Sergio Sarmiento

Poesía chilena y jazz | En los tiempos del swing

«No estuvo, sin embargo, esta época exenta de un aspecto tenebroso y siempre presente en la cultura norteamericana, me refiero a la patológica idea del supremacismo blanco, enfermedad social que se manifestó tanto en la generalizada negativa al ingreso de público “de color” a los clubes donde se divertían los blancos (en circunstancias de que gran parte de las estrellas eran músicos afroamericanos tocando música afroamericana), como en la segregación a la que se vieron enfrentados los artistas.» Durante las décadas del 30 y 40 del siglo pasado, el jazz se expandió velozmente tanto por EEUU como por otros lugares del mundo gracias a la irrupción del swing, una variante orientada al baile, a la diversión, a la jarana, en un tiempo marcado por los efectos del crac bursátil de fines de los años veinte y la devastadora depresión económica que lo siguió. Este fenómeno, propio del capitalismo, que generó quiebras, desempleo y pobreza durante largos años, es una de las causas a la que que se le atribuye la popularidad del naciente estilo, dado que otorgaba una vía de escape, de alienación, dirán otros, a la cruda realidad del momento, coincidiendo, por cierto, con una etapa de mayor desarrollo de la industria musical, tanto en lo discográfico como en lo relativo a la radiofonía, lo que le otorgó mayor fuerza.  El swing fue interpretado por grandes orquestas (big bands) constituidas por una veintena de músicos, siendo lideradas por una figura que, por lo general, daba el nombre a la agrupación. Precursora de las big bands se considera a la "Fletcher Henderson Orchestra", dirigida por Fletcher Henderson. Las grandes orquestas -en términos generales- estaban compuestas por secciones de vientos (trompetas, trombones, saxofones, clarinetes) y una sección con piano, bajo, guitarra y batería, instrumento, este último, que actuaba como el corazón rítmico de la banda. Surge, también, la figura del solista y un cambio relevante respecto de las jazz bands es que los temas presentaban una mayor estructuración y mecanización, habiendo espacios predefinidos para la improvisación. Algunos de los principales directores de big bands de esta etapa fueron los pianistas Duke Ellington, Fletcher Henderson y Count Basie, así como el trombonista Glenn Miller y el clarinetista Benny Goodman, quien fue conocido como “El rey del swing”. Grandes momentos de popularidad adquirieron también cantantes de jazz como Billie Holiday, Ella Fitzgerald y Louis Armstrong, quien también fue un brillante trompetista. Se debe destacar, además, que la expansión del jazz hacia otros puntos del orbe hizo surgir intérpretes no norteamericanos de la música sincopada, pudiendo destacarse la figura de Django Reinhardt, guitarrista gitano nacido en Bélgica que llegó a tocar con Duke Ellington y cuyo estilo marcó una nueva vertiente para el jazz. No estuvo, sin embargo, esta época exenta de un aspecto tenebroso y siempre presente en la cultura norteamericana, me refiero a la patológica idea del supremacismo blanco, enfermedad social que se manifestó tanto en la generalizada negativa al ingreso de público “de color” a los clubes donde se divertían los blancos (en circunstancias de que gran parte de las estrellas eran músicos afroamericanos tocando música afroamericana), como en la segregación a la que se vieron enfrentados los artistas. Duke Ellington y su orquesta, por ejemplo, tuvieron que arrendar un vagón de tren y acomodarlo como vivienda, dado que les resultaba prácticamente imposible conseguir alojamiento o mesas en restaurantes a causa del color de su piel. Billie Holiday, por su parte, pese a tener su nombre brillando en las marquesinas de los sitios donde se presentaba, debía entrar por la puerta trasera y durante las giras no podía viajar ni compartir el mismo hotel que los músicos blancos.  En cuanto al vínculo entre la poesía chilena y el swing, aparentemente este estilo no logró la adhesión generacional que tuvieron las jazz bands en los poetas de vanguardia, esos adoradores de la novedad, dado que es difícil encontrar menciones directas de poetas nacionales contemporáneos a este estilo musical. Dos autores que sí lo hicieron fueron Carlos Bolton y Gonzalo Rojas, ambos nacidos en 1917. A diferencia de los poetas de vanguardia, que se referían a las jazz bands de manera genérica, estos poetas mencionan en sus versos a un músico concreto, específico. Se trata del cantante y trompetista Louis Armstrong, quien tocó junto al mítico King Oliver y fue parte también de la orquesta de Fletcher Henderson. Bolton escribe un poema largo y rítmico, muy jazzístico, de nombre “Louis Armstrong – Impresiones”. Gonzalo Rojas, por su parte, en el poema “Latín y jazz”, señala que está leyendo a Cátulo y al mismo tiempo escuchando a Armstrong, lo que la da pie para hacer un contrapunto entre las ideas de Roma y África, de la opulencia y el látigo. No son solo estas menciones, sin embargo, las que se pueden encontrar en la poesía chilena respecto de la época del swing, puesto que autores y autoras de generaciones posteriores también han volcado su mirada a este fenómeno musical. Así, por ejemplo, Claudio Bertoni (Santiago, 1946), poeta de la generación de los sesenta e integrante de la Tribu No -quien además fue percusionista del primer grupo de jazz rock chileno a inicios de los setenta- escribe unos versos acerca de Lester Young, saxo tenor que tocase alguna vez en la orquesta de Count Basie y junto a Billie Holiday. Esta ultima lo llamaba “Prez”, por presidente, reconociendo el talento de quien crease un estilo admirado por Charlie Parker y que daría pie, también, al cool jazz, hitos que veremos en la próxima entrega de estas notas. En un poema bastante “telegráfico” Bertoni coloca a Lester Young junto a otros grandes de la música sincopada “como Armstrong, Ellington, Parker, / Monk y Coltrane”, precisando que se trata de artistas “que transmiten / lo que la música / lleva dentro / y que es / algo más / que lo que muestra / el pentragrama.” En los ochenta, Iván Rodríguez (Santiago, 1961), en un texto dedicado a Parker, rescata también la figura de Lester Young,

Poesía chilena actual | «El deseo de partir», nueve poemas de Cristian Rodríguez

UN DOMINGO CUALQUIERA DESDE LA VENTANA   El bosque guarda una sabiduría evidente, aunque repetitiva enseñanzas tan distantes como ilegibles sin relación alguna con el amor ni la verdad.   Los sabios y los místicos adoraban a estas presencias yo también las he intuido en ciertas calles, ciertas avenidas sin tener la fuerza como para seguir el hilo la señal inequívoca   y así, pasan los años: nada sucede, nada cambia lo posible y lo imposible quedan en sus propios dominios y el Edén persiste como un parque sin mantenimiento donde niños y criminales bailan ante pequeñas fogatas lejos de sus casas de buenas familias     18 DE OCTUBRE   Alguna vez pensé: “cuando llegue ese momento en que la Historia toque a mi puerta Cuando ese instante que tanto esperaba se presente gloriosamente ante mí no lo pensaré dos veces y saldré a la calle con lo puesto para unirme a la algarabía de mis hermanos y caminar juntos en un mismo trote desordenado y jubiloso”   Ahora que ellos avanzan en largas filas por plazas y avenidas mi puerta permanece silenciosa y yo sigo aquí, esperando su señal en el mismo sillón verde olivo de mis treinta y mis cuarenta   Aunque tomara la iniciativa y saliera por mi cuenta sólo vería espaldas   un mar de espaldas cada vez más grandes más robustas a medida que avanzo,   las palabras sueltas de un plan ininteligible, las señales típicas de las sectas y las cofradías,   rostros y oídos cada vez más ensimismados,   el lado blanco del ojo sin señales de reconocimiento     LA RENUNCIA   Llevo varias semanas tratando de presentar mi renuncia la llevo de manera evidente, entre mis manos a la vista de cualquiera: de personas que me hablan sobre su propia vida hasta que pasan las horas y ya es imposible decirles nada al respecto   A pesar de mi férrea voluntad de dimitir sigo asistiendo a las cenas de la empresa donde, hay que decirlo, la comida es buena y el vino es decente   y donde, la bondad y la alegría de mis colegas —así como su amor excesivo por los más jóvenes— no dan lugar a la verdad ni a sobresaltos   Su amabilidad supera a mi determinación. Su cariño, a estas alturas, es como una cárcel Debilita mi voluntad a tal punto que si una de las jóvenes descubriera ese momento decisivo —con esa intuición aterradora que tienen las mujeres—   y pusiera su mano sobre mi hombro yo no mencionaría el asunto nunca más y viviría con mi renuncia lista aferrada en el fondo de mi bolsillo     MARCO AURELIO EN EL PRETORIO   Mientras escribía sus Meditaciones Marco Aurelio aún era capaz –bajo las carpas del Danubio, rodeado por el trote de la caballería y las armas de los soldados– de rectificar su mundo interior de entender la naturaleza de los hombres y de guiar a padres e hijos por la ancha senda de los maestros   Nosotros en cambio –sin guerras a la vista, hermosos y carismáticos, y demasiado ansiosos por los lunes– hacemos como que escribimos todos están haciendo algo y no podemos ser la excepción     LOS ÚLTIMOS DÍAS DE MARZO   Hay algo amenazante en la ambigüedad de estos días extraños   Una inminencia de preguntas difíciles que no se alcanzan a formular   Se empuja un vaso hasta la orilla infinitamente aburrido sin saber qué hacer   Se arrojan palabras insensibles  analizando sus respuestas y las primeras dudas del personal   Y los amores de lejos: esos planes que nacen con la misma inconsciencia de los sueños desenfundan su esperanza triste contra el consenso insoportable de la época   Se podría vivir perfectamente, sin problemas, arrellanado en la comodidad del yo: en la incongruencia dolorosa de ser uno mismo   pero uno siempre busca otro amor y permanece inquieto entre la paz de los lirios soñando con la posibilidad de una guerra     LÍMITES   Rayén apenas puedo vivir entre dos lugares: el adentro y el afuera el hoy y el mañana   Quizás uno sólo   Jamás tres o cuatro ni hablar de cinco o seis   El alma fue hecha para una sola tragedia  La propia   No me pidas compasión por el dolor ajeno ni lamentos por las grandes estepas   Si se sufre, se ha de sufrir en silencio no se cura el dolor multiplicándolo     LEJANA E IMPERFECTA   Donatella, no sigas tu camino quien más se acerca, más se aleja, quien odia a la vida con ganas la ama en secreto   Tu madurez no te asienta   Tu blusa blanca, tu cuerpo sinuoso, esconden algo táctil y poco elegante   Aquí está tu nombre tal como lo escribiste Aquí está tu ropa tal como lo dejaste   Ven, ríndete al misterio reúne a tu belleza con tu descuido  y escucha mi llamado desde el jardín  No hay alegría como un amante sarnoso ni emoción como dejar una vida buena    Ven, ríndete al misterio las fucsias se caen cuando no las miras y el sol destruye las murallas que ilumina con su aliento   Demora el instante de tu huida, alarga tus días iguales y dale más dudas que certezas a esta cabeza sin sosiego     LA OTRA ORILLA   No siento amor o simpatía por nadie sólo piedad piedad por sus mares y sus hijos por sus perros dejados a su suerte   La breve ventana del amor no es más que el cambio de luces  para el forastero el fundamento del choque del navío para el que todas las costas son extrañas   ¡Cuántas lanzas rotas por un abrazo ruinoso de quien es incauto y merecería morir mañana!   los amo los odio    ¡qué más da!   Trastornos del afecto Encandilamiento permanente  entre el amor y el desprecio     PAISAJE CON MAR Y NIEBLA   Misticismo zafio de mares inconducentes bruma implícita de

Poesía chilena actual | «El debido proceso», seis poemas de Miguel Faúndez Rojas

En estos poemas, marcados por la nostalgia, el poeta viñamarino reúne un conjunto de textos donde plasma una realidad que solo puede existir en la memoria, pues los seres amados ya cumplieron con “el debido proceso” y hoy son solo remembranzas, visiones luminosas en medio de la oscuridad total de la muerte. En 2023, Miguel Faúndez Rojas (Viña del Mar, 1961) publicó cinco libros de poesía, “liberándose” de textos que cargaba desde largo tiempo y que por diversas razones no había dado a conocer. Dejó, así, tardíamente su calidad de autor inédito. Las publicaciones, lamentablemente, fueron impresas en mínimos tirajes, diez, veinte ejemplares, y por lo tanto tuvieron una difusión muy escasa, no acorde, pensamos, a sus méritos literarios. Afortunadamente, Ediciones Esperpentia anuncia ahora la pronta aparición de su última obra, El debido proceso, con un tiraje que décadas atrás se suponía exiguo -cien ejemplares- pero que hoy se ha convertido en la norma para este género literario, permitiendo un mayor alcance a su trabajo.  En El debido proceso, el poeta viñamarino reúne un conjunto de textos donde crea un universo poético –regido por el mar– que en su primera parte se centra en los recuerdos, rescatando momentos, personas y lugares de significación autobiográfica (especialmente Lota y Valparaíso), que le sirven de puntos de apoyo para la evocación de un ayer maravilloso, en cierto sentido lárico, que plasma a través de un lenguaje justo, equilibrado, preciosista, mostrándonos el mundo que observa el hablante: un niño tímido que comienza a sentir la pulsión homosexual. En la segunda parte, marcada por lo confesional, un hablante adulto se enfrenta a lo irremediablemente perdido, al fin de la maravilla, podría decirse, por lo cual un sentimiento de desamparo crece en los poemas, junto con la nostalgia de una realidad que solo puede existir en la memoria, pues los seres amados ya cumplieron con “el debido proceso” y hoy son solo remembranzas, visiones luminosas en medio de la oscuridad total de la muerte. EMM       Selección de textos     EL ARGONAUTA   Para mi profesora María Angélica Gómez   Debe contarse ya como leyenda: el barco blanco que día a día atravesaba mi ventana por la cima del mar. Lento, como un carruaje de la fiesta de la primavera. A eso del medio día mi príncipe de las mareas, mi hombre navegante llevaba a los turistas de Viña del Mar al puerto de Valparaíso. Yo extendía mis manos como diciendo adiós, o recibiendo a personajes ignotos que venían dentro de aquella blanca acerería.   ¡El Argonauta, el Argonauta! Gritaba a mis hermanas, invitándolas a la fiesta. Pero ellas no gustaban de festejar este tránsito.   Largos minutos de mar y de corazón enrevesado por el capricho inexplicable del viaje.   Pasaban las horas. Cuando el arrebol comenzaba a teñir el cielo con sus colores brillantes el príncipe de todas mis batallas volvía, por las mismas olas antes deshechas, al lugar en que había levado anclas.   Un día de espera no volvió más. Nunca más vi aparecer su proa delineada. Desapareció de la línea horizontal ploma y confusa. Entonces, creo, dejé de ser niño.       FANY FAN FANY   Para el doctor Armando Cruzat   Mi padre, músico autodidacta, pero no “de oreja” sino de lectura y escritura musical, trabajaba en una boîte llamada “Las Tinajas” en Viña del Mar. Una noche dijo a mi mamá, a mí, mis hermanas y a los primos Rojas Briceño (que venían de Conchalí) que el patrón había autorizado a que la familia fuera a ver el espectáculo. Fue como a mis once años, edad similar a la de los primos. Dentro ya de la gran sala, con señoras de mucho brillo y caballeros perfectamente vestidos, pasado un rato de luces, canciones y colores el presentador anunció “al público presente” el nombre rimbombante de la “gran” Fany Fan Fany. Hubo chiflidos, gritos y aplausos. Apareció Fany Fan Fany al centro del escenario, iluminada por un inmenso foco. Acompañada por una batería comenzó su baile de movimientos sensuales y curvilíneos. ¡Plash! Un platillo. ¡Plash! Un brazo en alto de la Fan Fany, que se curvaba como una fiera. ¡Plash! Otro platillo y ¡Plash! Fany Fan Fany tira su sostén al público. Mi padre, entonces, nos dice a los tres Briceño y a mí que nos volvamos hacia la muralla. Yo obedecí como un reloj exacto, mientras mis primos encurvaban un brazo, agachando la cabeza, tratando de descubrir el secreto de la Fany. A mí, que nunca me gustaron las mujeres, ni saber qué tenían más abajo del ombligo, me dio risa. Y empecé a pensar en la Betty: la muñeca plástica de mi hermana chica, a la cual yo le diseñaba y cosía vestidos, confeccionándole pelucas de pelo de choclo. Bien vestida la Betty la llevábamos a la panadería de la esquina, para que nos dijeran que estaba bonita. Mientras pensaba en eso, cada vez se oían más ¡plash! y gritos. De repente, silencio absoluto. Fanfarria de tambores varios segundos. Un platillazo final. ¡Bravos! ¡Vivas!, aplausos. Todas las luces encendidas. Seguro Fany Fan Fany quedó pilucha para el hambre popular.       LA NAVE   Para mi hermana Alicia   La nave se menea lado a lado. Es un día de calor (tal vez verano). Estamos mi padre y yo remo con remo antes de fondear.   El bote se llama “El Lotino”. Es como una cuna. Cinco metros de eslora moviendo de lado a lado.   Las sardinas en un tarro. Preparados los anzuelos. Es Valparaíso  con sus ascensores. Cerca del astillero. Lado a lado.   Tiramos los pertrechos al agua brillante y fría. Doce jureles al bote por mi mano. Silencio entre los dos. Lado a lado.   Medio siglo después “El Lotino” no existe. Mi padre sobre su quilla duerme sin despertarse. Ahora mi mano con un lápiz sobre el papel se menea lado a lado.     ELSA URIBE   Como aquellos personajes sin sentido que pasan por los lugares con ojos de grillo triste y boca cantarina, con un

Poesía chilena actual | «La hija de la lavandera», seis poemas de Yeny Díaz Wentén

LA CAPITAL   Por acá nadie entra a tu casa sin ser invitado muchacho y no me gusta esta casa porque no es mía. He dejado el río pajarita lavandera escuchen mi silencio torres calles he callado de silbo me hice muda bien mudita por Huérfanos, muda tan muda caudal en verano se ha silenciado la lavandera de tanto extrañar el río. Por acá nadie entra a tu casa sin ser invitado muchacho y por el río paseaban libres las ánimas de los hombres, no me gusta esta casa porque no es mía, pero yo te he invitado por esos ojos del color han conversado conmigo sabiéndose desconocidos y yo he tenido miedo tan alto te he mirado. Las mujeres como mi madre tienen miedo de mirar a los hombres elegantes de ojos vidriosos yo no, porque tienen la misma mugre que lavé tantas veces en la artesa. Me has dicho que llegué triste y pequeña a esta casa yo a estas alturas no sé… ¡Nadie entra a tu casa sin ser invitado! ¡y esta no es mi casa! Pero yo te he dejado entrar abriendo los brazos  para agrietar el aliento de mis ojos que gustan mirar los tuyos, yo no he sido invitada a esta casa porque nos es mía y no me importa yo te quiero tocar tu gesto abrazar adentrarte a esta casa que soy yo que yo te tengo y también es nada.     INVIERNO   Es invierno y voy rumbo a derrumbarme a la capital a vivir de amor y mesa servida dijo la criada que abrió la puerta. ¿Qué hace una lavandera con un señorito? ¿Qué hace la capital con la champurria?   Es invierno y acá la lavaza se hace más perversa, el barro se pega a los faldones de las señoras opulentas y fregar mantas de Castilla es fregarse los dedos. Nadie se apiada de las señoritas pobres, menos de las lavanderas. He visto parir a las muchachas del pueblo y morir como vinieron, con los ojos velados, miserable tela que les lanza la muerte. ¡Qué pobre!¡qué miseria es ser mujer por estos tiempos! ¡Qué miseria es ser mujer en todos los tiempos! Y yo que creo poco en Dios, llevo mi caldero hirviendo por el diablo y por ser india, lavandera y champurria la muy insolente pensarán algunos. Me da igual hay señoras locas en Cristo prefiero ser pobre, un río y del peumo ¡oh su olor hervido! Así huele ser libre a peumo de invierno y achira de verano. Peumo perenne como el corazón de las otras que partieron al gemido eterno de los pobres.   He lavado sábanas paridas de damas y de las ancianas las camas de orín la sangre y el orín son miserables y pobres, todos somos iguales, aunque más iguales que otras, no sé… pienso en este peumo y en el invierno y en las achiras que se llevó mi verano.   Voy rumbo a derrumbarme a la capital a vivir de amor y mesa servida como dijo la criada que abrió la puerta. ¿Qué hace una lavanderacon un señorito? ¿Qué hace la capital con la champurria?   Las señoras madres del señorito no pueden creer qué locura ¡qué esquizofrenia! traer pobreza a esta casa traer lavaza y humo a la salita de estar olor a fuego de peumo a invierno sin flor “¿cómo traen amor a esta casa?”, “¡amor que no conocemos!” ¿cómo se ama a una lavandera? ¿cómo se ama al río?   Voy rumbo a derrumbarme a la capital a vivir de amor y mesa servida como dijo la criada que abrió la puerta. ¿Qué hace una lavanderacon un señorito? ¿Qué hace la capital con la champurria?     LAS COSTURERAS   Las costureras cosieron un vestido de saco para la mujer sola ¡ha llegado al pueblo! ¡ha volvido enmarañada y cochina inmunda! ¡y loca sí loca véanla! las costureras siguieron su labor de remendar el corazón despellejado la vistieron con sacos de trigos muertos de avenas secas no hay lavanda que perfume este vestido majestuoso. Las costureras lanzaron a la  mujer a la calle y la abrazaron los perros vagos los vagos de las esquinas y la mujer pensó ¿qué vestido llevp conmigo? ¿qué pena tengo conmigo? la verguenza de ser sola… que verguenza este vestido que de pena estoy vestida. Mírenme todos es estar vestida de angustia es estar vestida de miseria.   LA LAVANDERA MALDICE AL CIELO   Hay que hervir la ropa para matar lo malo, debí hervir el amor cuando pude. Porque no hay justicia para las lavanderas azulinas para las niñas del pueblo, para las siervas de Dios. No hay justicia en la pérdida no hay remedio que desmanche esta ira ni lejía que limpie toda tu mugre. Hay que hervir a Dios con toda su lepra matar lo malo, hervir al cielo con sus santos, porque no hay justicia para las niñas de meses para los niños de pecho, ni menos para los creyentes no justicia en la pérdida no hay remedio que desmanche mi verguenza ni lejía que borre tu escritura.     LAS SEÑORITAS   He llegado a mi aldea arrumbada como yo está la casa del médico, lindas hijas tenía, es invierno un bombazo dejó muebles y trajes ardidos han tirado a las mujeres a la calle. ¿Qué hace una señorita? ¿qué hacen las señoritas con la escarche entre sus piernas? Pobre doctor ha sido fusilado frente a sus hijas arrumbado el cuerpo ardido la casa ni hablar de los vecinos a la calle los traidores ¡Gloria, vítores al dictador! qué castigo.   He visto a las jóvenes llegar al río triste como lavan su mugre y enjuagan el barro de sus faldones pobres niñas qué mujeres más solas qué blusas más percudidas, la gente odia a los pobres porque llevamos el olor del humo en el alma qué tristeza más fea tienen las señoritas, es invierno y no hay achiras las piedras las miran curiosas qué pies más

Poesía chilena actual | «Antecedentes», seis poemas de Jorge Ragal

ALZHEIMER   No recuerdo quiénes raptaron a mi hermano. Yo era un adolescente de quince años. Solo había escrito ciertos poemas románticos. Tampoco recuerdo el peregrinar de mis padres. Volvían todas las noches en completo silencio. Colocaron su foto en una especie de altar. Con un crucifijo y un par de candelabros. Tampoco recuerdo cuando lo fuimos a reconocer. Me dio la impresión de que era un extraño. A mi hermano le gustaba admirar las estrellas.  Incluso mi abuelo le había regalado un telescopio. Pero sus ojos ya eran dos lunas negras. Solo recuerdo que a su novia le decía que era más bella que Las Tres Marías.     FICHA POLICIAL   Es un hombre culto y de mediana edad. Fue criado por sus abuelos maternos. Domina perfectamente el francés. En su juventud coqueteó con el anarquismo. Tiene una colección de libros de neurociencia. Juega ajedrez en la plaza de armas. No terminó sus estudios de piano. Estuvo preso por provocar escándalos en la vía pública. Tiene una profunda cicatriz en la frente. Vive literalmente de noche. Suele beber licores fuertes. Se declara bisexual. No tiene una pareja estable. Saca fotos en blanco y negro. Le gusta viajar en carros de tercera. Ya no asiste a misa los domingos. Le cortó la cabeza al asesino de sus padres.     BASURA   He botado mi primer poema por encontrarlo muy romántico, mi diario de vida por la misma razón, mi diploma de maestro porque no lo merecía. He botado la foto de mi novia por un ataque de celos, mi reloj ya cansado de tanta exactitud,  mi pasaporte porque ya no quería salir de casa. He botado mi currículum vitae por pretencioso, mi examen de sangre pos sus dolorosas secuelas, mi certificado de defunción porque quería seguir viviendo.     PAPEL DE ANTECEDENTES   Figura una acusación de haber golpeado a un capitán de navío, de consumir drogas duras, de encubrir un crimen pasional. Figura otra acusación de tener un juicio pendiente con impuestos internos, de estar remiso en el servicio militar, de adulterar mi pasaporte. Figura una nueva acusación de haber atentado contra la sede de un grupo sionista, de fugarme de una clínica psiquiátrica, de mentir sobre mi estado civil. Figura también una grave acusación de haber tenido un hijo con una menor de edad, de practicar la magia negra, de plagiar mi último libro.     HAY PALABRAS   Hay palabras que ya han perdido su sentido como pueblo y solidaridad. Han sido reemplazadas por gente y productividad. Hay palabras que ya no existen en el diccionario como ocio y contemplación. Han sido reemplazadas por negocio y preocupación. Hay palabras que ya no se respetan como reunión y conversación. Han sido reemplazadas por silencio y soledad. Hay palabras que echo realmente de menos como amor y amistad. Han sido reemplazadas por pacto de no agresión.     BUENAS RAZONES   Siempre habrá buenas razones para jugar al pillarse  o a las escondidas, para volver a la patria o seguir en el exilio, para pagar o evadir un impuesto. Siempre habrá buenas razones para creer en dios o en el demonio, para estudiar geología o astronomía, para guardar o destapar un secreto. Siempre habrá buenas razones para confirmar o postergar una cita, para odiar o perdonar a tu enemigo, para seguir escalando o tirarse al vacío.       _______ Jorge Ragal Galdames (Santiago, 1954). Ha publicado los siguientes libros: Chicles Calientes (1984), El hombre se escribe (2013), Dios te Amará (2014), Usted no pertenece a este mundo (2015), La tierra no es redonda (2016), El hombre de dos cabezas (2017), Un bello mapa (2018), Perfecta Pasión (2019), Los cinco puntos cardinales (2020). Su poesía ha sido incluida en diversas antologías. Fue presidente del PEN Club de Chile en el lapso 2016-2021. Los textos publicados pertenecen a su poemario: La tierra no es redonda, editado por Libros del Amanecer (2016).    

Poesía chilena y jazz | La era del jazz

«En nuestra literatura, y en particular en nuestra poesía, que será el género a explorar en esta columna, la onda expansiva de la explosión jazzística arribó también de forma temprana, habiendo diversos poetas chilenos que en la década del veinte, y en plena eclosión de las vanguardias, hacen referencia a la música originaria de Nueva Orleans, que tal como el cine, el gramófono, los aeroplanos, el teléfono, el automóvil y otros inventos de la época, pasó a ser símbolo de modernidad.» Poco tiempo después del surgimiento del jazz en la ciudad de Nueva Orleans, suceso acaecido en la frontera de los siglos XIX y XX, uno de los escritores prominentes de la época, el estadounidense Francis Scott Fitzgerald, bautizaría a los años veinte del pasado siglo como “la era del jazz”. Este hecho da cuenta no solo de la explosiva expansión que experimentó la música sincopada en los inicios del siglo pasado –no olvidar que el término jazz aparece recién en 1913 y que el primer disco del género se grabó en 1917–, sino también de sus tempranos vínculos con la literatura, conexión que se ha mantenido vigente hasta el día de hoy, habiendo tenido momentos de intenso pololeo, como los sostenidos, entre otros, con la generación española del 27 (la de García Lorca) y el movimiento beat gringo. En nuestra literatura, y en particular en nuestra poesía, que será el género a explorar en esta columna, la onda expansiva de la explosión jazzística arribó también de forma temprana, habiendo diversos poetas chilenos que en la década del veinte, y en plena eclosión de las vanguardias, hacen referencia a la música originaria de Nueva Orleans, que tal como el cine, el gramófono, los aeroplanos, el teléfono, el automóvil y otros inventos de la época, pasó a ser símbolo de modernidad. Uno de ellos es Vicente Huidobro –Vincent por esos tiempos– quien fue uno de los primeros en integrar el jazz al diccionario de la poesía nacional. Esto ocurre, paradójicamente, fuera del territorio chileno, particularmente en Francia, en 1921, cuando publica Saisons choisies, antología de su obra en francés (con retrato de Picasso incluído), donde es posible leer dos poemas en los que el autor de Altazor se refiere a la música sincopada. En uno de ellos, “Sombras chinas”, escribe: “El jazz band de ultramar ha venido bajo las gaviotas / Y las olas tomaron un nuevo ritmo”, otorgándole -con estos diáfanos versos- una especie de bienvenida a la música de Nueva Orleans.  Tres años más tarde, en Valparaíso, en el número 1 de la revista de vanguardia porteña Nguillatún, editada por Neftalí Agrella y Pablo Garrido, podemos encontrar dos nuevos ejemplos de esta temprana conexión entre el jazz y la poesía chilena. El primero es el poema “Torbellino”, cuyo autor, Pedro Plonka, plasma imágenes en las que se puede adivinar la alegría del carrete jazzistico: “Manos lanzadas / desparraman puñados de estrellas / Él arco de los violines / enreda las serpentinas de las risas / Y las parejas pisan los petardos del Jazz-band / tomadas de la cuerda de la música / La luz araña los torsos y flancos / Las mujeres tienen soles en la cabellera…”. El segundo texto que publica Nguillatún es una greguería colorida e imaginativa de Pablo Garrido, “Los pintores de casa”, donde el poeta no solo hace referencia al jazz, que en esos tiempos estaba asociado al baile y la diversión, sino también a sus influencias artísticas: “Sus trajes nacieron para pasearse ante decorados cubistas y detrás de futuristas orquestas, con violines verdes, cellos blancos, contrabajos azules, pianos granates, cornetas chocolates y Jazz Bands cafés.” Oportuno resulta indicar que Pablo Garrido no solo fue escritor, sino también un músico destacado que en 1924 formó la Royal Orchestra, primera banda nacional de jazz, dedicándose más tarde al estudio de la música chilena.  En 1929, Juan Marín, poeta y narrador que participó en diversas revistas vanguardistas de la época, publica el breve poemario Looping, donde construye un hablante poético cosmopolita y vital, que disfruta de pilotar aviones y de la vida nocturna, espacio, este último, donde se encuentra con el jazz: “tín… tín… / tán… tán… / toit-et-moi / lirulí… lirulá / …en el agua del jazz / hay bravezas de mar”, señala en el poema “Bataclán”, usando un tono liviano y festivo, juguetón y algo banal, pero acorde a esos tiempos donde un tal J.F. (probablemente Juan Florit) le hacía la autopsia al prolífico y reconocido poeta modernista español Francisco Villaespesa, que visitó Chile en 1921, señalando, en el número 2 de la revista Ariel, publicada en 1925,  que el seguidor de Rubén Darío era: “Autor de 130 volúmenes de hojarasca y humo. 130 loros tropicales. Una torre Eiffel de sonetos. Castillos de naipes. Nido de telarañas. Andamio que carcome la polilla clásica. Victrola con los discos iguales. Poesía leprosa en este siglo de aviones, Jazz-band y Hupa-Hupa.”  No todas las miradas sobre la música sincopada, sin embargo, tienen el tono optimista, alegre y colorido visto hasta ahora. Un ejemplo de esto se halla en la obra de Pablo Neruda, quien en Anillos, libro de poesía en prosa publicado en 1926 junto a su amigo Tomás Lago, escribe: “Ahí es donde empieza su corazón a entretenerse, araña de metales nocturnos, jazz band de sonámbulos y una novia enterrada, que es la noche profunda que él la decora con luciérnagas negras…” El texto pertenece al poema “T.L.”, dedicado justamente a Lago, presentando un tono surreal, oscuro y fúnebre, con tintes góticos. Un año más tarde, en 1927, mismo año del estreno de El cantante de jazz, primera película sonora, otro de los pesos pesados de nuestra poesía, Pablo de Rokha, publica Satanás, poemario donde pasa de la estilizada oscuridad nerudiana a una mirada también oscura, aunque hermética y estridente, asociando el jazz y otro arte emergente en la época, el cine, ambos importados principalmente desde Gringolandia, al ruido, a la violencia, al dolor: “los lagartos empapelados me lamen la filosofía: / los frutos maduros del sol / lloran en mis teatros de azufre y sangre quemada, / y el problema de luto / me araña las

Poesía chilena actual | «Antimujer», cinco poemas de Carolina Sepúlveda

CAMADA   Arrastrándome a cuatro patas recojo el olor de tu cuello lamiendo la sombra de tu abrazo camino con dolor de hombros y una pata menos   Tiritando de frío tiritando de miedo media perra ladrando auxilio   Han robado a mis hijos los huachos destartalados y sin padre los hijos de perra que aguardaban en las esquinas   Que alguien me acaricie el lomo Y sacie estas mamas tristes y secas que alguien encuentre a la media mujer que me dejó el vacío al medio hombre que me dejó a patadas que alguien refresque este sexo débil de perra vieja   De perra sin ojos de media perra de perra entera   Yo soy la perra palabra un trozo de carne una perra contigo una camada de sexo compartido una perra una perra pariendo gritos.     EL AGUA SE HIZO PARA DAR FORMAS A LAS COSAS   Escupo una mueca sobre el mundo esta mitad del cuerpo dañada esta mirada doble que me atraviesa con un tajo en la cara   Sobre mi cama el cuerpo de un hombre recién nacido se retuerce el temblor de su carne inútil esa máscara una melodía engañosa   Al otro lado mi madre repite el rito entre las piedras de mi padre saca la lengua y bendice   Yo me caigo una y otra vez me caigo mordiendo la piedra que me clavaron entre los ojos esa huella impertinente de hembra herida   Los ojos de mi padre me apuntan rompiéndome los sesos   Mi sexo gotea una lágrima espesa dejo que llore   El agua se hizo para dar formas a las cosas como la humedad de su cuerpo ardiendo entre roce y roce   Como la humedad de mi cuerpo ardiendo entre roca y roca   El agua se hizo para dar formas a las cosas el reflejo de un orgasmo desmenuzado y triste la erección de un parapléjico ciego y corrupto la niña que viola a un gato con su dedo   Mi perra lamiéndose la vulva escarbando con su lengua ahí mismo.     HARINA DE OTRO COSTADO   Tantas cosas perdí y ahora he vuelto con los ojos preñados colgando siendo bestia en corral ajeno con el hocico sangrando perfumado de gritos con los brazos cansados de tanta piel muerta entre las uñas de tanto dolor de tanta mugre enrojecida.     PIEL SECA   Desde mi boca un cordón amargo surge hacia ti como reptil ciego   Duele como la humedad huérfana que se acomoda en mi cama.     EL DÍA TIEMBLA EN SUS CUATRO COSTADOS   El cielo se abre escupiendo su ojo sobre mí tengo las piernas abiertas por si brota un árbol A Q U Í donde la humedad es diaria e impertinente como tu ausencia   El día tiembla en sus cuatro costados y esta isla es la más isla sólo cabemos yo y mi pelo   El día tiembla en sus cuatro costados y esta soledad que llevo rompiendo aplasta mi cara sobre la pared y mi boca muerde su boca y mi ojo mira su ojo   P R O F U N D A M E N T E.           ______________________________ Carolina Sepúlveda (Santiago, 1978). Fue becaria de la Fundación Neruda en 2003. Ese mismo año obtuvo mención honrosa en los Juegos Literarios Gabriela Mistral. En 2004 publica Antimujer (Al Margen Editores, Santiago), libro del cual fueron tomados los poemas de la presente selección.        

Narrativa chilena actual | Los espectros

Perteneciente a su libro de relatos Fauna menor –que será editado prontamente por Ediciones Esperpentia- “Los espectros” es uno de los catorce textos que componen esta obra donde su autor, Sergio Sarmiento, reúne, reescribe y amplía dos libros que hace un par de años publicó de forma digital: Luminarias y Fuerza de roce. Los relatos se centran en las experiencias del hombre y la mujer del Chile contemporáneo, dando cuenta de sus atribuladas y desorientadas vidas en un territorio conquistado completamente por el mercado, donde las ambiciones giran en torno al dinero, el poder, el placer y el sexo. A través de una mirada lúcida, crítica, con humor e ironía afilada, y utilizando un lenguaje sin contemplaciones ni escamoteos a la realidad, su autor, que además es poeta y editor de El Mal Menor, nos hace sumergirnos en las experiencias y reflexiones, muchas veces delirantes, de sus esperpénticos personajes. EMM Trabajé, durante tres años, en una empresa importadora de artículos de audio. Mi labor consistía en mantener los inventarios al día. Cuántos micrófonos salen, cuántos micrófonos entran, cuántos micrófonos quedan en bodega, cuántos micrófonos van a merma. Lo mismo tenía que hacer con audífonos, consolas, parlantes, cables, enchufes, atriles, tornamesas, reproductores de mp3 y cientos de artículos afines. La necesidad me llevó a ese local de calle Meiggs. No encontré otra pega acorde con mi obligación de obtener dinero y mi necesidad de seguir avanzando, aunque fuese a paso de caracol, en los relatos que había iniciado durante ese otoño, cuando después de leer Apuntes del subsuelo de Dostoievski decidí dejar mis cansadores estudios de informática y convertirme en escritor. Recibí, por supuesto, el repudio de mi madre. Si no estudiaba tendría que trabajar. En la casa no se mantenía a vagos. Está bien que te guste la literatura, desde chico que lees todo lo que cae en tus manos, pero otra cosa es creerse el mismísimo Alberto Blest Gana. Claro, porque digamos las cosas por su nombre, ser escritor no es un trabajo, es un vicio. Si fuese un trabajo lo enseñarían en la universidad. Le respondí que estaba equivocada. Primero, porque no me interesaba ser Alberto Blest Gana y segundo porque hay una universidad privada donde enseñan literatura creativa. ¿Una universidad privada? Esas universidades, hijo, enseñan cualquier mierda con tal de ganar plata ¿cómo no se da cuenta? Enseguida señaló que Raimundito, mi gemelo difunto, jamás habría tomado una decisión tan irresponsable. Raimundito, que en paz descanse, habría estudiado una carrera con buen futuro, una profesión de verdad como la misma informática que estás tirando por la borda, o ingeniería comercial o derecho como tu hermano mayor, el Luis, que siempre tiene las cosas tan claras. Mi papá, como siempre, no se atrevió a contradecir a su mujer.  Como mis progenitores no me apañaron tuve que buscar trabajo y don Ignacio, el dueño de la importadora, no resultó ser mala persona. Era amable, de maneras cuidadas, un mecánico diría que era fino, pagaba más o menos bien y no molestaba demasiado. Además, se comportaba de manera bastante paternal con los funcionarios. Demasiado tal vez con la Andrea Sotomayor, nuestra joven jefa administrativa, pero esa es otra historia. Nunca le contaré a nadie lo que vi durante los tres años que estuve en Fénix Importaciones. No quisiera arruinar el matrimonio de Don Ignacio, tampoco echarles a perder la vida a sus hijos, el Nachito y la Antonieta, ambos alumnos de un colegio de esos con infierno para pecadores. Nadie sabrá –por eso mismo– que casi todos los jueves y los martes, entre las tres y las cinco de la tarde, ambos se iban a un motel –La Góndola Azul– que está en Unión Latinoamericana al llegar a Gorbea. Nadie sabrá que muchos de los viajes al exterior de nuestro jefe eran falsos. Simplemente se trasladaba a vivir unos días a la casa de la Andrea. O efectivamente viajaba, pero no por negocios, sino con su amante a uno de esos paraísos para idiotas que se promueven en los diarios dominicales. No le contaré a nadie, tampoco, que el Suzuki full equipo de la Andrea es un regalo de nuestro jefe. Tampoco que tenían un hijo, el Felipito, que nació con ictericia, ya que nada de eso es mi problema y no tengo por qué divulgarlo. Por mi ubicación en la importadora –mi sucucho quedaba al lado de las oficinas centrales– yo era el único que estaba enterado de todas estas situaciones anómalas. Y como me hacía el que nada había visto (incluso a veces hasta cooperaba implícitamente con la parejita), tenía ciertos privilegios con la Andrea, que era mi jefa directa. Eso me permitía trabajar un par de horas diarias en mis relatos. A veces me sorprendía con un archivo abierto. ¿Cómo está el escritor?, preguntaba amablemente. Y se quedaba a mi lado y se ponía a hablar acerca de sus lecturas. Me encanta leer libros como Yo elijo y tú, ¿te sientes libre de elegir?, del gran Jorge Méndez, son obras que te obligan a decidir qué quieres aprender, qué quieres hacer de tu persona y de tu vida, cómo quieres comportarte, qué clase de ciudadano quieres ser. Otras veces se refería a su pasión por el El cuidado del alma, de un tal Thomas Moore. Me dejó para dentro, ¿sabís? Comprendí que para estar bien hay que permanecer en el presente. No quedarse pegado en el pasado o en el futuro. Pasados unos minutos me invitaba a un cafecito. Anda a comprar un par de capuchinos al local del lado, pedía con una sonrisa infantil en la boca. Yo pago. Después, mientras bebíamos la aromática sustancia, seguíamos hablando de libros. Yo le narraba los argumentos de Apuntes del subsuelo, de Crimen y castigo o de Los hermanos Karamazov. O de obras de Bret Easton Ellis, Germán Marín, Michel Houellebecq y otros autores que comenzaba a descubrir. Ella hacía gestos de rechazo. Ella boqueaba como un pez fuera del agua. Encuentro medio decadente ese mundo, opinaba. Enseguida se tomaba un trago de café como para pasar el mal gusto. Después me hablaba de lo importante que es tener las cosas claras. Es la única forma,

Poesía chilena actual | Matías Rivas: Tres tragedias

SUPERMERCADO   Por influencia tuya comencé a comprar duraznos. Cuando íbamos al supermercado tú siempre comprabas un par de kilos de duraznos para tu hijo mayor. En cambio, yo partía derecho a la sección pastas y carnes. Llenaba el carro con lasañas congeladas, pizzas y salsas de tomates. Recuerdo que comprabas una docena de huevos con omega 3, queso fresco y quínoa. Más de una vez te vi llevar yogurt natural y un kilo de uvas. Hacíamos de estos encuentros un enredo fascinante de mensajes en clave con la ilusión de que pareciera casual conversar en los pasillos abarrotados de comida del supermercado más lejano de tu casa y cercano de la mía. Hablábamos de amor con susurros histéricos, nos hacíamos promesas calientes. Incluso rozábamos nuestras piernas agachados para sacar el azúcar rubia. Después nos mirábamos unos minutos. Me decías cariño en un tono suave que súbitamente cambiaba cuando venía alguien. Te gustaba tener fósforos en cantidad, por superstición. Te preocupabas de que nunca faltara en tu refrigerador el brócoli.  Con las compras listas partías a pagar, mientras te esperaba en mi auto en el estacionamiento. Lo mío eran sólo un par de bolsas que echaba atrás. Lo tuyo era alimento para tus hijos y tu marido vegetariano. Le pedías a un joven que te ayudara a llevar las bolsas a tu auto  y que las descargara en la maleta. Luego partías donde yo estaba, cortando distancia por pasillos con autos estacionados. Abrías la puerta y te lanzabas a mi cuello. “No quiero que volvamos a pasar por esto. Quiero que te cuides y te guardes para mí. ¿Entiendes amor?” Me tocabas entre las piernas para sentir si lo tenía duro. Salías dando un portazo con mi olor en tu pelo. Caminabas hacia tu auto sacudiendo tus caderas. Ibas con pantalones apretados y botas negras. Me quedaba fumando. Encendías el motor, retrocedías  y partías directo a tu casa.     RECIÉN CASADOS   La orilla café de la taza nos sale con agua caliente. El borde tiene grabado mis labios, lo que te molesta. No sé si será posible sacar la mancha con recriminaciones. Lo cierto es que gotea bajo el colchón toda la noche. Las frazadas y el cansancio tienen olor a sospecha. No avanzamos, pese a las quejas y reconciliaciones. Pero tampoco queremos dar un paso más. Te duelen las rodillas y a mí los codos. A ambos nos cuesta dormir con las mandíbulas férreas.   Me dices que escuchas cómo un niño va llorando al baño. –Yo voy, tú quédate durmiendo, que mañana tienes que salir temprano.   Te veo apagar la luz con el niño en los brazos. Miro –entre las sombras– mi ropa colgada. Escucho mi aliento seco, cortado, y las piernas rendidas. Quedan pocas horas de sueño y resignación. Mañana, seguro, ni me sentirás cuando me vaya.     CASO DESCRITO   Nos enviábamos mensajes y nos llamábamos todo el día. Se volvió rápido una relación seria. Hasta tal punto llegué a conocerla y encariñarme con ella, que un día su hija mayor me llamó papá. Nos fuimos a vivir donde su madre. Y pese a ciertas incomodidades, disfrutamos esos años. Las cosas se empezaron a poner complicadas una tarde  en la que una amiga le dijo a mi mujer que no confiara. Me había visto tomar un taxi con una compañera del trabajo. Mi mujer me empezó a subir el tono de voz. Se puso más fría en la cama, salvo cuando me enojaba. Después de pelear me llevaba al dormitorio y me mostraba su voracidad sexual de una forma  que me daba miedo y celos de que otro gozara su descaro. A los días se apagaba y volvía el rencor. Una vez al llegar a la casa me empujó. Le dije que no se dejara envenenar,  que su amiga tenía envidia por la vida que teníamos juntos. No me creyó: “Las cosas tienen que ser parejas entre nosotros, así te la haré con otro sin decírtelo,  por dignidad, tengo que sacarme esta espina”. Empecé a partir nervioso en las mañanas. Un par de meses después llegó a mi trabajo. La vi parada con ropa liviana, apretada y taco alto. “Vamos a conversar solos, no aguanto más”, fue su primera frase. Prendió un cigarrillo y me lanzó con desdén: “Me estoy metiendo con alguien”. A lo que contesté, con la garganta seca: “Esta sería tu venganza”. “No. Esto es serio. Se trata de mi felicidad y de la seguridad de las niñas”.  Mira a mi izquierda y vi cómo se alejaban mis compañeros  camino a sus casas, riendo unos, otros callados. Había mujeres que se subían a autos  y los más jóvenes andaban en grupo.  Nos sentamos y pedimos un café y fumamos. “Vine porque no quiero que vuelvas a la casa  ni que te acerques a las niñas. Está claro. Te voy a dejar toda la ropa y tus cosas donde tu madre. Esto ha sido muy terrible para mí. Por fin encontré el amor y ahora sé lo que es sentirse protegida.  No puedo pasar más miedos ni angustias contigo. No eres un mal hombre, lo reconozco. Por eso quédate con el mejor recuerdo mío y de mis hijas.  No te despidas, no quiero que sufran, no lo merecen.  Sólo te ruego que no te aparezcas más.  Es lo mejor para todos.       ______________________ Matías Rivas (Santiago, 1971) es poeta, ensayista y director de Ediciones UDP. Ha publicado los poemarios: Aniversario y otros poemas (1997), Un muerto equivocado (2011), Tragedias oportunas (2016) y Un poema de amor (2023). Los poemas publicados fueron tomados de “Tragedias oportunas”, Ediciones Tácitas, Santiago de Chile, 2016.  

Signos vitales | La patria bajo el puente

«¿Qué función cumplía la bandera, entonces? ¿Era una especie de talismán?, ¿una expresión de amor a la patria? No supe responder. Tampoco tuve otras hipótesis. En cualquier caso, era obvio, la tricolor no funcionaba como talismán, no alejaba el infortunio ni atraía buenas vibras, pues sus inquilinos estaban en el corazón mismo del fracaso, desprovistos de todo, tan a la deriva como aquellos inmigrantes que caminando por el desierto cruzan la frontera hacia Chile.» Ayer, al pasar junto al puente que lleva a la Estación Mapocho –cuyo nombre recuerda a Manuel Rodríguez– debajo de su estructura pude ver un frágil ruco. Lo habían levantado con cuatro palos, alambres oxidados, restos de muebles de cocina, pedazos de nylon y otros innumerables (e indescifrables) residuos. Se hallaba en el lecho del río, a un par de metros de la barrosa corriente, en un lugar húmedo e insalubre, a unas ocho cuadras del palacio de La Moneda, donde una larga fila de presidentes y dictadores han pasado prometiendo un futuro esplendor. A un costado de la precaria construcción, más precaria aún a causa de la mañana fría y nublada, un par de jóvenes flacos y deslavados –que me recordaron a los personajes de la novela El río de Alfredo Gómez Morel– hacían una fogata con algunos de los abundantes desechos que santiaguinos y santiaguinas –cuya formación, al parecer, fue un fracaso social y ecológico– arrojan cotidianamente a la corriente del río, usándolo en modo vertedero. Sobre el puente, construido en el mismo sitio donde los colonizadores españoles, mediante trabajos forzados, levantaron el puente Cal y Canto, una media docena de ambulantes ofertaban audífonos, papelillos, cargadores de baterías, pañuelos desechables, pipas, pinches, encendedores y otras menudencias de primera necesidad, mientras cientos de apurados transeúntes alternaban su mirada entre la mercancía y el ruco, algunos indiferentes ante una situación ya normalizada, otros, con una mezcla de miedo y desconfianza al identificar a los jóvenes deslavados con la amenaza del momento: la delincuencia.  Me acerqué a la baranda. Al mirar el ruco con mayor detalle me llamó la atención el hecho de que en uno de los palos que sostenían la frágil construcción flameaba una ajada banderita chilena. Obviamente no se trataba de una toma, nadie se toma un lugar que meses más tarde estará inundado pues la toma, se sabe, busca una permanencia, una solución. ¿Qué función cumplía la bandera, entonces? ¿Era una especie de talismán?, ¿una expresión de amor a la patria? No supe responder. Tampoco tuve otras hipótesis. En cualquier caso, era obvio, la tricolor no funcionaba como talismán, no alejaba el infortunio ni atraía buenas vibras, pues sus inquilinos estaban en el corazón mismo del fracaso, desprovistos de todo, tan a la deriva como aquellos inmigrantes que caminando por el desierto cruzan la frontera hacia Chile. Como expresión de amor a la patria tampoco parecía funcionar, dado que no era correspondido, no era bidireccional, no había amor de vuelta. No obstante, la bandera estaba allí, en el abandono absoluto, flameando coqueta, grácil y orgullosa, como diría un locutor deportivo en su momento poético, justo antes de pasar a los comerciales de baterías de autos. Me acordé, en ese momento, de una canción de Violeta Parra –"Yo canto a la diferencia"– donde la artista, nacida en San Carlos en 1917, señala: "el pueblo amando la patria / y tan mal correspondido, / la bandera por testigo.” ¿Qué es la patria? me pregunté más tarde. Y pensando en el vínculo entre el surgimiento de muchas democracias latinoamericanas –entre ellas la chilena– y la revolución francesa, me allegué a la definición de Voltaire (1694– 1778), que fue uno de los inspiradores de esos tiempos agitados (donde la plebe veía rodar cabezas de aristócratas y no pelotas de fútbol), para ver qué tal nos había ido con la idea después de dos siglos de implementada. La patria, establece este pensador francés –que creía 100% en la razón– es “el estado libre del que somos miembros y cuyas leyes garantizan nuestras libertades y nuestra felicidad”. En la misma sintonía de Voltaire, pero en el plano local, en agosto de 1812 la Aurora de Chile publicó un artículo llamado “Sobre el amor a la patria”, donde se indica: “Para que haya patria y ciudadanos, es preciso, que ella sea una madre tierna, y solicita de todos: (…) que todos tengan alguna parte, alguna influencia en la administracion de los negocios publicos, para que no se consideren como extrangeros, y para que las leyes sean á sus ojos los garantes de la libertad civil. Pero lo que es aun mas necesario, lo que es mas dificil de existir fuera de las republicas, es una integridad severa en hacer justicia à todos, y en proteger al debil contra a la tirania del rico.” (sic)  Los chicos del ruco, sin duda, son la prueba de que el nivel de logro de estas ideas, que variadas repúblicas adoptaron y plasmaron, además, en sus floridos, fantasiosos y belicosos himnos nacionales (cuyas letras, que piden sangre, no sería malo reescribir) es bastante bajo, insuficiente. El concepto se maleó aún mas con las intervenciones de diversas facciones derechistas –dictatoriales y no dictatoriales– que poco a poco fueron adueñándose de la palabra, de origen griego, que etimológicamente significa “la tierra de los padres”, para ligarlo al burdo nacionalismo. El dictador alemán Adolf Hitler –a quien Tarantino por fin logró ajusticiar en Bastardos del paraíso– escribió: “Para mí y para todos los verdaderos nacionalsocialistas no existe más que una doctrina: la de nacionalidad y patria.” En nuestro país, Jaime Guzmán, difunto líder de la UDI, participante cinco estrellas de la dictadura pinochetista y cerebro de una constitución que dejó como rehén de la derecha y el gran empresariado al pueblo chileno, elaboró una definición donde, fiel a las ideas de su maestro Adolf, une los conceptos de patria y nacionalidad: "La patria es el hogar espiritual donde se gesta y desarrolla la identidad nacional, basada en principios morales, tradiciones y valores compartidos que nos unen como chilenos.” Me pregunté, a raíz