Literatura

Poesía chilena actual | «El debido proceso», seis poemas de Miguel Faúndez Rojas

En estos poemas, marcados por la nostalgia, el poeta viñamarino reúne un conjunto de textos donde plasma una realidad que solo puede existir en la memoria, pues los seres amados ya cumplieron con “el debido proceso” y hoy son solo remembranzas, visiones luminosas en medio de la oscuridad total de la muerte. En 2023, Miguel Faúndez Rojas (Viña del Mar, 1961) publicó cinco libros de poesía, “liberándose” de textos que cargaba desde largo tiempo y que por diversas razones no había dado a conocer. Dejó, así, tardíamente su calidad de autor inédito. Las publicaciones, lamentablemente, fueron impresas en mínimos tirajes, diez, veinte ejemplares, y por lo tanto tuvieron una difusión muy escasa, no acorde, pensamos, a sus méritos literarios. Afortunadamente, Ediciones Esperpentia anuncia ahora la pronta aparición de su última obra, El debido proceso, con un tiraje que décadas atrás se suponía exiguo -cien ejemplares- pero que hoy se ha convertido en la norma para este género literario, permitiendo un mayor alcance a su trabajo.  En El debido proceso, el poeta viñamarino reúne un conjunto de textos donde crea un universo poético –regido por el mar– que en su primera parte se centra en los recuerdos, rescatando momentos, personas y lugares de significación autobiográfica (especialmente Lota y Valparaíso), que le sirven de puntos de apoyo para la evocación de un ayer maravilloso, en cierto sentido lárico, que plasma a través de un lenguaje justo, equilibrado, preciosista, mostrándonos el mundo que observa el hablante: un niño tímido que comienza a sentir la pulsión homosexual. En la segunda parte, marcada por lo confesional, un hablante adulto se enfrenta a lo irremediablemente perdido, al fin de la maravilla, podría decirse, por lo cual un sentimiento de desamparo crece en los poemas, junto con la nostalgia de una realidad que solo puede existir en la memoria, pues los seres amados ya cumplieron con “el debido proceso” y hoy son solo remembranzas, visiones luminosas en medio de la oscuridad total de la muerte. EMM       Selección de textos     EL ARGONAUTA   Para mi profesora María Angélica Gómez   Debe contarse ya como leyenda: el barco blanco que día a día atravesaba mi ventana por la cima del mar. Lento, como un carruaje de la fiesta de la primavera. A eso del medio día mi príncipe de las mareas, mi hombre navegante llevaba a los turistas de Viña del Mar al puerto de Valparaíso. Yo extendía mis manos como diciendo adiós, o recibiendo a personajes ignotos que venían dentro de aquella blanca acerería.   ¡El Argonauta, el Argonauta! Gritaba a mis hermanas, invitándolas a la fiesta. Pero ellas no gustaban de festejar este tránsito.   Largos minutos de mar y de corazón enrevesado por el capricho inexplicable del viaje.   Pasaban las horas. Cuando el arrebol comenzaba a teñir el cielo con sus colores brillantes el príncipe de todas mis batallas volvía, por las mismas olas antes deshechas, al lugar en que había levado anclas.   Un día de espera no volvió más. Nunca más vi aparecer su proa delineada. Desapareció de la línea horizontal ploma y confusa. Entonces, creo, dejé de ser niño.       FANY FAN FANY   Para el doctor Armando Cruzat   Mi padre, músico autodidacta, pero no “de oreja” sino de lectura y escritura musical, trabajaba en una boîte llamada “Las Tinajas” en Viña del Mar. Una noche dijo a mi mamá, a mí, mis hermanas y a los primos Rojas Briceño (que venían de Conchalí) que el patrón había autorizado a que la familia fuera a ver el espectáculo. Fue como a mis once años, edad similar a la de los primos. Dentro ya de la gran sala, con señoras de mucho brillo y caballeros perfectamente vestidos, pasado un rato de luces, canciones y colores el presentador anunció “al público presente” el nombre rimbombante de la “gran” Fany Fan Fany. Hubo chiflidos, gritos y aplausos. Apareció Fany Fan Fany al centro del escenario, iluminada por un inmenso foco. Acompañada por una batería comenzó su baile de movimientos sensuales y curvilíneos. ¡Plash! Un platillo. ¡Plash! Un brazo en alto de la Fan Fany, que se curvaba como una fiera. ¡Plash! Otro platillo y ¡Plash! Fany Fan Fany tira su sostén al público. Mi padre, entonces, nos dice a los tres Briceño y a mí que nos volvamos hacia la muralla. Yo obedecí como un reloj exacto, mientras mis primos encurvaban un brazo, agachando la cabeza, tratando de descubrir el secreto de la Fany. A mí, que nunca me gustaron las mujeres, ni saber qué tenían más abajo del ombligo, me dio risa. Y empecé a pensar en la Betty: la muñeca plástica de mi hermana chica, a la cual yo le diseñaba y cosía vestidos, confeccionándole pelucas de pelo de choclo. Bien vestida la Betty la llevábamos a la panadería de la esquina, para que nos dijeran que estaba bonita. Mientras pensaba en eso, cada vez se oían más ¡plash! y gritos. De repente, silencio absoluto. Fanfarria de tambores varios segundos. Un platillazo final. ¡Bravos! ¡Vivas!, aplausos. Todas las luces encendidas. Seguro Fany Fan Fany quedó pilucha para el hambre popular.       LA NAVE   Para mi hermana Alicia   La nave se menea lado a lado. Es un día de calor (tal vez verano). Estamos mi padre y yo remo con remo antes de fondear.   El bote se llama “El Lotino”. Es como una cuna. Cinco metros de eslora moviendo de lado a lado.   Las sardinas en un tarro. Preparados los anzuelos. Es Valparaíso  con sus ascensores. Cerca del astillero. Lado a lado.   Tiramos los pertrechos al agua brillante y fría. Doce jureles al bote por mi mano. Silencio entre los dos. Lado a lado.   Medio siglo después “El Lotino” no existe. Mi padre sobre su quilla duerme sin despertarse. Ahora mi mano con un lápiz sobre el papel se menea lado a lado.     ELSA URIBE   Como aquellos personajes sin sentido que pasan por los lugares con ojos de grillo triste y boca cantarina, con un

Poesía chilena actual | «La hija de la lavandera», seis poemas de Yeny Díaz Wentén

LA CAPITAL   Por acá nadie entra a tu casa sin ser invitado muchacho y no me gusta esta casa porque no es mía. He dejado el río pajarita lavandera escuchen mi silencio torres calles he callado de silbo me hice muda bien mudita por Huérfanos, muda tan muda caudal en verano se ha silenciado la lavandera de tanto extrañar el río. Por acá nadie entra a tu casa sin ser invitado muchacho y por el río paseaban libres las ánimas de los hombres, no me gusta esta casa porque no es mía, pero yo te he invitado por esos ojos del color han conversado conmigo sabiéndose desconocidos y yo he tenido miedo tan alto te he mirado. Las mujeres como mi madre tienen miedo de mirar a los hombres elegantes de ojos vidriosos yo no, porque tienen la misma mugre que lavé tantas veces en la artesa. Me has dicho que llegué triste y pequeña a esta casa yo a estas alturas no sé… ¡Nadie entra a tu casa sin ser invitado! ¡y esta no es mi casa! Pero yo te he dejado entrar abriendo los brazos  para agrietar el aliento de mis ojos que gustan mirar los tuyos, yo no he sido invitada a esta casa porque nos es mía y no me importa yo te quiero tocar tu gesto abrazar adentrarte a esta casa que soy yo que yo te tengo y también es nada.     INVIERNO   Es invierno y voy rumbo a derrumbarme a la capital a vivir de amor y mesa servida dijo la criada que abrió la puerta. ¿Qué hace una lavandera con un señorito? ¿Qué hace la capital con la champurria?   Es invierno y acá la lavaza se hace más perversa, el barro se pega a los faldones de las señoras opulentas y fregar mantas de Castilla es fregarse los dedos. Nadie se apiada de las señoritas pobres, menos de las lavanderas. He visto parir a las muchachas del pueblo y morir como vinieron, con los ojos velados, miserable tela que les lanza la muerte. ¡Qué pobre!¡qué miseria es ser mujer por estos tiempos! ¡Qué miseria es ser mujer en todos los tiempos! Y yo que creo poco en Dios, llevo mi caldero hirviendo por el diablo y por ser india, lavandera y champurria la muy insolente pensarán algunos. Me da igual hay señoras locas en Cristo prefiero ser pobre, un río y del peumo ¡oh su olor hervido! Así huele ser libre a peumo de invierno y achira de verano. Peumo perenne como el corazón de las otras que partieron al gemido eterno de los pobres.   He lavado sábanas paridas de damas y de las ancianas las camas de orín la sangre y el orín son miserables y pobres, todos somos iguales, aunque más iguales que otras, no sé… pienso en este peumo y en el invierno y en las achiras que se llevó mi verano.   Voy rumbo a derrumbarme a la capital a vivir de amor y mesa servida como dijo la criada que abrió la puerta. ¿Qué hace una lavanderacon un señorito? ¿Qué hace la capital con la champurria?   Las señoras madres del señorito no pueden creer qué locura ¡qué esquizofrenia! traer pobreza a esta casa traer lavaza y humo a la salita de estar olor a fuego de peumo a invierno sin flor “¿cómo traen amor a esta casa?”, “¡amor que no conocemos!” ¿cómo se ama a una lavandera? ¿cómo se ama al río?   Voy rumbo a derrumbarme a la capital a vivir de amor y mesa servida como dijo la criada que abrió la puerta. ¿Qué hace una lavanderacon un señorito? ¿Qué hace la capital con la champurria?     LAS COSTURERAS   Las costureras cosieron un vestido de saco para la mujer sola ¡ha llegado al pueblo! ¡ha volvido enmarañada y cochina inmunda! ¡y loca sí loca véanla! las costureras siguieron su labor de remendar el corazón despellejado la vistieron con sacos de trigos muertos de avenas secas no hay lavanda que perfume este vestido majestuoso. Las costureras lanzaron a la  mujer a la calle y la abrazaron los perros vagos los vagos de las esquinas y la mujer pensó ¿qué vestido llevp conmigo? ¿qué pena tengo conmigo? la verguenza de ser sola… que verguenza este vestido que de pena estoy vestida. Mírenme todos es estar vestida de angustia es estar vestida de miseria.   LA LAVANDERA MALDICE AL CIELO   Hay que hervir la ropa para matar lo malo, debí hervir el amor cuando pude. Porque no hay justicia para las lavanderas azulinas para las niñas del pueblo, para las siervas de Dios. No hay justicia en la pérdida no hay remedio que desmanche esta ira ni lejía que limpie toda tu mugre. Hay que hervir a Dios con toda su lepra matar lo malo, hervir al cielo con sus santos, porque no hay justicia para las niñas de meses para los niños de pecho, ni menos para los creyentes no justicia en la pérdida no hay remedio que desmanche mi verguenza ni lejía que borre tu escritura.     LAS SEÑORITAS   He llegado a mi aldea arrumbada como yo está la casa del médico, lindas hijas tenía, es invierno un bombazo dejó muebles y trajes ardidos han tirado a las mujeres a la calle. ¿Qué hace una señorita? ¿qué hacen las señoritas con la escarche entre sus piernas? Pobre doctor ha sido fusilado frente a sus hijas arrumbado el cuerpo ardido la casa ni hablar de los vecinos a la calle los traidores ¡Gloria, vítores al dictador! qué castigo.   He visto a las jóvenes llegar al río triste como lavan su mugre y enjuagan el barro de sus faldones pobres niñas qué mujeres más solas qué blusas más percudidas, la gente odia a los pobres porque llevamos el olor del humo en el alma qué tristeza más fea tienen las señoritas, es invierno y no hay achiras las piedras las miran curiosas qué pies más

Perfiles | El iluminado

«Tenía el cuerpo flaco, el rostro enjuto, le faltaban varios dientes, estaba sucio, barbudo y muy despeinado. Parecía un santo. Pal vicio, le oí confesar mientras agitaba una botellita de refresco de 500cc –rellena con un líquido amarillo jabonoso– al tiempo que le mostraba su risa desdentada al conductor de un spark blanco con aire de cajero de panadería.» Hoy viajé al centro de Santiago porque me inscribí en un curso de interpretación de saxo. No tengo idea de cómo tocar el saxo ni tengo uno, pero en la Mingus Jazz Academy me aseguraron que ellos cuentan con instrumentos para aquellos alumnos que no los poseen, por lo general gente que parte de cero y con cierta tardanza, como yo, que recién a los veintisiete años de edad –y después de un buen tiempo escuchando música sincopada– me atreví a tomar esta crucial decisión. Así los alumnos los pueden conocer y luego les será más sencillo comprar uno que se acomodé a sus gustos y capacidades, me informó la simpática funcionaria que me matriculó, una morena cuyo rostro me recordó al de Nina Simone. Emocionado por mi primer día de clases, cerca de la nueve de la mañana –la sesión comenzaría a las diez y media– tomé un bus que me dejó junto al río Mapocho, justo a la altura de la antigua estación de ferrocarriles. Desde allí caminaría al centro.  Me bajé y en la calle, entre los autos detenidos o a media marcha por el eterno taco del sector, un indigente ofrecía limpiar los parabrisas a cambio de unas monedas. De fondo podía verse el Cuartel Borgoño, edificio con aire señorial construido a inicios del siglo XX con el objetivo de mejorar la infraestructura de la salud pública chilena –como averigüé en Internet alguna vez– y que durante los tiempos de Pinochet fue usado para una de sus grandes diversiones patológicas: secuestrar, torturar y matar opositores. Ante el edificio, hoy ocupado por la policía de investigaciones, que dicen que también secuestra, tortura y mata, el indigente iba y venía sorteando el tráfico. Tenía el cuerpo flaco, el rostro enjuto, le faltaban varios dientes, estaba sucio, barbudo y muy despeinado. Parecía un santo. Pal vicio, le oí confesar mientras agitaba una botellita de refresco de 500cc –rellena con un líquido amarillo jabonoso– al tiempo que le mostraba su risa desdentada al conductor de un spark blanco con aire de cajero de panadería. Recordé en ese momento algo que escribió uno de esos seres superiores que da a veces el universo, hablo de William Blake, mi poeta y guía espiritual de cabecera, quien en sus Cantos de Experiencia planteó la idea de que la santidad se puede alcanzar tanto por la vía del exceso como por la de la abstención. En lo concerniente a la droga, el indigente –que claramente era un consumidor de pasta base– se podía considerar como un fiel ejemplo de la primera vía. En cuanto a la alimentación y el aseo personal, de la segunda. Un santo por partida doble, concluí con emoción. Lamenté luego que el autor inglés, como cualquiera que pensara mucho, no estuviese en el currículo del instituto profesional donde impartía clases de lenguaje, un lenguaje funcional y vacío, extremadamente básico, destinado a jóvenes que en vez de personas saldrían convertidos en capital humano. Mientras el indigente limpiaba el vidrio del spark y el conductor lo miraba con la resignación propia de un cajero de panadería (que no es pequeña y tiene la forma de un bollo de centeno), me percaté de que junto al edificio de investigaciones se hallaban sus pertenencias: una silla plegable en ruinas, un carro de supermercado cargado con latas de gaseosas, un raído trozo de espuma plástica que de seguro usaba como colchoneta y unas frazadas grasientas. Silla y carro estaban asegurados con una gruesa cadena y un candado, lo que me pareció extraño puesto que se encontraban junto al edificio policial y uno se imagina que, por su ubicación, se trata de un sitio extremadamente seguro. El indigente, me dije, resguarda sus bienes como si la policía no existiera. La policía, a su vez, ignora el origen del carro, seguramente robado –como vi en un reportaje de la tele– dado que no se venden a personas particulares. Y se abstiene de apresarlo. El indigente, pensé, está más allá del bien y del mal. Realmente es un santo, pensé, y sentí que mi corazón se agitaba. Moviéndome peligrosamente entre los vehículos en movimiento avancé hasta su lado y al llegar toqué su venerable cabeza. Necesitaba sentirme bendecido, bienaventurado o algo así, especialmente en ese momento clave de mi vida, ese momento que me haría ir más allá de mis límites, haciendo estallar ¡por fin! el dique que me contenía y me impedía expresarme con la fluidez de un Charlie Parker o un Sonny Rollins. Dejaría así de ser parte de una industria educacional, presuntamente de nivel superior, que en el ámbito del lenguaje funcionaba como una fábrica de tornillos. Un profe gendarme. Un profe supervisor. Un profe aplanador. Un profe que enseñase a escribir mails de presentación laboral donde los jóvenes debían describirse de manera parecida al ganado cuando se pone en venta. Eso se esperaba de mí. Para eso me pagaban. El lenguaje, estaba claro, había sido controlado por los cabrones del gran capital. El lenguaje había muerto. La música, afortunadamente, sería mi salvación. Mi puerta de escape. Me veía en un escenario compartiendo mi alma con gente ansiosa de libertad de verdad, no de aquella que consiste en emborracharse en un resort caribeño, follar con una mulata y creer haber alcanzado el éxito, la culminación. Cuando el indigente sintió mi mano en su cabeza, debo decirlo, no me otorgó su bendición sino que me dio un empujón y me expulsó de su espacio de trabajo. Chao, sapo culiao, busca tu camino, me gritó reiteradas veces, mientras agitaba la botella de gaseosa, de la que surgía una especie de rocío jabonoso. Con un poco de ese rocío impregnado en la piel, y entre los furiosos bocinazos de los automovilistas, escapé del lugar. Minutos después, yendo por calle Bandera me encontré con un montón de mujeres inmigrantes,

Poesía chilena actual | «Antecedentes», seis poemas de Jorge Ragal

ALZHEIMER   No recuerdo quiénes raptaron a mi hermano. Yo era un adolescente de quince años. Solo había escrito ciertos poemas románticos. Tampoco recuerdo el peregrinar de mis padres. Volvían todas las noches en completo silencio. Colocaron su foto en una especie de altar. Con un crucifijo y un par de candelabros. Tampoco recuerdo cuando lo fuimos a reconocer. Me dio la impresión de que era un extraño. A mi hermano le gustaba admirar las estrellas.  Incluso mi abuelo le había regalado un telescopio. Pero sus ojos ya eran dos lunas negras. Solo recuerdo que a su novia le decía que era más bella que Las Tres Marías.     FICHA POLICIAL   Es un hombre culto y de mediana edad. Fue criado por sus abuelos maternos. Domina perfectamente el francés. En su juventud coqueteó con el anarquismo. Tiene una colección de libros de neurociencia. Juega ajedrez en la plaza de armas. No terminó sus estudios de piano. Estuvo preso por provocar escándalos en la vía pública. Tiene una profunda cicatriz en la frente. Vive literalmente de noche. Suele beber licores fuertes. Se declara bisexual. No tiene una pareja estable. Saca fotos en blanco y negro. Le gusta viajar en carros de tercera. Ya no asiste a misa los domingos. Le cortó la cabeza al asesino de sus padres.     BASURA   He botado mi primer poema por encontrarlo muy romántico, mi diario de vida por la misma razón, mi diploma de maestro porque no lo merecía. He botado la foto de mi novia por un ataque de celos, mi reloj ya cansado de tanta exactitud,  mi pasaporte porque ya no quería salir de casa. He botado mi currículum vitae por pretencioso, mi examen de sangre pos sus dolorosas secuelas, mi certificado de defunción porque quería seguir viviendo.     PAPEL DE ANTECEDENTES   Figura una acusación de haber golpeado a un capitán de navío, de consumir drogas duras, de encubrir un crimen pasional. Figura otra acusación de tener un juicio pendiente con impuestos internos, de estar remiso en el servicio militar, de adulterar mi pasaporte. Figura una nueva acusación de haber atentado contra la sede de un grupo sionista, de fugarme de una clínica psiquiátrica, de mentir sobre mi estado civil. Figura también una grave acusación de haber tenido un hijo con una menor de edad, de practicar la magia negra, de plagiar mi último libro.     HAY PALABRAS   Hay palabras que ya han perdido su sentido como pueblo y solidaridad. Han sido reemplazadas por gente y productividad. Hay palabras que ya no existen en el diccionario como ocio y contemplación. Han sido reemplazadas por negocio y preocupación. Hay palabras que ya no se respetan como reunión y conversación. Han sido reemplazadas por silencio y soledad. Hay palabras que echo realmente de menos como amor y amistad. Han sido reemplazadas por pacto de no agresión.     BUENAS RAZONES   Siempre habrá buenas razones para jugar al pillarse  o a las escondidas, para volver a la patria o seguir en el exilio, para pagar o evadir un impuesto. Siempre habrá buenas razones para creer en dios o en el demonio, para estudiar geología o astronomía, para guardar o destapar un secreto. Siempre habrá buenas razones para confirmar o postergar una cita, para odiar o perdonar a tu enemigo, para seguir escalando o tirarse al vacío.       _______ Jorge Ragal Galdames (Santiago, 1954). Ha publicado los siguientes libros: Chicles Calientes (1984), El hombre se escribe (2013), Dios te Amará (2014), Usted no pertenece a este mundo (2015), La tierra no es redonda (2016), El hombre de dos cabezas (2017), Un bello mapa (2018), Perfecta Pasión (2019), Los cinco puntos cardinales (2020). Su poesía ha sido incluida en diversas antologías. Fue presidente del PEN Club de Chile en el lapso 2016-2021. Los textos publicados pertenecen a su poemario: La tierra no es redonda, editado por Libros del Amanecer (2016).    

Poesía chilena y jazz | La era del jazz

«En nuestra literatura, y en particular en nuestra poesía, que será el género a explorar en esta columna, la onda expansiva de la explosión jazzística arribó también de forma temprana, habiendo diversos poetas chilenos que en la década del veinte, y en plena eclosión de las vanguardias, hacen referencia a la música originaria de Nueva Orleans, que tal como el cine, el gramófono, los aeroplanos, el teléfono, el automóvil y otros inventos de la época, pasó a ser símbolo de modernidad.» Poco tiempo después del surgimiento del jazz en la ciudad de Nueva Orleans, suceso acaecido en la frontera de los siglos XIX y XX, uno de los escritores prominentes de la época, el estadounidense Francis Scott Fitzgerald, bautizaría a los años veinte del pasado siglo como “la era del jazz”. Este hecho da cuenta no solo de la explosiva expansión que experimentó la música sincopada en los inicios del siglo pasado –no olvidar que el término jazz aparece recién en 1913 y que el primer disco del género se grabó en 1917–, sino también de sus tempranos vínculos con la literatura, conexión que se ha mantenido vigente hasta el día de hoy, habiendo tenido momentos de intenso pololeo, como los sostenidos, entre otros, con la generación española del 27 (la de García Lorca) y el movimiento beat gringo. En nuestra literatura, y en particular en nuestra poesía, que será el género a explorar en esta columna, la onda expansiva de la explosión jazzística arribó también de forma temprana, habiendo diversos poetas chilenos que en la década del veinte, y en plena eclosión de las vanguardias, hacen referencia a la música originaria de Nueva Orleans, que tal como el cine, el gramófono, los aeroplanos, el teléfono, el automóvil y otros inventos de la época, pasó a ser símbolo de modernidad. Uno de ellos es Vicente Huidobro –Vincent por esos tiempos– quien fue uno de los primeros en integrar el jazz al diccionario de la poesía nacional. Esto ocurre, paradójicamente, fuera del territorio chileno, particularmente en Francia, en 1921, cuando publica Saisons choisies, antología de su obra en francés (con retrato de Picasso incluído), donde es posible leer dos poemas en los que el autor de Altazor se refiere a la música sincopada. En uno de ellos, “Sombras chinas”, escribe: “El jazz band de ultramar ha venido bajo las gaviotas / Y las olas tomaron un nuevo ritmo”, otorgándole -con estos diáfanos versos- una especie de bienvenida a la música de Nueva Orleans.  Tres años más tarde, en Valparaíso, en el número 1 de la revista de vanguardia porteña Nguillatún, editada por Neftalí Agrella y Pablo Garrido, podemos encontrar dos nuevos ejemplos de esta temprana conexión entre el jazz y la poesía chilena. El primero es el poema “Torbellino”, cuyo autor, Pedro Plonka, plasma imágenes en las que se puede adivinar la alegría del carrete jazzistico: “Manos lanzadas / desparraman puñados de estrellas / Él arco de los violines / enreda las serpentinas de las risas / Y las parejas pisan los petardos del Jazz-band / tomadas de la cuerda de la música / La luz araña los torsos y flancos / Las mujeres tienen soles en la cabellera…”. El segundo texto que publica Nguillatún es una greguería colorida e imaginativa de Pablo Garrido, “Los pintores de casa”, donde el poeta no solo hace referencia al jazz, que en esos tiempos estaba asociado al baile y la diversión, sino también a sus influencias artísticas: “Sus trajes nacieron para pasearse ante decorados cubistas y detrás de futuristas orquestas, con violines verdes, cellos blancos, contrabajos azules, pianos granates, cornetas chocolates y Jazz Bands cafés.” Oportuno resulta indicar que Pablo Garrido no solo fue escritor, sino también un músico destacado que en 1924 formó la Royal Orchestra, primera banda nacional de jazz, dedicándose más tarde al estudio de la música chilena.  En 1929, Juan Marín, poeta y narrador que participó en diversas revistas vanguardistas de la época, publica el breve poemario Looping, donde construye un hablante poético cosmopolita y vital, que disfruta de pilotar aviones y de la vida nocturna, espacio, este último, donde se encuentra con el jazz: “tín… tín… / tán… tán… / toit-et-moi / lirulí… lirulá / …en el agua del jazz / hay bravezas de mar”, señala en el poema “Bataclán”, usando un tono liviano y festivo, juguetón y algo banal, pero acorde a esos tiempos donde un tal J.F. (probablemente Juan Florit) le hacía la autopsia al prolífico y reconocido poeta modernista español Francisco Villaespesa, que visitó Chile en 1921, señalando, en el número 2 de la revista Ariel, publicada en 1925,  que el seguidor de Rubén Darío era: “Autor de 130 volúmenes de hojarasca y humo. 130 loros tropicales. Una torre Eiffel de sonetos. Castillos de naipes. Nido de telarañas. Andamio que carcome la polilla clásica. Victrola con los discos iguales. Poesía leprosa en este siglo de aviones, Jazz-band y Hupa-Hupa.”  No todas las miradas sobre la música sincopada, sin embargo, tienen el tono optimista, alegre y colorido visto hasta ahora. Un ejemplo de esto se halla en la obra de Pablo Neruda, quien en Anillos, libro de poesía en prosa publicado en 1926 junto a su amigo Tomás Lago, escribe: “Ahí es donde empieza su corazón a entretenerse, araña de metales nocturnos, jazz band de sonámbulos y una novia enterrada, que es la noche profunda que él la decora con luciérnagas negras…” El texto pertenece al poema “T.L.”, dedicado justamente a Lago, presentando un tono surreal, oscuro y fúnebre, con tintes góticos. Un año más tarde, en 1927, mismo año del estreno de El cantante de jazz, primera película sonora, otro de los pesos pesados de nuestra poesía, Pablo de Rokha, publica Satanás, poemario donde pasa de la estilizada oscuridad nerudiana a una mirada también oscura, aunque hermética y estridente, asociando el jazz y otro arte emergente en la época, el cine, ambos importados principalmente desde Gringolandia, al ruido, a la violencia, al dolor: “los lagartos empapelados me lamen la filosofía: / los frutos maduros del sol / lloran en mis teatros de azufre y sangre quemada, / y el problema de luto / me araña las

Teclado | Golpe, disyuntiva, poesía y diáspora

«Algo que caracterizó al gobierno de Allende fue el apoyo a la cultura en todas sus manifestaciones y la facilitación de su acceso por parte de la población chilena. Un ejemplo de ello fue la Editora Nacional Quimantú Ltda. (“sol del saber” en el idioma mapudungún mapuche), que vendía sus libros a muy bajo precio en lugares accesibles, y cuyas colecciones abarcaban obras clásicas y contemporáneas de literatura e historia, así como semanarios y publicaciones mensuales destinados a niños, jóvenes, mujeres, además de tematizar la actualidad, la realidad política y la cultura.» A los 50 años del Golpe Estado de 1973 en Chile, un grupo de chilenos nos reunimos en un acto conmemorativo en Ottawa, Canadá, haciendo un recuento del exilio y la diáspora chilena en la ciudad. El evento también contó con la presencia de algunos chilenos recientemente llegados a Canadá, en su mayor parte profesionales jóvenes o estudiantes que, a diferencia de las primeras olas migratorias después del golpe, no estaban muy interesados en la política sino en mejores oportunidades económicas aun cuando Chile sea el país con mejor calidad de vida de América Latina y, junto a Uruguay, el país latinoamericano con salarios mínimos más altos. El HDI (índice de desarrollo humano) de 2022 le dio a Chile el primer lugar en América Latina. Santiago, su capital, ocupó en la evaluación el segundo lugar como la mejor ciudad de Latinoamérica, después de Ciudad de México y también logró posicionarse como el lugar con “mayor potencial de crecimiento”–una ciudad moderna y cosmopolita. A esto se le suma el atributo de “espacios verdes y ocio” debido a la Cordillera de los Andes. Sin embargo, la desigualdad de ingresos es igualmente evidente. En Colombia, Chile y Uruguay, cerca del 1% de la población controla entre el 37% y el 40% de la riqueza total de sus respectivos países.  Este estado de cosas, tanto en los niveles de ingresos como en los demás aspectos de la sociedad, fue el contexto en que tuvo lugar la elección de Salvador Allende Gossens en 1970, el intento más radical en el país de disminuir la desigualdad económica y la falta de equidad, desde un estado orientado a la implantación gradual de un socialismo a través de las herramientas institucionales disponibles, en lo que se llamó la “vía chilena al socialismo”. Con alrededor de un tercio de los votos, su coalición, la Unidad Popular (UP), se centraba en la unidad socialista-comunista. Su eje eran el Partido Comunista y el Partido Socialista, y fue una encarnación electoralmente fortuita del anterior Frente de Acción Popular (FRAP). El resultado fue una entidad estatal con un proyecto socialista, fruto de unas elecciones que se insertaban en el marco institucional “capitalista” y “burgués”. Celebrado como el primer caso de la toma del poder por la vía pacífica, también fue considerado anatema por algunos elementos de la izquierda más radical, los “termocéfalos” como se les llamaba en ese entonces en el país y que tenían por consigna, a veces programática, “el poder nace del fusil”, problemática que no parece obsoleta, después del medio siglo transcurrido. En ocasión del triunfo de Gabriel Boric en las elecciones presidenciales chilenas, el más “radical” de los gobiernos de izquierda pos dictatoriales, fruto de un vasto estallido social y apoyado por una alianza de izquierda y centro izquierda, se me preguntó en una entrevista en una radio latina si le diría a las organizaciones militantes de América Latina que es posible y legítimo llegar al poder por la vía electoral, lo que indica cierta presencia de la vía “armada” pese a los múltiples regímenes de izquierda o progresistas de diverso tipo, fruto de elecciones en las últimas décadas.  En la conmemoración de los 50 años en Ottawa se hizo presente la cultura a través de lecturas, recordatorios y testimonios. Algo que caracterizó al gobierno de Allende fue el apoyo a la cultura en todas sus manifestaciones y la facilitación de su acceso por parte de la población chilena. Un ejemplo de ello fue la Editora Nacional Quimantú Ltda. (“sol del saber” en el idioma mapudungún mapuche), que vendía sus libros a muy bajo precio en lugares accesibles, y cuyas colecciones abarcaban obras clásicas y contemporáneas de literatura e historia, así como semanarios y publicaciones mensuales destinados a niños, jóvenes, mujeres, además de tematizar la actualidad, la realidad política y la cultura. Durante el proceso chileno y después de su sangrienta interrupción, tanto al interior del país como en el exilo, el apoyo del sector de la cultura y la docencia fue mayoritario. Un componente importante del exilio en el exterior fue la diáspora cultural, que inició un fenómeno de producción chilena cultural prácticamente en todo el mundo, no tan solo en la esfera literaria, producción que sigue existiendo y que llegó a ser permanente en el caso de Canadá. A 51 años del golpe de estado en Chile, el sector de la cultura sigue mayoritariamente apoyando a la izquierda, el progresismo, el cambio social, compromiso que quedó de manifiesto en un evento en apoyo del presidente Boric durante su campaña presidencial. Cito: “una de ellas (si no la principal) sería la [la postal] del actual mandatario abriendo los brazos arriba de un ciprés en Punta Arenas”, que resultó en un libro que aúna más de 200 trabajos visuales (entre pinturas, grabados, ilustraciones, esculturas, dibujos, etc.) y textos que reflexionan alrededor del árbol y sus implicancias poéticas y políticas”. El libro resultante da cuenta del ingrediente “verde” que se ha agregado decididamente a la izquierda en las últimas décadas, y llevaba por título “Arboric”. Cabe mencionar, y esto es una apreciación personal, que este apoyo al ámbito cultural marca una diferencia respecto a lo que sucede con otros regímenes aleatorios de la izquierda en el continente, como Nicaragua y Venezuela, respecto a los cuales se ha distanciado un poco el sector por así decir más “moderno” de la izquierda. Hubo una condena de parte de connotados autores izquierdistas chilenos al trato que recibieron los escritores y activistas Gioconda Belli y Ernesto Cardenal por parte

Perfiles | Sangre verde

«No olvidaba, además, que Heidegger –uno de sus filósofos de cabecera– postuló que “construir es habitar” y que Halloween, en tanto construcción, construía un habitar banal, alejado del gran arte y el intelecto, llevando a niños y niñas, e incluso a muchos adultos, a disfrazarse y limosnear dulces, fomentando el travestismo, la formación de identidades trastocadas y la práctica de la mendicidad. Cada 31 de octubre, ambicionaba, niños y niñas deberían conmemorar el Día de la Investigación Infantil. En tal fecha, recordando a Dieter, se vestirían con delantales blancos, todos de cuatro botones (conteniendo, simbólica y secretamente, los cuatro puntos cardinales que abarca la cruz católica; signo que, no le cabían dudas, es una esvástica en formación) y acudirían ordenadamente y de día, no perdidos en las escabrosas sombras de la noche, a universidades y academias militares y policiales a participar de charlas y prácticas científicas y de orden. A aprender a escribir reglamentos y ordenanzas, a conocer cómo se diseca una rana.»  A Roberto Meyer –opaco académico de Ciencias Políticas de la PUC– no le gustaba para nada la fiesta de Halloween. Sus razones, a diferencia de quienes reniegan de esta festividad por su carácter de instrumento neocolonial y al mismo tiempo neoliberal, principalmente gente de izquierda; o simplemente por ser una práctica foránea (aquí caben los chauvinistas simplones) que ensucia y mata la cultura nacional, borroneando figuras como la del huaso y la china o aminorando la importancia metafísica y psicosocial de una empanada de pino, un vaso de mote con huesillos o un pastel de choclo, estaban ligadas a la conmemoración de un experimento –completamente olvidado por las nuevas generaciones– que, según sus convicciones, hubiese cambiado de raíz la historia de la humanidad. «Grünes blut” (Sangre verde), lo llamó su autor, el médico bávaro Hermman Dieter, y consistía básicamente en sustituir la sangre del cuerpo humano por savia de plantas silvestres, en específico maleza de la tierra alemana, de la Heimat como la llamaba Hitler, con el fin de crear un ser humano fuerte, poderoso, un súper hombre que requiriera menos alimento, menos nutrientes, menos recursos, en definitiva, para completar su ciclo vital, estando, al mismo tiempo, conectado desde la raíz con la patria superior.El 31 de octubre de 1942, en un laboratorio secreto ubicado en un subterráneo de Berlín, junto a un equipo médico de alto nivel y autorizado por el mismísimo Fuhrer, Hermman Dieter llevó a cabo su atrevido experimento. Roberto Meyer había estudiado en profundidad el asunto y lo consideraba un momento clave para la humanidad, ya que marcaba el primer paso en la ruta a un mundo no mejor –esa es una consigna hueca de la mafia neomarxista, sostenía– sino mejorado, un mundo donde el hombre se liberaría de una parte significativa de su dependencia material y podría desarrollar el espíritu en unión profunda con la tierra natal, elevándose, a modo de ejemplo, con la música de Wagner y las obras de los artistas e intelectuales incluidos en la Gottbegnadeten–Liste (Lista de las bendiciones de Dios) que Goebbels elaboró para eximirlos de cumplir el servicio militar, permitiéndoles desarrollar creaciones para enaltecer al Tercer Reich. El intento pionero de Dieter, no tenía ninguna duda, debía ser recordado y celebrado eternamente por su significado profundo, abisal, pero había sido eliminado de la memoria humana por la nefasta alianza judío demo–marxista. Por eso la fiesta de Halloween, cuya fecha coincidía con el “Experimento Cero”, como Meyer lo llamaba, lo irritaba, pues, estaba seguro, no se trataba de una coincidencia.    No olvidaba, además, que Heidegger –uno de sus filósofos de cabecera– postuló que “construir es habitar” y que Halloween, en tanto construcción, construía un habitar banal, alejado del gran arte y el intelecto, llevando a niños y niñas, e incluso a muchos adultos, a disfrazarse y limosnear dulces, fomentando el travestismo, la formación de identidades trastocadas y la práctica de la mendicidad. Cada 31 de octubre, ambicionaba, niños y niñas deberían conmemorar el Día de la Investigación Infantil. En tal fecha, recordando a Dieter, se vestirían con delantales blancos, todos de cuatro botones (conteniendo, simbólica y secretamente, los cuatro puntos cardinales que abarca la cruz católica; signo que, no le cabían dudas, es una esvástica en formación) y acudirían ordenadamente y de día, no perdidos en las escabrosas sombras de la noche, a universidades y academias militares y policiales a participar de charlas y prácticas científicas y de orden. A aprender a escribir reglamentos y ordenanzas, a conocer cómo se diseca una rana. Soñaba eso mientras desde la ventana miraba hacia la calle ya oscura y veía pasar grupos de niños y niñas disfrazados en busca de golosinas.Hermman Dieter, lamentablemente, no tuvo éxito en su experimento, cuyos detalles técnicos me excuso de explicar –la química y la biología nunca han sido mi fuerte– dado que  los 52  gitanos y gitanas que usó cómo insumos de entrada en el primer intento y los 122 eslavos y eslavas que usó en el segundo, cuando incrementó al doble la dosis de clorofila, fallecieron rápidamente y con gran dolor una vez que la transfusión se efectuó. Hay testimonios que dicen que los gritos se escucharon a más de doce kilómetros de distancia. Aún así no fue un gran costo, pensó Roberto Meyer, ya que de todas formas estas personas –dudó antes de usar esta última palabra– estaban destinadas a morir en una eficiente cámara de gas o fusilados en un bosque lleno de claroscuros, un bosque maravillosamente romántico, luego de cavar sus propias tumbas, es decir, de conectarse con la tierra, de palparla, de olerla. Su muerte, así, no fue inútil: se sacrificaron por la ciencia, por el saber.Seguía en la ventana cuando sintió golpes y risas infantiles en la puerta. Niñas y niños del barrio habían llegado a reclamar su recompensa, niños y niñas, pensó, que son usados como ladrillos de banalidad, como clavos y tornillos en la obscena y lucrativa construcción de la frivolidad norteamericana. Fue a la cocina a buscar los dulces que había preparado con una cantidad tan potente de cianuro que con una pastillita bastaría para matar a una docena de caballos. Tomó también la maleta que había preparado con sus cosas. Los infantes recibieron los dulces y se fueron chillando de alegría.

Narrativa chilena actual | Situaciones (III)

«Para variar y a eso de las cuatro me voy a tomar un short dark roast, justo lo que necesito ya que a estas alturas el small es mucho para mí y creo que me desvela, aunque soy muy autosugestivo, y eso corre en la familia. Mi hermana a veces anda como tuna y al día ni siguiente no puede ni caminar. Tiene la conexión psicosomática más estrecha que he conocido.» COMUNICACIÓN Y CRISIS No contesta. Trato otra vez. Sin resultados. Texteo. Lo mismo. No hay ni siquiera un mensaje telefónico. Un poco inquieto la llamo al trabajo, lo que ella me ha prohibido terminantemente. Ella no puede hacer o responder llamadas o textos personales en horas de trabajo. Me fumo  nerviosamente el tercer cigarrillo del día, y sólo son las once de la mañana. A pesar de la ansiedad no me atrevo a apersonarme en su departamento, mientras la sedosa voz de la recepcionista me informa que no se ha presentado en la oficina desde hace una semana, que no hay caso que siga llamando, porque como están las cosas—y aquí la mujer parece perder la compostura con que atiende las llamadas—no es seguro que la próxima vez que llame va a haber una oficina, un edificio al que llamar, y a lo mejor ya no habrá ni teléfonos, termina la secretaria casi histérica antes de colgar. Parece que la situación está teniendo sus efectos sicológicos, lo que siempre pasa en las crisis, pienso, cuando la verdadera dimensión de las cosas se abre camino trabajosamente por la densa materia gris de los procesos mentales de hombres y mujeres, resultando a veces—a medida que la imagen real de lo que está pasando toma cuerpo—en una desesperación profunda y paralizante o en histeria frenética.   CUENTOS DEL TÍO El tío cuenta cuentos en su silla de paja, en medio de otra de sus peroratas. Una barba incipiente le florece la cara. Anonadado combate espejismos de su infancia en un país de montañas y costas, de múltiples verdes. Surcado de pájaros, algunos de los cuales revoloteaban arriba, que emiten llamados de apareamiento alarma y guía. A su espalda la Cordillera de los Andes. Al frente el mar Pacífico. Muchos kilómetros al Sur la Capital devora el paisaje. Mucho más al norte se estira el desierto. Surgen en las calles los rumores del diario vivir, circulan perros, se desperezan gatos, silban o chiflan los hombres, rugen los motores, se pueden escuchar desde el cerro. Los que lo rodean le dicen “Cuéntame un cuento tío, que no sea un cuento del tío”.   EL TESTAMENTO DE ELIZONDO La familia se congregó en el despacho del abogado. Después de casi una hora una secretaria de pelo platinado restregándose las manos informó a los concurrentes, sumidos en la meditación expectante, el aburrimiento y la ansiedad, que el abogado Romero, encargado por la firma para el caso, no había aparecido esa mañana. Se lo esperaba a las diez pero eran más de las once, eso no lo dijo pero estaba en la mente de los concurrentes. Un joven de cara larga, de terno, consultó su reloj, miró a la niña pero no dijo nada. La familia de Elizondo debía esperar o ausentarse de la firma, abandonar el despacho. La natural inquietud de los concurrentes, la nerviosidad de la funcionaria de la firma, una de las más prestigiosas, indicaban lo inusual e inesperado de la situación. Algunos parientes venidos de otros países no sabían a qué atenerse: ¿era común ese tipo de situación?   SIQUIATRA Y EXILADO En realidad, él no tenía ni motivo para ir a su país de origen, menos aún sintiéndose como se sentía cuando volaba. Si me hubiera dicho “Mire, tengo que cancelar mi próxima cita con usted. Me estoy yendo por unas semanas a Chile, siento que tengo que ir. Como usted sabe me tuve que venir apurado, a amigos míos los metieron a la cárcel, perdieron las pegas, tuvieron que salir. Ahora quiero ir a ver cómo el país se las está arreglando, cómo están ellos, cómo están, si siguen los viejos problemas, y en una de éstas me quedo, después de todo yo viví allá más de la mitad de  mi vida, nunca voy a encajar acá». Pero no me dijo eso. Y si lo hubiera seguido viendo, podría haber tratado por ejemplo el Psicodrama de Moreno. Para él hubiera sido buena una cosa así, en que el paciente representa un papel y muestra las cosas relevantes. Hubiera sido hasta fácil, porque el tipo tiene una misma fantasía que se le repite, o mejor dicho un sueño, un sueño diurno: le gustaría producir una película, dirigirla, actuar en ella, contratar a los actores, los extras, producirla (y vender los boletos y las cabritas de maíz. Es un chiste). Si tuviera los medios, y una personalidad más sociable, dice, aunque yo lo hallo bastante sociable, tiene don de gentes, es medio coqueto y metido en política. Le pregunté si se acordaba de una historia en particular, sobre la que se basaría esa película. «Por supuesto», me dijo «Hasta tengo un libreto». Me quedé callada. ¡Por fin!. Después de meses de darle vueltas a su vida laboral y sexual, su sentimiento de culpa y su miedo a volar, que al comienzo creí que se relacionaba con un problema de impotencia, había dado con algo duro, estable, como un cuesco. Ahora podía iniciar su tratamiento.   PEDAZO DE CARNE  “Un pedazo de carne”, me dijo por teléfono, cuando al fondo del pasillo tomé el aparato comunal del piso, para así apagar el escozor de la chip en el parietal que me anunciaba que tenía llamada. Mi compañero de cubículo dormía en su litera, los ojos cubiertos por anteojos negros de plástico, los oídos taponados. En el auricular le dije a ella “defina pedazo”,  imitando esa voz robótica que tanto la divertía. Se rió al otro lado de la línea. Entonces le dije “defina –de carne –”. Me dijo “carne, carne real, tiernecita, verdadera, no hidropónica”. A

Poesía chilena actual | «Antimujer», cinco poemas de Carolina Sepúlveda

CAMADA   Arrastrándome a cuatro patas recojo el olor de tu cuello lamiendo la sombra de tu abrazo camino con dolor de hombros y una pata menos   Tiritando de frío tiritando de miedo media perra ladrando auxilio   Han robado a mis hijos los huachos destartalados y sin padre los hijos de perra que aguardaban en las esquinas   Que alguien me acaricie el lomo Y sacie estas mamas tristes y secas que alguien encuentre a la media mujer que me dejó el vacío al medio hombre que me dejó a patadas que alguien refresque este sexo débil de perra vieja   De perra sin ojos de media perra de perra entera   Yo soy la perra palabra un trozo de carne una perra contigo una camada de sexo compartido una perra una perra pariendo gritos.     EL AGUA SE HIZO PARA DAR FORMAS A LAS COSAS   Escupo una mueca sobre el mundo esta mitad del cuerpo dañada esta mirada doble que me atraviesa con un tajo en la cara   Sobre mi cama el cuerpo de un hombre recién nacido se retuerce el temblor de su carne inútil esa máscara una melodía engañosa   Al otro lado mi madre repite el rito entre las piedras de mi padre saca la lengua y bendice   Yo me caigo una y otra vez me caigo mordiendo la piedra que me clavaron entre los ojos esa huella impertinente de hembra herida   Los ojos de mi padre me apuntan rompiéndome los sesos   Mi sexo gotea una lágrima espesa dejo que llore   El agua se hizo para dar formas a las cosas como la humedad de su cuerpo ardiendo entre roce y roce   Como la humedad de mi cuerpo ardiendo entre roca y roca   El agua se hizo para dar formas a las cosas el reflejo de un orgasmo desmenuzado y triste la erección de un parapléjico ciego y corrupto la niña que viola a un gato con su dedo   Mi perra lamiéndose la vulva escarbando con su lengua ahí mismo.     HARINA DE OTRO COSTADO   Tantas cosas perdí y ahora he vuelto con los ojos preñados colgando siendo bestia en corral ajeno con el hocico sangrando perfumado de gritos con los brazos cansados de tanta piel muerta entre las uñas de tanto dolor de tanta mugre enrojecida.     PIEL SECA   Desde mi boca un cordón amargo surge hacia ti como reptil ciego   Duele como la humedad huérfana que se acomoda en mi cama.     EL DÍA TIEMBLA EN SUS CUATRO COSTADOS   El cielo se abre escupiendo su ojo sobre mí tengo las piernas abiertas por si brota un árbol A Q U Í donde la humedad es diaria e impertinente como tu ausencia   El día tiembla en sus cuatro costados y esta isla es la más isla sólo cabemos yo y mi pelo   El día tiembla en sus cuatro costados y esta soledad que llevo rompiendo aplasta mi cara sobre la pared y mi boca muerde su boca y mi ojo mira su ojo   P R O F U N D A M E N T E.           ______________________________ Carolina Sepúlveda (Santiago, 1978). Fue becaria de la Fundación Neruda en 2003. Ese mismo año obtuvo mención honrosa en los Juegos Literarios Gabriela Mistral. En 2004 publica Antimujer (Al Margen Editores, Santiago), libro del cual fueron tomados los poemas de la presente selección.        

Patio de luz | Sexo y paraíso (III)

«Buscando antiguas direcciones, preguntando por los chats que abandoné en un momento dado, sólo obtenía contradicciones, invitaciones que me ofrecían a través de una cámara web algo virtual, lo que jamás me gustó. No. El sexo debe ser algo real, piel con piel, aunque no sepas el nombre de aquel con quien te acostaste. Palpable, con olor y sudor, con rabia, con gemidos que nunca traspasarían las pantallas. Con besos que nunca chorrearían saliva, ni transmitirían el escalofrío que provocan los labios al desplazarse por el cuerpo desnudo.» Después de un tiempo, huérfano de paraíso, sin saber qué hacer, recorriendo las plazas públicas por si veía algún rostro conocido; yendo a los lugares donde se encontraban los acompañantes nocturnos, sin encontrar respuestas. Verificando que el comercio había cambiado, que ofrecía sólo materia prima extranjera, de dudosa categoría, fui entrando en una espiral de miedo y confusión. Incluso porque ya en ningún lugar se decía que el reino estaba cerca. Por el contrario, existía la conformidad a nivel de la masa que el tal reino por el cual tanto tiempo se especuló, no existía, y había una laxitud entre aquellos que antaño pregonaban, que parecían ir sin destino atravesando calles, buscando en los kioskos de periódicos cierta señal que los iluminara. Que buscaban en las vidrieras, en el sonido de las campanas que siempre tañían desde muy lejos. Demasiado lejos para el oído secular, que estaba acostumbrado a los sonidos rimbombantes. Buscando antiguas direcciones, preguntando por los chats que abandoné en un momento dado, sólo obtenía contradicciones, invitaciones que me ofrecían a través de una cámara web algo virtual, lo que jamás me gustó. No. El sexo debe ser algo real, piel con piel, aunque no sepas el nombre de aquel con quien te acostaste. Palpable, con olor y sudor, con rabia, con gemidos que nunca traspasarían las pantallas. Con besos que nunca chorrearían saliva, ni transmitirían el escalofrío que provocan los labios al desplazarse por el cuerpo desnudo. Anclando en el pene, en los testículos, con dedos que penetraran los orificios más deseosos y ocultos en entrega total. Sibarita desposeído, aun así, no aceptaba la idea de una entrega virtual, de una penetración que no llegaba a su fin, que nada más se satisfacía con una mano manchada de semen, desprolijamente usada, sin intención. A veces, incluso, sin deseo. En una de esas tardes peculiares se me ocurrió buscar en internet “orgías en Santiago”. Se desplegó una cantidad enorme de entradas. Las más eran datos pasados, recuerdos de una noche de hotel, de una casa escondida no sé dónde. Luego de un rato, di con un sitio que era real, sólo había que marcar el número telefónico y preguntar la dirección. Lo hice con la prisa de un principiante, pensando que tal vez nadie respondiera. Pero no. Una voz, al otro lado del celular, me respondió animosamente. Me indicó la dirección y el horario de funcionamiento. Además, me incluyó en un whatsapp, donde me llegaría la información necesaria cada semana. Era a las once de la noche, en pleno centro de la capital. Allí estaba la entrada a un paraíso que nunca imaginé. Era un departamento en el quinto piso. Al momento de entrar, había que sacarse la ropa, quedando sólo en bóxer, guardando las pertenencias en una bolsa con un número. Luego se ingresaba a un pequeño bar, donde varios hombres tomaban su trago, conversaban, se besaban. Ocupé uno de los pisos del pequeño bar. El anfitrión se acercó a mí, diciéndome “aquí puedes comerte todo lo que quieras”, mirando a un joven que estaba frente a mí. “Depende”, dijo el joven, que se levantó de su sitio y atravesó una cortina que llevaba al cuarto oscuro. Enseguida de tomar un trago, comer unas papas fritas y maní, me di valor para ingresar en aquel cuarto del que salían gemidos y algunos grititos de asfixia. El panorama era maravilloso: culos a la vista, bocas que buscaban penes, penes que eran masturbados por múltiples manos. Parejas, tríos desatados sobre una enorme cama. Me quité el bóxer, dejando mi sexo erecto a escrutinio de cualquiera. Mi sorpresa mayor fue que el joven del bar tomó mi pene, lo llevó a su boca y luego se puso en posición para que lo penetrara. Sin duda había pasado la prueba. Pero el chico era obstinado y goloso. Pidió a un segundo para que lo penetrara. Así participé de mi primera doble penetración, mientras me besaba con el otro hombre y recorrían mi espalda manos y labios, hasta llegar al punto del suceso: los penes que entraban y salían de aquel insaciable agujero. Esa fue una noche récord. Recuerdo haber penetrado a 27 hombres distintos, o 27 hoyos ávidos de semen. De vez en cuando salía del cuarto para tomar un poco de aire, o saborear una bebida. También para recuperar fuerzas. Ahí se podía llegar hasta el hartazgo. Salí feliz, liviano, sonriente. A las cinco de la madrugada estaba esperando locomoción a un costado de la iglesia de La Merced. Me convertí en asiduo visitante. Cada vez los asistentes eran distintos, y durante la noche se iban despidiendo algunos y llegaban otros, llenos de bríos. Entre la primera y la segunda vez de esos encuentros, me pareció ser el más viejo de quienes asistían allí, pero cada vez me hacía más feliz la idea que, justamente por esa razón, me aceptaban y me convertía en algo prodigioso para compartir el sexo desenfrenado, sin fronteras. Allí coincidíamos chilenos, argentinos, peruanos, venezolanos, cubanos, y de otras nacionalidades que nunca quise desentrañar. En una de esas tantas orgías de noche manifiesta, o de tardes con invitados especiales, acuñé mi (tal vez), nombre de batalla “Te lo puse, y te olvidé”. Así de simple, sin ninguna relación más estrecha que el darme a los hombres que querían ser visitados por mi instrumento; ya fueran novios, casados, viudos, separados, padres o abuelos. Lo mismo daba: les entregaba esa felicidad a través del placer que ya casi habían olvidado. Un cierto día recibí un