Espía 13 | Supervivientes
«Luchan por no hundirse, por seguir respirando, dando saltitos algunos (a los que el agua le llega al cuello) para salvar el día y llegar a tomar once con los suyos, con la manada, tras pasar el día a la intemperie: en la humedad y el frío durante los crudos días de invierno, bajo pleno sol en el sofocante verano.» Caminar por el centro de Santiago es recorrer los restos de un naufragio. Sea donde sea que uno enfoca el lente aparece una o un superviviente del neoliberalismo, de la individualización, del populismo ñurdo o no ñurdo, de la neocolonialidad: mendigos, prostitutas, pasotas, comerciantes, personas con capacidades diferentes, vendedores ambulantes y artistas de la calle -entre otros esperpénticos especímenes- luchan por no hundirse, por seguir respirando, dando saltitos algunos (a los que el agua le llega al cuello) para salvar el día y llegar a tomar once con los suyos, con la manada, tras pasar el día a la intemperie: en la humedad y el frío durante los crudos días de invierno, bajo pleno sol en el sofocante verano. Sin servicios higiénicos, sin casinos, sin previsión ni salud ni educación, sin oficinas climatizadas o máquinas de café se las arreglan para subsistir en la vía pública, mientras muchos de los que poseen servicios higiénicos, casinos, previsión, salud, educación, oficinas climatizadas y máquinas de café los critican porque afean las calles, porque las vuelven inseguras, como si la mayoría de los que se ganan la vida en las calles del centro fuesen delincuentes y en las empresas hubiese solo personas honestas y de alto sentido estético, cosa que sabemos no es así: en las oficinas hay bastante gente burda y una cantidad no despreciable de delincuentes. Piénsese, por ejemplo, en el turbio Choclo Délano o en el fallecido fundador de la Universidad Santo Tomás, Gerardo Rocha, que en 2008 asesinó premeditadamente a un martillero público (solo por dar un par de ejemplos). Roberto Bolaño planteó alguna vez que el escritor se encuentra a la intemperie. Lo mismo pasa con quienes se ganan la vida en la vía pública, aunque en este último caso se trata de una intemperie real, concreta, no metafórica. Ambas situaciones, en todo caso, se pueden interpretar como los extremos de un mismo fenómeno de abandono, de (des)educación, de (des)protección, de (in)sensibilización, de (des)humanización. Están en todo el centro los supervivientes: en la Plaza de Armas, en el portal Fernández Concha, en el Mercado Central, en el barrio San Diego, en los paseos peatonales, en Ahumada, en Estado, en Huérfanos, en Puente, en la Alameda. No es suya la belleza estandarizada del que se desarrolla a costa del subdesarrollo de los otros, del sálvese quien pueda de los otros, como plantea Manuel Castells en su teoría de la Ciudad Dual; no, porque lo que encontramos en ellos es la belleza trágica del hundimiento, del naufragio en ese mar ciudadano que solo a algunos los baña tranquilos, que solo a algunos les promete el futuro esplendor. Fotografías









