Radar Social

Cámara rodante | Delirio caótico

«De una cosa si estamos claros, la llamada pandemia mental está en pleno desarrollo y quiero ser testigo de todos los planos posibles que me brinda esta selva de caos. Los locos años veinte me invitan a cada momento a retratar el fenómeno sociópata y busco, en calles desoladas o multitudinarias, que aparezca ese estallido de descontrol, de desequilibrio.» Despierto muy temprano en las mañanas, a lo lejos siento el primer bus en marcha lenta recogiendo a los madrugadores trabajadores que van al laburo (directo al matadero como diría un amigo). Acto seguido prendo mi tele de 14 pulgadas marca Hikato y siempre es lo mismo, la caja idiota desde temprano se encarga de recordarnos que vivimos tiempos de mucha convulsión; seguidamente somos testigos de peleas callejeras, las cámaras que todo lo captan hacen famosa a gente con desequilibrio que busca un culpable, sea quien sea, para desquitar su enferma frustración (vacío existencial lo nombran algunos terapeutas de la mente). De una cosa si estamos claros, la llamada pandemia mental está en pleno desarrollo y quiero ser testigo de todos los planos posibles que me brinda esta selva de caos. Los locos años veinte me invitan a cada momento a retratar el fenómeno sociópata y busco, en calles desoladas o multitudinarias, que aparezca ese estallido de miseria humana. Lo hago con sigilo, con cuidado, malas experiencias he tenido y ahora me muevo con un arma blanca en mis bolsillos, no como un maleante, no soy un delincuente, aunque a veces tengo el delirio de asaltar un banco y sembrar el terror disparando a los vidrios blindados de esos edificios. Me veo arrancando a toda velocidad por una autopista concesionada. Despierto luego de ese maldito afán pensando que está en juego mi vida y mi libertad, así que dejo esos turbios pensamientos solo como episodios dónde mi enfermedad mental se manifiesta y me muestra que mis neurotransmisores se mueven en distintos sentidos.    Converso con amigos que me hablan cosas interesantes, es bueno tener mentores, me digo en secreto (secreto que ya no es tal porque aquí lo estoy revelando), puesto que me instan a seguir con mi proceso de sanación, tarea que llevo a cabo tomando mis remedios y cuidándome de no meterme en problemas, cosa que no siempre se consigue por la gran cantidad de enfermos circulando por veredas y callejuelas. Por eso, por protección, porto esa arma blanca: para espantar, para que en el momento en que se manifieste el vómito incontrolable de miseria y maldad de una mente paranoide, me encuentre preparado para defenderme. Con ella ando por calles donde los resabios del estallido todavía huelen a neumático quemado, a peñascazos en el techo y en cortinas de hierro, a hordas incontrolables que destruyen todo a su paso. A veces quiero participar y ayudar a quemar o apedrear algún objetivo, pero después pienso que mi labor es documentar el hecho, no ser partícipe.    En las noches de insomnio -que son muchas- busco audiolibros sobre el estoicismo, una filosofía que ayuda a sobrellevar todo lo antes nombrado, a pensar seguido en la muerte que nos acecha siempre y desde ahí construir fortalezas que nos ayuden a valorar la vida aunque la estemos pasando mal, a pensar casi como un guerrero que precavidamente transita por su propia existencia, sin el tormento que produce una salud mental deficitaria; no solo son remedios, no solo es psicoanálisis, la curación está en primera instancia en quererse a uno mismo, en buscar el abrazo fraterno que nos resuma cinco años de terapia medicada. Sé que el vacío volverá en poco tiempo más por eso es importante el autocuidado, para que cuando nos toque caer podamos levantarnos rápido y seguir. Mientras tanto, para calmar el hambre de vacío, abro una lata de cerveza en el lugar que elijo como trinchera y espero allí el instante decisivo, la imagen que traduciré para el público expectante que deja fluir su morbo a escondidas, imágenes que muestran al hombre que sufre lleno de ira, ya sea al amparo de la locura, la indigencia o la lucha violenta contra el capital.        

Tiempos verbales | Una deficiente performance

«Si algo aún le sigue haciendo mucha falta a este país, es sentarse a conversar; no solo de todo lo que está sucediendo y que se resuelve, o comienza a resolver, el próximo fin de semana; conversar de todo esto pendiente, de lo que no hablamos nunca y que surge solo cuando alguien remueve la muy delgada dermis nacional, bajo la cual seguimos escondiendo (o algunos pretenden que sigamos escondiendo) todas las huellas de nuestras llagas, todas las heridas, todos nuestros temores y prejuicios, como si no existieran, como si nunca hubiesen pasado.» Por supuesto, lo acontecido el pasado fin de semana en Valparaíso, en el cierre de campaña del Apruebo, ha sido uno de los temas obligados de los últimos días. El gobierno ya anunció que pondrá en curso las acciones legales pertinentes (sin que a la fecha se específique por qué tipo de delito, porque si fuera por “ultraje a la bandera”, se debería invocar la Ley de Seguridad del Estado, misma que el gobierno ya descartó esgrimir), mientras que el Ministerio Público de todas formas ya inició una investigación de oficio por ultraje público a las buenas costumbres. Sin embargo, más acá de lo que suceda o no a nivel judicial, es en cómo hemos percibido nosotros, los comunes y silvestres, los “de a pie” como se dio en llamarnos hace algún tiempo, toda esta cotidianeidad en la que estamos. Y para hacer eso, se me hace pertinente establecer un “estado del arte” respecto de nuestra relación pública/social con las performances, más allá del atractivo que pueden significar figuras gigantes ubicándose en distintos puntos de la ciudad, cada cierto tiempo.   La performance, propiamente tal, trasciende el significado literal del anglicanismo, que lo traduce como “rendimiento”. En el arte, la performance se entiende como la ejecución de una acción que pueda ser apreciable y admirable, vale decir entendida, y aún, resignificada, en tanto transformadora de la percepción de quienes sean los espectadores (tanto más impactante y potente el objetivo si dicha acción se atestigua en vivo, pero no es condición sine qua non). Su objetivo es cuestionar los límites “tradicionales” de lo que se entiende por “obra de arte”. Su historia en nuestro país nos remite a Vicente Huidobro y Pablo de Rokha, quienes con una actitud vanguardista que buscaba romper con las convenciones del lenguaje artístico, dan pie a lo que mas tarde sería profundizado por el Colectivo de Acciones de Arte (CADA, que tuvo a Eltit y a Zurita entre sus más insignes exponentes) o el trabajo de Enrique Lihn y Rodrigo Lira.   También por los ‘50, con los “happenings” (manifestaciones artísticas multidisciplinarias, que tienen como centro la provocación, la participación y la improvisación) y acciones diversas, un joven Alejandro Jodorowsky ya trazaba las líneas de lo que casi inmediatamente después fue el movimiento Pánico (autodefinido como movimiento de postvanguardia), que fundó en concomitancia con el francés Roland Topor y el español Fernando Arrabal. Tener presentes todas estas referencias a la hora de abordar el tema es necesario, a juicio de este expositor, para entender la preponderancia que tiene el cuerpo (del propio artista, o de quien “encarne” la obra) en tanto medio de expresión, pero también como una estética en sí misma. Si hablásemos de un cuadro, una pintura, en el sentido más estricto, el cuerpo podría ser tanto el lienzo como los colores, así como también la imagen de dicha composición, cuestión que más tarde dejó más que claro el dúo de Lemebel y Casas, Las Yeguas del Apocalipsis, quienes hacia finales de la dictadura llevaron a cabo varias intervenciones, en las que cuestionaban los estereotipos de sexualidad imperantes y su relación con la contingencia cultural y política.    Dígame, usted, si no le suena actual.   Con todo, lo hasta aquí dicho es apenas una descripción somera en cuanto a performance se refiere, así como a su desarrollo en nuestro país, cuyos alcances y exponentes superan con creces lo contenido en estas líneas. Y es que el objetivo aquí no es el examen de un determinado movimiento y sus influencias, pero si establecer, porque es innegable, que a lo largo de su desarrollo a nivel nacional la performance ha cumplido cabalmente con el fin de no dejar indiferentes a los espectadores. Oportuna revisión, pienso, porque si algo hemos oído en las horas recientes son preguntas relativas a los límites de lo que consideramos arte, obviamente alusivas a lo que fue la participación de la banda Las Indetectables en el marco del cierre de la ya mencionada campaña producida por Apruebo Transformar.    La defensoría de la Niñez fue una de las primeras instancias en exigir una investigación sobre la performance del colectivo de disidencias sexuales, bajo la denuncia del delito de ofensas al pudor. Pero ¿qué es lo que molesta realmente? Si bien no fue este el único órgano que, consecuentemente, planteó la impertinencia de tal show frente a menores de edad, el hecho es que la mayoría de las voces persecutoras de lo que han hecho mayor eco es de cuestiones alusivas a la moral y las buenas costumbres, así como al respeto irrestricto que merecen ciertos símbolos, más que a la infancia vulnerada.   El acto en sí mismo, de manera gráfica, consistió en la actuación de la banda durante unos cuantos minutos (cabe aclarar, porque algunos medios han presentado la nota señalando que el show consistió casi exclusivamente en los hechos que tanto se condenan). En el referido acto se simuló un “aborto” en el que una de sus integrantes extrajo una bandera chilena desde su ano. La calidad y profundidad de la “metáfora” respecto del nuevo país que se supone que queremos construir, sumado a la crítica que les es propia a las disidencias sexuales frente a un sistema cultural preponderantemente patriarcal, machista y héteronormado, es todo lo discutible que usted quiera, pero, en este clima de las últimas semanas (¿y años? Desde 2019 a la fecha), en donde un sector determinado ha extremado sus esfuerzos

Tiempos verbales | Con verdadero amor

«Las violencias de género no desaparecerán por mucho que su persecución sea garantizada por una nueva institucionalidad, ni porque la causa feminista sea una de las más potentes en los últimos años (…) ni con las correcciones que sobre las leyes haga el nuevo texto constitucional para convertirse en delimitante de la acción entre personas (…) porque en un país preeminentemente machista como este, aun la mayoría de las encarnaciones de esas instituciones y de esas leyes recaen sobre nosotros, los hombres, y aunque a algunos nos pese, no podemos omitir el hecho de que los aberrantes hechos aquí detallados fueron cometidos por nuestros pares, esa clase de hombres somos.» Sigue siendo uno de los temas recurrentes, que cada poco tiempo abordo en estas entregas, porque, lamentablemente, siguen siendo atrozmente recurrentes las nuevas víctimas que nosotros, los hombres, continuamos aportando al negrísimo número que cuenta a las compañeras que ya no están. De acuerdo a los datos de la Red Chilena Contra la Violencia Hacia las Mujeres (http://www.nomasviolenciacontramujeres.cl/), van 31 femicidios en lo que va de año (cuyo número incluye un lesbofemicidio y dos transfemicidios). El último de ellos, ocurrido hace menos de diez días, tuvo por víctima a una joven de 27 años asesinada por su ex pareja en la comuna de Lo Espejo. Sobre el hombre (como en tantos otros tristes casos, dígame usted cómo no sentir impotencia) regía orden de alejamiento vigente.   Siempre es terrible -ciertamente- hacer el recuento utilizando ese “van”, como si con ello se aceptara como algo normal, dado que somos la sociedad que somos, sumar algunos casos más antes de que se acabe el año. ¡Es inaceptable!, decimos todas y todos, pero ahí está el número, trágicamente creciendo, de indesmentible manera. Nuestras prácticas gritan más fuerte que nuestras consignas, según se ve.   Al mes de agosto de los últimos dos años anteriores a 2022, se contaban 30 femicidios, 3 suicidios femicidas y 6 asesinatos por violencia femicida; decesos, estos últimos, que no necesariamente implican la ultimación de una mujer, resaltando entre ellos, tristemente, el caso de un niño de 11 años, apuñalado por su padre para castigar a la madre, por el hecho de que esta había decidido vivir con una nueva pareja, o el caso del hombre asfixiado luego de “violación correctiva”, por el solo hecho de haberse identificado como varón trans.   2021, en particular, no fue más esperanzador. Todo lo contrario; 31 femicidios a agosto de ese año, incluidos dos casos que además se cuentan también dentro de la figura de asesinatos por violencia femicida (cuyo número fue de 6, para el mismo mes y año), puesto que las víctimas, don niñas de 11 y 3 años, fueron asesinadas por su padre para vengarse de la madre, de 23 años, por el hecho de que ella había decidido separarse de él. Y si usted sacó bien sus cuentas, sí, el hombre embarazó a la joven cuando esta tenía 11 años, vale decir, que él era a la vez pedófilo, violador y filicida. El victimario se suicidó luego de ultimar a sus hijas. Carabineros tenía la orden de llevarse a las niñas donde su madre la noche anterior a ocurridos los hechos, cuestión que no se llevó a cabo porque la policía deliberadamente no cumplió esa orden.   Tres fueron los suicidios femicidas a esta fecha el año pasado.   El Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género (MMEG) cuenta, por su parte, hasta la semana pasada, 25 femicidios consumados y 91 femicidios frustrados en lo que va de este año. Esta “diferencia” respecto del conteo de casos que hace el órgano especializado, la Red Chilena contra la Violencia Hacia las Mujeres, es algo que parece tener su fundamento en la manera en que la cartera gubernamental entiende y ejerce lo que dicta la ley 21.212 o “Ley Gabriela”, pues si bien es cierto que esta ley, mediante la incorporación de tipos penales específicos que amplían el concepto de femicidio a los casos en que ocurre fuera de una relación afectiva, pasando de su versión anterior del concepto de femicidio, que lo entendía como “el asesinato de una mujer ejecutado por quien es o ha sido su cónyuge o conviviente, o con quien tiene o ha tenido un hijo en común, en razón de tener o haber tenido con ella una relación de pareja de carácter sentimental o sexual sin convivencia”, a considerarlo como “el asesinato de una mujer en razón de su género, pero solo si la muerte se produce en alguna de las siguientes circunstancias: Ser consecuencia de la negativa a establecer con el autor una relación de carácter sentimental o sexual; ser consecuencia de que la víctima ejerza o haya ejercido la prostitución, u otra ocupación u oficio de carácter sexual; haberse cometido el delito tras haber ejercido contra la víctima cualquier forma de violencia sexual, sin perjuicio de lo dispuesto en el artículo 372bis.; haberse realizado con motivo de la orientación sexual, identidad de género o expresión de género de la víctima; haberse cometido en cualquier tipo de situación en la que se den circunstancias de manifiesta subordinación por las relaciones desiguales de poder entre el agresor y la víctima, o motivada por una evidente intención de discriminación.”   Si bien es cierto pareciera que las reformas a esa ley, propias de las necesidades de estos tiempos, incluyen en su cuerpo a las nuevas sexualidades, no es menos cierto que al hablar de “víctimas” no establece con claridad rotunda si entran dentro de esa consideración quienes, habiendo nacido hombres, hayan decidido ser adultas mujeres. Entonces, al no considerar femicidio el delito de asesinato cometido en contra de una persona trans, por ejemplo, tiene lugar esa diferencia en los totales.   Si uno realiza una revisión de cohorte (estudio que observa un determinado fenómeno y su evolución en un determinado grupo social, a lo largo de un determinado lapso de tiempo), se dará cuenta además que esta diferencia es observable en el tiempo,

Espía 13 | Supervivientes

«Luchan por no hundirse, por seguir respirando, dando saltitos algunos (a los que el agua le llega al cuello) para salvar el día y llegar a tomar once con los suyos, con la manada, tras pasar el día a la intemperie: en la humedad y el frío durante los crudos días de invierno, bajo pleno sol en el sofocante verano.» Caminar por el centro de Santiago es recorrer los restos de un naufragio. Sea donde sea que uno enfoca el lente aparece una o un superviviente del neoliberalismo, de la individualización, del populismo ñurdo o no ñurdo, de la neocolonialidad: mendigos, prostitutas, pasotas, comerciantes, personas con capacidades diferentes, vendedores ambulantes y artistas de la calle -entre otros esperpénticos especímenes- luchan por no hundirse, por seguir respirando, dando saltitos algunos (a los que el agua le llega al cuello) para salvar el día y llegar a tomar once con los suyos, con la manada, tras pasar el día a la intemperie: en la humedad y el frío durante los crudos días de invierno, bajo pleno sol en el sofocante verano.  Sin servicios higiénicos, sin casinos, sin previsión ni salud ni educación, sin oficinas climatizadas o máquinas de café se las arreglan para subsistir en la vía pública, mientras muchos de los que poseen servicios higiénicos, casinos, previsión, salud, educación, oficinas climatizadas y máquinas de café los critican porque afean las calles, porque las vuelven inseguras, como si la mayoría de los que se ganan la vida en las calles del centro fuesen delincuentes y en las empresas hubiese solo personas honestas y de alto sentido estético, cosa que sabemos no es así: en las oficinas hay bastante gente burda y una cantidad no despreciable de delincuentes. Piénsese, por ejemplo, en el turbio Choclo Délano o en el fallecido fundador de la Universidad Santo Tomás, Gerardo Rocha, que en 2008 asesinó premeditadamente a un martillero público (solo por dar un par de ejemplos). Roberto Bolaño planteó alguna vez que el escritor se encuentra a la intemperie. Lo mismo pasa con quienes se ganan la vida en la vía pública, aunque en este último caso se trata de una intemperie real, concreta, no metafórica. Ambas situaciones, en todo caso, se pueden interpretar como los extremos de un mismo fenómeno de abandono, de (des)educación, de (des)protección, de (in)sensibilización, de (des)humanización.  Están en todo el centro los supervivientes: en la Plaza de Armas, en el portal Fernández Concha, en el Mercado Central, en el barrio San Diego, en los paseos peatonales, en Ahumada, en Estado, en Huérfanos, en Puente, en la Alameda. No es suya la belleza estandarizada del que se desarrolla a costa del subdesarrollo de los otros, del sálvese quien pueda de los otros, como plantea Manuel Castells en su teoría de la Ciudad Dual; no, porque lo que encontramos en ellos es la belleza trágica del hundimiento, del naufragio en ese mar ciudadano que solo a algunos los baña tranquilos, que solo a algunos les promete el futuro esplendor.   Fotografías

Tiempos verbales | Pubertad

«Ese afán escolarizador de quienes pretenden erigirse como la solución y la guía, no sería tan malo si la preocupación por nosotros fuera genuina, pero el hecho (entre otros) de que para lograr su fin nos mientan tanto y de tan descarada manera, deja en inmediata evidencia que lo que en verdad pretenden es mantenernos cautivos, útiles a sus fines, indignos de nuestra libertad y albedrío, inhábiles para dirigir nuestro destino.» Nos hace falta cariño. Como país necesitamos hacernos cariño.    Hemos sido testigos, a lo largo de estas últimas semanas, de cómo los egos de ciertas lumbreras denostan este cariño, que por estos días tiene la forma de un libro que se ha transformado en la obra más vendida de los últimos tiempos. Este fenómeno, que en palabras del periodista y escritor Juan Cristóbal Peña “no se había dado jamás en Chile”, es sobre todo un indicador ¿De qué? De que todo eso que dicen sobre “nosotros” no es otra cosa que una calumnia, un falso testimonio, una mentira que a ellos les encantaría que fuera verdad. Porque no se trata solo de las falsedades que se imparten sobre este libro, sino de la mentira más grande, o primigenia, que esconden esas mismas mentiras; esa que quiere insistir en que nosotros los necesitamos, que sin ellos nos perdemos, que sin la luz de su sabiduría y experiencia no sabríamos que hacer, que simplemente terminaríamos tomando pésimas decisiones.   Es buena la analogía sobre la manera en la que entendemos y practicamos la fe cristiana que hace Daniel Matamala en su última columna, sin embargo, no solo en nuestro “ethos” pechoño es en dónde – o desde dónde-, se puede rastrear el origen de esta forma relacional nacional que parecemos (o un sector parece) tener tan profundamente arraigada; para de este modo, buscar una posible salida que dé cuenta de la edad que tenemos en este presente como sociedad (parafraseando a Kant); que posibilite que aquellos que insisten en que deben guiarnos -como si fuésemos párvulos- terminen de entender que estamos en una suerte de adolescencia (tenemos apenas 212 años, nada en términos sociohistóricos); que, como es propio de esta etapa del desarrollo humano, nos obliga a convulsionar y desasosegarnos mientras terminamos de acomodarnos al nuevo estadio.    Ese afán escolarizador de quienes pretenden erigirse como la solución y la guía, no sería tan malo si la preocupación por nosotros fuera genuina, pero el hecho (entre otros) de que para lograr su fin nos mientan tanto y de tan descarada manera, deja en inmediata evidencia que lo que en verdad pretenden es mantenernos cautivos, útiles a sus fines, indignos de nuestra libertad y albedrío, inhábiles para dirigir nuestro destino. Y es que, no es tan problemático el ninguneo que un pseudo intelectual hace de nuestro triste sistema de educación pública, porque efectivamente es triste, y la más vergonzosa muestra de aquello es que en este país existen establecimientos -y no pocos- en los cuales sus propios alumnos hacen colectas y beneficios para tener salas mínimamente habitables en las que educarse. El verdadero problema reside en que, en ese ninguneo, de fondo lo que se hace es apuntar a quienes padecemos precisamente ese mal sistema. Pero poco dice el personaje, por ejemplo y hablando de analfabetismo funcional, que a nivel gerencial este vicio se muestra en una preocupante cuantía, sobre todo si consideramos que se esta hablando de personas cuyas decisiones inciden directamente sobre el personal que tengan a su cargo.   Hablar de clase gerencial, hoy en día, tal vez no apunte estrictamente a un sector específico de la sociedad, considerando la forma en que se han ampliado las posibilidades de la mayoría de la población para acceder a la educación superior, no obstante, si tomamos en consideración que en el año 1998, cuando Chile participó en un estudio internacional para medir la compresión lectora en el territorio, y en que las hoy populares ingenierías comerciales no eran tan conocidas ni accesibles, el 15% de los profesionales que se sometió a dicho estudio fue catalogado derechamente como analfabeto funcional. 1998 poco puede decirnos de lo que somos como país hoy por hoy, dirá usted, y algo de razón tendrá, pero si consideramos que en el año 2013 el Centro de Microdatos de la Universidad de Chile volvió a realizar el mismo estudio, cuyos resultados fueron prácticamente iguales a los de finales del siglo pasado, comienzan a caer los determinismos relativos a nuestros avances como sociedad. Del 2013 hasta ahora algo habremos avanzado, puede usted insistir, pues déjeme decirle que, según todas las mediciones actuales, la pandemia solo contribuyó a empeorar los indicadores de comprensión lectora, que ya eran malos en 2019, y esto es un hecho que se aprecia de manera transversal. Las clases más acomodadas, que eran las que más pujaban porque los jóvenes volvieran pronto a las aulas, no lo hacían precisamente porque estuviesen preocupadas de que sus hijos no alcanzasen a recibir todo el contenido curricular conforme al nivel en que se encontraban.   Es innegable, Chile tiene, a nivel internacional, uno de los peores índices de comprensión lectora, pero no es este déficit, insistimos que transversal, el que preocupó al escribiente al momento de redactar su infame columna. Ni ese patricio, ni ninguno de los de la clase con la que dice identificarse, que son los que pregonan ese horroroso derrotero al que el país podría dirigirse (y con él todos nosotros), tiene un interés genuino en nuestras particularidades, bienestar y formas relacionales. No es cariño, si no desdén lo que hay ahí, porque lo que realmente quieren esconder sus peroratas y falsedades, es el miedo a una concepción de la vida en comunidad que no es la que ellos querrían, y más allá, un rechazo a una episteme distinta que la propia. Episteme entendida, justamente aquí, como este anhelo de reinterpretar el entorno inmediato y lo que de él nos afecta, de una manera que sea mucho más amable para, entre y con nosotros

Signos vitales | Kilómetro cero

«Casi en el centro de la plaza me encontré con el “Monumento a la libertad americana”, obra en mármol blanco del italiano Francesco Orselino, instalada allí hace casi doscientos años (específicamente en 1836, mediante la autorización del procaz y turbio y cabrón Diego Portales). En ella una mujer de rasgos europeos libera a una indígena latinoamericana, también de rasgos europeos, que se encuentra de rodillas.» Habitualmente paso por la Plaza de Armas de Santiago. Por lo general a la hora del almuerzo, cuando arranco del casino de mi lugar de trabajo y busco un lugar diferente donde comer, donde existir, donde respirar, donde ser algo más que un simple factor productivo; o cuando tengo que hacer -apurado- algún trámite en el centro. Atravieso, en esas ocasiones, las calles interiores del lugar que acá, en la Colonia Chile, marca el kilómetro cero. Y me encuentro con una fauna plurinacional compuesta por prostitutas de culos gigantes, cafiches vestidos con nike, converse o adidas, predicadores de la biblia, desempleados, vendedores ambulantes, trabajadores mal pagados y perdedores varios, sentándome a veces en algún escaño a revisar el teléfono, a escribir algunas notas, a hojear un libro, a tomar fotos o simplemente a contemplar el entorno del sitio y su fauna.  La semana pasada estuve allí. Específicamente el jueves. Había almorzado pollo mongoliano y wantán viendo -en una pantalla gigante- las noticias que los grandes empresarios y los suyos fabrican intentando que la gente -el pueblo- se haga autogoles o el harakiri, favoreciendo así su autoritarismo narcisista, su egoísmo patológico, su visión funcional del hombre común y su cultura de mierda. Una mentira que se repite mil veces se transforma en verdad, recordé que proclamaba Goebels, el publicista de Hitler. Los grandes empresarios, los Luksic, los Matte, los Angelini, los Ponce Lerou, los Piñera -que son los que de verdad gobiernan el país- lo tienen totalmente claro. Y jornada tras jornada sus bots y los medios de prensa que estos cabrones financian -que son casi todos- dejan caer gota a gota el veneno que termina matando una buena cantidad de cerebros nacionales e importados. ¡Cuántas neuronas asesinadas! Andaba con algo de tiempo y un libro de poesía brasileña ese jueves, así que tras salir del restaurante chino fui a la plaza a reposar el almuerzo y leer un rato. Necesitaba purificarme del noticiario y su dosis de atontamiento orientado, hoy en día, completamente al rechazo de la nueva constitución, a impedir la democracia, a reprimir la autonomía, a imponerles la chilenidad a pueblos que no son chilenos. Me acomodé en una banca y durante un rato contemplé a los transeúntes que, al caminar, espantaban a las palomas. A mi lado una pareja degustaba un par de completos del portal Fernández Concha. Tomé el libro, lo abrí y me encontré, de inmediato, con un magnífico poema de Carlos Drummond de Andrade: “En medio del camino”. Es un poema que me encanta y lo leí como corresponde un par de veces. Enseguida, a modo de venganza con los grandes empresarios, hice el ejercicio de leerlo cambiando la palabra “piedra” por “oligarca”:  “En medio del camino había un oligarca / había un oligarca en medio del camino / había un oligarca / en medio del camino había un oligarca. // Nunca me olvidaré de ese acontecimiento / en la vida de mis retinas tan fatigadas. / Nunca me olvidaré de que en medio del camino / había un oligarca / había un oligarca en medio del camino / en medio del camino había un oligarca.” Estuve en eso unos cinco minutos. Luego me dediqué a mirar el entorno. Los árboles de la plaza, que como los animales del zoo lucen cartelitos con su nombre, estaban otoñando. En la esquina frente al municipio “el caballo”, nombre popular de la estatua ecuestre del invasor español Pedro de Valdivia -que fundase la ciudad apoderándose de un tawantinsuyo o centro urbano inca- estaba repleta de turistas fotografiándose. ¿Será derribada alguna vez? ¿Será vejada, humillada, violada? ¿Le pondrán la peluca de Sandy Mc Donald? ¿Será pintada de rojo o de negro? ¿Será cabalgada por post punkies borrachos? ¿Morderá el polvo? Tal vez, me dije. En todo caso, los calcetineros de las tradiciones y el orden hueco no tienen nada que temer, pueden estar en paz, pues, de sufrir algún daño, lo más seguro es que el monumento será objeto de una reparación integral, completa y minuciosa, tal como ocurrió con la estatua del general Baquedano, aunque no con los mutilados de Piñera. Sí, porque en Chile un mamotreto de metal parece tener más derechos que una persona.   Miré después hacia el vértice opuesto a la estatua de Pedro de Valdivia. Allí, a pasos de la entrada al Paseo Ahumada, el noventero “Monumento a los pueblos indígenas”, obra de hormigón y granito de Enrique Villalobos, tenía poco público. Sólo unas gringas desabridas -que imaginé con olor a pollo frito- se fotografiaban junto a la colosal cabeza. Después giré la vista. Y casi en el centro de la plaza me encontré con el “Monumento a la libertad americana”, obra en mármol blanco del italiano Francesco Orselino, instalada allí hace casi doscientos años (específicamente en 1836, mediante la autorización del procaz y turbio y cabrón Diego Portales). En ella una mujer de rasgos europeos libera a una indígena latinoamericana, también de rasgos europeos, que se encuentra de rodillas. La liberación, vista así, consiste en someterse y dejar de ser indígena y volverse blanco o blanca, volverse “civilizado o civilizada”, abandonando la cultura propia y usando artilugios como L´Oréal de París para luchar contra la tozuda biología. Los rasgos de ambas mujeres me recordaron, además, a los de la norteamericana estatua de la libertad, valor fundamental que en eeuu -como irónicamente escribiese Nicanor Parra- es una estatua.  Consulté la hora. El tiempo había pasado rápido y era momento de volver a la pega y seguir aburriéndose en los monótonos cuadritos del organigrama. Mientras caminaba de regreso recordé que durante la dictadura circularon monedas doradas con

Cámara rodante | Recorrido local

«No hay luz, menos agua, tampoco baños en esos sitios, porque así es llegar a vivir a un terreno abandonado de la mano de dios -como dicen los puritanos- y comenzar desde cero, sin familia cerca, sin apoyo del estado ni de nadie, dejando atrás la condición de allegados.» Camiones ingresan llenos de pertrechos y paneles de casas en la madrugada a tomar posesión de los terrenos de la periferia -a la maleta- al antiguo sitio eriazo que hoy dejará de serlo, porque se convertirá en una más de las tantas tomas que por estos años se han popularizado en este terruño, muchas de las cuales se formaron en medio del estallido social y que por momentos se notan fuera de control. No hay luz, menos agua, tampoco baños en esos sitios, porque así es llegar a vivir a un terreno abandonado de la mano de dios -como dicen los puritanos- y comenzar desde cero, sin familia cerca, sin apoyo del estado ni de nadie, dejando atrás la condición de allegados.  No habrá comodidades, todo será cuesta arriba, pero los que se atrevan a entrar en la toma dejarán de vivir hacinados en una pieza estrecha, donde deben dormir, cocinar, comer, hacer sus necesidades y tener sexo (despacio y en silencio para no despertar a los niños y al resto de la familia, para no despertar a los vecinos que viven también bajo la misma condición de hacinamiento, unos al lado de los otros, separados por delgados tabiques, todos condenados por la falta de recursos). Es lo que les queda a muchos de los que -en Chile- forman parte del gran porcentaje escuálido económicamente hablando, a la mayoría que gana demasiado poco, a la mayoría que no ha heredado nada porque sus progenitores también fueron pobres o lo siguen siendo, a los inmigrantes clase B. Tomarse un terreno es la única opción para no vivir apretujados como animales de matadero, para ser independientes y soñar con dignidad, es eso o vivir en un parque o en una carpa como indigentes.  Vecinos con martillos, clavos y serruchos se organizan, se ayudan mutuamente para levantar las débiles paredes que los ayudarán a cobijarse de la lluvia y sus mañanas escarchadas, o del sol quemante que lacera la piel ya ajada de los nuevos pobladores. De a poco también se van conformando las calles en aquel "gueto de los sin casa propia", donde los pobladores disputan sus diferencias a veces hasta llegar a la muerte, como ha ocurrido en el barrial de Batuco, donde no existen curas obreros que funcionan como mediadores ni asistencia social enviada desde el Estado o del municipio, entidades que callan ante esta dura situación. En mis visitas a este lugar he visto, además, cómo los basurales clandestinos se van agrandando sin que nadie diga ni haga mucho. Eso, más el barrial que en tiempos de lluvia se forma en sus calles, ponen en entredicho la esperanza inicial, el sueño del hogar propio, convirtiendo un terreno que ayer fue verde y natural en un sitio contaminado por el sucio colorido de los desperdicios y los animales muertos. Fotografías

Nuevas víctimas | Todo por Rocky

«Rocky, nuestro amado y difunto quiltro -que se hallaba en perfectas condiciones de salud- un día cualquiera amaneció muerto. Se hallaba rígido e hinchado, con la lengua afuera, hormigas en sus ojos, las orejitas caídas y una expresión de dolor en su querida cara canina. Después de su entierro, realizado en el pequeño patio de nuestra casa, justo debajo del albaricoque donde en verano dormía interminables siestas, me puse a averiguar las causas de su trágico deceso.» Me uní a ACHIDUPEN (Asociación Chilena de Dueños de Perros Envenenados) a comienzos del año pasado, cuando Rock, nuestro amado y difunto quiltro -que se hallaba en perfectas condiciones de salud- un día cualquiera amaneció muerto. Se hallaba rígido e hinchado, con la lengua afuera, hormigas en sus ojos, las orejitas caídas y una expresión de dolor en su querida cara canina. Después de su entierro, realizado en el pequeño patio de nuestra casa, justo debajo del albaricoque donde en verano dormía interminables siestas, me puse a averiguar las causas de su trágico deceso. La conclusión -casi sin lugar a errores- fue que Rocky fue envenenado. Llegué a ese convencimiento luego de averiguar en Internet y de consultar con algunos vecinos, muchos de los cuales me comentaron que también habían experimentado pérdidas similares. Algún infeliz, un puto sin corazón, está envenenando a los perros del barrio, señalaron. Mi mujer, mis hijos y yo sufrimos mucho con la noticia, puesto que el envenenamiento es una práctica especialmente cruel. Se realiza, muchas veces, mediante un alcaloide llamado estricnina, que ataca el sistema nervioso central del animalito, provocando su muerte por asfixia. La estricnina, no olvidarlo, tiene otro fin, pues es un eficaz pesticida que permite acabar con las ratas y otros invertebrados menores, asquerosos, infecciosos, demoníacos, que sí merecen morir por su alto poder patógeno. Otro método usado por los callados, feroces y crueles enemigos de las mascotas es la ingesta de vidrio molido, material que se les da a comer junto con trozos de carne, por lo general molida, provocando dolorosas hemorragias internas y finalmente la muerte. Al respecto, debo señalar que hubo serias discusiones y debates en torno a la pertinencia de incluir o no a los dueños de perros muertos por vidrio molido en ACHIDUPEN, dado que el vidrio molido, está claro, no es un veneno propiamente tal. Primó, sin embargo, la idea del sector integracionista, al que orgullosamente pertenezco, de hacerlos parte, dado que -ex post- los efectos letales del vidrio molido son equivalentes a los de la estricnina. Quedaron afuera, eso sí, los dueños de perros atropellados, por el carácter exógeno del elemento que les provoca el fallecimiento.  ¿Qué hacemos en ACHIDUPEN? Además de informar, crear conciencia del problema y exigir justicia y reparación mediante nuestra página web, una de nuestras acciones más frecuentes es querellarnos ante el envenenamiento de un perro o perra. En ese sentido, este año hemos presentado acciones judiciales -hasta hoy sin resultados- por los difuntos y difuntas: Capitán, Lady Di, Prometeo, Shakira, Cachuco, Cosita, Travolta, Mamona, Jailander (sic), Luna y Cachirulo, canes cuyos amos -hoy de penoso duelo familiar- habitan en diversas comunas de las regiones Metropolitana y de Valparaíso, que son los lugares donde nuestra asociación tiene mayor presencia. Nos hemos reunido, también, con la Sociedad Veterinaria Nacional (SOVENA) a fin de conocer mejor las formas de mantener sanas a nuestras mascotas y con la Subsecretaria Nacional de Educación Básica (SUBNEB), solicitándole que apoye nuestras acciones, en el entendido de que los perros les hacen bien a los niños.  Un psicólogo reputado -seguidor, según dijo, de la pirámide de Maslow- nos proporcionó abundante material con relación al vínculo que existe entre el desarrollo afectivo y sicomotor de los niños y la tenencia de perros. Con ese material fuimos al ministerio. La subsecretaria estuvo muy de acuerdo con nosotros, nos habló incluso de Pelusa, su perrita chow chow de la infancia que, está segura, murió vilmente envenenada, pues durante sus últimos días sudaba, temblaba, vomitaba, pero nos señaló que no podría apoyarnos públicamente, esto no le daría réditos políticos, puesto que tiene fuertes presiones en contra de organizaciones como APANIVIPE (Asociación de Padres de Niños Violentados por Perros), de MAPROGAMMOC (Mancomunal de Propietarios de Gatos Mordidos Mortalmente por Canes) y de UNALI (Unión Nacional de Amigos de Lagartijas e Iguanas), las que no están tan de acuerdo -¡y se atrevió incluso a decir que con cierta razón!- con la idea de que los canes les hagan tan bien a los niños, a los gatos o la diversidad ecológica. Ante la actitud acomodaticia y timorata del aparato estatal, nosotros, por cierto, nos seguiremos movilizando, seguiremos golpeando puertas y creando conciencia acerca de estas ignoradas víctimas de la maldad humana. Si tenemos que enfrentarnos a los fanáticos de APANIVIPE, MAPROGAMMOC o de UNALI lo haremos, puesto que nuestra lucha no es solo en defensa de los canes, sino también de la familia chilena, de la que estos peludos y tiernos seres son parte esencial. Todo por Rocky, todo por el mejor amigo del hombre, me digo cada vez que debo sacrificar parte de mi tiempo en estas acciones. Golpearemos puertas, es verdad, pero también estamos dispuestos a ir bastante más allá. Hemos creado -para ello- la Brigada Vengadora Canina (BVC), cuyo fin es detectar y ajusticiar a los envenenadores de nuestras queridas mascotas. Para ellos hemos infiltrado agentes en los barrios y en las redes sociales, también en APANIVIPE, MAPROGAMMOC y en UNALI, con el fin de descubrir a los infelices criminales. A ellos les digo que, si no quieren terminar sus días con el estómago lleno de vidrio molido o estricnina, no se les ocurra asesinar a ningún perro o perra. “Envenena al que envenena”, tal es el lema de la BVC.     

Signos vitales | Una visita a la tierra de la Mistral

«Mientras avanzaba a través de los enormes montes, perdiéndome en los quiebres y requiebres del camino, comprendí el sentido exacto de la palabra «encerrado», dándome cuenta de que el vocablo no equivale, por ejemplo, a estar dentro de una celda, pieza o container, dado que estar entre cerros no significa perder la vista del cielo, el cielo está siempre presente, el cielo, físico o incluso bíblico, es la vía de escape para quien se encuentra en tal situación.» Llegué a Vicuña de noche. Venía cansado. Unas cuantas horas antes había buscado albergue en unas cabañas que prometían una experiencia maravillosa, pero instantes después una cotona gris echó a andar una estridente motobomba. Es un ratito nomás, dijo la dueña del lugar. Es para vaciar la piscina. El ruido, sin embargo, se extendió por más de dos horas y el nivel del agua no bajaba. Puse la tele para aminorar el ruido. Y nada. Lo curioso es que parte importante de mi viaje tenía como objeto descansar de mis vecinos metropolitanos -casos fallidos de socialización primaria- que a diario escuchan (y obligan a escuchar) a sus ídolos sin cerebro a máximo volumen. Cuando comenzó a oscurecer decidí irme. Sin muchas ganas ordené mis cosas y manejé sin parar hasta llegar a Vicuña, donde quedé encantado con los farolitos románticos, de luz amarillenta, que alumbran el puente de entrada. Sentí que retrocedía en el tiempo, sentí que era un espectro decimonónico.  Una vez en la ciudad, recorrí las calles buscando alojamiento, lo que no fue fácil, puesto que estaba todo ocupado. A tope. Finalmente llegué a un motel de película gringa. Era un edificio largo, de dos pisos, tapizado de puertas que por decenas se sucedían iguales una tras otra. Me acomodé, me duché y tipo once pm decidí salir. El dependiente me había informado que se celebraba el aniversario 201 del nacimiento de la ciudad y habría un espectáculo en la ex Plaza de Armas, hoy denominada Gabriela Mistral en homenaje a la escritora premio Nobel 1945. Pensando en la tan cacareada magia del Valle de Elqui, así como en las resonancias poéticas de la autora de “Desolación” en la zona, me fumé un cogollo antes de salir. La idea: intensificar la magia. Dejé el auto en el motel y me fui a pie hacia el lóbrego y anticuado centro vicuñense. Quería estirar las piernas después de tanto manejar. En estas ciudades chicas, además, es sabido que todo queda cerca. Mientras caminaba miré el cielo buscando las famosas estrellas del valle. Pero no las vi, las ocultaban las luces del alumbrado público y una espectacular luna creciente. Al rato llegué a la plaza. Estaba repleta de gente, turistas principalmente, y un montón de pacos. En el escenario en vez de un espectáculo mágico, poético, me encontré con los dobles de los dobles de Chayanne y Marc Anthony. Todo mal. Muchas mujeres chillaban. Desilusionado, volví al motel y me tomé una petaca de vodka para pasar el mal rato. La habitación no tenía más que una ventana, la del baño, así que me senté en la taza del wáter a mirar el pedazo de cielo vacío que el pequeño rectángulo dejaba ver.  A la mañana siguiente fui nuevamente a la plaza, que ahora estaba en calma. Los dobles de los dobles se habían ido. Ahora estaban los originales, los anónimos. Y Gabriela Mistral, en tamaño natural, sonriendo, sentada un escaño justo al centro del área verde. Los turistas se acercaban a la réplica de la poeta y se acomodaban a su lado y sonriendo la abrazaban y se fotografiaban. Contemplé la sesión fotográfica por un rato recordando que, en su niñez, la Mistral llegó a la ciudad a terminar sus estudios preparatorios, siendo injustamente acusada de robar material escolar, motivo por el cual sus compañeritas -cero sororidad- la apedrearon en varias ocasiones. El capítulo terminó con la expulsión de la poeta -ahora condenada a sonreír per sécula en su escaño atrapa turistas- expulsada de la escuela superior primaria de Vicuña, viéndose forzada a aprender de forma autodidacta.  Me alejé de la marketinera escultura y recorriendo los bordes de la plaza conocí un bello árbol de fruto dulce y redondo, el chañar, y me quedé admirando su delicado ramaje por unos minutos. Enseguida me dirigí al museo dedicado a la poeta. Caminé unas tres o cuatro cuadras, llegué al portón de entrada. Y estaba cerrado. Era un sábado, un sábado de verano, momento más que propicio para facilitar el acceso a nuestra literatura a aquellos que, con poca plata, pueden salir solo los fines de semana. Pero la burocracia piensa de otra forma, la burocracia tiene poco cerebro, cosa no tan extraña, hay que decirlo, puesto que el término está emparentado con la palabra “burro” (me refiero a la acepción coloquial de la palabra  y no al noble animal), por lo tanto comete, con frecuencia, burradas. Para compensar la pérdida, me dirigí hasta un pequeño museo de entomología e historia natural que había visto mientras recorría la plaza. A fin de cuentas, un insecto y un o una poeta no son tan diferentes, me dije a modo de consuelo.  Pagué la entrada y entré al museo. Funcionaba en una casona antigua, de adobe, con piso de tablas que rechinaban. Las infografías -adosadas a las paredes- eran bellas, pero de épocas pretéritas, de tecnologías pretéritas, poco atractivas para un público habituado a lo digital. De todas formas, había una extensa cola para entrar. Familias enteras, con niños cubiertos con poleritas de Marvel y adolescentes disfrazados de cantantes de k pop, trap o reggaetón, esperaban su turno. Es lógico, pensé, el turista es un ser que necesita ocupar su tiempo en cualquier cosa -le interese de verdad o no- que le permita tomarse una selfie y luego postearla y convencer a los otros que lo está pasando la raja, que tiene plata para pasear, que es feliz. Si se instalara un museo de tapitas de gaseosas, del neumático usado o de la caca, imaginé,

Trasandino | Caminar calma la mente

«El café me calentó el cuerpo un poco, pero la noche cada vez estaba más fría. De las 30 fotos que tomé sólo 4 me gustaron, esas las subí a las historias de Instagram. Pagué la cuenta y caminé por la Cañada como un romántico viendo las diferentes formas de las ramas de las tipas a contraluz del alumbrado público. Sucede que caminar calma la mente cuando el spleen atribula.» Esta noche el frio del otoño aparece en los gestos de los transeúntes de la Avenida Colón. Se guarnecen en sus ropas esperando el bondi en las paradas. El viento caótico arrastra tierra, colillas de cigarrillos, hojas secas verdes y amarillas. Le saqué una foto a una abuelita jorobada que intentaba a duras penas subir un carro lleno de cebollas a un trolebús. Después de un día de problemas, buscaba fotografiar con el celu situaciones que me permitiesen pensar la cotidianidad, salir de mí o reflejar finalmente lo que me pasa: fragmentos de la ciudad, el deterioro de los rostros, el vigor de un ademán, el cansancio de los cuerpos en la noche cordobesa. No sé si flaneur o voyerista, o un sujeto proclive a ver la realidad del bajo mundo, sin ínfulas de querer replicar personajes locos de Dostoyevski, ni la crueldad de «El Niño proletario» de Osvaldo Lamborghini, ni tampoco la suavidad de “El Aguinaldo de los Huérfanos” de Rimbaud. Solamente inquirir en la fuerza del gesto que la fotografía puede arrancar de la realidad. Una manera intempestiva de estar en el mundo, en donde el instinto, y no la técnica, haga la captura; entregarse a lo accidental. Este último tiempo, antes de salir a caminar, he recurrido a ver fotos de Daido Moriyama, a su Osaka de los 60, escuchando el álbum “Blue in green” de Bill Evans, sólo para entrar en una danza que me haga pensar en el estímulo provocativo de una imagen, en el ritmo de la ciudad que dialoga con lo fortuito. Simulando ese impulso, como ocurre cuando uno lee un poema que lo asombra e intenta emular esa emoción escribiendo, doblé por San Martín hasta encontrarme con Humberto Primo. El centro antiguo de la ciudad, zona roja que le dicen, en donde por los alrededores personas duermen en la calle con este frio otoñal, rostros marginales pasean silenciosos, trabajo sexual de cuerpos que se contornean sensualmente por los alrededores de Mercado Norte. En el 2014 vivía a dos cuadras de acá, en la Rioja 45. Y me paseaba por estas pasarelas para conversar con una trabajadora sexual, una trans que se hacía llamar Thalía. Había noches buenas, en donde me comentaba de su vida y reíamos fumando flores hasta que un auto se estacionara o se la llevara por un rato, y otras malas, que eran la más (por eso el fin de nuestra amistad), en donde estaba muy empastillada y me mandaba a la mierda. Recuerdo que le gustaba escribir cartas a sus romances fugaces, poemas con fragancia de amor, expresaba; mientras camino por la oscuridad de estas calles se me viene a la mente lo orgullosa que estaba de haberse pagado con su laburo las tetas y el culo, con este orto he amarrado a varios Brad Pitt, decía, y se subía la falda para mostrarme su culo redondo de metracril. Le saqué una foto, con el celu a escondidas, a dos trans: fumaban porro y reían afuera de una carnicería sombría. En Rivera Indarte le tomé una foto a un canillita que dormía afuera de un edificio. Descansaba con la boca abierta, abrazado a su perro y tapado por una frazada morada hasta el cuello. Cuando llegué a la esquina de Av. Colón y Gral. Paz, un taxi frenó violentamente golpeando la rueda trasera de una bicicleta de un repartidor de Rappi. ¡Pasá por encima si tenés los huevos! ¡Salí de ahí culiadazo que te mato! La escena se veía a pedazos porque no paraban de pasar vehículos coloridos. Una rubia alta y flaca, con pinta de cheta, que pertenecía al grupo de personas que esperábamos que el semáforo se pusiera en verde, hablaba con un aire despectivo sobre que los de las bicis siempre se andan cruzando. Al lado mío un joven anémico y cabizbajo, con la remera de Joy División, se sacó los audífonos para decir que el taxista era el que estaba locazo, creo que lo afirmó por el cuarteto que acoplaba los parlantes del taxi: la Mona Jiménez y su reversión de “I was made for lovin you” de Kiss. Los dos eran jóvenes. ¡Pedime disculpas pelotudo! ¡Andá hacete culiar! El de Rappi, moreno de mediana estatura, le daba golpes a palma abierta al capó del vehículo. El otro, algo gordo e irritado, agitaba la mano afuera de la ventana diciéndole que se saliera o lo iba a atropellar. ¡Ahí caen los ropa prestada! habló una chica desde atrás, una morocha de falda corta, negra, con una remera escotada, que vestía igual que sus tres amigas para ir al baile. Una pareja de canas se bajaron de una camioneta de balizas azules para calmar el asunto. Cruzamos la calle. Saqué una foto al altercado.  Como suele suceder mi caminata se detuvo en el Café-Bar Las Tipas, que está enfrente de la Cañada. La helada hizo que la mayoría de los viejos que ríen, se bardean, y gritan como locos mientras juegan al ajedrez, estuviesen ahora adentro, a puerta cerrada tras el ventanal, moviendo los alfiles, los caballos, jugando al truco y al mismo tiempo atentos a un partido de Talleres vs Sporting Cristal. Me senté afuera. Pedí un café simple y una tostada de jamón y queso. Por mientras que esperaba me puse a revisar las fotos que había sacado. De pronto un linyera borracho apareció pidiéndome unos pesos para comprarse un vino. Por su cara parecía que el frío no lo tocaba, vestía un jean azul 3/4 que estaba muy rasgado, y con una remera negra de “Fuck the Sistem” de Exploited. En