Signos vitales | Migraña

«En una casa donde habitualmente ponen reguetón ahora escuchan música orquestada tipo Orfeón de Carabineros. Una música de mierda que reemplaza a otra música de mierda. Después recuerdo unos temas que escuchaba un jefe bien vacío, bien arribista, bien funcional, que tuve años atrás: “Werner Muller, tributo a Elvis” o algo parecido. Era un asco por donde se le mirase. Un asco orquestado.»
 

Hoy, mientras me recupero de la resaca de la noche anterior -una regada reunión con amigos durante la víspera del “Día de Todos los Santos”- pienso que lo único que me gusta de las religiones son los feriados. En eso consiste su milagro. Nada más habría que agradecerles. Lo demás es una carga de tonteras y violencia intragable. La existencia del universo -hasta ahora- no tiene ninguna explicación. Eso es lo único que se puede asegurar. Quien crea en Dios que lo demuestre. De lo contrario que deje de cacarear. Si yo asegurase que existen caballos invisibles de doce patas tendría que demostrarlo, exhibir pruebas. Más aún si tengo la osadía de indicar que tal bestia es la creadora del mundo, de cada uno de los seres que lo pueblan y de las normas que los rigen.

 

Doce del día. Voy camino al almacén por una pastilla para la migraña. Me duele la cabeza producto del alcohol. Afortunadamente hoy es martes, martes feriado, y todavía me queda bastante tiempo libre. Horas que puedo orientar a mis objetivos y no a los de la empresa donde me arriendo, sociedad anónima educacional donde soy un dispositivo destinado a formar otros dispositivos. O peor todavía: un repuesto destinado a formar otros repuestos. El sistema, como dice un amigo, se reproduce a sí mismo. El asunto es que la cosa siga funcionando. Que no se detengan las fábricas, ni los ministerios, ni los regimientos, ni los bancos, ni las iglesias, ni las escuelas. Tampoco las cárceles, tampoco los manicomios. Da lo mismo si se logra o no el bien común, excusa con la cual se creó todo este cuento. Pasa un auto y toca la bocina a un tipo que cruza la calle despreocupadamente. El chofer y el peatón -que viste una polera que dice “Denver”- se miran con rabia, están a punto de insultarse, pero se quedan callados. A través de los vidrios del auto se observa un ramo de flores amarillas. No habrá violencia, no habrá bates de béisbol, es “Día de Todos los Santos”. 

 

La calle está vacía otra vez. En una casa donde habitualmente ponen reguetón ahora escuchan música orquestada tipo Orfeón de Carabineros. Una música de mierda que reemplaza a otra música de mierda. Después recuerdo unos temas que escuchaba un jefe bien vacío, bien arribista, bien funcional, que tuve años atrás: “Werner Muller, tributo a Elvis” o algo parecido. Era un asco por donde se le mirase. Un asco orquestado. Hasta la película es mejor. Sigo caminando. Me quedan unas veinte horas de libertad antes de entrar -otra vez- a la fábrica de repuestos. Es un lugar, lleno de normas y currículums, que da la idea de seriedad, de que las cosas son de tal manera porque hay una verdad detrás de ellas, no un interés. El mundo, sin embargo, no es serio. Si el mundo fuese serio no tendríamos a tipos como Trump, Kast, Parisi, Bolsonaro, Putin, Maduro o Fontaine, por nombrar unos pocos, en la política. Tampoco habría cientos de miles o millones de personas apoyándolos, votando incluso por ellos. Si el mundo fuese serio no se trataría de artistas a seres como Bad Bunny, Lucho Jara, la Rancherita o Paloma Mami, ni de grandes emprendedores a herederos como Luksic y Angelini. Si el mundo fuese serio no habría realeza ni pobreza, ni se dedicarían fortunas completas a fabricar armas de destrucción masiva en vez de apoyar a los países pobres a salir adelante. Si el mundo fuese serio no habría miles de detenidos desaparecidos desde hace décadas. Si el mundo fuese serio la tele no nos diría que para que la economía funcione es necesario que los conglomerados empresariales controlen todo y los demás vivan en el subdesarrollo. Pasa una moto ruidosa. Es alguien que no tiene otra forma de hacerse notar. Y me distraigo. Y olvido mis pensamientos, pues no los tengo en la punta de la lengua. O en un archivo pdf. Da igual. Aflorarán cuando sea necesario. Miro el cielo otra vez y lleno mis pulmones de aire. Y sigo caminando.  

 

Estuvo bonito Halloween, me comenta amablemente la mujer que atiende el almacén. Claro, le digo, mientras pienso que mediante el famoso ¿dulce o travesura? los niños de la Colonia Chile, disfrazados de horrendos y tiernos monstruos, aprenden, año a año, los fundamentos de algo muy mafioso: la extorsión. Aumentarán los secuestros y los chantajes en el futuro, eso lo doy timbrado. Aumentarán como han aumentado los crímenes mediante armas de fuego tras décadas de tener a nuestros niños viendo, en películas y series, gente baleada en el cráneo como si nada, o de matar gente, también como si nada, en plataformas de video. En eso consisten esos juegos y esa diversión infantil, en prepararse para la vida adulta. En aprender a matar. A eliminar al otro. Y ganar puntos.

 

Pido agua mineral y remedios para la migraña. Enseguida emprendo el camino de regreso. La casa está llena de vasos sucios y colillas de cigarrillos. Voy a la cocina y me tomo las pastillas con el agua mineral. Y me recuesto en la cama. Sobre las sábanas, extenuado, pienso que este día no tiene ni tendrá jamás nada que ver conmigo, pues hoy se recuerda a quienes, según la Cosa Nostra católica (institución que, según los entendidos, le “expropió” la festividad a los pueblos originarios de América), se han purificado en el purgatorio y se encuentran en el paraíso. Mañana, dos de noviembre, que es “Día de Todos los Difuntos”, tampoco será mi momento, puesto que en tal fecha los pocos seguidores que le van quedando al Papa conmemoran a quienes aún se purifican en el purgatorio. Y yo, que no soy católico ni me creo el Dante como Zurita, jamás iré al purgatorio, ni al paraíso, ni al infierno, lugar -este último- cuyos habitantes, los condenados, al parecer carecen de un día dedicado a su memoria. ¿Cómo se sabe quiénes están en el paraíso, quiénes en el purgatorio y quiénes en el infierno? ¿Hay listas en Internet? Cosas de ese tipo me pregunté durante un rato y luego me dio igual, puesto que yo, que no creo en caballos invisibles de doce patas, simplemente seguiré el destino -crudo, pero razonable- de cualquier materia orgánica: descomponerme, volverme humus, nutrir la tierra.  

 

La migraña poco a poco va cediendo (la química es más milagrosa que cualquier religión) y siento la cabeza bastante más despejada. Recuerdo entonces la pregunta que un colega católico me hizo, antes del “Día de Todos los Santos”, respecto del origen y el sentido de la existencia para un descreído como yo. No tengo idea, le respondí. Unos versos de Jules Laforgue, poeta montevideano y maldito como Lautreamont, vienen en ese instante a mi mente: “Todo es duro, descorazonado, superior a ti. / Sufre, ama, espera siempre y baila / sin nunca exigir ese Porqué universal.” Me levanto y voy por una cerveza. La migraña se ha ido y mientras abro la puerta del refrigerador agradezco la existencia de los feriados religiosos, único milagro verdadero, tangible, verificable, de la fe. Y le doy gracias a Dios que, como señala Pablo de Rokha en el final de su rudo, desesperanzado y magnífico “Canto del Macho Anciano”, “no existió nunca”.

 

 

 

 

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