Literatura

Signos vitales | Migraña

«En una casa donde habitualmente ponen reguetón ahora escuchan música orquestada tipo Orfeón de Carabineros. Una música de mierda que reemplaza a otra música de mierda. Después recuerdo unos temas que escuchaba un jefe bien vacío, bien arribista, bien funcional, que tuve años atrás: “Werner Muller, tributo a Elvis” o algo parecido. Era un asco por donde se le mirase. Un asco orquestado.»  Hoy, mientras me recupero de la resaca de la noche anterior -una regada reunión con amigos durante la víspera del “Día de Todos los Santos”- pienso que lo único que me gusta de las religiones son los feriados. En eso consiste su milagro. Nada más habría que agradecerles. Lo demás es una carga de tonteras y violencia intragable. La existencia del universo -hasta ahora- no tiene ninguna explicación. Eso es lo único que se puede asegurar. Quien crea en Dios que lo demuestre. De lo contrario que deje de cacarear. Si yo asegurase que existen caballos invisibles de doce patas tendría que demostrarlo, exhibir pruebas. Más aún si tengo la osadía de indicar que tal bestia es la creadora del mundo, de cada uno de los seres que lo pueblan y de las normas que los rigen.   Doce del día. Voy camino al almacén por una pastilla para la migraña. Me duele la cabeza producto del alcohol. Afortunadamente hoy es martes, martes feriado, y todavía me queda bastante tiempo libre. Horas que puedo orientar a mis objetivos y no a los de la empresa donde me arriendo, sociedad anónima educacional donde soy un dispositivo destinado a formar otros dispositivos. O peor todavía: un repuesto destinado a formar otros repuestos. El sistema, como dice un amigo, se reproduce a sí mismo. El asunto es que la cosa siga funcionando. Que no se detengan las fábricas, ni los ministerios, ni los regimientos, ni los bancos, ni las iglesias, ni las escuelas. Tampoco las cárceles, tampoco los manicomios. Da lo mismo si se logra o no el bien común, excusa con la cual se creó todo este cuento. Pasa un auto y toca la bocina a un tipo que cruza la calle despreocupadamente. El chofer y el peatón -que viste una polera que dice “Denver”- se miran con rabia, están a punto de insultarse, pero se quedan callados. A través de los vidrios del auto se observa un ramo de flores amarillas. No habrá violencia, no habrá bates de béisbol, es “Día de Todos los Santos”.    La calle está vacía otra vez. En una casa donde habitualmente ponen reguetón ahora escuchan música orquestada tipo Orfeón de Carabineros. Una música de mierda que reemplaza a otra música de mierda. Después recuerdo unos temas que escuchaba un jefe bien vacío, bien arribista, bien funcional, que tuve años atrás: “Werner Muller, tributo a Elvis” o algo parecido. Era un asco por donde se le mirase. Un asco orquestado. Hasta la película es mejor. Sigo caminando. Me quedan unas veinte horas de libertad antes de entrar -otra vez- a la fábrica de repuestos. Es un lugar, lleno de normas y currículums, que da la idea de seriedad, de que las cosas son de tal manera porque hay una verdad detrás de ellas, no un interés. El mundo, sin embargo, no es serio. Si el mundo fuese serio no tendríamos a tipos como Trump, Kast, Parisi, Bolsonaro, Putin, Maduro o Fontaine, por nombrar unos pocos, en la política. Tampoco habría cientos de miles o millones de personas apoyándolos, votando incluso por ellos. Si el mundo fuese serio no se trataría de artistas a seres como Bad Bunny, Lucho Jara, la Rancherita o Paloma Mami, ni de grandes emprendedores a herederos como Luksic y Angelini. Si el mundo fuese serio no habría realeza ni pobreza, ni se dedicarían fortunas completas a fabricar armas de destrucción masiva en vez de apoyar a los países pobres a salir adelante. Si el mundo fuese serio no habría miles de detenidos desaparecidos desde hace décadas. Si el mundo fuese serio la tele no nos diría que para que la economía funcione es necesario que los conglomerados empresariales controlen todo y los demás vivan en el subdesarrollo. Pasa una moto ruidosa. Es alguien que no tiene otra forma de hacerse notar. Y me distraigo. Y olvido mis pensamientos, pues no los tengo en la punta de la lengua. O en un archivo pdf. Da igual. Aflorarán cuando sea necesario. Miro el cielo otra vez y lleno mis pulmones de aire. Y sigo caminando.     Estuvo bonito Halloween, me comenta amablemente la mujer que atiende el almacén. Claro, le digo, mientras pienso que mediante el famoso ¿dulce o travesura? los niños de la Colonia Chile, disfrazados de horrendos y tiernos monstruos, aprenden, año a año, los fundamentos de algo muy mafioso: la extorsión. Aumentarán los secuestros y los chantajes en el futuro, eso lo doy timbrado. Aumentarán como han aumentado los crímenes mediante armas de fuego tras décadas de tener a nuestros niños viendo, en películas y series, gente baleada en el cráneo como si nada, o de matar gente, también como si nada, en plataformas de video. En eso consisten esos juegos y esa diversión infantil, en prepararse para la vida adulta. En aprender a matar. A eliminar al otro. Y ganar puntos.   Pido agua mineral y remedios para la migraña. Enseguida emprendo el camino de regreso. La casa está llena de vasos sucios y colillas de cigarrillos. Voy a la cocina y me tomo las pastillas con el agua mineral. Y me recuesto en la cama. Sobre las sábanas, extenuado, pienso que este día no tiene ni tendrá jamás nada que ver conmigo, pues hoy se recuerda a quienes, según la Cosa Nostra católica (institución que, según los entendidos, le “expropió” la festividad a los pueblos originarios de América), se han purificado en el purgatorio y se encuentran en el paraíso. Mañana, dos de noviembre, que es “Día de Todos los Difuntos”, tampoco será mi momento, puesto que en tal fecha los pocos seguidores que

Testigo ocular | Marcelo Arce Garín

Marcelo Arce Garín (Santiago de Chile, 1976). Su obra se plasma en una voz denunciante, a veces trastocada, que se desgrana en figuras retroactivas, tiernas y nostálgicas, así como en destinos crueles, injustos, que debemos dejar en nuestra memoria. Estos recursos aparecen nítidos en su última obra, “Óxido”, un poemario profundamente político, donde Arce hace resurgir a los Mártires del Chena y la Maestranza. De este libro son los poemas que se presentan a continuación.      Selección de poemas   A las obreras y los obreros   ERA CHILE EL QUE PASABA POR SUS VENTANAS ABIERTAS y ya no pasa.  José Ángel Cuevas     ÓXIDO Y HOLLÍN EN LAS INDUMENTARIAS TRAZO Y PRECISIÓN DE ALTO VUELO       NILES BEMENT Co   Con el fierro hirviendo González prende su cuarto cigarrillo del día, tiznado y serio comienza el turno Va formando con destreza y agilidad clavos gigantes que serán los encargados de sostener la ruta la rapidez será considerada al momento de llevarse las hojas secas de un otoño que pronto se retira González detiene una gota de sudor que iba directo  al fogón en sus pensamientos se desplazan las planillas que debe llenar luchas sindicales se cuestiona opacando el calor con El Ferroviario como abanico improvisado desde la radio Enrique Balladares susurra: “Yo sé que, aunque tu boca me enloquezca, besarla está prohibido sin perdón. Y sé que, aunque también tú me deseas, hay algo interpuesto entre los dos” desde el punto fijo que se crea en el taller de máquinas se observa el TREN OBRERO   María Angélica Castillo competirá desde la Caja de Retiros directo a las Olimpiadas de México entre boleros y rancheras la despiden con banderas chilenas la mejor pinta sus compañeros del taller de combustible Campeones del dominó, cacho y rayuela Un nuevo termino de jornada Maestranza Central entrena al caer la tarde conducción y control del balón las estrellas populares se lucen con gambetas y dominio cada taller aporta con su hinchada entre pilseners se discute la tabla de posición la boleta a Santiago National. Bototos pisotean overoles y gorras apuntan con sus fusiles y ordenan levantar las manos el espasmo contrajo las máquinas y fogones mientras la Cooperativa Ferroviaria de Consumo aún registra la identificación de cada uno   Once compañeros asesinados en el Cerro Chena y la sangre se desperdigó por el techo rojo al otro día el horror se plantó directo en los rostros populares Once hombres buenos menos en la producción   Acevedo / Ávila / Castro / Chamorro González / Koyck / Monsalves / Morales Oyarzún / Silva / Vivanco   (silencio)   Un arco gigante menciona a los visitantes MAESTRANZA DE SAN BERNARDO cientos de bicicletas copan el frontis, se dirigen por el cielo a la cubierta de la conciencia, juegan con el viento y los árboles de Avenida Portales, respiran hondo el descanso diario tras el pitazo final.     SCHWARZ HERMANOS Y FRIEDLER                              a Luis Reyes Vargas   Múltiples motores se prenden y apagan en los talleres como si la industria cegara los cielos de la ciudad el obrero Luis Reyes moldea el producto nacional Interruptores y enchufes Productos de menaje Iniciamos un nuevo turno en la fábrica mientras el petitorio se aferra con firmeza en los escritorios sindicales Cada rostro sostiene sudor y ternura juguetes que llegarán a los niños de la patria el Circo Donald y retroexcavadoras que iluminarán el pasaje de la población antes del apagón y el llanto Cada domingo después de llenar el puzzle el obrero Luis Reyes se ubicaba a un extremo del minicomponente al momento de elevar su dedo índice apretaba sus ojos para acompasar la música Debussy encerraba en su hogar el descanso y la alegría como cuando le apostaba quinientos pesos a tercero/ caballo UNO DE HONOR en el Teletrak de Plaza Egaña. La baquelita adorna las mesas populares democratizando al barrio y sus clubes deportivos, cada fin de año la presidenta de la junta anota a la prole que recibirá camiones y enceradoras construidas por sus madres y padres entre máquinas de inyección y cálculos de feriados y vacaciones. El obrero Luis Reyes baila a Bill Halley & His Comets/ See You Later, Alligator. Un cordón tras otro San Bernardo/San Joaquín/Vicuña Mackenna Overoles y delantales jugaban ping pong en el patio del casino continuando el itinerario de la producción trabajadores con El Siglo bajo el sobaco iluminaban los pedestales convocando a las 17 horas en el Taller A, obstruidos en los paraderos esperaban la Intercomunal 24 fumando un Hilton. El obrero Luis Reyes fue a La Moneda el 11 temprano, los pantalones de tela que utilizaba aquella mañana absorbieron la malicia milicia y preocupado guardó todo bajo el camastro. Mientras los aeroplanos aterrizaban en Tobalaba su mano tersa acariciaba mi cabeza y un zumbido acarreaba Manquehuitos y vino tinto, soplabas fuerte el humo del cigarrillo tratando de llenar las nubes de Peñalolén el barro de la cancha mojaba la rabia. Las estrellas nítidas emergen tras cada verso frente a frente debatimos el libro asomado en las pupilas en la sede sudamos dominó y sepia. Claro oscuro sollozo que venda la tráquea y su soplo. Creo que todos los chilenos tuvimos algo fabricado por la empresa Shyf nos dice una mujer agachada fuera de la botillería sostienes la mano derecha extendida sobre la frente tratando de regular perillas y termostato, calor y semilla algo que trascienda la botillería y el pago de camisetas. Abrazo al obrero Luis Reyes, atrás todos bailan y avivan la parrilla guiñas el ojo y con tu boca apuntas un camino difuso y tenue una especie de cueva negra que conduce a un silencio abrazador que posa las manos en cada bolsillo. Al pasar por un corredor exiguo apuntas con el mismo dedo que alientas a Debussy y UNO DE HONOR el Chicho me dices mientras una lágrima revienta sobre el flexit. La industria

Panóptico | Parra

«Su casa tenía dos pisos, en el primero se alojaba su biblioteca, enorme y a primera vista muy desordenada, en ella una foto de Nicanor con Violeta junto a una gran olla, él de poncho y de bufanda, al lado una segunda foto de alumnos y profesores del INBA (Internado Nacional Barros Arana), donde estudió y luego ejerció como inspector, que irónicamente era titulada con el verso de la Mistral: “Todas íbamos a ser reinas”.» “Voy y vuelvo”.   Ir a visitarlo a su casa de Las Cruces significaba ir a hablar de Literatura, de la suya o de la que a él le interesaba, de esa era la que hablaba o de sus recuerdos. Horas de horas, hasta que se hacía de noche y, a lo lejos, tras el ventanal se podían ver las luces en los cerros de Cartagena o en el puerto de San Antonio y era la señal para que volviéramos a Santiago. Recuerdo su casa, en la calle Lincoln, afuera siempre había un escarabajo de los años 90 estacionado, lleno de papeles, de fotos de revistas y de libros. Cuando lo conocimos, todavía daba paseos por las calles llenas de tierra de ese balneario otrora de la burguesía, pues sus antiguos propietarios habían vendido sus casonas para irse a sectores más exclusivos, hacia el norte, donde la rotería y su pachanga no llegaran. Se ponía un sombrero, un chaleco largo de color indefinido, se sujetaba el pantalón más arriba de la cintura y con un bastón comenzaba a caminar, seguramente recordando el poema lárico que escribió 50 años antes: “A recorrer me dediqué esta tarde / las solitarias calles de mi aldea / acompañado por el buen crepúsculo / que es el único amigo que me queda…”. Muchos lo miraban como un viejo excéntrico o genial (cultivaba ese perfil), otros con respeto por el antipoeta, por “la estrella de rock”, algunos se lograban sacar una foto con él, eso le gustaba, mal que mal, siempre fue vanidoso. Por eso mismo, pienso, que un día no quiso que le tomaran más fotos y se cubría la cara con sus manos, pues ya no se veía tan bien y, poco a poco, a comenzó a alejarse de los “turistas culturales” que querían saludar al último gran poeta vivo, al “inmortal”, en su casa equidistante a las tumbas de Huidobro “el pequeño dios” de Cartagena y a la de Neruda “la vaca sagrada” de Isla Negra, en ese litoral cada vez menos poético, loteado por las inmobiliarias de casas de veraneo “baratas”.   Nicanor Parra (1914 – 2018) irrumpió con fuerza en el escenario de la poesía chilena el año 1954 con su libro “Poemas y antipoemas”, tenía 40 años y aunque este no era su primer libro, siempre quiso pensar que sí, que de ahí en adelante comenzaba su obra. Este libro vino a interrumpir y a quebrar una larga tradición de la poesía en Chile que, en ese momento, encabezaban Neruda, Mistral y Huidobro. Estos poetas derivaban de la modernidad inaugurada por Baudelaire, seguida por Rimbaud, Verlaine y en Latinoamérica por Darío. Esta poesía centrada en el yo y, en muchos casos, “autobiográfica”, buscaba la musicalidad antes que nada, la “alquimia verbal”, la metáfora exquisita, usando un lenguaje “poético”, selecto, refinado, alejada de los grandes públicos, a pesar de los esfuerzos nerudianos por hacer una poesía “popular”.  Estos poetas estaban -según Parra- en “El Olimpo”, alejados del ciudadano común, escribiendo “para media docena de elegidos”. A propósito de su irrupción en la Historia de la Literatura Chilena escribió: “Durante medio siglo / la poesía fue / el paraíso del tonto solemne. / Hasta que vine yo / y me instalé con mi montaña rusa…”. Vemos que de inmediato la antipoesía plantea un problema, propio de “La Guerra Fría”, pues es absolutamente confrontacional,  o estás conmigo o estás contra mí. Así los textos parrianos comenzarán a destacarse, justamente por sus características contrarias a las de la poesía tradicional: uso de un lenguaje coloquial, popular, de la calle incluso, frases hechas, modismos, refranes y la ausencia del “yo lírico”;  el “hablante” ya no se mirará el ombligo o se creerá un ser especial (profeta, demiurgo, mago), este gesto dará paso a múltiples voces que no, necesariamente, corresponden a la voz del autor. Estos personajes tienen diversas posiciones políticas, valóricas, religiosas (incluso antagónicas), son voces anónimas que denuncian la situación del hombre de la segunda mitad del S.XX, utilizando la ironía, la sátira, la parodia y el humor (entre otros recursos), pues de acuerdo con la visión parriana “el cielo se está cayendo a pedazos” y la poesía tradicional “no daba para más”, no era una respuesta. Su “montaña rusa” fue recibida con aplausos por aquellos que pensaban que la poesía no debería ser un “objeto de lujo”, propio solo de una elite. Sin embargo, también recibió críticas, pifias y abucheos por parte de los que pensaban que lo que hacía Parra, en definitiva, no era poesía, sino que, como diría un crítico de la época, era solo “un azafate lleno de excrementos humanos”.   Una de esas tardes en que conversábamos con Nicanor en su casa, nos contó que cuando apareció su libro “Poemas y antipoemas” una persona clave en su difusión y consolidación definitiva fue, paradójicamente, Neruda. El poeta de Isla Negra lo invitó muchas veces a su casa en la playa y allí tras comer, seguramente, un caldillo de congrio y varias botellas de vino blanco (reserva, ¡cómo no!) entre conchitas y mascarones de proa, Parra le leyó algunos de sus textos. Parece que Pablo (así le decía Parra) quedó impresionado, pues escribió algunas palabras elogiosas en la contratapa y recomendaba el libro a todos los que podía, regalándoles incluso algunos ejemplares. Quizá con este gesto, muy generoso, pero muy político, Neruda quería adoptar a Parra como hijo putativo, instalarlo dentro de su órbita poética (como hizo con muchos), pero a la larga terminarían separando aguas, como deja claro el antipoeta en su “Manifiesto” (1963).  

Testigo ocular | Enrique Gómez Correa

Enrique Gómez Correa (Talca,1915 – Santiago, 1995), fue uno de los fundadores del grupo surrealista chileno “Mandrágora”, tarea que emprendió junto a Teófilo Cid, Braulio Arenas y Jorge Cáceres a fines de la década del treinta del siglo pasado. Siguiendo los lineamientos de Breton, su escritura se sitúa más allá de la consciencia tangente a lo real, estableciendo lazos con lo onírico, la escritura automática y el azar.     Selección de Poemas     FRÍO AL ROJO    Zona conocida para el que empieza a dormir Es una marea errante de muerte tranquila Como si hubiera despertado una lámpara tras un largo sueño Y pusiera los sentidos a prueba Es la zona de la concentración de la bruma De estos puros elementos da martirio Todos venidos con la última sonrisa Abriendo las puertas del silencio Para que pase el relámpago O el sonámbulo que encanta las serpientes Hoy es otro día es otra noche que se nos viene a la garganta Otra sangre que baña la memoria Elige entre el cisne o el abismo Un abismo me dirige la miraba Pasen mis queridos espectros A la vez las visiones se cortan las manos Es probable que sean prestidigitadores que perdieron la memoria Yo sólo sentía una aguja que me clavaba los ojos.   Empieza la transfusión de los líquidos magnéticos El viento se hace humo frente a mis sentidos Es preciso prolongar la mirada hasta que los ojos estallen Hasta que las imágenes se graben en la calavera del mago Una virgen cae abatida por una hostia envenenada Pero la noche mantiene intacta su vegetación Y es que ella se mantiene al margen de las hadas O es la precursora del miedo.   Nieva en la sangre del hombre Nieva porque la velocidad se arranca de los pechos Y habrá que esperar que los huesos se transformen en sonidos En una música para monumento de cementerio o de amores incestuosos Yo mientras tanto siento una mano amorosa que me ha sacado la piel del rostro Que me tacta las paredes de un pensamiento Donde el pirata se arranca uno de sus ojos como presente de novios Yo presiento estos pequeños misterios internos Una lente me quema la arborescencia del cerebro No creo en los resultados del milagro Ella ella custodiando un jardín de fiebres Esas fiebres que me producen tanta risa de vez en cuando Y me arrastrarán por fin a la evidencia Esta evidencia que se espanta de su propia sombra.   Frío al rojo, frío hasta que se estremezcan las constelaciones El frío que araña las paredes el frío desarticulando los huesos del cráneo Pero al fin frío al rojo A ti la que amó la que rompe toda noción de existencia Espérame antes que el baño de metal. hirviendo caiga sobre nuestras entrañas Antes que nos arrojen a los leopardos Esos leopardos que desaparecen con el alba.   Ésta es la voz la verdadera voz No por la tierra No por el agua No por la vida No por la nada Sólo frío frío frío.     POR LA PLUMA SE CONOCE EL AVE    Luces de la ciudad sobre la ciudad perdida Un astro puro las manos inexpertas En esas mismas rodillas para el uso del silencio Tú veías indistintamente las sombras Las represalias del beso Tú colocabas despedazadas las manos A la izquierda el faisán A la derecha un nido de águilas. Las historias Las cabezas momentáneas La improbable garganta El vagabundo El beso a raíz de su labio En fin los deseos cotidianos Igual que las miradas Estériles. Soñar así hasta el cansancio Unos guantes de terciopelo Una mesa con imperfecciones con temblores con esperanzas Una mesa viciosa. En otros lugares el miedo la soledad El árbol espanta-furias Sus labios destrozados por el silencio El olvido las emanaciones de la memoria Por su amor en el oído en la boca en las risas Para siempre los pájaros aplastados por el sol.     El LOBO HABLA A SUS PERROS    Miradme soy increíble como la noche Tal vez porque a mi cerebro Han descendido hienas en larva   Ellas se han mantenido En esas tristes historias de la infancia Con la furia del hombre que ha hecho Del orgullo el aire mejor respirable.   Estamos perdidos con los amigos En la misma podredumbre Reímos Hemos abandonado a nuestras novias En un festín de perros degollados Nubes del amor, nubes de la noche Restituidme a las fáculas ardientes de mis sueños Para no oír el ruido De la maldición que sube a los labios Y ser un tanto más negro que la calumnia.     YO ENTRO EN GAVILÁN Y SALGO EN FÉNIX    En la noche destapo la botella y soy un pájaro Que interroga a su alma Entonces la ola sube Y por un instante el aire no es más que dos ascuas.   Sentada a mi lado fascinante Siguiendo la luz De lo que es a lo posible Ella corta la nebulosa en mitades Que a la vez son dos enormes plumas.   Ella ama el misterio y le canta a la dureza Sabe que el terror le zumba en el oído Y hacer de dos días una noche Es tan fácil como transformarse En ornitorrinco.   Tú eres el fantasma que ama la pureza y cantas A las bailarinas Un muro os responde con un “sí” Más bello que un cuerpo sembrado de dientes Tú te llenas los bolsillos Y te dispones al goce.   Ahora eres el ojo que crece Y que el mar arroja después del naufragio Imaginad que ese ojo Esté amenazado por la dentadura de un bull-dog Entonces yo no sería más que esa llama Que mis antepasados portugueses Buscaban en el agua O en el aire y aún en el fuego Y después se perdieron En las ciudades heladas del sueño Para despertarse a doce pulgadas de mi alma.   Ahí te buscas y te golpeas la frente Miras el cielo Y las nubes

Trasandino | Eso no nos interesa

«¡Fuera Duque! gritó, pero el perro no le hizo caso, luego zapateó en el suelo ¡basta basta! prosiguió poniendo llave a la reja. Pero el animal seguía sin tomarlo en cuenta. El viejo agarró un palo de escoba y al instante el perro se fue a esconder debajo del Fiat 147. Me tiene las bolas hinchadas, pero ya lo voy a agarrar, dijo a media voz moviendo la cabeza. Pasen pasen, por favor, ahí derecho, en el living están los libros.» ¡Debería dejar esto! dije con resentimiento, estirando los brazos y la espalda sobre la silla. Es un fastidio estar 4 horas frente a la compu y no encontrar ninguna frase potente para avanzar en el relato. Pero hay días y días, murmuré, y ya era mediodía del sábado y Augusto iba a pasar a eso de las 15h por casa. Habíamos quedado de ir a ver unos libros después de la siesta al barrio Yapeyú. Entonces sería bueno relajarse e ir a comprar verduras, pensé, yerba mate donde los chinos, ponerme a cocinar sería mejor, y luego, quizás, volver a la escritura. Golpearon la puerta. ¡Ya han pasado tres horas! dije asombrado, yo no había hecho nada de las cosas que había pensado, al contrario, hice cosas diferentes, me corté las uñas de las manos, saqué los acordes en guitarra de “Pupila de Águila” y la canté hasta que me cansé, después jugué unas partidas de ajedrez online mientras escuchaba en youtube el concierto de Violeta Parra en Suiza, en la casa de Whalter Grandjean. Abrí la puerta y nos saludamos de abrazo, un regalo me dijo, y me pasó “Santuario” de Faulkner. Puse la pava. Armé el mate y le puse un poco de burro y manzanilla. Luego salimos al patio, había un viento suave y el sol estaba cálido. Leí dos poemas sueltos para que me diera su opinión. Demasiada verborragia, arguyó, lo mismo me dijo Sarmiento, dije guardando las hojas. Le pregunté qué estaba leyendo. A Giannuzzi, dijo y sacó de su mochila un libro negro de ediciones Visor. Leyó “Poética”. Le cebé un mate luego de su lectura y antes de tomarlo me comentó, con emoción, que en la última compra de libros se encontró con “Una temporada en el infierno” de Arthur Rimbaud, no en la famosa versión de ediciones Edicom de 1971, traducida por Oliverio Girondo y Enrique Molina, sino en la de Ediciones del Copista, una selección y estudio de un cordobés llamado Andrés Terzaga. Es diferente, dijo, no estoy diciendo que es superior, pero se nota que le llevó tiempo, porque hay palabras muy bien puestas, el poemario respira. Armé un porro y fumamos. Sabes, le dije, septiembre me produce melancolía, no sé, es raro. Debe ser porque en Chile el Golpe de Estado está muy cerca de las fiestas patrias. No hay luto para los muertos, sino carnaval, dije y le pasé el faso. Desde la calle se escuchaba el ruido de las bolsas de basura y el cla cla cla cla de unos caballos. Me cebé un mate y fui hasta la ventana que da hacia la calle para saber qué pasaba. Observé a través de la persiana. Eran dos pibes que revisaban el lavarropa que había dejado anoche y que el camión de la basura no se llevó, era un whirlpool blanco semiautomático de 10 kilos que no tenía más arreglo, hasta los maestros se habían cansado de meterle mano, pero sí que se le podía sacar plata por chatarra. Una carreta roja se estacionaba en reversa. Tenía en el costado escrito con pintura blanca “jesus ben ami” y era tirada por dos alazanes, uno más desnutrido que otro, y manejada por un viejo petiso, muy moreno, de espalda ancha, que le faltaba un brazo y que decía palabras que no entendía, pero que daban cuenta de que necesitaba que los pibes subieran la lavadora rápido. Fui a la cocina por una bolsa de chalitas con lino. ¿Quién era? eran los cartoneros dije, se estaban llevando unas cosas, agregué y puse las chalitas sobre la mesa. ¿Esos poemas que me leíste son parte del poemario que querés publicar?, no sé, es un laburo enorme publicar, todavía no quiero pensar en eso, pero lo más probable es que sí, que sean parte. Augusto se armó un pucho, le di un mate, y recordó con dudas que hace unos años un poeta, no quiso decir su nombre, hizo la presentación de su libro en el Bastón del Moro, no lo conocían mucho, en realidad él creía que era conocido, y mandó a editar 100 libros a una editorial independiente, yo era amigo del editor, y hasta le ayudé a refilar las primeras tiradas. La preocupación en su cara llegó cuando superó los 50 ejemplares, todos cosidos a mano. Es absurdo que le compren tantos libros, decía mientras cosía, no lo conoce nadie, pero me hincha tanto las pelotas, que tengo que confiar nomás. Inclusive él tenía por norma publicar 20, 30 como mucho, a un novel, pero el poeta le decía que no, insistía que con 100 estaban re bien, que tuviera fe. La noche de la presentación, que la armó el editor, con banda en vivo, un actor haciendo monólogos, y con poetas amigos que le fueron a hacer la onda y recitaron, fue un desastre. Primero, porque este otario no le hizo publicidad al libro ni al evento, y segundo, porque llegó tarde. Había muy poca gente, contados con las manos y sólo vendió un libro. Y no sé por qué regaló 7 con dedicatoria a los que estuvimos esa noche. Media hora después el editor estaba re caliente con la situación, salimos a la calle a fumar faso y se sentía un boludo por haber confiado en él, eso derivó a que pensara que lo mejor era pedirle disculpas al dueño del centro cultural y concluir el evento. Pero cuando entramos vimos al pelotudo del poeta en el escenario, había agarrado la guitarra eléctrica y cantaba

Signos vitales | En la sala de operaciones

«Son bellas las banderas, todas las banderas, aunque luego de perder sus colores, de rasgarse, de deshilacharse en los pabellones de la paz o en un conflicto bélico, se suman al montón de toneladas de residuos que contaminan el territorio. A los descarados que usan el amor a la bandera que profesa una parte del pueblo -bastante grande- como instrumento de pastoreo, de orientación, de “coaching” de masas, este deterioro, sin embargo, no les preocupa demasiado, es puramente incidental, marginal, puesto que para ellos es fundamental mantener encendidos los corazoncitos patrioteros, que son como estufas a parafina de las más económicas, que son una fuente de energía barata, silenciosa, sumisa, que les permite calefaccionarse, mantener el café caliente, incrementar la producción y obtener atractivas rentabilidades.» Pesada y gris como un buque de guerra, la tarde capitalina cae. La pileta del paseo Bulnes lanza sus monótonos -aunque encantadores- chorros de agua. Al fondo, cual un paciente tendido en la sala de operaciones (aquí recuerdo a Elliot) se ve nuestra casa de gobierno, la Moneda, relumbrando iluminada por un set completo de potentes luces blancas. Entremedio una bandera nacional enorme -digna de un amante del rodeo, de un país sudaca diseñado por Disney o del loco Pool- ondea en el viento helado de mediados de septiembre, obstaculizándome la visión. Es hermosa la bandera nacional, tan parecida a la de Texas, EEUU, pienso, aunque rápidamente me doy cuenta de que prefiero las pequeñas, esas que se ponen en los autos, en las tumbas y en los escritorios de los burócratas, o aquellas que vienen en tiras y se cuelgan en los restaurantes, en los emporios, en las fondas, puesto que, por su menor tamaño, ocultan u oscurecen menos que una bandera gigantesca -como la que ondea frente a la Moneda- que tapa un buen pedazo de territorio, que lo llena de sombras, de sobras. ¿La habrá financiado la Coca Cola? No tengo idea, me digo, mientras recuerdo una frase de Baltasar Gracián: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”, que le vendría bastante bien a este mundo guiado por el vacío y su necesidad, creciente, de llenarse la panza. Son bellas las banderas, todas las banderas, aunque luego de perder sus colores, de rasgarse, de deshilacharse en los pabellones de la paz o en un conflicto bélico, se suman al montón de toneladas de residuos que contaminan el territorio. A los descarados que usan el amor a la bandera que profesa una parte del pueblo -bastante grande- como instrumento de pastoreo, de orientación, de “coaching” de masas, este deterioro, sin embargo, no les preocupa demasiado, es puramente incidental, marginal, puesto que para ellos es fundamental mantener encendidos los corazoncitos patrioteros, que son como estufas a parafina de las más económicas, que son una fuente de energía barata, silenciosa, sumisa, que les permite calefaccionarse, mantener el café caliente, incrementar la producción y obtener atractivas rentabilidades. Las banderas, para ellos, son equivalentes a las banderillas que los toreros clavan en el lomo de las bestias de sacrificio. O a las que los astronautas plantan en nuestro único satélite natural. La bandera es conquista. La bandera es dominio. Si el rio deja de correr, si el zorzal deja de volar, si el niño come pan radioactivo, si el anciano vive en el infierno, les da igual. Lo importante es que la bandera esté bien planchadita, como decía una antigua canción. Ojalá con un soldado de penacho tricolor abajo, resguardando las inversiones, destiñéndose bajo el sol. Al patriotero le han hecho creer algo absurdo: que la gente que nace en determinado lugar es mejor, por ese solo hecho, que la gente nacida en otros lugares. Le han dicho también que hay “malos y buenos chilenos”, siendo, justamente, él parte de los buenos, de los que nunca se equivocan, de los honestos, de los puros de corazón. Es bipolar el patriotero. La bandera, para él, contiene una emoción. Un sentimiento tipo sexto básico que se conecta con los maniqueos valores morales y patrios que en esa época en la escuela nos inculcan y que en la adultez vemos desmoronarse en los demás y en nosotros mismos (esto nos cuesta un poco más verlo), mientras transitamos -desde séptimo básico en adelante- por una ambigüedad creciente que alcanza su clímax en la adultez. El patriotero, por cierto, se queda para siempre en sexto básico, en el acto del 18, en el acto de la “independencia”, midiendo a los demás con una vara ética que ni él mismo cumple, que nadie cumple. Dejo de mirar la bandera -la bandera que es un calmante, como escribió Violeta Parra- y yendo una media cuadra más allá de la Librería del Fondo de Cultura Económica, que estando en un barrio militar se encuentra rodeada de armerías (aquí cabe perfecto el cursi dicho: me armo de libros, me libro de las armas), me siento en un escaño, junto a un tipo que toma un café y escucha a viva voz temas de un personaje que resulta ser Marcianeke. Es una música espectacular, maravillosa, pues me permite ver qué hay en una mente expuesta desde la infancia y casi sin filtros educativos al modelo neoliberal chileno. Una especie de crash test dummy.  Tras un rato de escucha me doy cuenta de que se trata de una mente con un grado de psicosis mediano. Un tipo cuyo comportamiento, usando un término de moda, carece bastante de bordes. Sus letras usan un idioma español cruzado por el inglés. O al revés. Ambos idiomas, como diría un amante de la pureza lingüística, se articulan y pronuncian de manera deficiente, gutural, estirando harto el hociquito, como dice un amigo ultra que declara odiar la imbecilidad. Los textos, por otra parte, están llenos de marcas de ropa y de otros artículos de consumo (su logos es un logo, podría decirse), dándole a uno la idea de estar ante el basurero de un mall o de un supermercado. El contenido es simple y directo: droga pa pasarlo rico, asalto pa hacernos

Poesía chilena actual | Cristián Gómez: «Poemas al Padre»

Cristián Gómez (Santiago, 1971), poeta, traductor y profesor de literatura radicado en EEUU. Ha publicado una decena de títulos desde “Al final de lo lejos y otros poemas del escribano” (1997) hasta “El hombre de acero” (2020). Los poemas seleccionados pertenecen a su libro inédito “Padre y otros poemas”.   SELECCIÓN DE POEMAS   YO SOY EL QUE AYER NO MÁS DECÍA   Se supone que hoy en día está prohibido escribir poemas. Los amantes de los gatos (y la comida naturista) ejercen el poder. Es su derecho. Pero el comandante  caído en Los Queñes es una herida que no cierra.  Es un problema que tendríamos que discutir sentados alrededor de una mesa. Habría galletas  y un termo con café. Los vasos están hechos de un material que mantiene el calor pero no te quema las manos. Nos sentamos a debatir el significado de una palabra  que todo el mundo olvida en presencia de los miembros  del Comité: los manteles de plástico son una parte sustancial  de la política del partido. Mi madre ponía hojas  de eucalipto encima de la estufa. Hojas de eucalipto  hirviendo en agua. Eso es de lo que tendríamos  que conversar. De la falta de talento para sentarse tranquilos   delante de una cerveza           y dejar que se termine sola.      CAPTATIO BENEVOLENTIAE CON VISITA AL DOCTOR   Acompañé a mi viejo al doctor y pasé a tomarme un café mientras lo esperaba. Me puse en la fila para poder entrar, porque sólo atienden de a una persona. A pesar de que era invierno estaba soleado y me quité la chaqueta. Los autos pasaban por la avenida y la gente salía de ese lugar como se sale de un supermercado que está en oferta o al abandonar una tienda de antigüedades  donde no existe el tipo de lámparas que tenías  en mente. Una teoría de la sociedad posmoderna  podría construirse a partir de estos materiales, pensé mientras contaba el vuelto. Los taxis  estacionándose encima de la acera. Los guardias al interior de la entrada.  Los pacientes pendientes del teléfono y sus familiares pendientes de ellos. Tendría que confirmarlo con Pellegrini –me dije, como para asegurarme de no estar dando la hora.  La hora de mi viejo podría terminar en cualquier minuto, así que empecé a caminar hacia la consulta.  Me senté en una de esas sillas ahora separadas una por medio:   para los arqueólogos, todas las vasijas están rotas. Los fuegos artificiales asustan a los perros. La violencia intrafamiliar    causa traumas irreparables en el desarrollo de los niños.  La isla de plástico que flota en el océano se extiende por kilómetros  a la redonda. Los aerosoles contaminan el medio ambiente. Todo monumento al mar exige medir el tiempo entre una y otra ola.  La batalla de la vida está perdida de antemano, pero lo heroico.                                           .                         Cleveland-Santiago-Cleveland-Chicago,                                                     marzo-octubre del 2021      ÚLTIMA CENA    De repente, sin darme cuenta,  mi padre está aquí. Estoy  en la cocina, pero escucho su voz en la sala. No sabía que iba a viajar, que iba a venir de sorpresa. Termino de prepararme algo y salgo a recibirlo, voy a darle un abrazo e invitarlo a que se siente con nosotros. Me imagino que debe estar cansado  por lo largo del viaje, las escalas que debe haber hecho y el peso de la maleta que no ha cambiado nunca. Llegó justo cuando vamos a cenar, pienso. Llegó  en el momento en que todo estaba listo para que fuera una tarde como tantas otras. Pero ahora que mi padre está con nosotros cada palabra será como nueva. Y las conversaciones girarán en torno a ese tiempo que no nos hemos visto. Tal vez alguna anécdota, quizás un nombre o un clima que haya sido inclemente. Pero ahora que mi padre está con nosotros. Pero ahora que estamos con mi padre.               PADRE   El hombre de acero está durmiendo pero la autopista no parece darse cuenta. Cabecea de brazos cruzados como inmutable copiloto que prefiere guardar silencio   mientras el camino cubra esa distancia equivalente a un futuro que no parece tenerlo contemplado. Una  cámara fotografía el número de nuestra patente   para que a nadie le queden dudas de que intentamos  escapar de los efectos más tóxicos de la criptonita pero no pudimos: el hombre de acero va muriendo   sin que nada podamos hacer para despertarlo. Abre  los ojos pero no mira porque la carretera no le pertenece si no ha manejado a más de noventa por el carril    que lo devuelva hasta Santiago. Cuando llegamos finalmente al aeropuerto y le digo viejo, despierta, ya estamos, parece recordar que las autopistas son   un sueño, aunque la visión de rayos X ahora le falle y ni siquiera pueda cargar sus maletas. El cigarrillo le renueva las energías, casi podría decir que alcanza   a despertarlo. ¿Cómo andai de plata?, me pregunta antes de despedirse, no vayamos a confundirnos por un par de pestañadas, el hombre de acero   nunca le tuvo miedo a la gramática, es preferible que el barco se hunda a nadar sin haber aprendido  sobre las aguas de un mar que no puede enseñarle   otra cosa que no sea a despedirse: el último llamado  a los pasajeros es nuestra forma de escribir en el cielo. Mi padre es adiós. La clase turista mi país.        YO, NORMA DESMOND   1.-   La vejez es contagiosa. Comienza como un virus que en un principio te permite limpiarte  la boca con una servilleta y mantener las llaves de la casa

Trasandino | ¡Qué se curta el realismo mágico!

«¿También podés mirar el aura?, inquirí con un poco de sospecha, ¿de qué tamaño es su aura?, pregunté ya más serio. El pintor del realismo mágico se lo tomó con celo y le pidió a Sabri que se pusiera de pie. Luego la empezó a rodear con sus manos como si fuera estilista mientras hacía respiraciones profundas. Todo esto, dijo haciendo una maniobra circular con las manos alrededor del cuerpo de ella, todo esto es su aura. Aplaudí como si hubiese estado frente a un prestidigitador.» Mientras estaba en medio de un gentío viendo cómo el doble de Michael Jackson movía su pelvis al ritmo de “Billie Jean” me llegó un whatsapp de Sabri, una amiga poeta, diciéndome que ya estaba en el museo Genaro Pérez. Le dije que ya iba, que estaba afuera del Patio Olmos, y que en 10 estaba por ahí. Ni en pedo me iba antes de ver el moonwalk de Michael. Y menos el de este, que me causaba curiosidad, porque estaba subido en kilos y transpiraba como un demonio. A mi lado había personas que hacían chistes al percatarse de que la remera blanca de aquel bailarín presagiaba cada tanto con rajarse, pero no decían nada de su espectáculo; por ejemplo, que había mucha emoción en sus gestos, que llegaba a los agudos muy bien a pesar de que su respiración estuviese convulsa. Quizás engordó por la pandemia, pensé, qué puede hacer un tipo como él encerrado en su habitación sin un público que le admire. Entre tanto encierro y medidas para eliminar el bicho se pasó de pizzas viendo entrevistas, conciertos, practicando muecas, afinando pasos; y pasado estos dos años volvió a la calle, quizás con las vacunas al día, quizás con un poco de tristeza al percatarse, frente al espejo, que el vestuario de Smooth criminal ya no le quedaba, pero eso sí, nunca, nunca, dudando de su talento. En fin, su paso lunar fue perfecto. Me emocioné viendo cómo recuperaba el aire entre tanto aplauso, le dejé un poco de plata en el sombrero y caminé hacia un quiosco. Compré una cerveza en lata y me fui por la Av. Vélez Sarsfield. La noche estaba tranquila, sin luna, y el viento frío todavía no aparecía.    Llegué a las puertas del museo. La poeta estaba llamativa con un abrigo naranja. ¿Cómo estuvo el show? Le conté lo de Michael y le pregunté si creía que había tenido vitíligo, ah, no sé, entremos dijo. La muestra se llamaba “Conjuro, artilugios y encantamientos de contemplación” qué nombre che, parece que nos vamos a meter en un cuento de los hermanos Grimm, sonrió. Había mucha gente.    Cada sala estaba intervenida con obras que interpelaban el paso peatonal, hasta los pasillos estaban así: una grande y hermosa araña colgante que yacía en el piso, pinturas de paisaje en caballetes, naturalezas muertas, esculturas de estilo clásico y contemporáneas hechas con materiales reciclables, etcétera; la idea era mixturar creaciones de artistas vivos con la obra permanente. ¡Ah!, y una chica que hacía una perfo por los pasillos, no sé si era un fantasma, un hada, o alguien que se golpeó la cabeza muy fuerte, nunca entendí, pero su constante cara de asombro me irritaba. Subimos al segundo piso. En algunas paredes estaban escritos versos, reflexiones, frases retóricas sobre el tiempo. Aunque un museo ya es una alegoría del tiempo. Un espacio en donde el arte retiene fragmentos de épocas, o siendo más sensible con la imagen: una hoja seca en la furia de una tormenta negra: símbolo de que el tiempo es déspota, todo lo borra, lo olvida, lo disocia. Un museo no reconstruye la historia, sino que cuenta arbitrariamente los destellos del ritual, los afectos de cada creación (con todo el peso que eso tiene), el relato de cómo y porqué esas obras fueron escogidas para sostenerse del gajo de la historia. El museo es como el imitador de Michael Jackson, pensé en voz alta. Sabri me miró confusa, vamos afuera, dijo, estoy un poco mareada de ver tanta gente. Fuimos al patio. Allí también había mucha gente aglomerada. El ambiente lo amenizaba una dj de música electrónica y el vino en copa gratis. La barra revienta de personas, dije. La poeta me miró, como diciéndome tranquilo amigo, y fue hasta allá pasando de la gente. El viento frío aconteció. Pero aun así se había formado una pequeña pista de baile alrededor de la dj. Lxs fotografxs parecían saltimbanquis paseándose entre la gente bien vestida para registrar el evento. Andaban muchas caras del ambiente universitario. Todxs hablaban, todxs miraban, a momentos me sentía un observador observado, pero eso me tenía sin cuidado, ya que seguía sin poder extirpar de la mente la relación aurática del museo. De pronto se me acercó Lu, una poeta que organiza el Café literario (evento de poesía que se realiza a la hora de la merienda en una de las tantas panaderia Del Pilar), y me habló sobre la poesía en Córdoba. Coincidimos que la poesía estaba saliendo a flote, no sé qué quisimos decir con eso. Me habló sobre el tarifario del artista: lo que se le tiene que pagar a unx poeta cuando va a algún evento a recitar, teniendo en cuenta el tiempo sobre el escenario. No hablamos de la calidad de los poemas, ni de cómo saber si alguien es poeta o no, eso sería paja mental; hoy en día sólo basta con reconocerse poeta y ya está. Se despidió y casi al instante regresó la poeta de los ojos azules con dos copas de vino. Brindamos por la amistad. ¿Cómo va el libro que querés sacar? Bien, dijo, en septiembre sale “Perros Cosmonautas”, es una coedición con la gráfica 29 de mayo y Las que no duermen. Sabri sacó faso y lo encendió. Mientras le daba una seca dos amigxs de ella cayeron a charlar y fumar. Me los presentó: Popa e Itam. Hablaban sobre la muestra y tejían discursos a la fuerza para

Signos vitales | Kilómetro cero

«Casi en el centro de la plaza me encontré con el “Monumento a la libertad americana”, obra en mármol blanco del italiano Francesco Orselino, instalada allí hace casi doscientos años (específicamente en 1836, mediante la autorización del procaz y turbio y cabrón Diego Portales). En ella una mujer de rasgos europeos libera a una indígena latinoamericana, también de rasgos europeos, que se encuentra de rodillas.» Habitualmente paso por la Plaza de Armas de Santiago. Por lo general a la hora del almuerzo, cuando arranco del casino de mi lugar de trabajo y busco un lugar diferente donde comer, donde existir, donde respirar, donde ser algo más que un simple factor productivo; o cuando tengo que hacer -apurado- algún trámite en el centro. Atravieso, en esas ocasiones, las calles interiores del lugar que acá, en la Colonia Chile, marca el kilómetro cero. Y me encuentro con una fauna plurinacional compuesta por prostitutas de culos gigantes, cafiches vestidos con nike, converse o adidas, predicadores de la biblia, desempleados, vendedores ambulantes, trabajadores mal pagados y perdedores varios, sentándome a veces en algún escaño a revisar el teléfono, a escribir algunas notas, a hojear un libro, a tomar fotos o simplemente a contemplar el entorno del sitio y su fauna.  La semana pasada estuve allí. Específicamente el jueves. Había almorzado pollo mongoliano y wantán viendo -en una pantalla gigante- las noticias que los grandes empresarios y los suyos fabrican intentando que la gente -el pueblo- se haga autogoles o el harakiri, favoreciendo así su autoritarismo narcisista, su egoísmo patológico, su visión funcional del hombre común y su cultura de mierda. Una mentira que se repite mil veces se transforma en verdad, recordé que proclamaba Goebels, el publicista de Hitler. Los grandes empresarios, los Luksic, los Matte, los Angelini, los Ponce Lerou, los Piñera -que son los que de verdad gobiernan el país- lo tienen totalmente claro. Y jornada tras jornada sus bots y los medios de prensa que estos cabrones financian -que son casi todos- dejan caer gota a gota el veneno que termina matando una buena cantidad de cerebros nacionales e importados. ¡Cuántas neuronas asesinadas! Andaba con algo de tiempo y un libro de poesía brasileña ese jueves, así que tras salir del restaurante chino fui a la plaza a reposar el almuerzo y leer un rato. Necesitaba purificarme del noticiario y su dosis de atontamiento orientado, hoy en día, completamente al rechazo de la nueva constitución, a impedir la democracia, a reprimir la autonomía, a imponerles la chilenidad a pueblos que no son chilenos. Me acomodé en una banca y durante un rato contemplé a los transeúntes que, al caminar, espantaban a las palomas. A mi lado una pareja degustaba un par de completos del portal Fernández Concha. Tomé el libro, lo abrí y me encontré, de inmediato, con un magnífico poema de Carlos Drummond de Andrade: “En medio del camino”. Es un poema que me encanta y lo leí como corresponde un par de veces. Enseguida, a modo de venganza con los grandes empresarios, hice el ejercicio de leerlo cambiando la palabra “piedra” por “oligarca”:  “En medio del camino había un oligarca / había un oligarca en medio del camino / había un oligarca / en medio del camino había un oligarca. // Nunca me olvidaré de ese acontecimiento / en la vida de mis retinas tan fatigadas. / Nunca me olvidaré de que en medio del camino / había un oligarca / había un oligarca en medio del camino / en medio del camino había un oligarca.” Estuve en eso unos cinco minutos. Luego me dediqué a mirar el entorno. Los árboles de la plaza, que como los animales del zoo lucen cartelitos con su nombre, estaban otoñando. En la esquina frente al municipio “el caballo”, nombre popular de la estatua ecuestre del invasor español Pedro de Valdivia -que fundase la ciudad apoderándose de un tawantinsuyo o centro urbano inca- estaba repleta de turistas fotografiándose. ¿Será derribada alguna vez? ¿Será vejada, humillada, violada? ¿Le pondrán la peluca de Sandy Mc Donald? ¿Será pintada de rojo o de negro? ¿Será cabalgada por post punkies borrachos? ¿Morderá el polvo? Tal vez, me dije. En todo caso, los calcetineros de las tradiciones y el orden hueco no tienen nada que temer, pueden estar en paz, pues, de sufrir algún daño, lo más seguro es que el monumento será objeto de una reparación integral, completa y minuciosa, tal como ocurrió con la estatua del general Baquedano, aunque no con los mutilados de Piñera. Sí, porque en Chile un mamotreto de metal parece tener más derechos que una persona.   Miré después hacia el vértice opuesto a la estatua de Pedro de Valdivia. Allí, a pasos de la entrada al Paseo Ahumada, el noventero “Monumento a los pueblos indígenas”, obra de hormigón y granito de Enrique Villalobos, tenía poco público. Sólo unas gringas desabridas -que imaginé con olor a pollo frito- se fotografiaban junto a la colosal cabeza. Después giré la vista. Y casi en el centro de la plaza me encontré con el “Monumento a la libertad americana”, obra en mármol blanco del italiano Francesco Orselino, instalada allí hace casi doscientos años (específicamente en 1836, mediante la autorización del procaz y turbio y cabrón Diego Portales). En ella una mujer de rasgos europeos libera a una indígena latinoamericana, también de rasgos europeos, que se encuentra de rodillas. La liberación, vista así, consiste en someterse y dejar de ser indígena y volverse blanco o blanca, volverse “civilizado o civilizada”, abandonando la cultura propia y usando artilugios como L´Oréal de París para luchar contra la tozuda biología. Los rasgos de ambas mujeres me recordaron, además, a los de la norteamericana estatua de la libertad, valor fundamental que en eeuu -como irónicamente escribiese Nicanor Parra- es una estatua.  Consulté la hora. El tiempo había pasado rápido y era momento de volver a la pega y seguir aburriéndose en los monótonos cuadritos del organigrama. Mientras caminaba de regreso recordé que durante la dictadura circularon monedas doradas con

Poesía chilena actual | Una muestra descentralizada

Selección de poemas de Ricardo Herrera Alarcón, Camila Albertazzo, Maximiliano Díaz Santelices, Idania Yáñez Avilez y Felipe Moncada Mijic. Nacida de lecturas recientes y sin ningún tipo de afán antológico, la muestra poética que se entrega a continuación recoge algunos textos publicados entre 2018 y 2022 por cinco autoras y autores nacionales de diferentes estilos y generaciones. La selección, que incluye poetas  originarios del norte, centro y sur del país, es decir, es de carácter descentralizado, da cuenta de la enorme productividad, diversidad y resiliencia de la poesía nacional, que pese a ser un arte minoritario que no resulta atractivo para los oligarcas que administran la colonia Chile -no da plata ni votos, no alienta a sacar tarjetas de crédito en Falabella o París, no fomenta la dependencia mental o espiritual- sigue dando señales no solo de estar viva, sino de gozar de bastante buena salud. Prueba de ello son los textos de Ricardo Herrera Alarcón, Camila Albertazzo, Maximiliano Díaz Santelices, Idania Yáñez Avilez y Felipe Moncada Mijic, que entrego ahora a los atentos lectores y lectoras de “El Mal Menor”.     Selección de textos     Ricardo Herrera Alarcón / Temuco, 1969 ________________________________   ARTE PANFLETARIO (fragmentos)   *   Después de Allende todo suicida es kitsch. Después del de Allende todo suicidio es pintado por Bruna Truffa. La Moneda pintada por El Bosco. La Moneda bombardeada: tema de artes visuales para niños menores de           [11 años de una escuela rural llamada Colegio Ambrosio O’Higgins. Septiembre mes de la patria o la ironía como tema del arte panfletario:           [epistemología de la chu cha su ma dre. La bandera chilena usada para limpiar las mesas. Los generales orangutanes, directores de la dina y cni y principales           [cómplices civiles del golpe, decapitados: sus cabezas exhibidas en las           [entradas de ramadas y carnicerías. Los emblemas patrios como arte panfletario: metapoesía para niños. Dulce de copihue con merkén. Empanada de macoña con merkén y cochayuyo.   *   La voz que asoma me parece ajena no es mi voz ni son mis palabras en medio del temporal. Seguramente soy un sobreviviente (todos lo somos) seguramente si hubiera tenido unos 17, 18 o más (y no tres y medio) me habrían matado el setenta y tres seguramente habría andado también con esos discursitos incendiarios o viajado al exilio y estudiado teoría del arte en Francia o Inglaterra o nada de eso lo mío sería resistir en la clandestinidad creyendo que era cosa de unos           [meses algunos años fumando hierba escuchando trova. Tarde o temprano me hubieran detenido. Soy débil, lo sé, me veo quebrado en la tortura y luego, ya del lado oscuro, recitando Explico algunas cosas mientras golpeaba riendo, gordo, fumando Hilton rojo, vestido de negro o quizás hubiera sido un cuadro político encargado de pensar y organizar la línea militar del Partido con cursos de guerrilla urbana y rural en Nicaragua y Angola o me habría puesto tetas en Suecia y luego regresado como la compañera Herrera encargada de compartimentación y asuntos de género en una célula de           [Vilcún o vivido cinco años en Berlín Oriental cinco años llenos de una niebla maravillosa trabajando para la Stasi con una confianza, aún no pervertida, en el porvenir o traído un pedacito de muro un poco de culto a la personalidad. Lo que vino después no se lo doy a nadie: volver a este esperpento este eterno campo de concentración esta sala de tortura a cielo abierto   *   Pienso que el ser humano no está hecho para vivir en sociedad pienso que el ser humano está hecho para vivir dentro de globos y botellas dentro de conchas de locos dentro de árboles en esos orificios que llaman oquedades pienso que es un error pensar que puedan vivir uno al lado del otro todo eso lleva a problemas y confusiones a portazos, a gritos, a estallidos revolucionarios que luego son aplastados de manera sangrienta el hombre y la mujer deben vivir dentro de pianos dentro de espejos muy adentro de libros y cajas de música y solo a ratos salir y tomarse las manos y solo a ratos buscar algunas palabras sin pensar en encontrar o perderse absolutamente libres sin estado sin familia sin propiedad privada.       ÁLBUM TRIBUTO (fragmento)   Hay días en que me levanto Enrique Lihn Soy E.L. Ando con cáncer todo el día Con sombrero de copa Con cara de asco Y odio a Teillier. Me acuesto con una periodista veinteañera Que me hace preguntas absurdas sobre cómo cambiar el curso de los ríos Soy un Lihn sin bigotes y obsesivo Que pasea vestido de cura por mi depa Con un habano sin encender Soy un Lihn jovencísimo, flaco, histriónico, pedante, ultramarxista Que acaba de fundar un subte donde voy a dormir Que acaba de fundar la Universidad de la Pantomima Donde enseño las Artes del Birlibirloque Y ahora como pescado crudo y ensayo una sonrisa para la posteridad Una posteridad donde soy el crítico único y el poeta único Que pasea entre las cenizas humeantes de los poetas calcinados Soy Enrique Lihn Carrasco Pude haber pintado el cielo pero preferí escribir Sobre la tierra húmeda Con mi falo de oro.       TEXTOS AUTOBIOGRÁFICOS (fragmentos)   *   Mi padre enfermo Qué hago junto a mi padre enfermo Que dormita en una silla Y me pide le encienda un cigarrillo A sus 80 años. Qué hago ayudándole a pararse Llevándolo del brazo al baño Bajándole los pantalones Sentándolo en la taza. ¿Este es el fin que cantaban los Doors en Apocalipsis Now? Has hecho un mal trabajo con este hijo Ser escritor es ser frío y calculador Al menos con las palabras. Soy un tipo frío Que no sabe o no puede Expresar cariño. Quieres café papá? Necesitas que te limpie la baba? Necesitas que te hable