«¿También podés mirar el aura?, inquirí con un poco de sospecha, ¿de qué tamaño es su aura?, pregunté ya más serio. El pintor del realismo mágico se lo tomó con celo y le pidió a Sabri que se pusiera de pie. Luego la empezó a rodear con sus manos como si fuera estilista mientras hacía respiraciones profundas. Todo esto, dijo haciendo una maniobra circular con las manos alrededor del cuerpo de ella, todo esto es su aura. Aplaudí como si hubiese estado frente a un prestidigitador.»
Mientras estaba en medio de un gentío viendo cómo el doble de Michael Jackson movía su pelvis al ritmo de “Billie Jean” me llegó un whatsapp de Sabri, una amiga poeta, diciéndome que ya estaba en el museo Genaro Pérez. Le dije que ya iba, que estaba afuera del Patio Olmos, y que en 10 estaba por ahí. Ni en pedo me iba antes de ver el moonwalk de Michael. Y menos el de este, que me causaba curiosidad, porque estaba subido en kilos y transpiraba como un demonio. A mi lado había personas que hacían chistes al percatarse de que la remera blanca de aquel bailarín presagiaba cada tanto con rajarse, pero no decían nada de su espectáculo; por ejemplo, que había mucha emoción en sus gestos, que llegaba a los agudos muy bien a pesar de que su respiración estuviese convulsa. Quizás engordó por la pandemia, pensé, qué puede hacer un tipo como él encerrado en su habitación sin un público que le admire. Entre tanto encierro y medidas para eliminar el bicho se pasó de pizzas viendo entrevistas, conciertos, practicando muecas, afinando pasos; y pasado estos dos años volvió a la calle, quizás con las vacunas al día, quizás con un poco de tristeza al percatarse, frente al espejo, que el vestuario de Smooth criminal ya no le quedaba, pero eso sí, nunca, nunca, dudando de su talento. En fin, su paso lunar fue perfecto. Me emocioné viendo cómo recuperaba el aire entre tanto aplauso, le dejé un poco de plata en el sombrero y caminé hacia un quiosco. Compré una cerveza en lata y me fui por la Av. Vélez Sarsfield. La noche estaba tranquila, sin luna, y el viento frío todavía no aparecía.
Llegué a las puertas del museo. La poeta estaba llamativa con un abrigo naranja. ¿Cómo estuvo el show? Le conté lo de Michael y le pregunté si creía que había tenido vitíligo, ah, no sé, entremos dijo. La muestra se llamaba “Conjuro, artilugios y encantamientos de contemplación” qué nombre che, parece que nos vamos a meter en un cuento de los hermanos Grimm, sonrió. Había mucha gente.
Cada sala estaba intervenida con obras que interpelaban el paso peatonal, hasta los pasillos estaban así: una grande y hermosa araña colgante que yacía en el piso, pinturas de paisaje en caballetes, naturalezas muertas, esculturas de estilo clásico y contemporáneas hechas con materiales reciclables, etcétera; la idea era mixturar creaciones de artistas vivos con la obra permanente. ¡Ah!, y una chica que hacía una perfo por los pasillos, no sé si era un fantasma, un hada, o alguien que se golpeó la cabeza muy fuerte, nunca entendí, pero su constante cara de asombro me irritaba. Subimos al segundo piso. En algunas paredes estaban escritos versos, reflexiones, frases retóricas sobre el tiempo. Aunque un museo ya es una alegoría del tiempo. Un espacio en donde el arte retiene fragmentos de épocas, o siendo más sensible con la imagen: una hoja seca en la furia de una tormenta negra: símbolo de que el tiempo es déspota, todo lo borra, lo olvida, lo disocia. Un museo no reconstruye la historia, sino que cuenta arbitrariamente los destellos del ritual, los afectos de cada creación (con todo el peso que eso tiene), el relato de cómo y porqué esas obras fueron escogidas para sostenerse del gajo de la historia. El museo es como el imitador de Michael Jackson, pensé en voz alta. Sabri me miró confusa, vamos afuera, dijo, estoy un poco mareada de ver tanta gente. Fuimos al patio. Allí también había mucha gente aglomerada. El ambiente lo amenizaba una dj de música electrónica y el vino en copa gratis. La barra revienta de personas, dije. La poeta me miró, como diciéndome tranquilo amigo, y fue hasta allá pasando de la gente. El viento frío aconteció. Pero aun así se había formado una pequeña pista de baile alrededor de la dj. Lxs fotografxs parecían saltimbanquis paseándose entre la gente bien vestida para registrar el evento. Andaban muchas caras del ambiente universitario. Todxs hablaban, todxs miraban, a momentos me sentía un observador observado, pero eso me tenía sin cuidado, ya que seguía sin poder extirpar de la mente la relación aurática del museo. De pronto se me acercó Lu, una poeta que organiza el Café literario (evento de poesía que se realiza a la hora de la merienda en una de las tantas panaderia Del Pilar), y me habló sobre la poesía en Córdoba. Coincidimos que la poesía estaba saliendo a flote, no sé qué quisimos decir con eso. Me habló sobre el tarifario del artista: lo que se le tiene que pagar a unx poeta cuando va a algún evento a recitar, teniendo en cuenta el tiempo sobre el escenario. No hablamos de la calidad de los poemas, ni de cómo saber si alguien es poeta o no, eso sería paja mental; hoy en día sólo basta con reconocerse poeta y ya está. Se despidió y casi al instante regresó la poeta de los ojos azules con dos copas de vino. Brindamos por la amistad. ¿Cómo va el libro que querés sacar? Bien, dijo, en septiembre sale “Perros Cosmonautas”, es una coedición con la gráfica 29 de mayo y Las que no duermen. Sabri sacó faso y lo encendió. Mientras le daba una seca dos amigxs de ella cayeron a charlar y fumar. Me los presentó: Popa e Itam. Hablaban sobre la muestra y tejían discursos a la fuerza para poder entenderla. Pasado un rato y entre tanto comentario friolento decidimos ir a tomar un café.
Llegamos a un bar que está en Ayacucho al 100. Cuando entramos advertimos que estaba reunido un club de tango y que de los parlantes salía “Choclo” de Tita Merello. Nos contentamos ante la sorpresa y nos acomodamos en una mesa. Popa y yo pedimos café simple. Sabri pidió una copa de vino y un tostado de jamón y queso, e Itam tomaba en secreto una cerveza que tenía entre su ropa. La mayoría era gente vetusta. De vez en vez se levantaban desde sus mesas en pareja e iban a la pista de baile que estaba al fondo del local en la oscuridad de una luz roja. Uno que otro viejo bien vestido, bien peinado y con pañoleta colorida, hacía el gesto de querer sacar a bailar a las chicas, pero ellas se negaban. Nos quedamos en silencio escuchando “Parece mentira” de Nelly Omar y viendo la sobriedad de los cuerpos moviéndose sobre el brillante piso caoba. Cuando llegó lo que habíamos pedido, Sabri decía que había que escuchar recitar a Marosa di Giorgio, que le habían nacido las ganas de dar el taller de poesía sobre mujeres poetas de los 90 en Argentina, en la librería La Rosa de Cobre, y que el taller que está haciendo sobre escribir los sueños, con Beatriz Bignoli, no sabía si dejarlo o no. Lo que pasa es que me aburren algunas intervenciones. Ella es divina, pero algunxs personas confunden la poesía con la psicología, o poesía con filosofía, o poesía con política, y eso me cansa. ¡Vayan a leer! dijo bebiendo toda la copa de vino. Amicha tranqui, si no te gusta dejalo. Así de simple, dijo Popa mientras miraba en el reflejo de su celular la comisura de sus párpados. Me miró como preguntándome cómo me veo, y le respondí con un gesto de que se veía muy bien. Y con un movimiento sensual de tórax acomodó sus turgentes senos para ponerse luego a responder un mensaje. Popa venía reiterando -desde la salida del museo- que sólo iba a estar un ratito porque tenía una cita y, aunque ya habían pasado dos horas, su ánimo lujurioso del posible encuentro carnal no decaía. Aprendé de mí, que si esta noche el chongo no me responde como quiero, lo cambio, así de fácil amicha. Sabri se levantó riendo y le dijo a Popa de ir al baño. Aproveché de terminar el café y de ver algunas historias en instagram. Luego me acerqué a Itam, que no sé porqué se había puesto unas gafas oscuras, y le pregunté sobre un comentario que había hecho anteriormente sobre la música. Me contó que era artista sonoro, del laburo que hace y de su aspiración a la poesía. A mí me gusta lo que hace Fede Drayton, es un poeta brillante de la música ambiental y la pega donde toca. Es autodidacta, puto, poeta under; le he hablado de los slam de poesía, pero los odia, yo le he dicho de que vaya a participar, pero me dice que ahí nadie lee de verdad, todos recitan igual dice, pero yo creo que él se equivoca, él recita parecido a los slamers, tiene ese histrionismo y ese tono teatrero que te hace olvidar si el texto es una bosta, porque esa es la verdad, parece que lo único que importa es cómo se diga algo, y el sentido de la frase a la mierda. Por otro lado, está lo que sucede con Victoria Rossetti, multiinstrumentista, poeta sonora de La Cumbre, que después de un viaje de dos años al Amazonas no ha parado de escribir sus sueños. Sube podcast de sus poemas y después de 12 hrs. los baja. Es muy severa con lo que hace. Unos chicos de la facu de música se interesaron en su obra y en el impacto de su oralidad, y por sobre todo en los arreglos musicales que envuelve su discurso. Pero el más grande es Alejo Tennyson, es un estudioso de Herbert Eimert y está volviendo a introducir la escuela alemana de música electrónica, puntualizando en los 60, 70, aunque los 80, no sé por qué, los deja afuera. También es de La Cumbre; dato curioso es que él no escribe, a pesar de que es hijo de dos poetas ingleses que en los 80 vinieron a Córdoba por….
Las chicas llegaron riendo e interrumpieron a Itam diciendo que querían ir a otra parte. Este habló de que le había llegado un mensaje de Damián, unx de los artistas que había expuesto en el Genaro, diciéndole que estaba en un bar, a dos cuadras de acá dijo. Salimos de ahí. Mientras caminábamos observaba los diferentes colores de los pensamientos que crecen en el jardín de la Plaza Italia. La noche seguía fría. Por la calle 27 de abril llegamos al bar el Quincho, frente al Paseo Sobremonte, y apenas entramos lxs chicxs divisaron a lxs artistas en las mesas del fondo. Se hacía difícil saludar a todxs, pero con un hola general bastó. Sabri se encargó de pedir unas quilmes rubias y de que arrimaran unas mesas para unirlas con las de ellxs. Con las cervezas ya en la mesa aproveché para llenar los vasos y prestar atención a lo que sucedía. En el ambiente sonaba “Let it happen” de Tame Impala. Se hablaba de diferentes temas: en qué galería vas a estar, qué pieza estás haciendo, con quién hiciste ese taller, en qué lugar hiciste la residencia artística etc. Le pregunté a Popa, al mismo tiempo que le pasaba su vaso, si la iban a pasar a buscar, porque iban a ser las 2 am. Por supuesto corazón, él sabe que no puede perderse todo esto, dijo moviendo delicadamente su mano en el aire. Itam estaba con la mirada perdida pensando en algo, quizás en la música, pero por su mirada se podía intuir algo más íntimo, algo más personal, le pasé su vaso en silencio. A Sabri le pasé su vaso, pero no me prestó atención porque escribía en su celu. Al minuto hicimos un brindis. Con el pasar del tiempo, y varias cervezas encima, la gente fue menguando. Quedamos un grupo menor. Pedimos otras quilmes rubias y más maní. Fuera de nosotrxs 4, quedó Damián, artista plástico, Alejandra, artista plástica que no dejaba de hablar de su mentor, y Ramiro Vásquez, pintor de realismo mágico que tenía una sonrisa boba, y su maestra de Reiki, que parecía que estaba atenta a todo lo que pasaba mientras tomaba negroni y de vez en cuando reía estrepitosamente. ¿Qué es el arte hoy en día? Se escuchó que preguntó irónicamente Alejandra. Mi maestro dice que todo termina en el discurso, todo se justifica en el discurso. Pero las palabras también se acaban, dijo Damián, en cambio la técnica hace que las obras vivan, esa es la prioridad. Tenía ganas de responder a eso, pero a nuestra mesa se vino a sentar el pintor del realismo mágico que ya estaba borracho.
Saludó y nos preguntó qué hacíamos. Así que poeta, dijo y se quedó mirando a Sabri. Yo pienso que cuando estoy pintando mis cuadros aparece algo que me nubla y me hace entrar en otro mundo, para mí eso es poesía. Ajam, ajam, le decía la poeta. ¿Cómo sería eso? Para mí, cada cuadro que hago es un destello de mi inconsciente. Por ejemplo, siento un color, pensemos que el verde, y pienso que todo el mundo es verde, hasta yo me pinto de verde, y hago todo lo que me produce el verde hasta crear el cuadro. De repente pongo un personaje por ahí, a veces por allá, una casa… El pintor del realismo mágico sacó su celular y nos mostró su instagram a Sabri y a mí; Itam seguía en su introspección y Popa escuchaba la otra conversación. Efectivamente nos mostró su cuadro verde limón que se titulaba Verde. Era una pintura que tenía un desproporcionado personaje de perfil en el centro, una inclinación al dibujo de Chagall, dijo él, y por el costado había unas líneas sueltas que hacían pensar en una carretera que se perdía en un lejano cerro verde. A mí me salen estas pinturas porque conecto con mi interior, con mi espíritu sabio, mi maestra de reiki (la apuntó y ella saludó con una sonrisa a boca abierta y con el trago en la mano) es la única que me ha hecho crear canales hacia mi inconsciente. ¿Vos decís que tenés un don?, le pregunté y Sabrí me miró risueña. Sí, por ejemplo vos, dijo mientras llenaba el vaso con cerveza y me clavaba la mirada, con sólo mirarte sé que tenés dentro tuyo un espíritu de hace 5000 años, luego se acercó y me miró de cerca a los ojos, y en tu vida pasada fuiste mujer, sentenció. Luego miró a la poeta y le dijo que el color de su aura era un violeta hermoso, parecido al de sus ojos. Che, me podés traer un vino, le habló a una mesera. ¿También podés mirar el aura?, inquirí con un poco de sospecha, ¿de qué tamaño es su aura?, pregunté ya más serio. El pintor del realismo mágico se lo tomó con celo y le pidió a Sabri que se pusiera de pie. Luego la empezó a rodear con sus manos como si fuera estilista mientras hacía respiraciones profundas. Todo esto, dijo haciendo una maniobra circular con las manos alrededor del cuerpo de ella, todo esto es su aura. Aplaudí como si hubiese estado frente a un prestidigitador. Bueno chiquis, me tengo que ir, el placer me espera, dijo Popa arreglándose para la cita de las 3 de la mañana, abrazando a todxs y saliendo rápidamente por la puerta. De pronto Sabri se levantó de su silla diciendo que algo se le había olvidado a Popa. Te puedo hacer una pregunta, le dije al pintor, claro, dijo tomando lo último de cerveza rubia que le quedaba, ¿para vos el arte sólo se trata de vincularse con el instinto, digo, de darle rienda suelta al impulso? Sí y no, dijo, pero en el fondo yo creo que sí, al final todo se trata de sexo, es sólo eso. Fui al baño medio confuso ante el gesto triunfante que había quedado en él al haberme dado esa respuesta. Venite afuera sin decir nada, me escribió Sabri por whatsapp. Dentro del bar sólo quedaba nuestra mesa y ya se podía ver la cara de hartazgo de los meseros que querían cerrar el local. Hice el gesto de que llamaban por celu y salí. Intenso el pintor ese, para mí andaba medio durazno, por eso no paraba de hablar el culiadazo… Caminamos rápido, la helada tocaba los huesos. Sabri prendió la tuca que le quedaba. Anduvimos una cuadra en silencio. Nos sentamos en la piedra gélida de la Cañada. Sacó una botella de vino descorchado de su abrigo, era el vino que había pedido el pintor, y tomó un largo trago, ¡qué se curta el realismo mágico!, exclamó. Luego me leyó su poema “Primera noche con una gimnasta rusa”.




