Sergio Sarmiento

Espía 13 | El verano de los chaguales

«Curtidas por el sol, el viento y el picoteo de los pájaros, las flores de los chaguales que encuentro en mi camino han adquirido extrañas formas: muchas parecen soles negros que acaban de estallar, algunas son extravagantes insectos o antenas atacadas por relámpagos. Otras me recuerdan dibujos infantiles, trazos surrealistas o las láminas de la famosa prueba de Rorscharch, a la que muchos –al cimbrarse el barco– nos hemos visto sometidos alguna vez.» Camino por los cerros cercanos a la Ligua. Es verano y entre la quebradiza maleza veo surgir –totalmente secas– las enormes flores de los chaguales. A fines de diciembre los pétalos amarillos y turquesas de esta especie nativa chilena –que vive entre Coquimbo y Biobío– se esfumaron por completo, dando paso a nutridas fuentes de semillas que los pájaros visitan a diario. Veinte años puede tardarse un chagual –o maguey o cardón o puya, como también se le llama– en dar a luz su flor, que crece sobre un largo tallo, para luego morir deshidratada. Magno y conmovedor esfuerzo, ya que esta especie es monocárpica, es decir, la semilla padre (o madre) muere una vez que produce la flor y las semillas.  En La Ligua, debido a la invasión de cultivos de paltos y la expansión inmobiliaria, se han perdido miles de las hectáreas donde habitaban diversas especies nativas, entre ellas esta planta que Neruda –el gran poeta violador– describiese de la siguiente forma: “Es una bromeliácea de hojas agudas y aserradas. Irrumpe en los caminos como un incendio verde, acumulando en una panoplia sus misteriosas espadas de esmeraldas. Pero, de pronto, una sola flor colosal, un racimo le nace de la cintura, una inmensa rosa verde del tamaño de un hombre. Esta señera flor, compuesta por una muchedumbre de florecillas que se agrupan en una sola catedral verde, coronada por el polen de oro, resplandece a la luz del mar.” (Una casa en la arena). Pablo de Rokha –comensal chileno de primer orden– también las menciona. Comparándolas con las nalcas señala que le aporta “un sabor nacional a las ensaladas «limoneadas» y «ajiceadas», comiendo a manera de los mestizos endurecidos, que somos los rotos o a la manera de los mulatos antepasados de la aristocracia del latifundio o del monopolio” (Mis mejores poemas). De Rokha, por cierto, se refiere al uso culinario del chagual, del que se preparan –entre otras comidas– ensaladas y empanadas, aunque (Ud. no lo haga) con el costo de exterminarlo, ya que es el corazón de la planta –que no se cultiva comercialmente– el que se usa para estos fines.   Curtidas por el sol, el viento y el picoteo de los pájaros, las flores de los chaguales que encuentro en mi camino han adquirido extrañas formas: muchas parecen soles negros que acaban de estallar, algunas son extravagantes insectos o antenas atacadas por relámpagos. Otras me recuerdan dibujos infantiles, trazos surrealistas o las láminas de la famosa prueba de Rorscharch, a la que muchos –al cimbrarse el barco– nos hemos visto sometidos alguna vez. Las posibilidades de interpretación, ciertamente, son infinitas.  Saco las fotos a contraluz, capto las inflorescencias de la Puya chilensis –tal es su nombre científico– mientras imagino, por un minuto, el futuro de la bella mariposa del chagual, la mariposa más grande de Chile, cuya existencia se encuentra amenazada ante la lenta pero constante desaparición de la planta que la alimenta y cobija durante su gestación. Costo del progreso, dicen algunos. Pienso que nos hemos vuelto locos. Locos e ignorantes, ciegos ante la belleza y la fragilidad del mundo que nos rodea. Respiro hondo. Sigo mi camino.   Fotografías

Poesía chilena actual | A la vuelta de la esquina, once poemas de Sergio Miranda

ÉPICA DEL BARDO   Me despedí de mi tierra  la abandoné  aún siendo un pájaro sin plumas,  surqué el Paso del Caracol  con la verborragia de un mochilero la vena aorta del Cono Sur  la lengua pétrea, me dije yo nunca había visto el sol nacer el Pacífico es un recipiente  que lo humedece hasta apagarlo todo un esfuerzo existencial  para escribir para lanzarme vagué  como lazarillo por Córdoba  buscando maestros para conversar  buscando comida para comer  buscando trabajo para trabajar pero la locura, el jazz, los mirlos  en la cabeza siempre pueden más me dije: “la poesía te vulnera  como al rebaño    y no es cosa de asustarse  ni de crear figuraciones  tan horripilantes como bellas a semejanza de las Aguafuertes  de Goya  para ejemplificar” quizás tenía razón, quizás no pero la formalidad en mi escritura  me desagradaba, escribía  como si fuese el fregador de pisos de la torre de marfil los poemas no son tulipanes y si lo son  tienen que oler al lugar donde nacen yo sólo escribía en gladiolo  palabras que olían  como agua estancada de cementerio algo andaba mal en mi escritura  por alguna razón  que ignoraba  algo fallaba pedí consejos a libreros en el Paseo de las Artes, pero sólo me respondían en libros en epitafios, en apotegmas, en epigramas  y ya estaba hartado fastidiado  de tomar vino toro hasta el amanecer  cagado de frío con rolingas y punkies  que veían el horizonte como vertedero que tomaban parafraseando a Bukowski,  tarareando a Los Piojos y a Charly  queriendo verse en una fotografía como Artaud o como el niño con el arma de Klein  un poco de estoicismo al anochecer me vendría bien, pensé después de meses  ¡Basta de ser copias de Caicedo y Pizarnik!  Vuelve sobre la ruta, me dije  a lo que vinimos, recalqué  entonces tomé valor y entré en la UNC sentía la aridez de su tierra en mi cara la sombra de Atenea con su risa macabra  sobre mi cabeza, al poco tiempo conocí  a los Saussure, a los Bajtin, a los Adorno y Horkheimer  a los Melendéz Pelayo, a las Kristeva, a las Butler, a los Benjamin a los Pierce, a los Genette, a los Barthes, a los Derrida y a una infinidad de autores que me llevaban  al límite del ACV agotado como Atlas sobre el escritorio pero con un cuerpo esquelético me soñé como uno de los ladrones  en el Gólgota, vituperado por conceptos  dañado por la punta de lanza del Logos diciéndole al Hijo de Dios lascivamente: “dile a tu padre, sólo si es cierto, que la cagó  al crear el lenguaje el con che su ma re”  la facultad olía a mayo francés y yo que sólo quería encontrarme  con Sanchos Panzas y Quijotes no te impacientes me dije: “la poesía  pernocta en los anales de cualquier tiempo feroz” pero la sensualidad burguesa fue mucho más fuerte muchos Dionisos prestaban las casas y hablábamos complicado, como rindiendo exámenes  los suaves citando a Rilke de memoria los ásperos rasguñando el Tractatus Logico-Philosophicus  pero con marihuana y ácidos de calidad  vino de calidad, con cuerpos de calidad  por momentos me sentía en Delfos lleno de sátiros y bacantes danzando en la pintura de Matisse pero tantas caretas pesan en la cara  en un mundo lleno de deseos hasta el espíritu se vende  y yo no tenía ni la cara ni la plata para tanto goce yo debía morderme los labios de cuando en cuando hasta hacerme sangrar para despertar de ese ensueño para recordarme que vivía  en una pensión oscura  en Ayacucho al 2200 que venía de la clase obrera,   que me quedaba un poco de arroz  dos cebollas y un ajo para comer entonces  armé una pared con libros   y me encerré a leer a leer y leer.       EL NARANJITA DE LA PLAZA ALBERDI   Me contó de las calles  de lo difícil de conseguir laburo  de que hay que rebuscárselas en donde sea que no queda de otra, que no hay más me contó de los pájaros de los perros, de lo difícil que es ponerles nombres  de la gente que no cree en Dios  y de la inutilidad  de no creer en nada me contó que con el vivir no alcanza  que la muerte es sólo de ida   que desengañarse del mundo es el camino que tiempo al tiempo que hay que mirarse las manos  para no olvidar nada me contó de sus miedos  de adentro hacia afuera palabras pesadas como la vida  pero inmóviles como cementerio me contó del frío en los huesos de las operaciones a la cadera  de la cicatriz que no le cura de un accidente de borracho en la línea del tren me contó de la comida que no come y de la que nunca comerá me contó de sus amores siempre fugaces siempre intensos pero vulnerables me contó de las peripecias de su vida  de Lazarillo que no quiso escribir   me contó que a veces  viene gente a rezar con él que pide por él pero no logran conmoverlo  me contó de su diabetes  que le comió el pie, que por eso la muleta   que la vergüenza se pierde con el vino que los amigos sirven para hacer historia que el mundo está lleno de sabiduría desgraciada.       UN DERSU UZALA DEL VALLE CENTRAL    De madrugada termino “Dersu Uzala” de Kurosawa pienso en ese bosque  colosal de coníferas  la expedición de los rusos en una zona sibilina    y escucho a mi viejo  que se levanta  a las 5am como de costumbre  se queja como puerta vieja le pregunto si está bien pero no contesta prende el televisor hace zapping en el living   hemos conversado poco últimamente   lo comprendo, me comprende  su vida ha sido dura a diferencia de mí él habla lo necesario    lo imagino como un Dersu  Uzala del valle central  que camina a través  del puente Marambio  silbando al son  del

Poesía argentina actual | Jorge Castañeda: Urnas vertebrales

                                                   Y mis vértebras hervían.                                                                          L. A. Spinetta.                                                        …redimido regresó a su patria                                                      Cerca de la medula espinal.                                                                          G. Benn.       Hierro pensado ¿Estaba el lóbulo (Mordiendo la estirpe) En ahogo constante?   La escritura  Está formándose  En el polvo.   A veces Los glaciares se potencian E imprimen espuma Sobre su frente (No puedes sellar con clavos                          La escritura leudante)   …puedes comer del nervio embalsamado…   Huecos diurnos. Posibles cuencos.   La cura  Es un reloj A cuatro manos.   La columna nerviosa                                      Es amplia.                                                   Voces.   Traguemos con fuerza El pan de centeno Y pernoctemos  En esta caja blanca.   Tu cerebro  No estigmatizado (Sobreviviente                                 A una                                     Ecuación astral) Utiliza las cuerdas Para la luz habitable.   Nadie deteriora El acceso a los nervios  (El oleaje más pesado                          Para el más pesado umbral)   …hay muestras de un rayo…   ¿Dónde está la plétora hambrienta?   Un corresponsal Trasplantará Las agujas en la espalda (Mientras los roedores                          Mueren electrocutados)   No rechacen el oído A la altura de los clavos.   (¿Urnas?)   La columna vuelve a barnizarse De medicamentos forzosos, Levanten el legado magnético Para la resonancia ausente          (¿Cuál es la verdad de estos huesos?)   Abandonen ya la cabaña Y recuperen La primera edición Para morder la piel abstracta (La sal en construcción                           Espera en la nieve) Busquen la medicación en el estanque.   Perpetuidad. Urnas. Noche.   (Hay voces que señalan los vegetales)   La retina  Se pierde en la pierna izquierda.   Ojo volátil-restos arácnidos Frente a la melancolía Pudriéndose en tu mente.   …a nivel medular y subcortical   Atravesamos el desierto ¿Sellamos las piedras?   Nervio hinchado de significado.   La neurona ahorcada Se incendia En el refugio del paladar.   Los acupunturistas Muerden la vegetación Y vomitan clavos (¿Tantos nervios aquí en el polvo?) Es para brotar dentro de vos.   ¿Coro de agujas? ¿Represa de signos? ¿Expedición en el ciruelo de Dios?                                                                                         El cuerpo sangra  Con la alianza embrutecida.   El hueco influenciado por el átomo Exige códigos Fuera de esa mandrágora Penetra el nervio.   Huesos.                           (¿Vos?)   Flujo lunar Calma el grito  De este hueso   YA   (Y corre a una zona menos ruidosa).   Nudos flotantes _(el santuario, un coloquio difícil)_ Si se precipitan No sean invisibles.   Cabeza. Tronco. Vértebra.   Reducción de órganos En la corteza terrestre   …único ejemplar en la placenta de Dios.   Vértebras. Laguna acústica. Membrana habitable.   …en su interior…   El cáliz recuerda el vibrar del féretro. El – meridiano – no – profetizado.                                                       Noche. ¿Urnas superadas?   El hueso  Clonado a martillazos Se hace cargo De la nomenclatura.   Filo del tiempo: Las bocas eclipsaron las vértebras de barro.   Vox. Ojos. Giro de leños.   Vuelca el pensamiento A esa cabaña sin luz (Duerme – aquí – cerca) Un grupo accede a las agujas.   Voz. Huesos. Polvo   Para la descarga Neuronal                                            Aleatoria.   Vacío. Nervio. Grasa animal.   (¿Cómo?)   _ Sobre la espalda_   La lengua de la oración. …haciendo que cicatrice El pequeño eclipse circundante.   Urnas. Huecos.   …es tan onírica su reputación…   ¿Bajo esa espera sucedánea…?   Su pregnancia metálica purifica a los flamencos.   Cáliz. Vox.   El destino produce hongos. Agujas La muralla tiene el mismo diagnóstico.   Nervio constante-sin ojos El gran vacío cubre las vértebras _ seda y huella _ Puntos algebraicos en la espalda   ¿Por qué aquí? ¿Hasta cuándo las cajas metálicas?   Las hachas esperan La audiencia de esa logia.   ¿Sangre en el cáliz?   Meridiano                                         (En una urna…)   Tu cuello

Espía 13 | Outsiders

«La ideología de la competencia –que se ha enquistado en nuestra percepción de las cosas– nos dificulta detenernos a ayudar al otre y darle una mano o simplemente ser amables. Muchos se figuran, desde el egoísmo, que quien les pide ayuda –pese a estar “flaco, sucio y malvestido”– está ganando buena plata con eso. Se le ocurre que “la está haciendo”, que es un estafador más en el país de los estafadores.» Les he fotografiado desde hace años. Están en todas partes. Son los mendigos y las mendigas, los vagos y las vagas, los y las inmigrantes sin fortuna, los locos, las locas, les perdides, en resumen, la creciente legión de outsiders de una sociedad como la nuestra, donde la necropolítica avanza a pasos agigantados. Muchas veces pasamos delante de ellos y de ellas como si no existieran, como si fuesen sombras. O paredes meadas. Nos hemos acostumbrado a pensar que no es nuestro problema que la pasen mal, que estén en manos de la miseria, de la locura, de la depresión, de la sicosis, de los vicios o de otros males o discapacidades. O de mezclas de todo lo anterior. Tampoco que se alimenten de basura, que carezcan de documentos, que defequen en las calles o que duerman sobre colchones desechados, tapados con nylon y cartones. Si están en esa situación, se comenta, es su problema. Nadie los obligó a irse a la calle y mandar todo a la chucha, asumiendo la idea –individualista al máximo– de que las cosas dependen totalmente de nosotros mismos, que son personas que fueron al supermercado de las opciones y llenaron mal el carrito. “Es indudable que el ser libre puede significar libertad para morir de hambre”, señaló alguna vez Friedrich Hayek –delirante ideólogo de variados personajes de la dictadura chilena y de tipos como Milei o Rojo Edwards–, lo que es válido y digno, pienso, siempre y cuando tal decisión se tome con el estómago lleno. No olvidar que el carrito de las opciones se completa con plata y a la mayoría –que no hereda pese a la campaña permanente de las afp– le alcanza para poco y a veces para nada. Muchos, así, se quedan con el carrito vacío o casi vacío, desnudos frente al mundo, castigados con el olvido, con la invisibilidad, pues su desnudez no da ni siquiera para morbo, no da para vender baterías de camiones, tarjetas de crédito, o para actuar en películas porno o prostituirse en un antro de Bandera. La ideología de la competencia –que se ha enquistado en nuestra percepción de las cosas– nos dificulta detenernos a ayudar al otre y darle una mano o simplemente ser amables. Muchos se figuran, desde el egoísmo, que quien les pide ayuda –pese a estar “flaco, sucio y malvestido”– está ganando buena plata con eso. Se le ocurre que “la está haciendo”, que es un estafador más en el país de los estafadores, que es de la misma calaña que parte con los grandes empresarios y los políticos y los altos mandos de los uniformados, expertos todos ellos en montajes y en desfalcos y termina con el comerciante que no da boleta y el operario que se roba los tornillos de la obra. Es decir, que se trata de una rama podrida más en un árbol que muere aceleradamente. En el mejor de los casos, se piensa que la persona en situación de calle está desarrollando un trabajo, un oficio, algo que da lucas para vivir, no que se trata de una tormenta en pleno desarrollo. No te ayudo, porque a mí nadie me ayuda, se escucha rugir desde el fondo de cada soledad que va corriendo a cumplir la meta del mes cuando se encuentra, en las calles, con gente como la de las fotos que ahora comparto con ustedes. Fotografías

Signos vitales | El niño herido

«En Latinoamérica, el hecho de que el cristianismo haya hegemonizado las creencias ha evitado, al menos, que nos matemos por motivos religiosos. Nosotros, los de hoy, puesto que nuestros antepasados, todos muy píos, muy beatos, se vieron en la necesidad de asesinar a un número enorme de indígenas, a crucificarlos, a quemarlos, a empalarlos, a mutilarlos a ellos y a sus dioses, todo por amor a Jesucristo.» Camino por las calles de Batuco. En una esquina solitaria un grupo de evangélicos predica y canta. Una escolar que pasa los mira y se aleja apresuradamente, como huyendo de un perro rabioso, de un rottweiler con biblia. El tipo que dirige al grupo, el pastor supongo, discursea afiebradamente, violentamente. Como todo líder debe manejar a sus ovejas, que son su abrigo y su alimento, no dejarlas que se dispersen, que se pierdan, que queden a merced de los lobos, puesto que no podrá explotarlas él mismo, no podrá alimentarse -usando un lenguaje tipo evangelio- de su carne ni curtir su cuero ni cardar su lana. Su capital, en consecuencia, se verá mermado, pues el rebaño es su riqueza, su teta. Para no perderlo -incluyendo la VAN que tiene estacionada a la vuelta de la esquina, la VAN con que mueve a sus víctimas y que, no sé por qué, tiene una banderita de Israel en el parabrisas- debe mantener a sus fieles permanentemente atemorizados del poder de Jehová, su dios omnipotente, su dios que, como él mismo dice, mandó a dos osos a descuartizar a cuarenta y dos niños por bromear a sus mayores, pues es un dios celoso, eso enseña el Levítico, un padre duro que no permite la desobediencia.  Su éxito consiste en vender una verdad totalitaria, incluyendo residencia en el infierno para los que no se porten bien, para los que pequen, para los que no se pongan con billete. Entremedio, por cierto, debe aplicar ciertas caricias, ciertas palabras bonitas, ciertas ayudas -a la manera de un sádico- para mantener bajo control la voluntad de “sus hermanos y hermanas”. Algo parecido hacen todas las religiones. Fomentan, así, sin ningún sustento lógico ni racional, el infantilismo, la ignorancia, el terror, la dependencia, la respuesta fácil, el fanatismo y otras cuantas plagas. Lo ideal sería prohibir este tipo de prácticas por ser dañinas para la salud mental. Por generar paranoia colectiva. Por otra parte, ante lo desconocido del origen de la vida, cualquiera tiene derecho a creer en cualquier cosa, por absurda que sea, siendo peligroso, además, dedicarse a prohibir creencias. Eso sí, antes de ponerse a creer en algo habría que tomar en cuenta que cualquier investigación seria descarta de inmediato ciertas posibilidades. Por ejemplo, si se va a estudiar por qué chocó un autobús se dejará de lado de inmediato la tesis de que un dios lo ordenó, o que un fantasma o un ángel se le cruzó en el camino. En el caso del origen de la vida habría que hacer lo mismo, sacar de inmediato a dios, a los fantasmas, a los ángeles, entre otras figuras mágicas, de las elucubraciones y ponerse serio, es decir, dejar de inclinar la cabeza ante una idea fantástica y primitiva y bastante tonta, hay que decirlo, y usarla mejor para pensar, para sumergirse sin miedo en el universo incierto y bucear buscando verdades, luciérnagas que iluminen desde la razón (todavía nos debe quedar algo en stock) un fragmento de la incerteza que somos y que seremos. Hay que tener esa paciencia. Las religiones nos ofrecen, en cambio, respuestas inmediatas, instantáneas, que funcionan como enormes reflectores que anulan el claroscuro, que encandilan y acaban con los tonos -infinitos- que hay de la luz a lo lóbrego, encegueciéndonos.  El problema de fondo, me digo, mientras me acerco a la línea del tren bajo un cielo rosado, es que demasiadas personas creen en alguna divinidad. Si fuesen pocas y tuviesen poco poder daría igual, serían hasta simpáticas, llamativas, pintorescas, habría hasta una oficina turística cerca de sus casas y gringos con cámaras posando junto a ellos, pero son la mayoría y además muchos siguen de manera militante -son followers– a un montón de dioses que obviamente son incompatibles entre sí, dioses que promueven el amor, pero cuyos fieles, como ocurre hoy en Palestina, terminan asesinando a los creyentes de la deidad del lado. Descartes -filósofo racionalista- escribió alguna vez que entre creer en dios y no creer es mejor creer, pues si la creatura divina no existe no se pierde nada y si existe se gana todo. Discutible idea, puesto que al creer debemos seguir reglas ridículas a cambio de una ganancia difusa, pues en ninguna parte se explica en qué consiste el paraíso. El planteamiento de Descartes, que más bien parece un mal plan de negocios, es el sustento para que muchas personas se declaren creyentes, profundizando el problema.  En Latinoamérica, el hecho de que el cristianismo haya hegemonizado las creencias ha evitado, al menos, que nos matemos por motivos religiosos. Nosotros, los de hoy, puesto que nuestros antepasados, todos muy píos, muy beatos, se vieron en la necesidad de asesinar a un número enorme de indígenas, a crucificarlos, a quemarlos, a empalarlos, a mutilarlos a ellos y a sus dioses, todo por amor a Jesucristo. Contrasta, ciertamente, esta actitud con la idea que Nietzsche -uno de los principales cuestionadores del cristianismo-, planteó acerca de esta doctrina, pues el autor de Así hablaba Zaratustra la veía como una creencia para débiles, dada su idea de la compasión para con el otro, su poner la otra mejilla, su paraíso para los desventurados y etcétera. Eso, en el papel, porque en la realidad opera con mayor fuerza otro fenómeno que el mismo Nietzsche -al que le faltó hacer la práctica en Latinoamérica o África- llamó voluntad de poder. Detrás de las religiones, parapetada, se esconde esta ansia de homogeneizar, de controlar, de ser monopolio, de dictar las reglas, de quedarse con los territorios, los recursos y hasta con los sexos. No en vano, como

Poesía chilena actual | Doce poemas de Miguel Faúndez

Selección de Poemas     OCÉANO   Me abrazo de marea atrabiliaria En este paralelo. Humedad de sardina Y lobo errante. Estoy enfermo de parecerme a los océanos, Al mar Pacífico Que arrastra catedrales en su espejo Y derrumba la noción del día En una casa alta Como un puente. Estoy enfermo de ser tan azul. De vomitar arena entre los faros, De apaciguar los peces indecisos Que irán a morder Cualquier anzuelo. Y es que, Aparte de lavarme con salmuera, Respiro algas cortadas, Moluscos sin edad Y rocas que dibujan las ciudades De la muerte. ¡Me estoy muriendo de Mares desatados. Anfitrión de los barcos Mercantiles, De las lunas paradas En el cielo Y tantos capitanes!       VISIÓN DESDE LOS CERROS   Veo Valparaíso en mi memoria. Saturno suelto que pide Ventilación bajo la lluvia. Los cerros han bebido todo el día Y, saciados al fin, Arrojan el agua de sus lindes. Cayendo, tropezando, Los hilos se procuran verticales Que apacienten su fuga Sin itinerario.   El puerto me despierta Las tazas de té Con aroma de mar Y caserío. Un ancho cascarón de soledades Remolca las chalupas En la lluvia.   Soledad de las redes Y del hombre. Soledad de la mesa Y la cocina.   Los árboles, Oscuros, En los cerros Cimbrean Como abrigos de polvo La ceniza.   ¡Ceniza se hace el corazón En esta noche. Ceniza la memoria Que quiere retorcer Un largo grito!       SÓLO UNA CIUDAD   La ciudad gitana Que dice la hora En un reloj de flores Invitando al mar Que la corteja.   Ciudad de playas y veleros Nacida de la uva, Los trenes y el azúcar. La más bella que me viera En mis días de niño Y eucaliptos.   Transita entre Avenidas de lujo Y hambre. Con ventanas de cristal Y ranchos sin camino.   La madre de jardines, Tutelar de cerros Como catedrales Bizantinas. Bizantina de gentes Y banderas.   La ciudad recién amanecida. Amazona dorada Donde venden manzanas y algodones, Y las plazas Ofrecen a sus jóvenes más bellos.   La ciudad iconoclasta De ocio y vacaciones. De lujuria callada Y proxenetas.   La próxima al paraíso Que vive esperando La señal de la cruz, El ángelus y los maitines Para abrirse reflejo En los dedos de Cristo.   La que no fue maldita Porque no escuchó la trompeta Entre el tráfago de vajillas de plata, Cristales de Bohemia Y estruendosos trasatlánticos Que se iban y volvían.   De: Memorial de Argonautas       ALAS   He pensado que no me importa Que mueras esta noche. Que reviente tu corazón Como una estrella, Lejos del mar. Y los pájaros olviden su dulzura Su pensamiento musical sobre las naves. He pensado que no seré capaz De llorar contigo, por ti Como una lucha de invasores Abriendo continentes: Estrategias anónimas En el ciclo del mundo. Ni que podré velar las últimas entregas Por no dormirme luego. Ni presentir tus ojos En mariposas verdes. He pensado que quedaré en las islas Próximas al ruido En los jardines de mantel Donde cae la fruta. Mientras tú me quisieras En un rasgón de puerto Con lloviznas heladas Y entregándome al frío De los muchos objetos Mantenidos al margen De tu boca. He pensado que no seré feliz. Incluso que la tarde se reñirá conmigo Trayendo tu abedul en los amantes. Y en el sombrero de los montes Cuando se hagan pedazos las hojas Que no seré columpio de avellanos Ni el cabrestante tibio De otras veces. Porque todavía no me libro De tus alas.       PINOS   He pensado en ti Y he dicho “Ahora, en este instante, Los pinos efluyen Sus agujas Con pétalos redondos, Rutilantes, Al borde de los techos. Se erigen en pasajes De tiniebla, Casi solos, Comunes al martirio De la noche. Y en ellos (Escalera sin tráfico) No subo a proponerle Ni a decirle: Aquí estamos los dos, En ese zócalo. En esa ruta De lanzas y navíos; En esa aguja tenue Que incorpora a la luna Y la hace tira. Aquí estamos los dos, En esa gota Dispuesta a reventar Y exterminarnos”.       NOCHE ENCENDIDA   Anoche En los últimos balcones De la isla Te dije que trajeras mi revólver Y con él Las flechas de abedul Que guardaron los nuestros En aquellas vitrinas Del olvido. Y me trajiste luces de bengala, Estridencias de sol, Filamentos rojos Que no ayudan a morir Ni a esconderse Como bulbos de amapola. Entonces no tuve más remedio Que amar los reflectores, Los dorados matices, Las brillantes coronas Que repetían tus ojos. Tus ojos como una Nueva York alucinada, Llevándome a una vida De contusos.   Y amé tu pretensión de alcobas Al borde del abismo Como un naufragio De barcas sin muelle En los mares sin nadie. Embriagado de reflectores Y somníferos.   De: De Lunas y Centauros       EXTRAÑA EXALTACIÓN   Si te llamara Quebraría los cristales Del hielo Y la quietud Del lago transparente Retenido entre arbustos Y aves migratorias. También Calaría En la curiosidad De la gente Que toma su café O promete No volver a verse. Hablando sin razón Por temor al vacío O a que el alma Les quede tiritando.   Y si te hablara El mundo soltaría Su guillotina De hojas Para enterrarme vivo Con los más penitentes.   Debo callar y verte, Nada más. Debo sentir Y ahogarme en este trance De extraña exaltación, De pena y gozo.   Debo, por fin, Volver a mi ciudad Lejana Donde estarás conmigo Sin restricción, Sin tiempo.       DELIRIO   Mi corazón te espera aún En su ensenada. Lleno de sol lunar, De estrella y nave. Sabe que si vendrás La tierra se abre En lenta flor de espuma Hacia su viaje De mariposa y fruto, De polen y álgebra.   Mi corazón te espera aún En su delirio. Loco con su vaivén, Su ritmo cándido. Su manifiesta ensoñación De

50 años del GOLPE | Poesía en los campos de concentración

«Hubo quienes pasaron por esos lugares de tormento y terror y de esa experiencia, en vez de balas de vuelta, surgieron poemas. Es el caso de los fallecidos poetas Aristóteles España, quien contaba solo con 17 años al momento de su confinamiento en Isla Dawson, y de Floridor Pérez, asesor en ese tiempo de la exitosa editorial Quimantú, quien estuvo preso en Isla Quiriquina, así como del analista político, académico y periodista Sergio Muñoz Riveros -antiguo militante comunista hoy en las filas liberales- quien pasó por Villa Grimaldi, Tres Álamos, Cuatro Álamos y el centro Melinka en Puchuncaví.» Alrededor de doscientas cincuenta mil personas fueron detenidas -en Chile- entre el 11 de septiembre y el 31 de diciembre de 1973, según datos de Amnistía Internacional y la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Si consideramos que en 1973 nuestro país tenía cerca de diez millones trescientos mil habitantes, podemos deducir que un 2,4% de la población chilena fue detenida en ese período, porcentaje no menor, muy similar al que hoy en día representan todos quienes viven en las regiones de Tarapacá y Aysén respecto de nuestra población total, lo que habla de la magnitud del tenebroso fenómeno.   Los lugares de detención -más de mil en toda la franja- fueron diversos: regimientos, comisarías, retenes, bases aéreas, cuarteles de investigaciones, buques, cárceles, gobernaciones, hospitales, estadios, industrias, parcelas, clubes de tenis y variados inmuebles privados. Algunos, como los campos de concentración de Isla Dawson, Pisagua, Chacabuco o Tres Álamos, por mencionar algunos, eran de conocimiento público. Otros, como Villa Grimaldi o Londres 38, eran de carácter secreto y su existencia fue negada por el oficialismo y la prensa nacional de ese entonces. En todos estos sitios, de manera sistemática, se practicaba la tortura, el abuso sexual y se asesinaba a opositores de la dictadura cívico militar.   Hubo quienes pasaron por esos lugares de tormento y terror y de esa experiencia, en vez de balas de vuelta, surgieron poemas. Es el caso de los fallecidos poetas Aristóteles España, quien contaba solo con 17 años al momento de su confinamiento en Isla Dawson, y de Floridor Pérez, asesor en ese tiempo de la exitosa editorial Quimantú, quien estuvo preso en Isla Quiriquina, así como del analista político, académico y periodista Sergio Muñoz Riveros -antiguo militante comunista hoy en las filas liberales- quien pasó por Villa Grimaldi, Tres Álamos, Cuatro Álamos y el centro Melinka en Puchuncaví.    Leyendo sus versos, recordé que -en su Poética– Aristóteles le dio preeminencia a la Poesía por sobre la Historia, afirmando que la primera es más elevada, más filosófica que la segunda, puesto que la Historia aborda lo particular, lo concreto, mientras que la Poesía posee un carácter general, amplio, genérico, pudiendo especular sobre lo posible. Tema debatible, por cierto, pero en este caso la fórmula parece funcionar, puesto que los poemas seleccionados en esta pequeña muestra -escritos en un lenguaje coloquial, cercano, sin artificios- nos conectan de manera profunda con lo ocurrido en los demenciales centros de detención y tortura instaurados por Pinochet y sus colaboradores uniformados y civiles, convirtiéndose así en documentos imprescindibles para conocer la verdadera magnitud de lo que pasó en Chile en esos años funestos, impregnando de humanidad y sensibilidad las cifras, datos y análisis que consigna la Historia.     Selección de Poemas     ARISTÓTELES ESPAÑA / (Castro, 1955 – Valparaíso, 2011)     LLEGADA   Bajamos de la barcaza con las manos en alto a una playa triste y desconocida. La primavera cerraba sus puertas,  el viento nocturno sacudió de pronto         mi cabeza rapada                     el silencio esa larga fila de Confinados que subía a los camiones de la Armada Nacional                             marchando cerca de las doce de la noche del once de septiembre de mil novecientos setenta y tres en Isla Dawson. Viajamos por un camino pantanoso que me pareció una larga carretera con destino a la muerte. Un camino con piedras y soldados. El ruido del motor es una carcajada, mi abrigo café tiene barro y bencina: nos rodean bajamos del camión uno              dos               tres             kilómetros cerca                      del                      mar y  de  la nada. ¿Qué será de Chile a esta hora? ¿Veremos el sol mañana? Se escuchan voces de mando y entramos a un callejón esquizofrénico que nos lleva al campo de concentración, se encienden focos amarillos a nuestro paso, las ventanas de la vida se abren y se cierran.     APUNTES   Me fotografían en un galpón como a un objeto, una, dos, tres veces, de perfil, de frente, confeccionan mi ficha con esmero: “soltero, estudiante, 17 años, peligroso para la Seguridad del Estado”. Miran de reojo: Quieren mis huellas dactilares. Un sudor helado  inunda mis mejillas. No he comido. Creo que hay una tormenta. Me engrillan nuevamente. Tengo náuseas. Empiezo a ver que todo gira a mil kilómetros por hora. Se estrellan sus puños  en mis oídos. Caigo. Grito de dolor. Voy a chocar con una montaña. Pero no es una montaña. Sino barro y puntapiés, y un ruido intermitente que se mete en mi cerebro hasta la inconciencia.     Y NO ERAN PERROS   Anoche al acostarme escuché ladridos  en algún lugar del campamento. Y NO ERAN PERROS     MÁS ALLÁ DE LA TORTURA   Fuera del espacio y la materia, en una región altiva (sin matices ni colores) llena de un humo horizontal que atraviesa pantanos invisibles, permanezco sentado como un condenado a la Cámara de Gas. Descubro que el temor es un niño desesperado, que la vida es una gran habitación o un muelle vacío en medio del océano. Hay disparos, ruidos de máquinas de escribir, me aplican corriente eléctrica

50 años del GOLPE | Poemas del exilio

«Esta “internacionalización” -que no se dio solo en el ámbito de la poesía- sumada a la mayor prosperidad de gran parte de los países que acogieron a los desterrados, ha hecho que muchos hayan hablado -cínicamente- del exilio como de “la beca Pinochet”. Estos aspectos favorables, sin embargo, no quitan lo despótico y cruel de la medida, que significaba no solo abandonar forzadamente (y muchas veces después de golpizas o sesiones de tortura) el país y los proyectos personales de vida, sino también el sueño de una sociedad mejor.» Según las cifras entregadas por la Comisión Chilena de Derechos Humanos, el número total de exiliados y exiliadas durante la dictadura mafiosa encabezada por Augusto Pinochet y secundada por civiles -sí, viles- ascendió a más de doscientas mil personas. Dentro de esa cifra se cuentan numerosos poetas que -obligados a partir- se llevaron consigo una parte de nuestra tradición literaria, la que repentinamente se vio enfrentada, como sus autores y autoras, a nuevas culturas, idiomas y estilos, circunstancia que tuvo como consecuencia una inesperada ampliación del campo poético nacional, así como la conexión con escritores de otros países. Esta “internacionalización” -que no se dio solo en el ámbito de la poesía- sumada a la mayor prosperidad de gran parte de los países que acogieron a los desterrados, ha hecho que muchos hayan hablado -cínicamente- del exilio como de “la beca Pinochet”. Estos aspectos favorables, sin embargo, no quitan lo despótico y cruel de la medida, que significaba no solo abandonar forzadamente (y muchas veces después de golpizas o sesiones de tortura) el país y los proyectos personales de vida, sino también el sueño de una sociedad mejor. La disposición, recordemos, no tenía fecha de expiración, por lo que su levantamiento dependía exclusivamente del régimen, es decir, el regreso de las personas exiliadas se hallaba bajo los designios de Pinochet y sus socios de una derecha chilena que -a la fecha- ha cambiado muy poco (y no podría asegurar que para mejor).   En el escenario recién descrito, los temas que surgen de la poesía chilena del exilio –que fue registrada en revistas como Araucaria de Chile, Literatura chilena en el exilio o LAR- están marcados, en general, por la nostalgia por el país perdido, sus paisajes, los parientes, los amigos, los amores y el proyecto político aniquilado por la armas, así como por la compleja adaptación a las nuevas sociedades y el deseo siempre presente de tener el derecho de volver a la patria, de borrar la letra L de los pasaportes, ante una pena de extrañamiento que, en muchos casos, fue superior a los diez años, incluyendo también a quienes no volvieron porque murieron en el exilio -como Julio Moncada- o aquellos que decidieron quedarse en el extranjero. Hay nostalgia en los versos de la diáspora chilena, como se dijo, pero también hay rabia y sufrimiento. Eso no quita, por cierto, la presencia del humor y la ironía, principalmente ante textos de corte más bien antipoético o al menos donde la lírica -que en los años sesenta se hallaba en franca retirada- no tiene un rol protagónico. Al respecto, podemos citar el poema “Espera” de Eduardo Carraco, donde el autor señala que: “Desde el 11 de setiembre / de 1973 / estoy parado / en la esquina de Saint-Michel / con Saint-Germain / esperando que pase la Pila-Cementerio.”    El cosmopolita narrador gringo John Dos Passos -autor de la magnífica novela Manhattan Transfer– indicó alguna vez lo siguiente: “Podéis arrancar al hombre de su país, pero no podéis arrancar el país del corazón del hombre”, máxima que se puede apreciar nítidamente en la breve selección de poemas del exilio que se presenta a continuación.     Selección de Textos     OMAR LARA / (Nohualhue, 1941-Concepción, 2021)   HE ENCONTRADO UNA MUCHACHA EN LA CALLE         He encontrado una muchacha en la calle La conocí             hace tiempo en un lejano país. Recordamos que pudimos habernos amado. En ese tiempo.   (Hoy en esas ciudades  en que un día vivimos crecen muertos y una historia se hace silencio).   Hemos cortado ramas de un arbusto es como el cedrón y de nuevo nos abandonamos a aquel tiempo en que pudimos habernos amado.   Ese tiempo.     EN UN TREN YUGOESLAVO   1         A mi lado hablan los hombres, dulces y agredidos, fumamos y el humo nos une, no entiendo qué dicen pero cruzan las manos en un gesto que me es familiar.   2   Durante varias horas nos ha acompañado un pequeño río de grises y duras aguas. Quisiera preguntar cómo se llama, ¿cómo se llama ese río? sonríen, cómo se llama ese río, sonríen, este río se llama Sonrisa. No hubiese podido irme sin saber su nombre.   De: Fugar con juego, Madrid, Editorial LAR, 1984        EDUARDO CARRASCO / (Santiago, 1940)   ESPERA   Desde el 11 de setiembre de 1973 estoy parado en la esquina de Saint-Michel con Saint-Germain esperando que pase la Pila-Cementerio.   De: Araucaria de Chile N°8 – Madrid, 1979       ALICIA SALINAS / (Lautaro, 1954)   TOMADOS DE LA MANO   El país donde viví́, tuve hijos, y aprendí́ una lengua que no he vuelto a pronunciar.   Tenía cupulas con estrellas de zafiros.  Maternidades, donde doblaban a las guaguas para que el frio no arremetiera en sus cuerpos de niños.   -Nosotros envolvíamos los propios para no desmembrarnos-  Así́ podíamos caminar por la nieve tomados de las manos. Nada era de uno, solo la sangre que corría por las venas de los pequeños.   Las tardes en que borrábamos la nostalgia a manotazos,  cubríamos con pañuelos y pieles sus cuellos, y nos deslizábamos en trineos -sin medir las consecuencias-     EN MEDIO DEL JARDÍN   Cortaron el árbol de damascos imperiales del jardín de la casa.  Lo cambiaron por un mísero rosal. Nuestros hijos creían que el cielo quedaba en su copa.   Nadie se sube a

Poesía chilena actual | Cuatro poemas de Victoria Ramírez

SELECCIÓN DE POEMAS     parentesco   a esta edad me preguntan si deseo tener hijos temo pensar que nadie sabe cómo ser un buen pariente   sueño a veces con un niño sofocado lo he olvidado en una camioneta cuarenta grados y las puertas son ladrillos   otras veces es un trozo de carne que deshielo paciente bajo el agua   en mis sueños no puede decir sí al pasar los días nuestra afinidad crece y cada noche devuelvo la habilidad de escurrir agua por los ojos     hueyusca   mi madre me pide que busquemos la casa que llenó mi abuelo de tejuelas   este es su lugar de nacimiento un pueblo de una sola cuadra un río que brilla como una espada   tras la cerca veo la inflamación de la madera la historia del niño que no llega a ser adulto mis tías que peinan la hierba de su cráneo   solo consigo rasguños en las piernas la mirada de un perro que sospecha   mi madre se ofusca divide a las personas entre las que desean y no desean recordar     encuentro   pasaron varios años para sentarnos como dos personas que alguna vez se amaron mucho   nuestras inquietudes regresan veladas te quejas de una picadura de insecto que ha tomado todo un brazo me muestras fotos de tu perro ya viejo tu padre que se ha ido al sur a devolver su espíritu   no podría explicar mi sensación en el teatro cuando apoyé mi cabeza sobre tu hombro como una obligación     materiales   no saber en qué consiste una casa no distinguir las vigas que la sostienen anillos de árboles que se despuntan en veladores o respaldos de catre   con el tiempo uno deja de sorprenderse aparecen muebles en habitaciones ajenas cajones y repisas desperdigados   la consistencia no debería medirse por las cosas pero ahí están jarrones manteles maceteros el ciervo de madera emergiendo de la pared el búho de piedra roja que alguna vez arrojaron a la cabeza de mi padre       ___________________________ Victoria Ramírez Mansilla (Santiago, 1991). En 2016 obtuvo el premio “Roberto Bolaño” de poesía y el 2017 se le otorgó el “Premio Municipal Juegos Literarios Gabriela Mistral”. Los textos fueron tomados de “Magnolios” (Overol, Santiago de Chile, 2019), primer libro de la autora.        

Espía 13 | Vitrinas de Santiago

«Hoy en día, cuando el tsunami popular fue extinguido mediante un poderoso insecticida mediático y una nueva constitución, hecha por dinosaurios de verdad -no por personas disfrazadas de dinosaurios- creará la República Mesozoica de Chile, vuelven alegres los micro y los pequeños y los medianos y los grandes comerciantes a recuperar sus locales, sus calles, sus comunas, sus provincias, sus regiones, su país, alojando en sus vitrinas -la mayoría más bien amateurs, más bien folclóricas- una variada oferta de “satisfactores de necesidades”, como se le denomina a la mercancía en el submundo del marketing.» En otro tiempo, si mal no recuerdo, las vitrinas eran un lujo y estaban destinadas a guardar en su interior lo sagrado de cada civilización: minotauros de mármol negro, coronas de oro y plata, Cristitos de madera noble, vírgenes sangrantes, camafeos de esmeraldas, momias egipcias, pulpos milagrosos, cráneos indígenas, mapas del mundo, tratados de astronomía, fetos en formalina, el primer motor, la primera radio, el primer revólver. Su destino, hoy en día, es casi el mismo, pues dejando de lado las vitrinas familiares -esas donde se acumulan copas, jarros, vasos y poncheras- aquellas que ocupan el espacio público, es decir las vitrinas del comercio establecido, contienen de igual forma lo sagrado de este tiempo: la mercancía. En cada calle de nuestras ciudades (que no son nuestras) nos encontramos con estas construcciones -transparentes en lo aparente- para las que la exhibición de productos es su sine qua non. Vitrinas, hay que añadir, que quieren secuestrarte, llevarte tras el vidrio y hacer de tu vida una parte de su plan de negocios. Muchas cayeron abatidas durante el estallido social, fueron ajusticiadas por el pueblo dirá algún entusiasta, dado que representaban el primer flanco del capitalismo extremo reinante. Algunos, los más consecuentes -por lo general chicos y chicas anarquistas de polerón y capucha negra- en doradas hogueras quemaron la mercancía extraída: plasmas, zapatillas, smartphones y otros ingenios de consumo ardieron bella y tóxicamente en las calles revolucionadas. Algunos, los más buena onda, repartieron lo recuperado en el barrio o entre amigos. Otros, ya sea por necesidad, espíritu carroñero o atrofia delincuencial, se lo llevaron a sus covachas para luego venderlo en la cola de la feria. Hubo muchos también que se consideraron a sí mismos como él o la persona más necesitada del mundo y se quedaron con la mercancía, se hicieron auto justicia, podría decirse. Gran cantidad de tiendas, en este escenario, cubrieron sus fachadas con planchas de fierro, se blindaron, dándoles a nuestras metrópolis (que no son nuestras) un aspecto de ciudad distópica. De cómic postapocalíptico o de novela de Germán Marín (me refiero, en específico, a Ídola).  Hoy en día, cuando el tsunami popular fue extinguido mediante un poderoso insecticida mediático y una nueva constitución, hecha por dinosaurios de verdad -no por personas disfrazadas de dinosaurios- creará la República Mesozoica de Chile, vuelven alegres los micro y los pequeños y los medianos y los grandes comerciantes a recuperar sus locales, sus calles, sus comunas, sus provincias, sus regiones, su país, alojando en sus vitrinas -la mayoría más bien amateurs, más bien folclóricas- una variada oferta de “satisfactores de necesidades”, como se le denomina a la mercancía en el submundo del marketing. Fotografías de las vitrinas santiaguinas, que muestran desde cisnes de plumavit a calaveras plásticas, pasando por vírgenes, ponchos, armas, gorros, Cristos, muñecas, artículos de cacería, delantales, indumentaria erótica, monjas, ternos, ropa de cama, vestidos de novia y hasta una tapa de wáter con la cara de Marylin Monroe acompañan esta breve nota (incluyendo, muchas veces, los reflejos de la ciudad y su gente, que se cuelan, como un registro fantasmagórico de la vida humana, entre los variopintos productos ofertados).    Fotografías