«Detrás de él, una chica muy delgada con gafas negras había abierto una cigarrera de aluminio y les decía algo a sus amigas mientras le mostraba la parte de abajo de la lengua, una de ellas, una rubia delgada con pecas, se mojó el dedo índice con la lengua y levantó de la cigarrera un pedacito de pastilla que se metió en la boca, a su lado, un chique con remera atigrada había prendido un faso, su cara denotaba cansancio, como si no hubiese dormido en varias noches, miraba con mucha atención, de arriba a abajo, a la gente que iba hacia la pista de baile.»
Salí de una fiesta a las 6 de la mañana. La aurora aún no astillaba la noche oscura y un viento suave, inconstante, no mermaba la humedad del ambiente. A los lejos, en el horizonte nocturno, la luna decreciente se hundía gradualmente entre las casas de Cofico. Desaté la bici de un árbol y tomé rumbo hacia casa, eso pensaba, pero en realidad no sabía hacia dónde me dirigía -no conocía el barrio-, pedaleaba por las avenidas sólo por intuición. Me detuve debajo de un poste de luz amarilla, en la esquina de Sucre con Faustino Allende, a buscar en google maps una ruta confiable. A una cuadra, por la Sucre, vi dos focos blancos acercándose lentamente en la oscuridad. Es sólo gente volviendo de la joda, pensé, mientras memorizaba la ruta. De la nada surgieron dos motos deportivas delante de mí, con sus motores bramando. Rápidamente se bajó un copiloto, un pibe moreno de pelo corto gritando ¡entregá el celular o te mato! Reaccioné saltando de la bici y se la tiré de una patada a la moto negra que intentó subir a la vereda. El pequeño inconveniente es que yo andaba con unas sandalias con broche y cuando iba a empezar a correr la punta del calzado se atrapó en una fisura de la vereda. Eso hizo que perdiera el equilibrio y que cayera con la rodilla derecha contra el cemento. Fue el azar quizás, pero el haber caído me salvó del casco de moto que pasó delante de mi cara e impactó en una pared. De súbito comencé a correr sin rumbo. Mientras corría por las veredas, llenas de árboles y casas hermosas, escuchaba los cilindros acelerando y los pasos y las respiraciones agitadas y los ¡quédate ahí! ¡quédate ahí! ¡te voy a matar! de los dos pibes corriendo a mis espaldas. Para burlarlos regateaba en las esquinas y me contorneaba en esas calles vacías, y para escapar de las motos me agarraba de los troncos de los árboles, pues no podían doblar tan rápido y se quedaban unos segundos con el inconveniente de la marcha atrás. Eso me daba un tiempo para pensar qué hacer. Pero en realidad no sabía para dónde ir, ni qué hacer. Lo que me extrañaba era que no pasaban vehículos, ni gente, ni se prendían las luces de las casas, ni nadie se asomaba a chusmear para saber qué mierda ocurría con los ¡run! ¡ruun! ¡ruuunnn! ¡ruuuunnn! En un momento la moto negra se metió temerariamente entre los árboles y subió a la vereda. Me cerró el paso. Quedamos enfrentados. Salté a una reja simulando que quería pasarme a una casa y la moto negra aceleró con intenciones de chocarme, pero bajé inmediatamente de ahí y se golpeó contra la reja. Crucé la calle. Yo ya estaba muy cansado por la persecución y respiraba desordenadamente. ¡Quedate quieto hijo de puta! gritó el colérico de la moto azul con blanco que se precipitó para subir a la vereda, pero las raíces secas que sobresalían de la tierra hicieron que perdiera el control. La moto le cayó encima. Y los gritos de ¡aaah! ¡uuuh! ¡la puta madre! ¡La pierna! fueron epifánicos, ya que al escucharlo gritar, grité también ¡ayuda! ¡ayuda! con un vozarrón estertóreo. Al instante, la moto negra recogió a un copiloto y la moto azul con blanco fue levantada de un tirón. Desaparecieron por Juan B. Bustos.
Ya sin energías para correr me encaramé a la reja más alta de una casa y pedí ayuda, pero nadie salió. Tenía miedo de que volvieran. Saqué el celu y llamé a Patrick, porque sabía que se había quedado en la fiesta. Patrick apareció a los minutos por la esquina preguntándome qué me había pasado, que dónde estaban los motochorros, y reparó en que tenía la rodilla rota y sangrante. Yo no me había dado cuenta del gran corte que tenía debajo de la rótula. Me intentaron asaltar, contesté como asmático, pero se fueron por esa calle, ayúdame a ir a buscar la bici, agregué soltando todo el aire. Cuando llegamos al departamento empecé a sentir la hinchazón y la incomodidad al caminar, pero lo que más me asustaba era la disnea y el pum pum pum del corazón. La mayoría de la gente se había ido de la fiesta, no había música, sólo las dueñas de casa con amigues y compañeros. ¡Lo intentaron asaltar, pero zafó! dijo Patrick para que cesaran los ¡qué les pasó! Sentía que me iba a desmayar en el living mientras escuchaba que se debatía si llevarme a un hospital o una clínica para que me cosieran la rodilla. Pedí unas servilletas para limpiarme la sangre de la pierna y no ensuciar el piso. Patrick me agarró del brazo y me sentó en una silla al lado de una ventana, tomá aire, me dijo. Una brisa húmeda apareció. Cuando te sientas mejor avísame y vemos qué hacemos, voy a estar acá, al lado tuyo, así que tranqui. Puso una silla frente a la ventana y prendió un faso mirando el aclarar del día desde Cofico. No es para tanto, dije, con povidona y gasa ya está. Me parece que estás delirando, eso es para varios puntos, dijo Abril, seria y preocupada, mientras me pasaba papel para limpiarme la sangre, además se te ve el hueso, concluyó cruzándose de brazos y apoyándose en el marco de una puerta. ¿Querés fumar? dijo Patrick. Le contesté que no con la cara entre las piernas. Observé tímidamente por el rabillo del ojo el violeta del día asomándose en la ventana. Por suerte estabas de cara, eso ayudó, dijo tirando una bocanada al techo. Reí, pero de nuevo el corazón empezó a latir con más intensidad y me silencié. Hace mucho que no me sentía tan vulnerable y los pensamientos que me acosaban no dejaban de tener ese tinte lúgubre.
Patrick abrió una cerveza en lata mientras se mecía en la silla. La puta madre, dijo, recién me pegó la gomita de ácido, y eso que me la tomé hace unas horas. ¡Mirá, qué lindo! Los rayos del sol despegan las sombras de los edificios…, cambiando de tema, dijo con efusión, con respecto a la revista literaria me gusta el modelo de la revista Crisis, también El Escarabajo de Oro de Castillo, quizás algunos contenidos de la revista Opium de los beatniks porteños, y también me gustaría que hubieran unas entrevistas a Claudia Masin o Laura Garcia del Castaño, a poetas locales, a poetas del Eslam, también a…, oía apenas a Patrick, a veces le entendía a veces no, no tenía fuerzas para mirarlo, solo quería regular mi respiración para bajar la frecuencia cardiaca que estaba al límite. Abril conversaba con su amiga, se escuchaban preocupadas porque llevaba varios minutos de hiperventilación. Y no es menor que estuvieran así. Que te caiga un tipo con un ataque pánico y la rodilla rota en la madrugada no le hace gracia a nadie. Pasados unos minutos me calmé. Pensé un momento. La idea que más se fraguó fue la de que esta herida era mía, que era un dolor personal y, en consecuencia, no quería que nadie se hiciera cargo de la aflicción que me producía. Por eso me levanté e interrumpí a Patrick en su coloquio de la revista literaria y le pedí una seca de faso, que me llamara un taxi, que me iría solo a la guardia del hospital Córdoba, que gracias por la preocupación, que me guardaran la bici, y que algún día la vendría a buscar… Esa historia le contaba a Anto mientras caminábamos un sábado por la noche por Illia rumbo a Güemes. ¡Qué loco! dijo, yo me hubiese dejado robar, ni en pedo me arriesgo tanto, agregó. Por eso me metí al gym, le dije, estuve dos meses con la pierna inmovilizada, ocho puntos en la rodilla -le apunté cual era-, caminaba con la ayuda de un bastón. Además, dije con seriedad, tengo que estar en forma, por si el azar vuelve a ponerme en una situación de mierda.
Afuera del Patio Olmos había una concentración inmensa de la barra de Talleres. Le habían ganado 2-1 a River. La policía había cerrado las calles de los alrededores con sus vehículos. ¿Sos de ver fútbol? le pregunté, no, me dijo, sólo prendo la tele para ver los Simpson. Anto es Tucumana. Hace tres meses llegó a Córdoba. Es la profe del gym. Tiene 26 años, es de tez morena, alta, linda, es una típica chica de gimnasio. Entre las distintas conversaciones fugaces, cotidianas, someras, quedamos de salir a bailar a una fiesta electro cerca de la medianoche en Pez Volcán. Llegamos a eso de las 22hs a Barrio Brujo. Nos sentamos en una mesa en la terraza del segundo piso. De fondo se escuchaba electro house. Había mucha gente. Pedí un gin tonic con pepino y ella uno con frutos rojos. Anto sacó de la riñonera un moledor, sedas de celulosas y filtros. Son índica, dijo, necesito fumar todos los días porque me calma. Es tan necesario, es como comer, me saca toda la ansiedad.
Cuando llegaron los tragos Anto me hablaba de que le gustaba mucho la música electrónica, que antes venía a Córdoba con un grupo de amigas cada dos semanas a fiestas electro, y que alquilaban una casa por el finde para descansar.
-Pero me cansé, dijo, quiero cambiar de ambiente, mucha droga y mucha joda no le hace bien al cuerpo. ¿Y vos?
Brindamos.
-Hace rato no me drogo con ganas. Lo que me gusta es el ácido, la mezcla con keta me encanta. Aunque últimamente he tenido muchas ganas de ir a las Sierras a tomar hongos.
-La última vez que tomé hongos no me hizo nada. Sólo vi cosas raras bajando de unos pinos. Con unas amigas tomamos microdosis, y no nos pegó como queríamos. Dejamos pasar un rato y nos clavamos unas pastis…, después nos fuimos al río a mirar las estrellas y terminamos la noche en una fiesta y allí pegamos onda con los amigos del novio de una amiga que tenían MDMA y…
Cuando quedamos de salir supuse que íbamos a hablar de cualquier cosa: deportes, películas, sueños, viajes, horóscopo, lo que se suele hablar cuando no conoces a alguien y cuando tampoco la querés pudrir con temas de política. Pero sólo estábamos hablando de experiencias con las drogas. En realidad, no nos conocíamos, nunca habíamos hablado tan extenso como ahora, yo no sabía nada de sus gustos ni sus pasiones, sólo tenía destellos de su experiencia de vida en el gym. Para cambiar un poco la conversación recordé que le gustaba correr y nadar.
-Ah, sí, hay un dique al que me gusta ir a nadar, es impresionante. Tuve un ex que hacía triatlón y yo le ayudaba a prepararse para los campeonatos. Cruzaba a nado el río y después subía la bici y terminaba corriendo en la ruta. Participamos en varias competencias juntos…
Cuando comenzó a hablar del ex no paró. Yo sólo asentía con la cabeza. Que increíble que una palabra tan pequeña tenga tanto significado. Cuando me acuerdo de mi ex puteo un rato, digo un par de giladas, y luego me calmo. Quizás su separación es muy reciente, pensé, e hice un ademán para llamar a la mesera y le pedí otro gin, ahora con menta, dije, y ella repitió el gin con frutos rojos. También pedimos unas papas veganas con salsa. Anto se puso a armar otro faso. La noche estaba fría e inmensos nubarrones grises se desplazaban a gran velocidad por el cielo. Arrastran lluvia, no me extrañaría que cayeran gotas, pensé mientras no dejaba de escuchar la historia de que su ex era una especie de Aquaman.
-¡Qué fresco se puso che!, dije para interrumpir.
-Sí, es cierto. Vos sabes que me he cagado de frío este invierno. Tucumán no es tan helado como acá. ¿Querés encendedor?
-Gracias.
-¿Y ese anillo que llevas en las mano, tiene algún significado?
Le contesté que me lo había regalado un artesano brujo que vive en el sur, en el Wallmapu. Ella me mostró la cadena de plata que le pendía del cuello, que tenía una A, y que significaba mucho para su vida. De pronto, me di cuenta que el faso me había pegado un montón. Miraba a Anto más de lo normal mientras ella escribía algo en el celular. Observaba su pelo largo y negro, y suelto, y planchado sobre los hombros, y que de tanto en tanto, corregía con mucha prolijidad la línea horizontal del gorro rosado de lana que le cubría hasta la mitad de la frente,
y que esos ojos grandes, castaños y expresivos parecen un valle oscuro después de un día de tormenta. Antó sacó su mirada del celular y me miró, y yo le saqué la mirada con un poco de timidez, ella sonrió y utilizó el cenicero con paciencia. Mirá, me dijo y me mostró unas fotos de los ríos, de los bosques, de ella posando su outfits en un sendero de la montaña. Le saqué el faso de sus dedos y le respondí ¡qué lindo! a todo lo que mostraba. Estábamos tan cerca que olía el perfume dulce emanando de su cuello. Pero me volvió a mirar fijo y hui de su mirada. Prendí el faso. Me aclaré la garganta con un poco de gin, pero no dije nada. Fumé, y la llama naranja apareció entre la ceniza. Ella volvió a abrir la riñonera para armar otro faso.
-Acá están las papas, dijo la mesera.
En una hora habíamos fumado tres fasos. La mayoría lo había fumado ella, que le daba unas caladas muy profundas, como si fuese un pucho. Yo, al contrario, con tres o cuatro quemadas estoy bien, después de eso me pongo lerdo y comienzo a pensar de más. Una chica con rastas nos pidió fuego para prender un pucho y se fue. Yo la conocía de algún lado, quizás de la Toma del 2018 en la UNC, quizás había conversado con ella afuera del pabellón Mariano Ferreyra, quizás era ella la que grababa un documental con la experiencias de los estudiantes de las distintas facultades, y quizás ella me hizo una entrevista mientras preparaba el fuego porque esa noche íbamos a comer un guiso de lentejas, y quizás también dije algo de la revolución estudiantil y de lo importante que era comprender que la educación gratuita es un derecho fundamental para ir disminuyendo la desigualdad social, y quizás también dije que la política es un discurso hueco como cualquier estatua de cualquier religión.
-Perdón, me comí todas las papas, dijo Anto riendo avergonzada.
Salimos del bar. Íbamos callados por la Achaval Rodríguez. Yo estaba muy atontado, si preguntaba algo no iba estar muy pendiente de la respuesta, además ya había fumado antes en casa mientras jugaba unas partidas de ajedrez online. Pasamos a un kiosco. Ella compró chicle, yo un alfajor.
-Te dije que cuando salgo soy otra, la profe del gym no existe. Ah, me olvidé de preguntarte si has probado popper.
-Sí, alguna vez…,
-Una vez tomé tanto que perdí la visión por tres días.
Llegamos a Pez Volcán cuando ya estaba tocando Gaba. El lugar estaba repleto. Le tomé la mano a Anto y nos fuimos a bailar delante de todos. Gaba estaba con tacones en punta sobre el escenario, faldita muy corta, de vez en vez subía una pierna al mesón del sonido y agitaba su culo al ritmo de la electrónica. Había dos bailarinxs, unx rubio y otrx morocho, que estaban con botas, short muy corto, malla transparente en el torso y bailaban Vogue, un tipo de danza que surgió en el New York de los 80´ entre las comunidades afroamericanas, drag queens, putos blancos y latinos que se juntaban a modelar y bailar en la pasarela de algún antro del bajo mundo norteamericano. De pronto me acordé de un evento que se hacía hace unos años en Córdoba, en un piso 6 de un edificio antiguo, cerca de Mercado Norte, que se llamaba Posporno, y se me pasó por la mente la presencia de la Doctora Skarnia en un escenario con luces rojas tenues, tocando su bandoneón mientras se desnudaba y narraba situaciones eróticas, al mismo tiempo que pasaban un video a sus espaldas, también fotos, en donde estaba ella con dos chicos posando, tocándose, besándose, chupando pija y chupando culo. ¿Estás bien?, me preguntó Anto, le dije que sí, me volvió a ofrecer faso, y le dije que no, que por ahora estaba bien, que estaba flasheando un montón. Desde el escenario los bailarines comenzaron a regalar dulces. Voy por un poco de agua, dije.
Al lado del dispensador estaba un grupo de gente. Vestían de negro. Chicas en falda y remera. Chiques con jeans y malla negra transparente de donde se le veían el torso y los pezones. Todxs tenían los ojos muy delineados de negro y brillitos en la cara. Thiago, exclamé, hola hermose, me dijo abriendo sus grandes ojos verdes, nos dimos un beso y nos abrazamos. Thiago Alonso es un poeta español de unos 30 años, mide como un metro sesenta, tiene un corte de pelo mohicano, cara enjuta con barba, sus ojos denotan ingenuidad, como la de alguien que está en la búsqueda de algo y no sabe qué. Estuve pensando en ti, me dijo, me gustaría leer en Fahrenheit, pero la otra semana viajo a Buenos Aires y no sé si podré volver para la fecha del evento, porque después tengo que volver a España. No te preocupes, le dije. Pero estoy escribiendo cosas nuevas. Si quieres te las muestro, dijo y me miró esperando una respuesta, pero yo me hice el desentendido tomando agua del vaso plástico. Sólo necesitaba agua. Quería que se fuera un poco el efecto del THC. Sólo agua, agua. Volví a llenar el vaso de agua. Thiago abrió un abanico y comenzó a darse aire mientras veía historias en instagram. El abanico era negro y tenía un estampado floral de rosas rojas, blancas y violetas con el estilo de estampa japonesa. Detrás de él, una chica muy delgada con gafas negras había abierto una cigarrera de aluminio y les decía algo a sus amigas mientras le mostraba la parte de abajo de la lengua, una de ellas, una rubia delgada con pecas, se mojó el dedo índice con la lengua y levantó de la cigarrera un pedacito de pastilla que se metió en la boca, a su lado, un chique con remera atigrada había prendido un faso, su cara denotaba cansancio, como si no hubiese dormido en varias noches, miraba con mucha atención, de arriba a abajo, a la gente que iba hacia la pista de baile. A un costado, e ingresando por las puertas, entraban riendo escandalosamente un grupo que vestía coloridos oversize y bailaban al ritmo del pumpapumpapumpapumpa que ahogaba el ambiente. Toda mi poesía no la he compartido en redes, me dijo. Tú leíste unas cosas que tenía escritas hace tiempo. Ahora estoy con los fanzzzines, con fotopoemas impresos que me acompañan en el viaje. Voy a aprovechar de imprimir varias cosas acá en Argentina porque es más barato que en España. Si quieres te puedo leer algo, me volvió a repetir. Le respondí que estaba con una amiga, que en otro momento de la noche o de la semana, que nos habláramos para coordinar y que me re prendía para esa lectura. A Thiago Alonso lo había conocido al final del recital de poesía Fahrenheit, en la fiestita ochentera de Mauro Rojas, una amiga, Guada, me lo había presentado diciéndome que era poeta y fotógrafe español, que sólo iba estar una temporada por Córdoba y que tenía una poesía que me podría gustar. ¿Así que eres poeta?, le dije, sí, me dijo, ¿te gustó el evento?, le dije, sí, muy guay el evento, me dijo, gracias, le dije, ¿así que vos escribis?, le dije con aire reflexivo, sí, me dijo, ¿y andás con algún poema encima?, le dije, no, me dijo, ¿y cuándo podré leerte?, le dije, esta noche si te apetece, me dijo, y se me acercó al oído para darme la info de que en un rato iba a ir a una fiesta privada en donde iba a compartir algunas cosas y que el único requisito era ir vestido de negro. Avísame si te interesa me dijo. No fui a la fiesta, pero sí le dejé un mensaje de voz dándole mi parecer de los poemas que había leído desde su instagram.
Cuando volví donde Anto, ella estaba bailando entre la gente con los ojos cerrados mientras era atravesada por las luces multicolores. Acá hay agua, le dije, me miró, me hizo un gesto de no gracias, y volvió a cerrar los ojos para seguir bailando. Yo bailé un rato a su lado. Ahora tocaba Camila Isabel. Volvió a armar un faso. Me gusta como toca ella, dijo y me ofreció para fumar, le dije que estaba bien de faso por ahora, que gracias, pero noté que ya no me miraba como hace un rato, algo había pasado entre los dos y yo no lo entendía. Anto estaba muy en la suya, quizás solamente era eso, quizás se le cruzó un pensamiento, de esos inoportunos que te dejan mambeando un rato. Por eso decidí ir a buscar a Thiago. Tenía curiosidad por los poemas. Lo encontré y le dije que saliéramos a la calle. Nos sentamos en la Cañada. Los pezones se le pronunciaron por el frío.
-Adentro está todo muy loco, dijo dejando de agitar su abanico.
-Sí, le dije. Y le convidé agua. Bueno, ¿qué me vas a leer?
-Ay, no sé, no sé. Ando con varios fanzzzine, el último que escribí habla de las diferentes etapas que tuve con un novio.
Me leyó varios poemas, de varios fanzines, hasta que llegamos al de las etapas con el novio.
7 de la mañana en una habitación de Barcelona
Recostado entre sábanas blancas
escuchando Joy División
Adriano me chupa la polla
Le digo que ya es tarde
que pare, que me tiene
muy cachondo
que tengo que ir al trabajo
Pero él dice mmmmmm
y me sostiene las piernas
con su cuerpo lampiño y desnudo
sus ojos pardos y lastimados dicen quédate
tiene la ternura de un adolescente y ya no lo es
lo observo como si fuese una fotografía
de Diane Arbus, de Winogrand
pero en el fondo ya no me interesa
sé que tiene miedo de quedarse solo
que no tiene a donde ir
que no tiene a nadie más
nuestro amor se muere
así como el sol del Mediterráneo
en tardes que es despedazado por el mar
estamos en un punto muerto
pero él todavía cree
que podemos volver a comenzar.
Se le quebró un poco la voz al terminar. Disculpadme, no sabía que este sentimiento estaba tan presente. Mi ex es un gilipollas. Dejé que el silencio nos envolviera. Era la segunda vez que salía la conversación de los ex y ya me parecía un mensaje implícito para mí. Sin embargo, en el fondo, comprendía que hay algo fortuito que nos tiende a vulnerar, esos golpes del azar que nos vuelven pensativos, palabras que rememoran sensaciones tanto de amor como de dolor. Joder, ya está, venga, agua pasada no mueve molino dice mi tía Clara, pero yo me desbordé, joder -Thiago había empezado a transpirar mucho, alguna pasti estaba haciendo efecto-, alegría, alegría, bueno, como escuchasteis, soy un poeta muy cotidiano, guardó los fanzines y abrió su abanico, un poeta de la experiencia, dijo, no necesito inventar tantas cosas, me doy cuenta que con lo que hablo, con lo que veo, y con lo que vivo me basta y me sobra. No soy como esos poetas que se desesperan por una idea sólo por sentir cosas donde no las hay. Mi ex es un gilipollas, éramos Aladrén y Lorca. Bueno, bueno, hace mucho frío acá afuera, volvamos adentro porfi. Pasaron dos motos a toda velocidad. De forma brusca rememoré el accidente y el dolor y los ochos puntos en la rodilla y también esos pensamientos de venganza que me hicieron recurrir al gym, y también que la salida con Anto era un fiasco, que no teníamos nada en común que no fuesen las drogas, y también que tenía que haber sido más honesto con Thiago, decirle que los primeros poemas que me leyó me parecían malos, crédulos, superficiales, apenas un esfuerzo lánguido para saborear clichés, y también que tenían una energía desatada y adolescente que no iba hacia ningún lugar, y también que la falta de tacto ante estados de ánimos, que requieren de una sutil intuición, para recuperar aunque sea un poco la emoción de lo vivido, y que queda plasmado en la construcción de frases nuevas y en la honestidad, no estaba por ninguna parte, y también que la poesía, no sólo bien escrita, sino que bien oída provoca un impacto físico que no deja a nadie indiferente.
Volvimos a la fiesta y Thiago me hablaba de su proceso creativo que se podría resumir en “vivirlo todo sin tapujos”. Sobre el escenario ahora tocaba She Teiks. Encontramos a Anto, ella bailaba con un chico. Aquí me quedo, le dije, como quieras hermose, dijo, voy a estar en el segundo piso, a mis amigues les dio gula. ¿Todo bien?, me preguntó Anto, sí, le dije, me dejaste re sola…, me dijo al oído. No le contesté, el gesto de sus ojos me hacía entrever que se había ofendido. Volvió a prender un faso, pero esta vez no me preguntó si quería. Le ofreció directamente al tipo que bailaba alegremente al lado suyo. Dejé las cosas como estaban. Es parte del azar, me dije.
Fui al baño a mear. Me miré en el espejo y tenía los ojos inyectados en sangre. Ya fue, dije y me mojé la cara con abundante agua. Mientras me secaba un tipo con muchos tatuajes, con cara andrógina, con pinta de rapero, que había salido del wáter con otro amigo que se alejó rápidamente del baño, fue directamente al espejo para mirarse las fosas nasales, sacó un marcador morado y escribió torcido en el espejo: somos la esquizofrenia de Dios. Luego subí al segundo piso. Efectivamente Thiago estaba comiendo unas pizzas con sus amigues. Todos transpiraban. Le acepté un vaso de cerveza y también una pitada de faso. Me fui al balcón a mirar la noche fría. En la entrada de Pez Volcán y sobre la Cañada había mucha gente conversando. Anto alzaba la mano para hacer parar un taxi amarillo. Estaba sola. Se te va Pocahontas, dijo Thiago, asomándose al balcón, riendo detrás de su abanico, y abrazado a su amigue de gafas oscuras que intentaba torpemente encender el pucho en su boca.




