Poesía chilena actual | «El debido proceso», seis poemas de Miguel Faúndez Rojas
En estos poemas, marcados por la nostalgia, el poeta viñamarino reúne un conjunto de textos donde plasma una realidad que solo puede existir en la memoria, pues los seres amados ya cumplieron con “el debido proceso” y hoy son solo remembranzas, visiones luminosas en medio de la oscuridad total de la muerte. En 2023, Miguel Faúndez Rojas (Viña del Mar, 1961) publicó cinco libros de poesía, “liberándose” de textos que cargaba desde largo tiempo y que por diversas razones no había dado a conocer. Dejó, así, tardíamente su calidad de autor inédito. Las publicaciones, lamentablemente, fueron impresas en mínimos tirajes, diez, veinte ejemplares, y por lo tanto tuvieron una difusión muy escasa, no acorde, pensamos, a sus méritos literarios. Afortunadamente, Ediciones Esperpentia anuncia ahora la pronta aparición de su última obra, El debido proceso, con un tiraje que décadas atrás se suponía exiguo -cien ejemplares- pero que hoy se ha convertido en la norma para este género literario, permitiendo un mayor alcance a su trabajo. En El debido proceso, el poeta viñamarino reúne un conjunto de textos donde crea un universo poético –regido por el mar– que en su primera parte se centra en los recuerdos, rescatando momentos, personas y lugares de significación autobiográfica (especialmente Lota y Valparaíso), que le sirven de puntos de apoyo para la evocación de un ayer maravilloso, en cierto sentido lárico, que plasma a través de un lenguaje justo, equilibrado, preciosista, mostrándonos el mundo que observa el hablante: un niño tímido que comienza a sentir la pulsión homosexual. En la segunda parte, marcada por lo confesional, un hablante adulto se enfrenta a lo irremediablemente perdido, al fin de la maravilla, podría decirse, por lo cual un sentimiento de desamparo crece en los poemas, junto con la nostalgia de una realidad que solo puede existir en la memoria, pues los seres amados ya cumplieron con “el debido proceso” y hoy son solo remembranzas, visiones luminosas en medio de la oscuridad total de la muerte. EMM Selección de textos EL ARGONAUTA Para mi profesora María Angélica Gómez Debe contarse ya como leyenda: el barco blanco que día a día atravesaba mi ventana por la cima del mar. Lento, como un carruaje de la fiesta de la primavera. A eso del medio día mi príncipe de las mareas, mi hombre navegante llevaba a los turistas de Viña del Mar al puerto de Valparaíso. Yo extendía mis manos como diciendo adiós, o recibiendo a personajes ignotos que venían dentro de aquella blanca acerería. ¡El Argonauta, el Argonauta! Gritaba a mis hermanas, invitándolas a la fiesta. Pero ellas no gustaban de festejar este tránsito. Largos minutos de mar y de corazón enrevesado por el capricho inexplicable del viaje. Pasaban las horas. Cuando el arrebol comenzaba a teñir el cielo con sus colores brillantes el príncipe de todas mis batallas volvía, por las mismas olas antes deshechas, al lugar en que había levado anclas. Un día de espera no volvió más. Nunca más vi aparecer su proa delineada. Desapareció de la línea horizontal ploma y confusa. Entonces, creo, dejé de ser niño. FANY FAN FANY Para el doctor Armando Cruzat Mi padre, músico autodidacta, pero no “de oreja” sino de lectura y escritura musical, trabajaba en una boîte llamada “Las Tinajas” en Viña del Mar. Una noche dijo a mi mamá, a mí, mis hermanas y a los primos Rojas Briceño (que venían de Conchalí) que el patrón había autorizado a que la familia fuera a ver el espectáculo. Fue como a mis once años, edad similar a la de los primos. Dentro ya de la gran sala, con señoras de mucho brillo y caballeros perfectamente vestidos, pasado un rato de luces, canciones y colores el presentador anunció “al público presente” el nombre rimbombante de la “gran” Fany Fan Fany. Hubo chiflidos, gritos y aplausos. Apareció Fany Fan Fany al centro del escenario, iluminada por un inmenso foco. Acompañada por una batería comenzó su baile de movimientos sensuales y curvilíneos. ¡Plash! Un platillo. ¡Plash! Un brazo en alto de la Fan Fany, que se curvaba como una fiera. ¡Plash! Otro platillo y ¡Plash! Fany Fan Fany tira su sostén al público. Mi padre, entonces, nos dice a los tres Briceño y a mí que nos volvamos hacia la muralla. Yo obedecí como un reloj exacto, mientras mis primos encurvaban un brazo, agachando la cabeza, tratando de descubrir el secreto de la Fany. A mí, que nunca me gustaron las mujeres, ni saber qué tenían más abajo del ombligo, me dio risa. Y empecé a pensar en la Betty: la muñeca plástica de mi hermana chica, a la cual yo le diseñaba y cosía vestidos, confeccionándole pelucas de pelo de choclo. Bien vestida la Betty la llevábamos a la panadería de la esquina, para que nos dijeran que estaba bonita. Mientras pensaba en eso, cada vez se oían más ¡plash! y gritos. De repente, silencio absoluto. Fanfarria de tambores varios segundos. Un platillazo final. ¡Bravos! ¡Vivas!, aplausos. Todas las luces encendidas. Seguro Fany Fan Fany quedó pilucha para el hambre popular. LA NAVE Para mi hermana Alicia La nave se menea lado a lado. Es un día de calor (tal vez verano). Estamos mi padre y yo remo con remo antes de fondear. El bote se llama “El Lotino”. Es como una cuna. Cinco metros de eslora moviendo de lado a lado. Las sardinas en un tarro. Preparados los anzuelos. Es Valparaíso con sus ascensores. Cerca del astillero. Lado a lado. Tiramos los pertrechos al agua brillante y fría. Doce jureles al bote por mi mano. Silencio entre los dos. Lado a lado. Medio siglo después “El Lotino” no existe. Mi padre sobre su quilla duerme sin despertarse. Ahora mi mano con un lápiz sobre el papel se menea lado a lado. ELSA URIBE Como aquellos personajes sin sentido que pasan por los lugares con ojos de grillo triste y boca cantarina, con un









