Retrovisor | «Pintar lo de abajo y lo de arriba», reflexiones literarias en las cartas de Gustave Flaubert a Louise Colet


«Cuando Louise tenía treinta y seis abriles y Gustave recién se empinaba por los veinticinco, se conocieron en el estudio del escultor parisino James Pradier. Comienza entonces la relación entre uno de los autores más relevantes de la literatura moderna -aún en ciernes por ese entonces- y una escritora cuya poesía gozaba de bastante notoriedad en el ambiente literario de la época.»


A partir de 1846 y hasta 1855, Gustave Flaubert, autor de novelas y relatos claves de la literatura universal como “Madame Bovary”, “Bouvard y Pécuchet” y “Un corazón sencillo”, mantuvo una extensa relación epistolar con su amante, Louise Colet, poeta romántica y narradora originaria del sureño distrito francés de Aux-en-Provence. Durante ese extenso período, el escritor le envió más de doscientas cartas, la mayoría desde su residencia en Croisset, donde vivía con su madre, a quien fuese también una destacada activista por el feminismo y seguidora de las ideas del revolucionario italiano Giuseppe Garibaldi, personaje que por esos años se constituyó, como señala el historiador Carmine Pinto, “en una estrella del romanticismo de la época". 

Autora de libros como “Flores del mediodía” (1836), “Los corazones rotos” (1843), “Él” (1859) e “Infancias célebres” (1865), Louise se trasladó a la capital francesa a los veinticuatro años, luego de contraer nupcias con Hippolyte Colet, músico y futuro profesor titular del conservatorio de París, del que tomó su apellido (el suyo, al ser bautizada, era Révoil). Mediante este matrimonio con el todavía profesor asistente -que la prefirió a la hija de un millonario- la escritora, se dice, intentaba dejar atrás la vida de provincia, que, tal como Emma Bovary, consideraba como una experiencia aletargante. Doce años más tarde, cuando Louise tenía treinta y seis abriles y Gustave recién se empinaba por los veinticinco, se conocieron en el estudio del escultor parisino James Pradier. Comienza entonces la relación entre uno de los autores más relevantes de la literatura moderna -aún en ciernes por ese entonces- y una escritora cuya poesía gozaba de bastante notoriedad en el ambiente literario de la época. 

Respecto de la fama de la obra de Louise Colet, ganadora en varias ocasiones del premio de la Academia Francesa y hoy por hoy prácticamente borrada del mapa literario, se puede señalar que muchos atribuyen su éxito decimonónico no a méritos literarios -pues su poesía, criticada incluso por el mismo Flaubert, sería demasiado melosa- sino al hecho de que a su salón acudían poetas de la talla de Víctor Hugo, Charles Baudelaire, Alfred de Vigny y Alfred de Musset, los que mediante la muy conocida, y aún vigente institución de la “amistocracia”, otorgaban sus buenos oficios, sus pulgares arriba, a las creaciones de la escritora. Agregan, otros, que también su calidad de amante no solo de Flaubert, sino también del filósofo Víctor Cousin, del mismo de Vigny y de Musset, le facilitaron sacar adelante su carrera de escritora.

Independientemente de los méritos (o no) de la obra de Louise Colet, relevante para este artículo resulta señalar que durante el período de nueve años que abarca la correspondencia entre la autora y Flaubert, el narrador francés vivió una etapa de bastante intensidad creativa, dado que creó la primera versión de “La Tentación de San Antonio” (entre 1848 y 1849), comenzando dos años más tarde la escritura de “Madame Bovary”, novela publicada por entregas entre 1856 y 1857 con que daría forma al realismo y que le significó dura tarea: “Estoy más cansado que si empujase montañas. Hay momentos en que tengo ganas de llorar. Hace falta una voluntad sobrehumana para escribir, y sólo soy un hombre.”, señala en 1852, en plena escritura de la novela protagonizada por Emma Bovary. Las cartas de Louise, que son la otra mitad de esta correspondencia, lamentablemente no se conservan, desaparecieron, pues se dice que fueron quemadas por Caroline Franklin-Grout, sobrina de Flaubert, quien las consideraba “indecentes”, o incluso por el mismo escritor, como sugieren ciertas versiones alternativas, por lo que conocemos sólo una parte del flujo escritural entre ambos artistas.

La coincidencia temporal entre la correspondencia con Louise Colet y el prolífico período creativo de Flaubert, hacen que las epístolas que el francés enviara a su amante estén teñidas no solo de los siempre llamativos aspectos emocionales de una relación sentimental, en este caso de una relación a la que Flaubert ponía distancia, sino de diversas e interesantes reflexiones en torno a la literatura y la creación literaria. “Antes se creía que sólo la caña daba azúcar. Ahora el azúcar se obtiene casi de todo; lo mismo sucede con la poesía. Saquémosla de cualquier cosa, pues yace en todo y por doquier: no hay un átomo de materia que no contenga el pensamiento; y hemos de acostumbrarnos a considerar el mundo como una obra de arte cuyos procedimientos hemos de reproducir en nuestras obras.”, escribe a su amante en marzo de 1853. Defiende así su idea de que el arte debe separarse de las idealizadas ideas románticas y morales acerca del ser humano y abarcar la realidad en su totalidad, incluyendo también aspectos como la vulgaridad, la suciedad, la deshonestidad, cuestión que, en una nueva carta, resume un mes más tarde: “Hay que pintar cuadros, mostrar a la naturaleza tal como es, pero cuadros completos, pintar lo de abajo y lo de arriba.” Siguiendo esta misma idea, fiel a su estética, refiriéndose a la popular novela de la norteamericana Harriet Beecher Stowe, “La cabaña del Tío Tom”, escribe: “No necesito, para enternecerme ante un esclavo torturado, que ese esclavo sea buena persona, buen padre, buen esposo, cante himnos, lea el Evangelio y perdone a sus verdugos, lo que le convierte en algo sublime, en una excepción, y por eso en algo especial y falso.” Dedica, también, un festival de ácidas palabras a sus colegas de la época: “Para agradar a los parroquianos, Béranger ha cantado sus amores fáciles, Lamartine las jaquecas sentimentales de su esposa, y el propio Hugo, en sus grandes obras, ha lanzado en su intención estrofas sobre la humanidad, el progreso, la marcha de la idea y otras monsergas en las que no cree.” Fragmentos de este tenor, referidos a su actividad literaria, a la literatura y a otros escritores, son los que he seleccionado a partir de la edición de ciento sesenta y ocho cartas traducidas por Ignacio Malaxecheverría y publicadas por Siruela en 2003, para dar a conocer a los lectores de “El Mal Menor” el pensamiento de un escritor clave en el desarrollo de la literatura moderna.

 

 

Fragmentos seleccionados

 

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¡Oh, pobre Olimpo! ¡Serían capaces de plantar en tu cima un campo de patatas!

Es fácil, con una jerga convenida, con dos o tres ideas en boga, hacerse pasar por un escritor socialista, humanitario, renovador y precursor de ese porvenir evangélico soñado por los pobres y por los locos. Ésa es la manía actual; se avergüenzan del propio oficio. Hacer simplemente versos, escribir una novela, tallar mármol, ¡ni hablar! Eso valía antiguamente, cuando no teníamos la misión social del poeta. Ahora cada obra ha de tener su significado moral, su enseñanza graduada; hay que darle un alcance filosófico a un soneto, es preciso que un drama dé palmetazos a los monarcas y una acuarela debe moderar las costumbres. La picapleitería se cuela por doquier, la furia de discurrir, echar peroratas, defender; la musa se convierte en el pedestal de mil ambiciones. ¡Oh, pobre Olimpo! ¡Serían capaces de plantar en tu cima un campo de patatas! Y si sólo se metieran en esto los mediocres, se podría dejarles hacer. Pero la vanidad ha desterrado al orgullo, y ha establecido mil pequeñas codicias allá donde reinaba una amplia ambición

Croisset, 18 de septiembre de 1846

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A mi novela le cuesta arrancar

Me atormento, me rasco. A mi novela le cuesta arrancar. Tengo flemones de estilo, y la frase me pica sin salir. ¡Qué remo tan pesado es una pluma, y qué dura corriente es la Idea, cuando hay que penetrarla con tal remo! Me desespero tanto, que me divierto horrores. Así, hoy he pasado un buen día, con la ventana abierta, sol sobre el río y la mayor serenidad del mundo. He escrito una página y esbozado otras tres. Dentro de quince días espero estar encasquillado; pero el color en que me sumerjo es tan nuevo para mí, que abro ojos como platos.

Croisset, fines de octubre de 1851

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El estilo es por sí solo una manera absoluta de ver las cosas

Lo que me parece hermoso, lo que querría hacer, es un libro sobre nada, un libro sin ataduras exteriores, que se aguantase a sí mismo con la fuerza interna de su estilo, como la tierra, sin que la sostengan, se sostiene en el aire; un libro que casi no tendría argumento, o al menos donde el argumento fuera casi invisible, si puede ser. Las obras más hermosas son aquellas en que hay menos materia; cuanto más se acerca la expresión al pensamiento, cuanto más se pega a éste la palabra y desaparece, más hermoso resulta. Creo que el porvenir del Arte está en estas vías. Lo veo a medida que crece, eterizándose cuanto puede, desde los pilares egipcios hasta las ojivas góticas, y desde los poemas de veinte mil versos de los hindúes hasta los estallidos de Byron. La forma, al hacerse hábil, se atenúa; abandona toda liturgia, toda regla, toda medida; deja la épica por la novela, el verso por la prosa; no reconoce ya ortodoxias y es libre, como cada voluntad que la produce. Esta liberación de lo material reaparece en todo, y los gobiernos la han seguido, desde los despotismos orientales hasta los socialismos futuros. Por eso, no hay temas hermosos ni feos, y casi podría establecerse como axioma, colocándose en el punto de vista del Arte puro, que no hay ninguno, y que el estilo es por sí solo una manera absoluta de ver las cosas.

Croisset, 16 de enero de 1852

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Libros infantiles

Acabo de releer para mi novela varios libros infantiles. Estoy medio loco, esta noche, por todo lo que hoy ha pasado ante mis ojos, desde viejos álbumes ilustrados hasta relatos de naufragios y de piratas. He encontrado viejos grabados que coloreé cuando tenía yo siete u ocho años, y que no había vuelto a ver. Hay rocas pintadas de azul, y árboles de verde. He vuelto a sentir ante algunos (una invernada entre los hielos, por ejemplo) terrores que tuve de pequeño. Querría no sé qué para distraerme; casi tengo miedo de acostarme. Hay una historia de marineros holandeses en el mar glacial, con osos que les atacan en su cabaña (esta imagen, antes, me impedía dormir) y piratas chinos que saquean templos con ídolos de oro. Mis viajes, mis recuerdos de niño, todo se tiñe recíprocamente, se pone en fila, baila con prodigiosas llamaradas y asciende en espiral.

Croisset, 3 de marzo de 1852

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Hace falta una voluntad sobrehumana para escribir

No sé si es la primavera, pero estoy de un mal humor prodigioso; tengo los nervios tensos como hilos de latón. Estoy rabioso sin saber por qué. Quizá mi novela es la causa. Esto no marcha, no funciona. Estoy más cansado que si empujase montañas. Hay momentos en que tengo ganas de llorar. Hace falta una voluntad sobrehumana para escribir, y sólo soy un hombre. A veces me parece que necesito dormir durante seis meses seguidos. ¡Ay, con qué desesperación miro las cimas de esas montañas a las que querría subir mi deseo! ¿Sabes cuántas páginas habré escrito dentro de ocho días, desde mi regreso de París? Veinte. ¡Veinte páginas en un mes, trabajando al menos siete horas al día! ¿Y el final de todo esto? ¿El resultado? Amarguras, humillaciones internas, y nada para sostenerse más que la ferocidad de una fantasía indomable. Pero envejezco, y la vida es corta.

3 de abril de 1852

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Un estilo que sería hermoso

Yo concibo un estilo, un estilo que sería hermoso, que alguien creará algún día, dentro de diez años o de diez siglos, y que sería rítmico como el verso, preciso como el lenguaje de las ciencias, y con ondulaciones, zumbidos de violoncello, penachos de fuego; un estilo que te entraría en la idea como un estilete, y sobre el que tu pensamiento, en fin, bogaría sobre superficies lisas, como cuando se vuela en una barca con buen viento de popa. La prosa nació ayer; eso es lo que hay que pensar. El verso es la forma por excelencia de las literaturas antiguas. Todas las combinaciones prosódicas se han probado; pero las de la prosa, ni mucho menos.

Croisset, 24 de abril de 1852

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Al ritmo al que voy, no habré terminado la Bovary hasta dentro de un año

Desde hace algún tiempo, tengo ideas de teatro, y el esbozo inseguro de una gran novela metafísica, fantástica y ruidosa, que me cayó en la cabeza hará quince días. Si me pongo a ello dentro de cinco o seis años, ¿qué ocurrirá desde este minuto en que te escribo hasta el momento en que la tinta se seque en el último tachón? Al ritmo al que voy, no habré terminado la Bovary hasta dentro de un año. Poco me importan seis meses más o menos. Pero la vida es corta. Lo que me aplasta a veces es pensar en todo lo que querría hacer antes de reventar, que hace ya quince años que trabajo sin descanso, de manera dura y continua, y que jamás tendré tiempo de darme a mí mismo la idea de lo que quería hacer.

Croisset, 8/9 de mayo de 1852

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La Divina Comedia

Últimamente he leído todo el Infierno de Dante (en francés). Tiene muchos aires, pero ¡qué lejos está de los poetas universales que no cantaron sus odios de aldea, de casta o de familia! ¡Sin plan! ¡Cuántas repeticiones! A ratos, un aliento inmenso; pero Dante es, creo, como muchas cosas hermosas y consagradas, San Pedro de Roma entre otras, que no se le parece nada, entre paréntesis. Uno no se atreve a decir que le aburre. Esa obra se hizo para una época, y no para todas; lleva su sello. Peor para nosotros, que la comprendemos menos; peor para ella, que no se hace comprender.

Croisset, 8/9 de mayo de 1852

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El gusto por la mentira

Una cosa que prueba, a mi juicio, que el Arte está completamente olvidado, es la cantidad de artistas que pululan. Cuantos más chantres hay en una iglesia, más hay que presumir que los feligreses no son devotos. De lo que se preocupan no es de rezar a Dios, o de cultivar su jardín, como dice Cándido, sino de tener hermosas casullas. En lugar de arrastrar al público a remolque, se arrastran tras él. Hay más burguesismo puro entre la gente de letras que entre los tenderos. En efecto, ¿qué hacen, sino esforzarse, mediante todas las combinaciones posibles, por timar a la clientela? Y además, creyéndose honrados (es decir, artistas), lo que es el colmo del burgués. Para agradar a los parroquianos, Béranger ha cantado sus amores fáciles, Lamartine las jaquecas sentimentales de su esposa, y el propio Hugo, en sus grandes obras, ha lanzado en su intención estrofas sobre la humanidad, el progreso, la marcha de la idea y otras monsergas en las que no cree. Otros, restringiendo su ambición, como Eugène Sue, han escrito para el Jockey Club novelas sobre la alta sociedad o bien para el arrabal Saint-Antoine novelas crapulentas como “Los misterios de París”. El joven Dumas, de momento, va a conciliarse a perpetuidad a todo el puterío con su “Dama de las camelias”. Reto a cualquier dramaturgo a que tenga la audacia de poner en escena en los teatros del bulevar a un obrero ladrón. No: allá el obrero ha de ser honrado, mientras que el señor es siempre un bribón, así como en los Francais la joven es pura, pues las mamás llevan allá a sus señoritas. Creo, pues, que este axioma es cierto, a saber, que la mentira gusta, mentira durante el día y sueño de noche. Así es el hombre.

Croisset, 15/16 de mayo de 1852

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Me gusta la suciedad

A Musset le gusta el humor picante. Pues bien, a mí no. Huele a ingeniosidad (¡que execro en arte!). Las obras maestras son tontas, tienen una expresión tranquila, como los propios productos de la naturaleza, como los grandes animales y las montañas. Me gusta la suciedad, sí, y cuando es lírica, como en Rabelais, que no es en absoluto hombre de humor verde. Pero lo verde es francés. Para agradar al gusto francés hay que esconder casi la poesía, como se hace con las píldoras, dentro de un polvo incoloro, y hacérsela tragar sin que se dé cuenta. […]

Croisset, 27/28 de junio de 1852

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Una broma superior

Pero ¿cuándo se hará historia como debe escribirse una novela, sin amor ni odio por ninguno de los personajes? ¿Cuándo se escribirán los hechos desde el punto de vista de una broma superior, es decir, tal como los ve Dios, desde arriba?

Croisset, 8 de octubre de 1852

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Rojo y negro

Conozco “Rojo y negro”, que encuentro mal escrito e incomprensible en cuanto a personajes e intenciones. Sé muy bien que las personas de buen gusto no son de mi opinión; pero las gentes de gusto también son una casta curiosa: tienen sus propios santitos, que nadie conoce. El bueno de Sainte-Beuve es quien lo ha puesto de moda. Desfallece de admiración ante ingenios de sociedad, ante talentos que tienen por toda recomendación el ser oscuros.

22 de noviembre de 1852

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Don Quijote

Lo que hay de prodigioso en Don Quijote es la ausencia de arte, y esa perpetua fusión de la ilusión y de la realidad que hace de él un libro tan cómico y tan poético. A su lado, ¡qué enanos, todos los demás! ¡Qué pequeño se siente uno, Dios mío! ¡Qué pequeño!

22 de noviembre de 1852

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Lo difícil de encadenar sentimientos

No trabajo mal, es decir, que lo hago con bastante ánimo; pero es difícil expresar bien lo que jamás ha sentido uno: son necesarias largas preparaciones, y estrujarse endiabladamente el cerebro con el fin de no pasarse del límite, y de alcanzarlo al mismo tiempo. Encadenar los sentimientos me resulta dificilísimo, y todo depende de ahí en esta novela; pues sostengo que puede uno divertirse con ideas tanto como con hechos, pero para eso han de emanar una de otra como de cascada en cascada, y arrastrar así al lector en medio de la vibración de las frases y del hervir de las metáforas.

22 de noviembre de 1852

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Tío Tom me parece un libro estrecho

Por eso el Tío Tom me parece un libro estrecho. Está escrito desde un punto de vista moral y religioso; había que haberlo hecho desde un punto de vista humano. No necesito, para enternecerme ante un esclavo torturado, que ese esclavo sea buena persona, buen padre, buen esposo, cante himnos, lea el Evangelio y perdone a sus verdugos, lo que le convierte en algo sublime, en una excepción, y por eso en algo especial y falso. Las cualidades del sentimiento, y en este libro las hay grandes, habrían estado mejor empleadas si la finalidad hubiera sido menos restringida. Cuando ya no haya esclavos en América, esta novela no será más auténtica que todas las antiguas historias en que se representaba invariablemente a los mahometanos como monstruos. ¡Sin odio! ¡Sin odio! Por lo demás, es lo que constituye el éxito de este libro: es actual. La verdad desnuda, lo eterno, la Belleza pura no apasionan a las masas hasta ese extremo. La idea preconcebida de atribuir a los negros el aspecto moral bueno llega al absurdo en el personaje de Georges, por ejemplo, que cura a su asesino cuando debería pisotearlo, y que sueña con una civilización negra, un imperio africano, etc. La muerte de la joven Saint-Claire es la de una santa. ¿Y eso por qué? Yo lloraría más si se tratase de una niña ordinaria. El personaje de su madre es forzado, a pesar de las aparentes medias tintas que el autor ha puesto en ella. En el momento de la muerte de su hija ya no debe pensar en sus jaquecas. Pero hay que hacer reír al patio, como dice Rousseau.

9 de diciembre de 1852

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Balzac

¡Qué hombre habría sido Balzac si hubiera sabido escribir! Pero sólo le faltó eso. Un artista, después de todo, no habría hecho tanto, no habría tenido esa amplitud.

17 de diciembre de 1852

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¡Sesenta y cinco páginas!

Sí, querida Musa, tenía que escribirte una larga carta, pero he estado tan triste y fastidiado que no he tenido valor. ¿Será el ambiente, que me invade? Me siento cada vez más fúnebre. Mi puta y condenada novela me da sudores fríos. En cinco meses, desde fines de agosto, ¿sabes cuánto he escrito? ¡Sesenta y cinco páginas! ¡Y de ellas, treinta y seis después de Mantes! Lo releí todo anteayer, y me asustó lo poco que es y el tiempo que me ha costado (no cuento el esfuerzo). Cada párrafo es bueno en sí, y hay páginas perfectas, estoy seguro. Pero precisamente debido a eso, no funciona. Es una serie de párrafos modelados, completos, y que no montan unos sobre otros. Va a ser preciso desatornillarlos, aflojar las juntas, como se hace con los mástiles de barco cuando se quiere que las velas tomen más viento.

Croisset, 29/30 de enero de 1853

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Lo menos inteligente que hay en el mundo es hablar de uno mismo.

Mis lecturas de Rabelais se mezclan con mi bilis social, y se forma con ello una necesidad de flujo a la que no doy salida alguna, y que incluso me estorba, pues mi Bovary está tirada a cordel, abotonada, encorsetada y atada hasta estrangularla. Los poetas son dichosos; en un soneto, uno se alivia. Pero los desgraciados prosistas como yo se ven obligados a interiorizarlo todo. Para decir algo de sí mismos, les hacen falta tomos, y el marco, la ocasión. Si tienen gusto, se abstienen incluso de hacerlo, pues lo menos inteligente que hay en el mundo es hablar de uno mismo.

Croisset, 29/30 de enero de 1853

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La forma es la carne misma del pensamiento

He leído esta mañana unos fragmentos de la comedia de Augier. ¡Qué antipoeta, ese chico! ¿Para qué utilizar versos en ideas semejantes? ¡Qué arte tan falso y qué ausencia de forma auténtica, esa pretendida forma exterior! Es que esos tipos se aferran a la antigua comparación: la forma es un vestido. ¡No, señor! La forma es la carne misma del pensamiento, como el pensamiento es su alma, su vida.

Croisset, 27 de marzo de 1853

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El mundo como una obra de arte

Antes se creía que sólo la caña daba azúcar. Ahora el azúcar se obtiene casi de todo; lo mismo sucede con la poesía. Saquémosla de cualquier cosa, pues yace en todo y por doquier: no hay un átomo de materia que no contenga el pensamiento; y hemos de acostumbrarnos a considerar el mundo como una obra de arte cuyos procedimientos hemos de reproducir en nuestras obras.

Croisset, 27 de marzo de 1853

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Pintar lo de abajo y lo de arriba.

La literatura adoptará cada vez más los aires de la ciencia; será ante todo expositiva, lo que no significa didáctica. Hay que pintar cuadros, mostrar a la naturaleza tal como es, pero cuadros completos, pintar lo de abajo y lo de arriba.

Croisset, 6 de abril de 1853

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El poeta es un sacerdote

No declamo contra el bueno de De Lisie, pero digo que me parece un poco ordinario en sus pasiones. El verdadero poeta, para mí, es un sacerdote. En cuanto se pone la sotana, ha de abandonar a su familia.

Croisset, 1 de junio de 1853

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Hay una conjura permanente contra lo original

En el reinado de la igualdad, que se acerca, se despellejará vivo a todo lo que no esté cubierto de verrugas. ¿Qué le importan a la masa el Arte, la poesía y el estilo? No necesita todo eso. Hazle vodeviles, tratados sobre el trabajo en las cárceles, sobre las ciudades obreras y los intereses materiales del momento, y más. Hay una conjura permanente contra lo original, eso es lo que hay que meterse en la cabeza. Cuanto más color y relieve tengas, más chocarás. ¿De dónde procede el éxito prodigioso de las novelas de Dumas? De que para leerlas no hace falta iniciación alguna, y la acción es divertida. Uno se distrae, pues, mientras las lee. Luego, una vez cerrado el libro, como no queda impresión alguna y todo ha pasado como agua clara, uno vuelve a sus asuntos.

Croisset, 20 de junio de 1853

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El artista debe elevarlo todo

Si el libro que estoy escribiendo con tanta dificultad llega a buen término, habré establecido, con el mero hecho de su ejecución, estas dos verdades, que para mí son axiomas, a saber: primero, que la poesía es puramente subjetiva, que no hay en literatura hermosos asuntos artísticos, y que Yvetot, por ende, vale tanto como Constantinopla; que, en consecuencia, puede escribirse cualquier cosa, es decir, lo que sea. El artista debe elevarlo todo; es como una bomba, tiene un gran tubo que desciende a las entrañas de las cosas, a las capas profundas. Aspira y hace brotar al sol, en surtidores gigantescos, lo que estaba plano, bajo tierra, y no se veía. […]

Croisset, 25-26 de junio de 1853

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La crítica

La crítica está en el último escalón de la literatura, casi siempre como forma, e indiscutiblemente como valor moral. Pasa detrás del poema de rimas fijas y del acróstico, que exigen al menos un trabajo de invención cualquiera. […]

Croisset, 28/29 de junio de 1853

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Poesía y geometría

La poesía es algo tan preciso como la geometría. La inducción vale tanto como la deducción, y además, llegado a cierto punto, uno ya no se equivoca en todo lo tocante al alma. Mi pobre Bovary, sin duda, sufre y llora en veinte aldeas de Francia a la vez, a esta misma hora.

Trouville, 14 de agosto de 1853

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Mis personajes me repugnan profundamente

La Bovary, que habrá sido para mí un ejercicio excelente, quizá me sea funesta después como reacción, pues me habrá inspirado (esto es débil e imbécil) un asco extremado por los asuntos de ambiente vulgar. Por eso me cuesta tanto escribir ese libro. Necesito grandes esfuerzos para imaginarme a mis personajes, y luego para hacerles hablar, ya que me repugnan profundamente. 

Trouville, 26 de agosto de 1853

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Se paga caro el estilo

¡Me da vueltas la cabeza de aburrimiento, de desánimo, de cansancio! He pasado cuatro horas sin poder hacer ni una frase. Hoy no he escrito ni una línea, o más bien, habré garabateado cien. ¡Qué trabajo atroz! ¡Qué fastidio!

¡Oh, el Arte, el Arte! ¿Qué es, pues, esta quimera rabiosa que nos muerde el corazón, y por qué? ¡Es una locura el tomarse tanto trabajo! ¡Ah, ya me acordaré de la Bovary!

Ahora siento como si tuviera hojas de cuchillo bajo las uñas, y tengo ganas de rechinar los dientes. ¡Qué estupidez! Conque a eso nos lleva este dulce pasatiempo de la literatura, esta nata batida. Choco con situaciones comunes y con un diálogo trivial. Escribir bien lo mediocre y hacer que conserve al mismo tiempo su aspecto, su corte, sus propias palabras, es verdaderamente diabólico, y veo desfilar ahora ante mí esas lindezas en perspectiva durante treinta páginas al menos. ¡Se paga caro el estilo!

Croisset, 12 de septiembre de 1853

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Descansar mi cabeza entre tus pechos

¿Sabes a dónde me ha conducido la melancolía de todo esto, y qué ganas me ha inspirado? Las de mandar al carajo para siempre la literatura, no hacer ya nada en absoluto, e irme a vivir contigo, en ti, y descansar mi cabeza entre tus pechos en vez de masturbármela sin cesar para que eyacule frases.

Croisset, 28/29 de octubre de 1853

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La literatura de las mujeres

Para hacer literatura siendo mujer, hay que haber pasado por las aguas de la Estigia.

Croisset, 23 de diciembre de 1853

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La literatura se parece a una gran empresa de inodoros

¿Has admirado, en el catálogo de la Librairie Nouvelle, los anuncios que siguen a los títulos de las obras? ¡Es enorme! ¿Será Jacottet quien ha redactado esas hermosuras? La Revue de Paris tiene una página tremenda. ¡Qué falange! ¡Qué caraduras! Todo esto es como para vomitar. La literatura se parece a una gran empresa de inodoros.  ¡Rivalizan en apestar al público! Siempre me siento tentado de exclamar, como San Policarpo: «Ah, Dios mío, Dios mío, ¿en qué siglo me has hecho nacer?», y de escapar tapándome los oídos, como hacía aquel santo varón cuando en su presencia decían algo inconveniente.

Croisset, 2/3 de marzo de 1854

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La poesía no debe ser la espuma del corazón

No quiero considerar el Arte como un sumidero de pasión, como un orinal, un poco más limpio que una simple charla, que una confidencia. ¡No, no! La Poesía no debe ser la espuma del corazón. Esto no es serio, ni correcto. Tu hija merece algo mejor que ser expuesta en verso bajo su mantita, que ser llamada ángel, etc. Todo eso es literatura de romanza más o menos bien escrita, pero que flaquea por la misma base débil. Cuando se ha escrito “La campesina” y algunos poemas de tu libro “Lo que hay en el corazón de las mujeres”, una ya no puede permitirse esas fantasías ni en broma. La personalidad sentimental será lo que más tarde hará pasar por pueril y un poco necia buena parte de la literatura contemporánea. ¡Cuánto sentimiento, cuánto sentimiento, cuántas ternuras, cuántas lágrimas! Nunca habrá existido gente tan buena. Ante todo, hay que tener sangre en las frases, y no linfa, y cuando digo sangre me refiero a corazón. Tiene que latir, palpitar, conmover. Hay que hacer que se amen los árboles y vibren los granitos. Puede ponerse un amor inmenso en la historia de una brizna de hierba. La fábula de las dos palomas me ha emocionado siempre más que todo Lamartine, y sólo por el tema. Pero si La Fontaine hubiera gastado primero su facultad de amar en la exposición de sus sentimientos personales, ¿le habría quedado bastante para describir la amistad de dos aves? Cuidemos de gastar nuestras monedas de oro en calderilla.

Croisset, 22 de abril de 1854

 

 

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