Trasandino | Aquel jinete ahorcaba con ira al caballo de terciopelo azul

«Fede Fantasía dio por terminada las lecturas y anunció la fiesta en el patio. ¡No, no, no puede ser! gritó de pronto el chicx de melena que vendía ácidos. ¡Micrófono abierto! ¡Micrófono abierto! coreaba mientras golpeaba el suelo. No te anotaste antes, perdiste hermano, las lecturas se acabaron, contestó Fantasía desde el micro. No, mentira, me mintieron, yo me anoté por instagram, le dijo al dueño del lugar, no me voy a ir sin recitar ¡Micrófono abierto! ¡Micrófono abierto! decía y golpeaba con más fuerza el suelo.»

 

 

A eso de las 19hs me junté con Augusto en la esquina del correo. Habíamos quedado para hablar sobre la reescritura de algunos poemas de mi futuro libro. Antes de salir de casa, y en un ataque histérico, me senté frente a la compu para sacar esos textos que veía más flojos y también los que me causaban duda por el tema o frases en las que intuía la necesidad de dilación. La escritura y su incesante desbrozo y esas señales muy íntimas, casi secretas, para que el intelecto se sienta con la voluntad de cortar con escalpelo cada emoción, cada sonido e imagen, observando con minuciosidad esos órganos en un estado de alerta ante el impulso que permite entrar en esa experiencia de sensibilidad, y ahí dentro preguntarse qué es lo que anda mal, su sonoridad o su sentido, sus sentimientos o su forma, arriesgarse a reescribir para volver a armar nuevamente el cuerpo textual, estar dócil en esa coyuntura y cuando la voluntad lo requiera volver a hilvanar de inicio a fin, y en el peor de los casos, intentar operar a corazón abierto con el riesgo de perder todo contacto con la respiración del poema. Todo este escrúpulo que aparece con el labrar de la emoción me hace recordar un verano cuando trabajé de temporero en los kiwis. Con mis amigos rondábamos los 15 años y no teníamos plata para hacer nada. El tío de un amigo vio nuestra situación y nos llevó en camioneta hacia una localidad llamada Cholqui, a un fundo que quedaba cerca de un cordón de cerros. Allí habló con un viejo amigo para que nos dieran trabajo. Nuestra tarea consistía en sacar los kiwis deformes y pequeños de los árboles. Lo que quedaba en el árbol se iba a Europa, lo que caía a tierra se recogía y se vendía en la feria del fin de semana en Melipilla. Teníamos un jefe cascarrabias, un huaso muy anciano que cojeaba por las extensas hileras de árboles frondosos gritando qué hacer, cómo avanzar y muchas veces hablando solo en voz alta mientras era asediado por latigazos de sol y sombra. Su cara morena y arrugada era intimidante. Tenía por costumbre acercarse mucho a las personas para escucharlas porque además de miope, sufría una sordera crónica que ni el dispositivo que ocupaba en la oreja lo podía ayudar. ¡No escucho ni una hueá! decía sacándose el audífono ¡Estás pilas de mierda que no sirven pa na! ¡Boris, Boris, ven pa ca hueón! ¡Arréglame esta cuestión Boris! le recriminaba a su hijo, un hombre grande, medio tonto, que era jefe de la otra cuadrilla, y que se emborrachaba a la hora de almuerzo con un vino en caja de dos litros Santa Rita. Una tarde calurosa el viejo llegó al lado mío. Yo iba muy atrasado en la hilera en relación a mi grupo. No tenía pericia para sacar rápidamente la fruta deforme y los callos en las falanges aún no se me endurecían para ejercer la técnica que nos habían enseñado. ¡Mire!, me dijo acomodándose el audífono y jadeando hondamente mientras negaba con la cabeza observando los kiwis desperdigados por el suelo negro y húmedo. Esto es muy fácil cuando se aprende ¿me entiende?, pero mire, mire bien, no tiene que dar vueltas como loco, usted viene, se pone debajo del árbol y lo mira, lo mira harto, harto, lo mira por aquí, lo mira por acá, después agarra mata por mata, racimo por racimo, espacio por espacio, así ¿ve? así, con paciencia, y al final el árbol solito le va decir que ya está. 

 

La noche estaba fría, nubarrada y olía a lluvia. Caminamos hasta el Patio Olmos buscando algún lugar para sentarnos y conversar. Pero la mayoría de las cafeterías estaban llenas y más de alguna ya estaba con las sillas sobre las mesas. Augusto me hablaba con el vaho sobre su cara de lo que le había parecido la primera parte del poemario, y así mismo de la posibilidad de hacer una plaqueta con algunos poemas para resaltar la disposición tipográfica y de que eso serviría para anunciar que el poemario estaba pronto a salir. Le dije que sí, que me parecía buena idea intentar ganar unos pesos con ese laburo. Subimos por la calle Buenos Aires al 1100 y nos encontramos con una cafetería que en media hora cerraba. Pedimos dos cafés simples en jarrito. Vos sabes que esta mañana leí un capítulo de “Leer poesía”, de Alicia Genovese, en donde dice que en el verso libre el poeta es más parecido a un surfista que a un arquitecto, porque está más atento al azar, al desequilibrio, a esa inestabilidad que posibilita el poema. Hermosa idea, la poesía como mar y el poema como orilla. ¿Pudiste leer las anotaciones que te hice? Sí, reescribí algunas cosas, otras las saqué y bueno, supongo que ahora dejaré descansar al poemario. Es lo mejor, no te gastés boludo, dale un poco de respiro…, cambiando de tema, ¿viste cómo subió el precio del papel?, ¡se fue a las nubes!, aumentaron los precios de los libros nuevos y el usado va a tener que subir también… Al lado de nosotros había una pareja con una Mac sobre la mesa que reía mientras redactaban en voz alta preguntas para el chat GPT, pregúntale qué piensa del amor, qué piensa de la muerte, no, no, mejor pregúntale cómo hacer para ganar plata en dólares… Con Augusto nos quedamos mirando con un gesto irónico. Deberíamos irnos, me dijo, está por empezar el Club no atlético Macedonio en Bastón del Moro. Salimos. Prendimos un faso y caminamos debajo de la suave llovizna. 

 

Llegamos al centro cultural cuando la gente se estaba acomodando en el suelo porque habían dado el aviso que la obra estaba por empezar. Augusto se fue a la cocina a comprar unos vasos de vino y yo me senté cerca de una pared. Al lado mío había una mujer hermosa que estaba pendiente a su celular y que en su regazo tenía una antología de Sharon Olds. Escuché la risa de Sabri a lo lejos y algunas palabras lúdicas de Fede Fantasía. En la escenografía había varias pilas de libros, un sillón rojo y un banquito. Delante del sillón estaba un pequeño pilar romano en donde descansaba un libro. De pronto se apagaron las luces y Mati Boni entró a la escena con un vestido negro, Shalom con una indumentaria militar y Sofi con camisa blanca y pantalón negro con tirantes, todxs sostenían una actitud amenazante. Augusto llegó con los vinos y prendí el faso. A mitad de la obra se escuchó un ruido seco y fuerte, algo había caído al piso. Miré hacia el pasillo y pude observar a alguien en el suelo. Un desmayo, dijeron en voz baja. El drama seguía a pesar de que al fondo se escuchaban voces pidiendo llamar a una ambulancia. La obra terminó con aplausos y con unas palabras de Mati Boni explicando el valor de Osvaldo Lamborghini en la literatura argentina, y que habían representado las voces de un poema que pertenecía a la parte final de su libro “Tadeys”. Luego apagaron las luces y comenzó a tocar la banda experimental de Nicolás Margherit y Tomás García al mismo tiempo que proyectaban visualizaciones psicodélicas en la pared. Bailé un rato y luego salí al patio a conversar. El lugar estaba lleno, pero pude ver al tipo sentado con la nariz quebrada. Se desmayó de la nada, se le apagó el bocho y paf, al suelo, me dijo Santi Pergolini mientras se armaba un tabaco. Tengo un primo que es esquizofrénico, prendió el pucho y le dio una gran bocanada, y si no toma la pastilla diaria le viene un ataque en cualquier momento… Hola chiques ¿todo bien? dijo un chicx delgado con melena, de unos 20 años, al que lo acompañaba un tipo alto que no dejaba de sonreír, estoy vendiendo ácidos y marihuana, ¿a cuánto tenés el ácido? le pregunté, a dos mil el cartón y están muy buenos, sentenció. Le dije que no y se fue. Yo tengo un ácido por si querés, me dijo Santi, lo tengo hace un rato en la cartera, no sé si está vencido, ¿lo querés?. Le dije que sí y me fui adentro nuevamente a flashear con la música y las visualizaciones. El ácido me pegó justo en el momento en que estaba preso de un loop y las sombras de los paramédicos atravesaban la proyección de la ameba multicolor. La chica hermosa que había visto hace un rato le estaba leyendo unos poemas de Olds al oído a otra chica que estaba absorta en la ameba cromática. Se me acercó un chique con ganas de hablar, de chamuyar, pero le hice un gesto dando a entender que andaba en otra, que necesitaba escuchar la música porque sentía el ácido más corporal que mental. A los minutos salió el personal de salud llevándose al tipo que tenía toda la cara vendada. Sabri y Augusto me hicieron un brindis a lo lejos y yo prendí el faso devolviéndoles el saludo. Después de media hora avisaron que comenzaría la jam de lecturas y que los que querían leer se tenían que anotar. Abrió la ronda Fede Fantasía, después leyeron varios una suerte de poesía confesional oscura y surrealista, luego leyó el Negro Viglietti, Sabri, y nuevamente la poesía confesional hermética oscura y surrealista, Boni, Shalom, y yo fui el último en leer. Fede Fantasía dio por terminada las lecturas y anunció la fiesta en el patio. ¡No, no, no puede ser! gritó de pronto el chicx de melena que vendía ácidos. ¡Micrófono abierto! ¡Micrófono abierto! coreaba mientras golpeaba el suelo. No te anotaste antes, perdiste hermano, las lecturas se acabaron, contestó Fantasía desde el micro. No, mentira, me mintieron, yo me anoté por instagram, le dijo al dueño del lugar, no me voy a ir sin recitar ¡Micrófono abierto! ¡Micrófono abierto! decía y golpeaba con más fuerza el suelo. La transpiración en su cara era cada vez más evidente. Levántate y lee, le dije, y me miró airado sacando de su mochila una carpeta con varios poemas y comenzó a acercarse tímidamente al escenario. Fantasía le dijo que recitara algo rápido y se puso a elegir en la carpeta, pero al demorarse un poco, le retrucó que se le estaba acabando el tiempo, y eso lo puso más nervioso y se le cayeron un montón de hojas al suelo. Desde el público le gritaron que leyera de memoria como Rubén Darío, como Perlongher, como Vicente Luy, el chicx de melena tiró la carpeta al piso y precipitadamente agarró una parte del micrófono que sostenía Fantasía con fuerza, y comenzó a repetir como mantra “acaso ustedes saben lo que se siente caminar desnudo en la nada”(bis); cabalgo en mi caballo de terciopelo azul hacia las nacientes paredes que urgen ser estrelladas, cabalgo…”, Fantasía comenzó a hacer la imitación de estar galopando, ya que el chicx de melena al olvidar el poema no paraba de lanzar frases que comenzaban con la palabra cabalgo, este, al ver los movimientos de corcel de Fantasía, le acercó el cuerpo y lo intentó besar, Fantasía le hizo el quite y de pronto el escenario se había transformado en una lucha por el micrófono que no dejaba de sacudirse. Esa escena provocó risas absurdas e incómodas entre la gente. El chicx de melena se irritó aún más y aprovechó la mano desocupada para agarrar el cable del micrófono y entre forcejeo y forcejeo cayeron los dos al piso, Fantasía primero y el chicx de melena encima de él. Lo curioso es que el cable del micro había quedado alrededor del cuello de Fantasía, y el chicx de melena gritaba por el micro ¡Te estoy ahorcando! ¡Te estoy ahorcando!, mientras tiraba con fuerza del cable negro que presionaba la garganta, y Fantasía rodaba y rodaba con las manos en el cuello intentando respirar y de tanto que dio patadas al aire terminó tirando al suelo el pilar romano y la pila de libros. Todo eso sucedió en un par de segundos y la gente estaba paralizada viendo como aquel jinete ahorcaba con ira al caballo de terciopelo azul. De pronto el chicx de melena soltó las riendas y se levantó. Agarró su carpeta y los poemas desparramados por el suelo ¡La pudrí! ¡La pudrí! ¡Me voy! ¡Soy la generación del ocaso! dijo saliendo rápidamente por la puerta. El amigo alto y sonriente que lo acompañaba se levantó y nos miró a todos con vergüenza, buenas noches y que dios los bendiga, habló con un acento colombiano y le pegó una patada a la última pila de libros. Fantasía se levantó estupefacto. Hizo contacto visual conmigo y se acercó. ¿Viste lo que pasó?, me estaba ahorcando de verdad, me dijo con una sonrisa de asombro, con un gesto que casi tocaba la vergüenza, sí hermano, yo no entendía nada, le contesté. Desde los parlantes del patio pusieron Piano Bar y salimos todos hacia allá. Abrieron unos vinos y prendieron fasos que pasaban de mano en mano y se hablaba con impresión de lo que había ocurrido. Bailé dos temas de Charly, “Rap del exilio” y “Nos siguen pegando abajo”, con una chica media dark que me decía al oído que creía que el ambiente estaba tenso porque estábamos atravesando la temporada de aries y había luna llena en escorpio, que por eso la densidad. 

 

Me fui sin despedirme. La lluvia seguía. El ácido apenas lo sentía y no podía dejar de pensar en que estaba perdiendo el tiempo y en que tenía que escribir más. Bajé por la calle Maipú hasta 24 de septiembre. Estaba todo muy solitario. De vez en vez pasaban taxis amarillos a toda velocidad. Me detuve a la espera de que algo simple se revelara como luciérnaga en la oscuridad y sólo vi la lluvia a través de los focos blancos del alumbrado público, gotas cayendo, gotas albas craquelando el negro y brillante pavimento. 

 

 

 

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