Espía 13 | Outsiders

«La ideología de la competencia –que se ha enquistado en nuestra percepción de las cosas– nos dificulta detenernos a ayudar al otre y darle una mano o simplemente ser amables. Muchos se figuran, desde el egoísmo, que quien les pide ayuda –pese a estar “flaco, sucio y malvestido”– está ganando buena plata con eso. Se le ocurre que “la está haciendo”, que es un estafador más en el país de los estafadores.»

Les he fotografiado desde hace años. Están en todas partes. Son los mendigos y las mendigas, los vagos y las vagas, los y las inmigrantes sin fortuna, los locos, las locas, les perdides, en resumen, la creciente legión de outsiders de una sociedad como la nuestra, donde la necropolítica avanza a pasos agigantados. Muchas veces pasamos delante de ellos y de ellas como si no existieran, como si fuesen sombras. O paredes meadas. Nos hemos acostumbrado a pensar que no es nuestro problema que la pasen mal, que estén en manos de la miseria, de la locura, de la depresión, de la sicosis, de los vicios o de otros males o discapacidades. O de mezclas de todo lo anterior. Tampoco que se alimenten de basura, que carezcan de documentos, que defequen en las calles o que duerman sobre colchones desechados, tapados con nylon y cartones. Si están en esa situación, se comenta, es su problema. Nadie los obligó a irse a la calle y mandar todo a la chucha, asumiendo la idea individualista al máximo de que las cosas dependen totalmente de nosotros mismos, que son personas que fueron al supermercado de las opciones y llenaron mal el carrito.

“Es indudable que el ser libre puede significar libertad para morir de hambre”, señaló alguna vez Friedrich Hayek delirante ideólogo de variados personajes de la dictadura chilena y de tipos como Milei o Rojo Edwards, lo que es válido y digno, pienso, siempre y cuando tal decisión se tome con el estómago lleno. No olvidar que el carrito de las opciones se completa con plata y a la mayoría que no hereda pese a la campaña permanente de las afp le alcanza para poco y a veces para nada. Muchos, así, se quedan con el carrito vacío o casi vacío, desnudos frente al mundo, castigados con el olvido, con la invisibilidad, pues su desnudez no da ni siquiera para morbo, no da para vender baterías de camiones, tarjetas de crédito, o para actuar en películas porno o prostituirse en un antro de Bandera.

La ideología de la competencia que se ha enquistado en nuestra percepción de las cosas nos dificulta detenernos a ayudar al otre y darle una mano o simplemente ser amables. Muchos se figuran, desde el egoísmo, que quien les pide ayuda pese a estar “flaco, sucio y malvestido” está ganando buena plata con eso. Se le ocurre que “la está haciendo”, que es un estafador más en el país de los estafadores, que es de la misma calaña que parte con los grandes empresarios y los políticos y los altos mandos de los uniformados, expertos todos ellos en montajes y en desfalcos y termina con el comerciante que no da boleta y el operario que se roba los tornillos de la obra. Es decir, que se trata de una rama podrida más en un árbol que muere aceleradamente. En el mejor de los casos, se piensa que la persona en situación de calle está desarrollando un trabajo, un oficio, algo que da lucas para vivir, no que se trata de una tormenta en pleno desarrollo. No te ayudo, porque a mí nadie me ayuda, se escucha rugir desde el fondo de cada soledad que va corriendo a cumplir la meta del mes cuando se encuentra, en las calles, con gente como la de las fotos que ahora comparto con ustedes.

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