Maximiliano Díaz Santelices

Fotografía | Extraños en el metro

Aparecen de repente en el metro, entre un punto y otro de la ciudad. Sentados o de pie en los carros, subiendo escaleras o al lado de las puertas, sordos y ciegos a la apabullante realidad. "Absortos en su lúcido sueño” como diría el poeta, viajan practicando una antigua ceremonia, pues aún tienen fe en las palabras impresas, y no se rinden ante el imperio de las imágenes pasajeras, que caen  líquidas de las pantallas.  El mundo ha cambiado, pero ellos no, son especies en peligro de extinción. Perduran, obstinados, sin hacer caso a las modas, refractarios a las redes corporativas de signo vacío y fácil. Iluminan el transporte público con su gesto y te hacen creer que no todo está perdido, que aún hoy, sobrevive la esperanza,  que nos quedan restos de dignidad, practicando este buceo esencial, libre y solitario. Sus mentes divagan y estallan, en diálogo constante con alguien, a través del espacio ilimitado que les entrega un libro, aliviando en algo esta pesadilla de la que no podemos despertar.  

Panóptico | Joaquín Sabina o «¿Quién me ha robado el mes de abril?»

Próximo a su publicación por Ediciones Esperpentia, “Cachivaches & otros artilugios literarios” es un libro que reúne veinticuatro artículos vinculados a la literatura y –en menor medida– a la música, que Maximiliano Díaz Santelices, uno de los fundadores de la revista Esperpentia y colaborador de El Mal Menor a través de su columna “Panóptico”, ha dado a conocer desde comienzos del presente siglo –y durante casi veinticinco años– en distintos medios  situados en la periferia de los salones donde se ritualiza y consagra la literatura chilena. Desde estos espacios, el también autor de libros de poesía como “Retratos hablados”, “Materia fugaz” o “Aviadores”, lleva a cabo textos que oscilan entre lo pedagógico, lo reflexivo y lo experiencial, siendo el pensamiento crítico y la pasión por el arte y la belleza hebras del hilo que los une. El espectro de temas y autores que Díaz Santelices toca en los artículos que se publicarán en “Cachivaches & otros artilugios literarios” es amplio, yendo, a modo de ejemplo, desde los textos que el poeta latino Catulo escribiese a Lesbia, pasando por el olvidado grupo poético runrunista –que floreció en Chile a inicios del siglo XX– hasta la compleja situación del poeta en la sociedad actual; o desde la musicalización que Serrat hiciera de los poemas del español Miguel Hernández hasta un concierto del saxofonista norteamericano Lee Konitz en NYC, sin dejar de lado, por cierto, a narradores como Julio Ramón Rybeiro o  Juan Emar. En esta ocasión, y como una muestra del contenido de esta obra de próxima aparición, publicamos el artículo “Joaquín Sabina o ¿Quién me ha robado el mes de abril?”. EMM A mis amigos Mario y Álvaro.  ¿Te acuerdas cuando nos conocimos a comienzos de los '90, Joaquín? Hace ya 30 años. Cómo pasa el tiempo. Yo no me olvido. Fue un viernes por la noche, invierno, en la casa de unos amigos. Después de comernos un osobuco al vino y tomarnos un par de tragos, uno de ellos, que venía llegando de Madrid, nos preguntó, en medio de una conversación que iba del cine a la política, pasando por la literatura: “¿Conocen a Sabina?” Ninguno lo conocía. Bueno –nos dijo– los españoles le llaman “El poeta del fracaso” y a continuación puso play y desde un casete comenzamos a escuchar, por primera vez, tu aguardentosa voz, cantando: “Era tan pobre/ que no tenía más que dinero”. En esa época la palabra “fracaso” tenía un aura muy especial para mí, pensaba que desde el estropicio devenía la mayor parte de las obras maestras, así entonces, como dices en una de tus canciones, me di cuenta que “a los dos nos gusta(ba) el verbo fracasar”. Desde el comienzo congeniamos, aunque tenías más años que yo y podías ser un tío o un hermano mayor, me gustó esa libertad que tenías para decir lo que otros cantantes callaban, lo decías con un desparpajo total, atacabas a las convenciones y a las tradiciones mordiendo rabiosamente el cuello de la hipocresía. Tus versos de Mentiras piadosas (1990) me golpearon entre las cejas, fueron un hachazo, escuchaba tu cinismo y no podía creerlo: “Le dibujaba un mundo real / no uno color de rosa / pero ella prefería escuchar / mentiras piadosas”. ¿Quién era el que así hablaba? ¿Con esa desenvoltura? Fue un choque violento, escuchar hablar de Cristina Onassis buscando un amante alquilado o de los cambios que aún no llegaban a Chile, donde seguíamos en luna de miel con la política: “no habrá revolución / es el fin de la utopía / que viva la bisutería” o esa verdadera oda a un asaltante de bancos: “La de noches que he dedicado yo a planear / un golpe como el que diste tú con un par”. No eras un bufón más de la corte vendiendo al mejor postor tu arte. No eras el típico cantante de moda que, con su balada “romántica” y su pelo de corte regio, les vendía a los adolescentes un mundo envuelto en papel celofán, un mundo empalagoso y edulcorado, haciéndoles creer que el amor rosa aún existía. Tus temas hablaban de antihéroes, pícaros, ladrones, tristes millonarias, seres reciclados políticamente, prostitutas que le robaban a sus clientes, mujeres que preferían escuchar mentiras piadosas, etc. Una fauna inédita para un cantante popular, eso fue tu primer golpe y de ahí fue fácil el afecto, pues usabas el sarcasmo, la ironía y no eras políticamente correcto, además, poco después descubrí que tu vida tampoco lo era. En ese tiempo, aún en Chile sonaban fuertes los ecos del “No” y todavía creíamos que había cosas en que creer, acuérdate que veníamos saliendo de 17 años muy oscuros. Creíamos en los políticos de “la Concertación”, en la “política de los acuerdos”, en una verdad “en la medida de lo posible”. Creíamos que los futbolistas amaban la camiseta, en la iglesia y su defensa de los DDHH, en la Literatura como salvación del mundo absurdo. Nuestros hijos eran pequeños o aún no nacían, nos habíamos casado jóvenes y aún vivíamos con nuestra primera mujer. A ese mundo de pronto llegaste con tu voz, tu música y tu poesía. Tu voz todavía sonaba metálica, no había hecho estragos en ella el alcohol, el tabaco, las drogas y la bohemia. Tu música iba del rock, al blues, pasando por el rap, tu estilo musical no tenía nombre, era una mezcla postmoderna (diría algún intelectual tratando de clasificarla). Tu poesía de eso me gustaría decirte algunas cosas que, en todo este tiempo, no te he dicho, no sé, tal vez porque no tuve la oportunidad antes. Pero dejémoslo para más adelante, cuando estemos un poco más borrachos. En fin, después de esta presentación en una fría noche de invierno, nosotros aún jóvenes e indocumentados seguimos viviendo nuestra vida que, poco a poco, a medida que pasaba la década, se fue llenando de quebrantos y dichas, alguno que otro divorcio, algún nacimiento, otro matrimonio en “segundas nupcias”, terremotos de la vida y de la tierra. Mientras esto ocurría me fui enterando que tenías otros discos y fui mirando

Panóptico | El hombre imaginario

«Estas escritoras que, en alguna etapa de sus vidas, han puesto a un hombre como centro, que han escrito sobre ellos y los han idealizado, no han sido capaces de soportar la cruda luz de la realidad, pues al descubrir en estos hombres su condición de fantasmas y sueños de su imaginación, algunas optaron por soluciones radicales.» Tal como sucede con la literatura escrita por hombres, en la escrita por mujeres también, a veces, aparece una figura inspiradora, en este caso la de un hombre que se convierte en el eje de sus vidas, rompiendo sus paradigmas, despertando su deseo, su pasión y la idea de que en alguna parte existe el amor total. Un ser que dada su perfección puede llevar a la mujer a estados de exaltación pura. Pero este tipo de relaciones, al parecer no forman parte de la vida cotidiana, por eso están teñidas por la imposibilidad, el quiebre y la decepción, pues no siempre estos hombres han estado a la altura de las circunstancias o son solo parte de un sueño. Alrededor de la figura de este ser imaginario se han escrito muchas páginas, siendo la inspiradora de grandes pasiones que han quedado en la historia de la literatura. Los casos que recogeremos se centran fundamentalmente en nuestra época contemporánea, no porque este hombre haya surgido solo en los últimos siglos, sino porque es ahora cuando la mujer ha tenido la oportunidad de publicarlo.   Violeta Parra (1917 – 1967) conoció al músico y antropólogo suizo Gilbert Favre (1936 – 1998) en su cumpleaños número 43. Los 18 años de diferencia entre ambos no fueron para ella ningún problema. El “Gringo” o el “Chinito”, como le apodaba, fue el último de sus grandes amores, antes se enamoró muchas veces, incluso algunos han llegado a afirmar que siempre estuvo enamorada. Junto al suizo vivió una aventura extraordinaria, como fue su exposición en el Museo del Louvre de París. Sin embargo, por diversos motivos estuvo varios períodos alejada de él y esto fue la fuente de muchas cartas que le envió. En estos textos, en que mezcla elementos de la cotidianidad, de la subsistencia diaria y el amor, se la ve como una creadora llena de pasión, iracunda a veces, celosa, posesiva y enamorada, pero sobre todo llena de dolor: “Un año nuevo sin ti. Mala suerte. Tengo un hombre fantasma ¿Cuándo tendré un compañero a mi lado? Parece que los chinitos no se han hecho para mí. Parece que no estoy en este mundo porque siempre me encuentro volando muy sola…”. Para Gilbert, al parecer, lo que comenzó como admiración por la artista, pasión y amor, con el correr del tiempo se fue enfriando. Son muchas las cartas en que Violeta le pide respuestas urgentes, solicita verlo pronto o lo añora: “Tu carta es bastante diversa. Se diría que ya no me quieres. No me ocultes la verdad por nada del mundo (…) Puede que tengas penas, puede que yo también tenga pena. Puede que se fue el amor y puede que no (…) claro que yo no sé si eres mío, ese es el misterio”. También en la poesía de su última etapa –que es justamente, la de la relación con el “gringo”– encontramos las huellas de este amor. En “Gracias a la vida”, por ejemplo, en el último verso de casi todas las estrofas se habla de este hombre, de su “voz tan tierna” y de sus “ojos claros”. Pero todo termina con la separación definitiva, Gilbert se fue rumbo a Bolivia donde comenzará una nueva vida, es en ese instante donde Violeta escribe este poema extraordinario que nos habla del dolor de la pérdida, del tren que se lleva a Run Run pa’l norte: “En un carro de olvido, / antes del aclarar, / de una estación del tiempo / decidido a rodar / Run Run se fue pa´l norte, / no sé cuándo vendrá / vendrá para el cumpleaños / de nuestra soledad…”. La vida para ella, después de esta partida, no volverá nunca a ser la misma, se llenará de clavos y espinas, poco tiempo después ella también partiría, pero por la puerta de emergencia: “Run Run se fue pa´l norte, / qué le vamos a hacer, / así es la vida entonces, / espinas de Israel, / amor crucificado, / corona del desdén / los clavos del martirio / el vinagre y la hiel / ¡Ayayay de mí!”.   La poeta uruguaya Idea Vilariño (1920 – 2009), fue una escritora quitada de bulla, tímida y, por lo mismo, poco conocida por los grandes públicos, pero que sin duda escribió una obra poética en torno al amor (sobre todo al desamor) de gran factura, en la que aparece la figura de un hombre ajeno, prestado, alrededor del cual va a tramar sus poemas durante muchos años. Que el hombre sea casado o inaccesible, también es una constante en la obra de Idea –el nombre se le ocurrió al padre, aficionado a la poesía–, quien se enamoró del también tímido y casado novelista Juan Carlos Onetti (1909 – 1994) y, según sus biógrafos, a él están dedicados la mayoría de sus textos de amor. Es una relación de instantes fugaces, sin embargo, fueron capaces de llenarla para toda la vida: “Tal vez tuvimos solo siete noches / no sé / nos las conté / cómo hubiera podido. / Tal vez no más de seis / o fueron nueve. / No sé / pero valieron / como el más largo amor. / Tal vez / de cuatro o cinco noches como esas / tal vez / pueda vivirse / como de un largo amor / toda una vida”. Se enamora de Onetti, la misma noche que lo conoce, según su propia confesión y comienza así una relación que les va a durar toda la vida “un hombre que llegaba a mi casa sin aviso, a cualquier hora, cerrábamos las puertas y las ventanas. Se detenían todos los relojes. Ya no sabíamos si era de día

Panóptico | La mujer imaginaria

«Una mujer que vuela por los aires, más que ir con los pies por la tierra, una figura que hace soñar de amor al escritor y a los lectores, pensando, creyendo –claro porque también es cosa de fe– que en alguna parte se debe encontrar alguien parecido, que sea capaz de romper con la realidad y que, tal vez, sea esa misma que cruza la calle en un semáforo o perdemos para siempre entre la multitud de una estación de metro. Esta figura que hoy nos preocupa es la mujer imaginaria, que aparece y desaparece en la vida de un escritor, dejando una estela, a veces, de alegría o sufrimiento, pero también una obra que, en muchos casos, trasciende al amor que la inspiró.» “Tanto soñé contigo que pierdes tu realidad”                                                                                                                                      (Robert Desnos)   La historia de la Literatura está llena de casos donde una mujer ha inspirado a un escritor, ha despertado su pasión, hasta el punto que una obra ha nacido gracias a su magia, a su aura, a la fascinación que despierta. Una mujer que vuela por los aires, más que ir con los pies por la tierra, una figura que hace soñar de amor al escritor y a los lectores, pensando, creyendo –claro porque también es cosa de fe– que en alguna parte se debe encontrar alguien parecido, que sea capaz de romper con la realidad y que, tal vez, sea esa misma que cruza la calle en un semáforo o perdemos para siempre entre la multitud de una estación de metro. Esta figura que hoy nos preocupa es la mujer imaginaria, que aparece y desaparece en la vida de un escritor, dejando una estela, a veces, de alegría o sufrimiento, pero también una obra que, en muchos casos, trasciende al amor que la inspiró.   Comenzaremos con una historia conocida, la de Dante Alighieri (1265 – 1321), autor de La Comedia –años después Petrarca la calificará de Divina–. Obra arquitectónicamente perfecta, está divida en tres partes: Infierno, Purgatorio y Paraíso, cada parte consta de 33 cantos que más el canto introductorio suman 100. Nada es azaroso en ella, todos estos números son sagrados para el cristianismo. Este gran poema fue escrito durante la Edad Media, pero como toda obra genial se anticipó a la época siguiente, es decir, al Renacimiento, pues si bien es cierto el texto narra el viaje de Dante desde la tierra hasta el Paraíso, pasando por el Infierno y el Purgatorio, en otras palabras, el viaje espiritual del hombre a Dios, no es menos cierto que este viaje lo hace inspirado por el amor a una mujer: Beatriz Portinari (1266 – 1290). Claro que este amor era muy especial, según se cree el florentino la vio solo tres veces en su vida y nunca la tocó, pues ella –amargamente– se casó con otro. Sin embargo, su muerte –muy joven– inspiró un sueño al poeta que sería la primera piedra del gran poema, convirtiéndose en su musa ideal y en el símbolo de la mujer imaginaria como ángel y salvación, superior en virtudes al hombre, pues sin ella se sentía perdido en el caos. En la obra aparece sobre un carro, en una nube de flores y ángeles para guiar a Dante en su paso por el Paraíso para llegar a Dios. Al encontrarla, en su viaje, después de contemplar las penas del Infierno y el Purgatorio dice: “…llena de estupor y de gozo, mi alma saboreaba aquel manjar que al mismo tiempo sacia y provoca nuevo apetito (…)”. Y le ruega: “– ¡Vuelve tus ojos a tu fiel seguidor, que para verte tantos pasos difíciles ha dado! Concédenos la gracia de mostrarle por gracia tu rostro…”. (Purg. C.XXXI). Marcando para siempre la Literatura con la imagen de la mujer–ángel, salvación para el hombre.   Otro caso, mucho más contemporáneo, es el de Nicanor Parra (1914 – 2018). El antipoeta, que dejó muy pocos rastros biográficos en su obra, hizo una excepción cuando escribió a fines de los años 70  “El hombre imaginario”, este texto es muy distinto al estilo antipoético que había cultivado hasta entonces, no hay ironía, ni humor, ni tampoco usa el lenguaje coloquial: “El hombre imaginario / vive en una mansión imaginaria / rodeada de árboles imaginarios / a la orilla de un río imaginario…”, se trata más bien de “una historia” de desamor, en la que todo es imaginario, menos el dolor que el hablante siente por la pérdida amorosa:  “(…) Y en las noches de luna imaginaria / sueña con la mujer imaginaria  / que le brindó su amor imaginario / vuelve a sentir ese mismo dolor / ese mismo placer imaginario  / y vuelve a palpitar / el corazón del hombre imaginario.” La mujer imaginaria, según declaración del mismo Parra, era menor que él, casada, con dos hijos, perteneciente a una familia burguesa. “Era inconmensurable y eterna (…) Yo tenía 64 años y ella 32. Y ella era la mujer que yo soñaba, y que yo buscaba y que creía haber encontrado”, dice el antipoeta en una entrevista. Pero no se pudo, ella lo abandonó y él escribió el poema, porque la otra salida, según su propia confesión, habría sido el suicidio. La poesía como antídoto frente al abandono, la poesía como terapia frente al desamor. El antipoeta que se había reído e ironizado y disparado “a diestra y siniestra”, no pudo, en este caso, reírse de sí mismo, tuvo que convertir a la mujer real en la imaginaria.   Siguiendo las huellas literarias de esta musa, nos encontramos con esta primera frase que, al mismo tiempo, es una pregunta en la novela Rayuela (1963)

Poesía chilena actual | Jorge Etcheverry: Poemas desde Canadá

LA POESÍA  Ese género Que nos decían es para expresarse ¿de qué estamos hablando Con todas esas canciones, videos Las posteadas en el Facebook en Twitter En las así llamadas redes sociales? Con todas las resmas, perdonando la imagen anticuada De papel con afirmaciones humanistas En un momento (nos carga el vocablo tiempo) En que se reiteran los buenos propósitos y sentimientos Con los que en general estamos de acuerdo Pero que parecen que no llevan a ninguna parte Si no es por los contactos Los partidos La red de amistades y conocidos Que permiten llegar a algún encuentro internacional Ojalá prestigioso En que más o menos se dicen las mismas cosas Pero en que a la postre Se conoce gente, se toma se conversa A veces gente del uno Pero de ahí para dónde vamos Es que a lo mejor estamos pegados en una imagen romanticona Suponer un más allá para este quehacer Es casi ridículo Pero una voz nos dice A lo mejor esa chiquilla, la poesía dice “a ver cabros, o cabras Echémosle pa delante porque patrás no cunde” Y en una de estas y no creo que deba editar esto antes de ponerlo en estas circunstancias Porque prometo que esto no lo voy a publicar Es que estoy con unos tragos   LA ÚLTIMA DE TINTO  Lo juro Que se fue en dos horitas y seis puchos aunque oficialmente no fumo Pero  Por mi madre y mi abuela que en paz descansen es la última minifarra Privada quizás la penúltima Para mi cumpleaños Que se avecina va a ser la definitiva Después vendrán las caminatas el pescado y el tofu Me embarga la vergüenza de sacar mis trapitos al sol Si la poesía no sirve para esto mejor me jubilo de veras    DE LA RISA Y LA SANGRE   Eran otros tiempos Otra ciudad  la de diarios matutinos con espacios en blanco  por los recortes a última hora que ordenaban los militares Desaparecían los periodistas junto a sus reportajes Pero la gente se contaba en las fiestas chistes sobre el pinocho Le imitaba esa voz gangosa tan chilena Aunque los comentaristas radiales fueran hechos callar para siempre y sus comentarios reemplazados por el hit más a la moda Otro continente, claro Los espacios y sujetos  han cambiado pero el humor puede seguir siendo arma de combate sinó pregúntenselo a Parra Eso sí  Van a tener que andarse con cuidado No sea que la interpretación torcida de algún libro sagrado O algún oficial de civil o de uniforme —ya más al viejo estilo— Encarnando al poder que sea Los borre de esta tira cómica Del mundo   LA VIDA EN SUEÑO  Me despierto A lo mejor no La veo sentada al borde la cama Me dice  “mira Jorge Ya sé que soy conmovedora y ando siempre ocupada Pero no invoques mi Santo Nombre en vano Para sacarle el poto a la jeringa”    LEYENDO A RIMBAUD  Hay un poema en las iluminaciones No lo voy a consultar textual aunque debe estar en la red se llama en español Oración de la tarde Al final el poeta sale a mear Y hay unos heliotropos En otro del mismo libro  Arturo empieza a hacer un inventario poético de flores al final se cabrea y manda al lector a buscarlos en el libro De un especialista en flores y plantas Lo cotidiano empapa la poesía Terminar un poema es una lata   ANTES  En los albores humanos de la especie que se abría en abanicos esos homínidos que nos dieron lugar No había fronteras  sólo accidentes naturales, las hordas llevaban de valle a montaña de estrecho y planicie a mar a continente su fuego su cultura que empezaba a balbucear Quizás ahora estemos  en una Manvantara que se inicia o que termina Las fronteras que resultan de las anécdotas del poder de milenios de invasiones guerras colonizaciones saqueos se ven perforadas por multitudes otra vez desplazadas por los cuatro ámbitos del globo Con sus escasas pertenencias o solo con su vida y su familia Por un mundo que unen redes comerciales rutas marítimas y áreas redes virtuales carreteras que a veces atraviesan continentes Esos grupos se desplazan por arterias de metal y concreto El poeta me dijo el otro día “Jorge, no sé si debamos lamentar o celebrar la globalización que le dicen cada letra se baña en sangre pero en lo recóndito Me atrevo a decirte Titila una luz” A lo mejor en una de éstas y pese a todo el sufrimiento los caudales humanos  que se cuelan por las cercas fronterizas puede que sean la semilla de un futuro Un poco la calma de la mar después del tifón Un mundo hermano Sin fronteras.   LALGARABÍA   alborotaría la urbana demografía                                                                  de bocinazos cacerolazos permearía las ventanas de los cubículos más altos a los retículos de corazones mentales desataría en esa alborada algarada multivoces multícaras que se solucionan resuelven gesticulantes en puños fogatas buenas y de las otras aclaremos las que prenden barricadas de madera chatarra heroica que ardeparriba metafóricamente no pabajo idem el fuego cizaña malo de vándalos dicho sea de paso pueblo bárbaro—de “bar bar” como los griegos le decían a esa otra gente que hablaba algo que les sonaba como eso—de los pulentos vándalos que en el siglo V les daban dolores de cabeza—testa—a los romanos ahora bien según la Wiki “la palabra vándalo se utiliza para hacer referencia a una persona o un grupo de personas que actúan de la misma manera, organizadamente o no, para destruir, robar, saquear y violentar propiedades privadas, etc.” pero como decía esa chiquilla dirigente estudiantil en una laaaarga entrevista muy reciente que la gente quemaba todo a fines del año 2019 pero no tocaba ni a las escuelas ni a los bomberos entonces está esa cosa del instinto de las masas del pelao Lenín, aunque de conciencia política na que ver parece aunque hay unas semillitas básicamente a nivel comunal pero volvamos             La algarabía que nos llega a la terraza del edificio que quizás no aguante el último pencazo avecinable del terremoto que venga algazara a los pájaros, gaviotas, palomas, humildes zorzales que se apersonan a la terraza del edificio porque adivinan avizoran en algunos hilos o filamentos de ese vasto tejido polícromo sonoro las hebras de la REVOLUCIÓN.    PERSECUTORIA Me he cambiado de ropa y de ciudad y yano camino por la calle a las mismas horas ni duermo todas las noches. Alteré desde mis hábitos alimenticios hasta el diámetro de mi cintura. Ya no persigo ningún tipo de pájaro fantástico con los ojos enrojecidos, el cerebro achicharrándoseme adentro del cráneo (grueso) mientras la fiebre cubre mi frente de un agua caliente y salada.  Enhorabuena, enhorabuena. Esas son las voces de los más sensatos que sin necesidad de comunicarse, de recibir ningún mensaje, ahora salen a la puerta de sus casas modestas pero bien cuidadas a saludar mi paso de réprobo arrepentido. En algún lugar de estas vastedades, unos batracios, al menos eso parecen en medio de las sombras que los cobijan aún de día, ya que evitan el comercio con la luz y hurtan la cara, aún deciden entregarse a veces a urdir y desurdir negros ovillos de lana sucia. Tienen la vana esperanza de que sus

Panóptico | ¿Por qué leer El Quijote hoy?

«Cómo no nos vamos a reír cuando entendamos que la palabra “quijote” hacía referencia a una pieza de la armadura que cubría el muslo, o sea, una especie de “muslera” y que “La Mancha” era para los lectores de Cervantes un lugar tan prosaico como cualquier otro, de ahí que el nombre de la novela, “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”, era bastante ridículo, pues a “Ingenioso e hidalgo”, que podían ser atributos  positivos, se le contraponía el nombre del caballero que, para que el lector comprenda, sonaba algo así como “El ingenioso hidalgo don Muslera del Mapocho”. O sea, desde el título es una burla, una parodia, por ejemplo, del Amadís de Gaula, la más famosa de las novelas de caballería de esos tiempos.» A todos mis amigos que nunca han leído completo “El Quijote”.   Este artículo está dirigido a aquellos buenos lectores que, sin embargo, nunca han leído El Quijote de manera completa. Para aquellos que sabiendo que en algún momento deberían leerlo, que es una “deuda” que se arrastra año tras año, lo dejan para después. Por lo tanto, este artículo no está dirigido a especialistas que busquen una “nueva” mirada sobre la novela de Cervantes. No me interesa ser novedoso, ni menos original. Para acometer esta empresa quijotesca –la de escribir este precario artículo sobre esta obra monumental– me basaré en mi experiencia como profesor de literatura que ha tratado de enseñar y cautivar a sus alumnos –con buenos y malos resultados– y en mis lecturas de la obra, como de otras a lo largo de los años. El lector de este artículo no encontrará citas a otros autores, ni menos una bibliografía extensa –como se estila en estos casos–, solo encontrará un resumen muy breve de razones por las que yo creo importante leer hoy El Quijote.   En fin, comencemos de una vez. La primera o la única pregunta que habría que tratar de responder es ¿Por qué tenemos que leer El Quijote hoy? Es decir ¿Por qué en esta época de la acumulación, de la búsqueda del beneficio urgente, de la satisfacción inmediata, habría que acometer la empresa de leer una obra que tiene más de 400 años de publicada, que tiene 126 capítulos con infinidad de situaciones, personajes, además de un español –de comienzos del S. XVII– confuso para nosotros, lleno de arcaísmos propios del protagonista, que trataba de imitar el habla de un caballero medieval? O ¿Por qué en esta época de lo instantáneo, de las series –que, con mirada bovina, recibimos cada noche con la boca abierta–, habría que hacer un esfuerzo y leer esta novela? Esa es la pregunta, la única pregunta que hoy me propongo responder, pero claro, mi respuesta no es única.    La primera razón por la cual habría que leer esta obra es exclusivamente literaria y les interesa principalmente a los novelistas, porque Cervantes nos enseñó a escribir novelas, él es la fuente de todas las narraciones modernas y contemporáneas, y esto por su forma tan singular, tan maravillosamente artística que solo podía aflorar de la mente de un genio. La estructura de las aventuras es simple, pero tiene variaciones hasta el infinito. El hidalgo Alonso Quijano enloquece de tanto leer libros de caballería e, imitándolos, busca un nombre: Don Quijote de la Mancha, con el que se interna en el mundo real creyendo que es el de sus novelas, transformándolo. Generalmente alguien le dice que lo que ve no existe, sin embargo, él insiste, y viene el choque entre lo que él cree que ve y lo que realmente es. Choque entre sueño y realidad.     A nivel formal se encuentra también otro aspecto clave, que la gente olvida o pasa por alto a la hora de leer la obra, pues la leen en serio y con cierto temor de no entender, como si fuera la Biblia o algún tratado de filosofía o alguna gran tragedia griega –esto seguramente inspirado por las clases de algún trasnochado profesor de Lenguaje que la enseñó sin pasión, obligado–. No toman en cuenta que la primera intención de Cervantes fue criticar a través de la parodia –imitación con fines de burla– los libros de caballería, esas novelas que él tanto amó y que hablaban de héroes gallardos e invencibles, princesas hermosas y virginales, gigantes, dragones, o sea, un mundo maravilloso, pero irreal, un mundo que no existía. En este lugar instala a don Alonso Quijano de alrededor de 50 años –un anciano para el S XVII, quizá hoy diríamos alrededor de 70–, quien quiere ser un caballero como los que él había leído, en un mundo donde ya no hay caballeros, más bien son parte del pasado medieval, pero él no lo sabe (o en su locura lo olvidó) y eso hace que todos lo traten de loco –porque hace tonteras– y el lector se ría de él. Cómo no nos vamos a reír cuando entendamos que la palabra “quijote” hacía referencia a una pieza de la armadura que cubría el muslo, o sea, una especie de “muslera” y que “La Mancha” era para los lectores de Cervantes un lugar tan prosaico como cualquier otro, de ahí que el nombre de la novela, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, era bastante ridículo, pues a “Ingenioso e hidalgo”, que podían ser atributos   positivos, se le contraponía el nombre del caballero que, para que el lector comprenda, sonaba algo así como “El ingenioso hidalgo don Muslera del Mapocho”. O sea, desde el título es una burla, una parodia, por ejemplo, del Amadís de Gaula, la más famosa de las novelas de caballería de esos tiempos. En definitiva, Cervantes quiso reírse de este tipo de libros, comenzando con los poemas en tono burlesco del comienzo, porque le llenaron la cabeza de mundos que no existían –y no solo a él, sino que a una época y a una nación que salió a navegar por todo el mundo buscando aventuras– y para esto creó

Panóptico | Escribir como utopía

«¿Le pagaran a alguien en este país por hacer Literatura? ¿Cuántos escritores podrán vivir solo de lo que escriben, aquí en Chile? Estas preguntas podrían hacerse también en otros ámbitos artísticos ¿Cuántos artistas pueden vivir, en este país, solo de su arte, sin tener que trabajar en otros empleos?» Hoy es viernes por la tarde, comienzo de otro prometedor fin de semana, en el cual tendrás tiempo para escribir. Toda la semana has esperado este momento. A esta hora estás en tu dormitorio descansando del trabajo, con la luz apagada, tratando de sacudir de tu cabeza la acumulación de correos, órdenes (desde arriba y hacia abajo), de reuniones, de lugares comunes, de ese lenguaje escalofriante de “la pega”, en fin, tratando de poner la mente en blanco para poder generar alguna “idea luminosa”, algo de que escribir. Pero te quedas dormido, pasa el tiempo, ya es hora de comer y te llaman; la página en blanco podrá esperar otra hora (como ya ha esperado toda la semana).  Luego de la comida y el lavado de platos, se hace el silencio y es hora –te dices- de escribir, leer o pensar, pero al refugiarte en ese cuarto lleno de libros que llamas “biblioteca” y encender el computador, no se te ocurre nada que poner en la pantalla, ninguna cosa, ni siquiera una frase relativamente decente. Para buscar inspiración empiezas a recorrer los sitios de noticias, pero es la misma bazofia de siempre, con los mismos comentarios incendiarios o descerebrados de individuos que se parapetan tras un pseudónimo. Mejor quizá revisar tus redes sociales, tal vez haya un milagro, un chispazo, pero entre tanta foto insulsa de gente celebrando, mensajes llenos de esperanza o de “memes” para niños de 5 años, te pierdes. Entonces revisas tu  correo personal, pero, claro, no hay nada nuevo, no te has ganado ninguna beca, ni ningún concurso literario últimamente; el resto, notificaciones de tu banco ofreciendo o quitándote algo. Así que decides que lo mejor es apagar el computador y, si viene algo a tu cabeza, lo que sea,  lo escribirás a mano. ¿Qué tal si te ayudas con algún libro de tu biblioteca y buscas allí inspiración? Tienes tantos ¿Cómo allí no vas a encontrar nada? Y te transformas en un personaje ciego de Borges, buscando una respuesta inútilmente. ¿Por qué inútilmente? La respuesta es simple, porque después de 15 horas de estar despierto y de 12 horas de trabajo es más cómodo, vegetar que tener que idear alguna frase medianamente original y pretender redactarla.  Además, cualquier libro a esa altura del día te resulta ininteligible, sobre todo para un cerebro exprimido toda la semana, como el tuyo, a lo más, podrás leer los subtítulos de alguna mala película o de una serie. Entonces, claro, escribir es una utopía. Esto es así porque en lugar de dedicarte solo a escribir “literatura”, para sobrevivir, tuviste que “elegir” trabajar, usar la parte más valiosa del día en un trabajo bien o mal remunerado. Bueno, por lo menos si está bien remunerado, puede servirte de consuelo. Me pregunto ¿Le pagaran a alguien en este país por hacer Literatura? ¿Cuántos escritores podrán vivir solo de lo que escriben, aquí en Chile? Estas preguntas podrían hacerse también en otros ámbitos artísticos ¿Cuántos artistas pueden vivir, en este país, solo de su arte, sin tener que trabajar en otros empleos? Es así como este caso, se puede extrapolar también a otras áreas. Pongamos un ejemplo que quizá coincida con el caso de alguien que conozcas (si esto es así se trata de una mera coincidencia). Supongamos que ese alguien es o se cree un escritor “profesional”, escribe, publica en revistas o pasquines y que, luego  de decidir que quería agregar a la gran lista de “obras maestras”, la suya, permitiendo que un grupo de inocentes (los lectores) lo leyeran, hizo una autoedición o edición provinciana, luego “lanzó”  su libro, hubo discursos de algunos amigos y esperó la recepción de la crítica y el llamado de las librerías (a las que él mismo llevó su libro) pidiendo más ejemplares de su obra.  Pero, como siempre, no pasó nada, muy pocos pagaron por su “master piece”, la mayor parte de sus libros se quedó en su casa. Nadie lo “descubrió”. Así que no pudo cumplir el sueño de vivir como artista, tener su refugio frente al mar con conchitas y mascarones de proa. Es más, aún vivía con sus papás, para quienes ya no era “la gran promesa” que solía ser.  Así que llegado a este punto, pues no tuvo ni apoyo familiar (pues debe aportar con dinero en la casa) ni el mecenazgo de algún partido o el “pituto” de alguna beca de creación, en fin, en estos tiempos neoliberales, decidió vender su alma, o sea,   decidió trabajar y desempolvar el cartón universitario que había guardado, porque no quería ser un pequeño burgués, un triste funcionario; pero tuvo que trabajar, así que buscó algo más o menos adecuado a su estatus de escritor y postuló a varias empresas que pudieran usar su ingenio y creatividad. Un trabajo limpio que le permitiera, piensa, acceso todo el tiempo a un computador, donde podrá seguir escribiendo en esos “tiempos muertos” que se dan en todas las pegas. Finalmente y luego de varios portazos o de esperar llamadas que nunca llegaron, “decidió” hacer clases. La docencia nunca ha sido enemiga de la escritura. Hay tanto escritor que ha sido profesor, además. Claro un escritor tiene tanto de que hablar, puede entonces trabajar en alguna unidad educativa (como se le llama hoy) hay muchas: colegios, institutos profesionales, centros de formación, universidades, por qué no. Ni siquiera es necesario haber estudiado pedagogía, mucha gente relacionada con la educación, incluyendo los ministros, no han estudiado pedagogía. Descartó los colegios, pues no se veía haciendo clases a un grupo de adolescentes a los cuales nada les interesa, así que optó por la educación superior, pues la gente que lucha por ser profesional debería ser más responsable, más enfocada,

Panóptico | Parra

«Su casa tenía dos pisos, en el primero se alojaba su biblioteca, enorme y a primera vista muy desordenada, en ella una foto de Nicanor con Violeta junto a una gran olla, él de poncho y de bufanda, al lado una segunda foto de alumnos y profesores del INBA (Internado Nacional Barros Arana), donde estudió y luego ejerció como inspector, que irónicamente era titulada con el verso de la Mistral: “Todas íbamos a ser reinas”.» “Voy y vuelvo”.   Ir a visitarlo a su casa de Las Cruces significaba ir a hablar de Literatura, de la suya o de la que a él le interesaba, de esa era la que hablaba o de sus recuerdos. Horas de horas, hasta que se hacía de noche y, a lo lejos, tras el ventanal se podían ver las luces en los cerros de Cartagena o en el puerto de San Antonio y era la señal para que volviéramos a Santiago. Recuerdo su casa, en la calle Lincoln, afuera siempre había un escarabajo de los años 90 estacionado, lleno de papeles, de fotos de revistas y de libros. Cuando lo conocimos, todavía daba paseos por las calles llenas de tierra de ese balneario otrora de la burguesía, pues sus antiguos propietarios habían vendido sus casonas para irse a sectores más exclusivos, hacia el norte, donde la rotería y su pachanga no llegaran. Se ponía un sombrero, un chaleco largo de color indefinido, se sujetaba el pantalón más arriba de la cintura y con un bastón comenzaba a caminar, seguramente recordando el poema lárico que escribió 50 años antes: “A recorrer me dediqué esta tarde / las solitarias calles de mi aldea / acompañado por el buen crepúsculo / que es el único amigo que me queda…”. Muchos lo miraban como un viejo excéntrico o genial (cultivaba ese perfil), otros con respeto por el antipoeta, por “la estrella de rock”, algunos se lograban sacar una foto con él, eso le gustaba, mal que mal, siempre fue vanidoso. Por eso mismo, pienso, que un día no quiso que le tomaran más fotos y se cubría la cara con sus manos, pues ya no se veía tan bien y, poco a poco, a comenzó a alejarse de los “turistas culturales” que querían saludar al último gran poeta vivo, al “inmortal”, en su casa equidistante a las tumbas de Huidobro “el pequeño dios” de Cartagena y a la de Neruda “la vaca sagrada” de Isla Negra, en ese litoral cada vez menos poético, loteado por las inmobiliarias de casas de veraneo “baratas”.   Nicanor Parra (1914 – 2018) irrumpió con fuerza en el escenario de la poesía chilena el año 1954 con su libro “Poemas y antipoemas”, tenía 40 años y aunque este no era su primer libro, siempre quiso pensar que sí, que de ahí en adelante comenzaba su obra. Este libro vino a interrumpir y a quebrar una larga tradición de la poesía en Chile que, en ese momento, encabezaban Neruda, Mistral y Huidobro. Estos poetas derivaban de la modernidad inaugurada por Baudelaire, seguida por Rimbaud, Verlaine y en Latinoamérica por Darío. Esta poesía centrada en el yo y, en muchos casos, “autobiográfica”, buscaba la musicalidad antes que nada, la “alquimia verbal”, la metáfora exquisita, usando un lenguaje “poético”, selecto, refinado, alejada de los grandes públicos, a pesar de los esfuerzos nerudianos por hacer una poesía “popular”.  Estos poetas estaban -según Parra- en “El Olimpo”, alejados del ciudadano común, escribiendo “para media docena de elegidos”. A propósito de su irrupción en la Historia de la Literatura Chilena escribió: “Durante medio siglo / la poesía fue / el paraíso del tonto solemne. / Hasta que vine yo / y me instalé con mi montaña rusa…”. Vemos que de inmediato la antipoesía plantea un problema, propio de “La Guerra Fría”, pues es absolutamente confrontacional,  o estás conmigo o estás contra mí. Así los textos parrianos comenzarán a destacarse, justamente por sus características contrarias a las de la poesía tradicional: uso de un lenguaje coloquial, popular, de la calle incluso, frases hechas, modismos, refranes y la ausencia del “yo lírico”;  el “hablante” ya no se mirará el ombligo o se creerá un ser especial (profeta, demiurgo, mago), este gesto dará paso a múltiples voces que no, necesariamente, corresponden a la voz del autor. Estos personajes tienen diversas posiciones políticas, valóricas, religiosas (incluso antagónicas), son voces anónimas que denuncian la situación del hombre de la segunda mitad del S.XX, utilizando la ironía, la sátira, la parodia y el humor (entre otros recursos), pues de acuerdo con la visión parriana “el cielo se está cayendo a pedazos” y la poesía tradicional “no daba para más”, no era una respuesta. Su “montaña rusa” fue recibida con aplausos por aquellos que pensaban que la poesía no debería ser un “objeto de lujo”, propio solo de una elite. Sin embargo, también recibió críticas, pifias y abucheos por parte de los que pensaban que lo que hacía Parra, en definitiva, no era poesía, sino que, como diría un crítico de la época, era solo “un azafate lleno de excrementos humanos”.   Una de esas tardes en que conversábamos con Nicanor en su casa, nos contó que cuando apareció su libro “Poemas y antipoemas” una persona clave en su difusión y consolidación definitiva fue, paradójicamente, Neruda. El poeta de Isla Negra lo invitó muchas veces a su casa en la playa y allí tras comer, seguramente, un caldillo de congrio y varias botellas de vino blanco (reserva, ¡cómo no!) entre conchitas y mascarones de proa, Parra le leyó algunos de sus textos. Parece que Pablo (así le decía Parra) quedó impresionado, pues escribió algunas palabras elogiosas en la contratapa y recomendaba el libro a todos los que podía, regalándoles incluso algunos ejemplares. Quizá con este gesto, muy generoso, pero muy político, Neruda quería adoptar a Parra como hijo putativo, instalarlo dentro de su órbita poética (como hizo con muchos), pero a la larga terminarían separando aguas, como deja claro el antipoeta en su “Manifiesto” (1963).  

Panóptico | Un baño de tumba en el cementerio de Montparnasse

«Después de leer un poema en honor al poeta maldito, seguimos caminando, buscando la residencia de otro escritor y fue así como agotamos calles de piedra y edificios bajos, en esa mañana luminosa de enero, con algunas nubes en un cielo de color azul. De tanto en tanto nos topábamos con otros transeúntes que en parejas o solitarios recorrían las diecinueve hectáreas, buscando una dirección entre las 35.000 tumbas húmedas y frías. No es fácil caminar entre tanta muerte, entre tanta “Piedra negra, sobre una piedra blanca” como diría el Cholo Vallejo en uno de sus poemas más famosos.»  “De cuando en cuando y a los lejos / hay que darse un baño de tumba” (P. Neruda)   ¿Qué tienen en común Charles Baudelaire, César Vallejo y Julio Cortázar además de ser escritores? La respuesta es simple. Todos están muertos y enterrados en el mismo cementerio en París, es decir, a unas pocas cuadras de distancia en esta “ciudad de los muertos” se encuentran estos grandes hombres de la Literatura. ¿Cuántos caminos tuvieron que recorrer? ¿Cuántas páginas tuvieron que escribir? ¿Cuánto sufrir, cuánto gozar? ¿Cuántas vidas tuvieron que vivir para, finalmente, “descansar” en este mismo barrio de París? Pongo descansar en comillas, porque no puedo dejar de recordar el poema de Nicanor Parra (que a todo esto está enterrado en el patio de su casa de Las Cruces, en un simple hoyo en la tierra): “claro — descansa en paz / y la humedad? / y el musgo? / y el peso de la lápida (…) / y los malditos gusanos / que se cuelan por todas partes / haciéndonos imposible la muerte / o les parece a ustedes que nosotros / no nos damos cuenta de nada…”. Cuando leo este poema (o antipoema) no puedo dejar de pensar en el destino de los muertos, incluso de los muertos “ilustres”, pues tal vez se dan cuenta de todo (ver: “La amortajada” de M. L. Bombal) y muchas veces son enterrados en lugares que ellos jamás hubieran escogido, por ejemplo, junto a la familia que los repudió o en tumbas prestadas o en cementerios, los cuales ellos nunca visitaron.  Son pocos los que pueden escoger el lugar donde “vivirán” la muerte. Incluso, si es así, sus tumbas a veces se constituyen en el lugar de visita de este nuevo personaje que aparece en las calles de las ciudades de hoy, e incluso en aquellos cementerios donde se encuentran los que jugaron en la primera división del arte, la ciencia o la Historia del mundo: el turista cultural. Personaje, por lo general, esnob e inofensivo, que viaja por el mundo detrás de celebridades muertas o vivas, o de lugares de prestigio cultural, en busca de una foto que pueda subir a sus redes sociales. Lo que antes era la peregrinación de unos devotos, fieles y conversos que viajaban, por ejemplo, en busca del Santo Sepulcro o de la Basílica de San Pedro, hoy todo esto, gracias al mercado y a la moda del viaje, es un paquete turístico transable en divisas de distinto tamaño o color, disponible para estos turistas. Hacía mucho frío cuando nos dirigimos, una mañana de fines de enero, desde la estación del metro “Raspail” hasta la entrada del cementerio Montparnasse, bajo un sol de invierno en París. Estaba muy interesado en recorrer este sitio buscando las tumbas de algunos escritores (hay mucho, poco tiempo y hay que escoger, como en el Louvre).  El panorama era bastante desolador, a pesar del cuidado europeo del recinto inaugurado en 1824, pues es un cementerio que nos recuerda a la muerte, nuestra mortalidad y, también, la vanidad de las construcciones que hablan de la riqueza del que está depositado y de su familia. Muy lejos de esos parques a la moda norteamericana, llenos de pasto y pequeñas plaquitas, para que nos olvidemos que allí abajo, en las raíces, la gente se pudre. Poca gente a esa hora de la mañana recorría las tumbas, buscando algún familiar o, tal vez, perdidos como nosotros, persiguiendo la tumba de alguien famoso, que apareció nombrado en esas guías tan cómodas de la red, al son de títulos como: ¿Qué hacer en París en tres días?  París se presta para todo, es la ciudad emblema del turismo, para todo tipo de turistas, incluso los culturales, gracias a que el general nazi Dietrich von Choltitz, quien, según la leyenda, desobedeciendo a Hitler, no destruyó los monumentos de la Ciudad Luz en 1944. Después de mucho andar buscando, entre este laberinto de lápidas (perdón, por el cliché), sin mapas que nos hubieran servido mucho y luego de recorrer muchos patios llegamos, por fin, hasta donde se encontraba la primera tumba que queríamos visitar, la del poeta Charles Baudelaire (1821 – 1867), padre y profeta de la poesía moderna. Para aquellos que no lo conocen, sepan que es imposible entender la poesía contemporánea si no has leído “Las flores del mal” (1857). En vida la relación con su padrastro, el general Aupick, siempre fue conflictiva, el militar representaba todo aquello contra lo que el poeta luchó (¿Puede haber, sobre todo en nuestra época, dos vocaciones tan opuestas?). Baudelaire fue, diríamos, un dandy y un antisistémico:  un poeta maldito que experimentó y sobrepasó los límites morales de su época, rebelándose en contra de la vida burguesa de la cual provenía, usando drogas, enamorándose de prostitutas y, para mayor escándalo, de raza negra. Además, escribió (y esto es lo verdaderamente importante) varios poemas que fueron condenados por inmorales y otros que abrieron todos los caminos de la poesía actual, es decir, él cambió la poesía para siempre.  También participó en estallidos sociales en donde, desde las barricadas, llamaba a fusilar a su padrastro, por conservador y reaccionario.  Pero la sífilis (como a otros artistas de la época) lo fue consumiendo poco a poco, hasta que, a los 46 años, el 31 de agosto de 1867, falleció, y su madre decidió enterrarlo en la tumba familiar, donde había sido inhumado su padrastro diez

Panóptico | El litoral de los poetas

«Este balneario cuyas playas de arenas negras, semejantes a muchas de Europa, sirvió de inspiración a las familias ricas de la época para crear su propia Costa Azul, con palacetes, mansiones y casas señoriales, construidos con materiales importados, traídos desde el otro lado del Atlántico, para una aristocracia cuyos descendientes hace ya rato los abandonaron por otras posesiones mucho más exclusivas y menos accesibles. Hoy, en ruinas, sirven de albergue a veraneantes de escuálidos fondos, gente popular que veranea con poco.» “Todo es poesía / menos la poesía” (N. Parra)   A una hora y media de Santiago, en auto o en bus, directo por la Autopista del Sol o por la Ruta 68 (desviándose hacia la costa en Casablanca) llegamos al Litoral Central o, como fue bautizado por algún siútico, publicista y/o experto en marketing: “El Litoral de los poetas”. Hace muchos años, cuando aún no tenía este nombre tan rimbombante, se podía llegar en un tren de carros de madera que partiendo de la Estación Central pasaba por largas y silvestres estaciones con nombres como: Padre Hurtado, Talagante, El Monte, Melipilla, Leyda, para luego cruzando algunos túneles llegar a la estación del puerto de San Antonio, que quedaba justo donde hoy está la entrada a un mall-casino con forma de barco “pseudocubista”. Así luego de varias horas, vendedores con canastos en los pasillos y con la cabeza asomada por la ventana, se arribaba a la estación Cartagena, sitio del que hoy, tras el incendio que la afectó en 1999, queda solo una reproducción de utilería, recuerdos, vestigios de carros estacionados o alguna que otra foto en sepia. “El litoral de los poetas”, esta audaz sinécdoque fue usada, suponemos, debido a que tres poetas chilenos (quizá los más “importantes”) en distintos momentos de sus vidas buscaron refugio y soledad en sus costas, huyendo como diría Fray Luis “del mundanal ruido” para poder escribir sus versos. Claro que hoy esto es una utopía, especialmente durante los meses de verano, donde estas playas sufren la invasión de un depredador natural: los veraneantes, a quienes muy poco les importa la obra de estos artistas, pues buscando “desconectarse” de sus productivas vidas y equipados con aparatos, cada vez más sofisticados, reproducen con una potencia inusitada, la música de moda para ellos y todos sus vecinos. Además, dejan cicatrices en la arena, infinidad de envases de todo tipo, basura de distintos colores que otros veraneantes aumentarán con colillas de cigarros, pañales desechables, botellas, latas, suciedad humana que perdurará años, décadas. Hace unos días leí la noticia que, en una playa de la comuna de El Quisco, encontraron un envase de un helado de la década del ‘70 del siglo pasado, casi intacto. ¡Cincuenta años enterrado! En fin, dirán algunos, es el precio del descanso. Durante la primera mitad del siglo XX en Cartagena, sobre un cerro, vivió el poeta Vicente Huidobro, padre del Creacionismo, quien afirmaba que era el primer y único poeta que había existido, pues los demás solo copiaban la realidad y solo él era un creador auténtico. Su familia fue dueña de gran parte de esta ciudad en la que pasó sus últimos años. Este balneario cuyas playas de arenas negras, semejantes a muchas de Europa, sirvió de inspiración a las familias ricas de la época para crear su propia Costa Azul, con palacetes, mansiones y casas señoriales, construidos con materiales importados, traídos desde el otro lado del Atlántico, para una aristocracia cuyos descendientes hace ya rato los abandonaron por otras posesiones mucho más exclusivas y menos accesibles. Hoy, en ruinas, sirven de albergue a veraneantes de escuálidos fondos, gente popular que veranea con poco. Así se fue transformando desde un balneario de lujo para la aristocracia, hasta uno muy proletario, muy lejos del sueño y de las aspiraciones de las familias de clase alta que lo visitaban hace un siglo. Para llegar a la que casa donde vivió y murió Huidobro, hay que subir cerros de calles sin pavimentar, al costado casas bajas muy precarias nos dan la bienvenida. Después de varias curvas polvorientas, arribamos a un museo bien estrecho y un tanto prescindible, con el que la fundación, que cuida la memoria del poeta, nos quiere informar quien fue este hijo de la aristocracia chilena. Con paredes atiborradas de fotos de su vida, llenas de reproducciones y muy pocos documentos originales pues, según se dice, los herederos del poeta vanguardista los mal vendieron o los regalaron. Lo bueno es que nunca hay gente, ni grandes colas a la entrada.  Algunas cuadras más arriba de la casa-museo, sobre una colina que domina la ciudad, que está cada vez más cerca con sus construcciones modernas, pero espantosas, está su tumba. “Abrid la tumba / al fondo de esta tumba se ve el mar”, dice en la lápida y no faltó el borracho idiota que hizo caso a la instrucción y trató de abrirla, y otros que, como homenaje, llenaron la tumba, del creador de ese lenguaje inaugural y cósmico de Altazor, con grafitis y botellas vacías. Hoy la tumba está abandonada, rejas rotas y jardines, hace años inexistentes, la rodean. Pienso en eso mientras camino por la terraza de Cartagena, entre la playa grande y la chica, fotografiando el deterioro de las casas, algunas verdaderas hazañas arquitectónicas, aún en pie, que  miran al mar o las placas que han puesto los fieles en agradecimiento a “La Virgen del Suspiro”, entonces  recuerdo los versos de Enrique Lihn que creo que habría que releer a la luz de este paisaje: “…una ruina de lo que no fue entre los restos de lo que fue un / balneario de lujo / hacia 1915, con mansiones de placer señorial convertidas en / conventillos veraniegos…”. Hacia el norte, en una localidad con una hermosa playa, Neruda compró una cabaña de piedra para refugiarse con su mujer de entonces, Delia del Carril, después de la Guerra Civil Española, en esa época a este sector se llegaba solo a caballo y, según la tradición, fue el poeta quien la bautizó como Isla Negra.