

nadie se acuerda 

cómo andaba vestido  

antes de su exterminio 

la familia lo calla

sus hijos lo callan 

su esposa lo calla 

en una foto que queda 

apenas se puede distinguir su cara 

sólo sabemos que está 

en el cementerio general 

en una fosa llena de huesos.

 

 

 

PAUSADO 

 

Afuera la gente anda nerviosa

subió el dólar, no hay laburo

la plata se desmorona todas las mañanas

trocean al mundo en la carnicería

lo desmitifican en la verdulería

lo enjuician en las panaderías 

el estómago se achica 

a la fuerza, dicen

a donde se mire 

la respiración llaga.

 

 

 

CUANDO ESCRIBIR NO NACE

 

Son tantos los esfuerzos 

por abrirme a las palabras

que atontado como Pigmalión 

vuelvo sobre los poemas

que dije que iba a corregir

pero ni eso puedo

revuelvo libros sobre el escritorio

releo libros sobre la cama

escribir que no escribo

pero no, 

desvarío

los poemas son 

el registro 

de la poesía

que se me escapa.

 

 

_______________________________

Sergio Miranda (Melipilla, Chile, 1988). Es parte del equipo de “El Mal Menor”, donde publica la columna “Trasandino”. En Córdoba, Argentina, su lugar de residencia, se desempeña como gestor literario y tallerista. Los poemas seleccionados pertenecen a su libro “A la vuelta de la esquina”, que será editado próximamente por la editorial cordobesa Material Explosivo, constituyéndose en su primera publicación. 

 

 

 

 

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